Los antidisturbios también entran al teatro
Alerta roja: La cada vez más apabullante presencia de efectivos antidisturbios en las manifestaciones va poco a poco metiendo en la cabeza de la gente que protestar en la calle puede ser un acto peligroso. Eso puede minar el derecho a protestar libremente. ¿Cómo se sienten esos policías de casco y porra que ejecutan órdenes? ¿Piensan algo? ¿Se asoman a algún tipo de vacío? Es lo que plantea la obra ‘El antidisturbios’, que se representa en Madrid, en el Teatro del Arte.
Un amigo extremeño que ha venido a estudiar a Madrid me contaba recientemente que siempre que visita el centro de la ciudad se encuentra con alguna protesta ciudadana, una masa indignada que en pocas horas se dispersa por una carga policial. “Nunca he visto tantas porras y cascos juntos, acho”, decía. Tiene razón. La capital está presentando un escenario cada vez más gris y tenso. Como diría mi abuelo, recuerda a las peores épocas. En este escenario, uno de los actores principales es el antidisturbios. Su figura se ha convertido en algo terriblemente familiar. Hasta el punto de que no llama la atención su numerosa presencia, y debería llamarla. Muchos nos preguntamos sobre la figura de los antidisturbios. Esos grandes desconocidos no dejan de ser personas. ¿Cómo se puede sentir un antidisturbios en un operativo? ¿Qué pasa cuando se desabrocha los cordones de las botas y abandona el casco? ¿En qué piensa? ¿A quién defiende? ¿Se siente utilizado? ¿Le duele el dolor que genera?
A este aluvión de incógnitas pretende responder El Antidisturbios. Una obra de teatro escrita por Félix Estaire y dirigida por Patricia Benedicto, que se representa desde que comenzó el año y cuyo éxito ha llevado a prolongar su programación durante todos los sábados de febrero en el Teatro del Arte de Lavapiés.
La obra habla del agente 1245 del Cuerpo Nacional de Policía, perteneciente a la Unidad de Intervención Policial, los conocidos como “antidisturbios”. Un día este policía, viudo y cuya hija se presenta como una tenaz activista a la que ama, recibe una carta en la que le comunican su prejubilación y su reconocimiento con la Medalla de Oro del Congreso al Mérito Profesional. El antidisturbios, ante el vacío que supone para él esta noticia, se enfrenta a su pasado y reflexiona sobre su trabajo y sobre las órdenes que ha ejecutado en su vida. En esta soledad que sufre, desplazado del sistema, también encuentra aciertos y motivos por los que sentirse orgulloso. Su propia hija, interpretada por Lucía Barrado, le hace reconsiderar su papel en la sociedad hasta el punto de cuestionarse lo que había sido su vida: su obligación, el trabajo.
«El Antidisturbios nace de no saber cómo gestionar esa rabia que te genera ir a una manifestación a gritar con las manos en alto y recibir tres hostias”, explica el autor, Félix Estaire, que también se dedica a la interpretación y a la docencia de las artes escénicas y es miembro de la compañía Teatro de Acción Candente. El escritor buscó el momento en el que todo ser humano se queda solo y reflexiona sobre lo que ha hecho. “Por eso, me extrañaba cómo se puede aceptar tranquilamente una persona después de dedicarse a esto cada día”.
En el proceso de creación, Estaire se reunió con un antidisturbios, «pero ni ha querido que saliese su nombre, ni ningún tipo de agradecimiento, ni siquiera ha ido a ver la obra”. La función no va dirigida a ningún colectivo en especial. Es más, se considera para todos los públicos, porque hay algo que le gustaría a Estaire: «Que se erradicara esta política del miedo en la que una madre no puede acudir a una manifestación con su hijo porque corre el riesgo de que carguen. Ese niño crecerá con la idea de que una manifestación es un sitio peligroso. De esta manera, se perderá la concepción del derecho a protestar libremente ante cualquier injusticia”.
“Terrorista quién, democracia dónde” gritan las pancartas en las manifestaciones. La obra juega con varios elementos; entre ellos, el diccionario. “El uso correcto de las palabras es muy importante”, subraya Estaire. “Un político menciona los actos vandálicos de una protesta como ‘terroristas’, pero, vamos a ver, yo no creo que quemar un contenedor sea un acto para infundir terror, en cambio un porrazo sí”. Ni hablemos de un desahucio con toda la violencia de un despliegue policial .
Eugenio Gómez, padre de dos hijos, encarna al agente 1245 en escena. En su opinión, “los antidisturbios desarrollan una actividad muy complicada y es verdaderamente difícil ponerse en su lugar”. Este actor, que en la función pisa, respira y habla con la misma firmeza y frialdad de un antidisturbios, invita a ir más allá de la mera violencia de una carga policial. “Nos tenemos que parar a pensar en que interesa que haya disturbios para así devaluar la protesta. En cierto modo están siendo un cuerpo utilizado”.
Todas estas dudas se las planteamos a un policía con características parecidas: ex-antidisturbios y padre. Pero real. De carne y hueso, casco y porra. “La principal función de los UIP es asegurar el derecho a manifestarse de cada ciudadano”, asegura Roberto (nombre ficticio por motivos de privacidad), que subraya la excepcionalidad de las cargas, aunque en la tele o en Internet sea en lo que insisten. ¿Qué ocurriría si un antidisturbios se niega a hacer su trabajo? “El trabajador estaría cometiendo un delito, porque estaría incumpliendo la ley”. Me pregunto si este huracán que llaman crisis no afecta indirectamente a ningún antidisturbios: “Todo lo que le pasa a la sociedad está presente en nuestro trabajo: familias afectadas por las hipotecas, paro, subida de impuestos, recortes en servicios públicos… Pero te vuelves aséptico (voy al diccionario y veo que ‘asepsia’ es el estado libre de infección). Esto es como una burbuja”. Esta capacidad de aislamiento se explica a partir de un difícil proceso de incorporación al cuerpo policial y una formación exhaustiva, tanto física como psicológica, cuando ya eres miembro de la UIP. Además, hay que recalcar que muchos antidisturbios demandan este servicio por su jugoso sueldo extra.
Un caso complejo. Difícil de considerar desde la realidad de cada individuo. Por eso, El Antidisturbios nos lleva a ponernos en el lugar de este personaje cada vez más cotidiano en nuestras calles como consecuencia de un sistema que no funciona. El antidisturbios ejecuta órdenes sin aparente reflexión, manchándose las manos mientras que los que mandan las mantienen limpias. Impolutas. Ese irracional “me dicen y hago” que adoptan los antidisturbios genera odio en personas que no conocen qué hay debajo de esa armadura, escudo y casco.
La obra que ha escrito Estaire no ataca ni defiende la postura del antidisturbios; se trata de abrir un espacio de diálogo y reflexión, de intentar comprender el funcionamiento psicológico del ser humano ante estas situaciones extremas.
Otro de los elementos que aparecen en la función es la ceguera progresiva. Se relaciona con la presencia de cámaras y televisores en escena, que representan varios puntos de vista que se van apagando a medida que avanza la historia. Finalmente queda una única perspectiva: la del espectador.
“Os he contado mi verdad, no la verdad. En esta sociedad no caben las verdades absolutas”, cierra el agente 1245.
PD: Los antidisturbios tienen 10 entradas gratis cada función.
‘El Antidisturbios’ estará en cartel el viernes 31 de enero y sábado 1 de febrero y todos los viernes de febrero en el Teatro del Arte. Calle San Cosme y San Damián, 3. Madrid. 20.00 h. Precio: 14 euros.
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