Los collages de Emilio Gil, todo un referente del diseño gráfico
Cuenta el artista plástico –y todo un referente en diseño gráfico en nuestro país– Emilio Gil (Madrid, 1949) que el collage es el arte de jugar con el tiempo, haciendo que los materiales más antiguos viajen hasta el presente para conversar en perfecta armonía con cualquier otro signo de vanguardia. Hacer collages dota al artista del poder inmenso de la resurrección. ¿Cómo resistirse a la práctica de semejante técnica? Acaba de publicar el libro ‘Capas en el Tiempo. Lo que cuentan los collages de Emilio Gil’, que se presenta hoy mismo, 18 de diciembre, en el Ateneo de Madrid, esa bicentenaria institución que está en shock por el anuncio de Ayuso de la retirada de la subvención de la Comunidad de Madrid.
Capas en el tiempo (Experimenta Libros) es un precioso volumen que muestra y explica 32 piezas elaboradas entre 1997 y 2020, en cuya cubierta hay un guiño a la propia técnica. Es la o de la palabra tiempo, que aparece partida como por culpa de un error de imprenta, pero se recompone en cuanto el lector despliega la solapa de la portada.
“El collage es una técnica que trabaja con cortes y fragmentos, y su proceso contempla una permanente construcción de imágenes troceadas”, nos explica el autor.
Las capas de la trayectoria profesional de Gil son tantas que ocuparían una revista entera. Arquitecto técnico, comisario de exposiciones, docente, experto en comunicación institucional, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Málaga, medalla de Oro de las Bellas Artes 2015, y fundador del prestigioso estudio Tau Diseño en 1980. En 1990 diseñó el cartel de la película de Fernando Trueba Belle Époque, que ganó un Óscar y nueve premios Goya. Y en 1997 dirigió el diseño y edición del libro Un Toro Negro y Enorme, dedicado a la valla publicitaria más celebre de España, el toro dibujado por Manolo Prieto que anunciaba una marca de brandy por nuestras carreteras. Gracias a ese volumen, en el que esta periodista tuvo el privilegio de redactar la historia de la valla, el célebre Toro de Osborne consiguió zafarse de la ley que prohibía cualquier publicidad en los caminos, consiguiendo el indulto que le salvó de derretirse en el infierno de la fragua.
Emilio Gil fue director de arte en la revista Sur Exprés, editada por Borja Casani, y actualmente se ocupa de El Canon, una publicación dedicada al arte flamenco de esmeradísima edición, que sale sin periodicidad fija y gracias a la que, dice Gil, “estoy aprendiendo mucho de este arte; ya estoy en 1º de Manolo Caracol”.
Volviendo a los collages, reconocidos sin grietas como un arte pero que podrían estar viviendo una especie de burbuja. Algo que podría no inquietarnos, de no ser porque las pompas corren el peligro de explotar si se les infla demasiado. Por ahí empezamos la entrevista.
¿Vive el collage una especie de burbuja?
Es una pregunta que empiezo a hacerme a mí mismo. Hay dos tipos de collages, el físico, mi favorito, y el digital. El primero utiliza materiales reales y el segundo permite el tratamiento de las imágenes. El digital incluye herramientas que aumentan la capacidad de manipulación y la rapidez en el proceso gracias a los ordenadores. Ahora que llega la Inteligencia Artificial con la supuesta amenaza a la supervivencia de muchas profesiones, como diseñador tengo que decir que la única resistencia que podemos oponer al lado peligroso de la IA es precisamente la capacidad de trabajar con las manos más allá del teclado, utilizando materiales físicos. La vuelta al collage tradicional puede ser un auténtico salvavidas para el arte.
¿Cuál fue tu primer collage?
Este [me dice abriendo el libro por la página 12 y releyendo el titular del capítulo 1: “La R con el Sandeman”]. Es digital, ¡qué casualidad! (Risas). Fechado en 1997, fue un encargo de la Fundación Juan March para un proyecto coordinado por Fernando Bellver con 79 artistas invitados (Luis Gordillo, Rafael Canogar, Jaume Plensa, Eduardo Arroyo, Eduardo Chillida, Chema Madoz, Javier de Juan…). Se tituló El objeto del arte no es un objeto de arte y en el reparto de letras me asignaron interpretar la R. Elegí la silueta del Don de Sandeman, varios logos de marcas y una R en construcción sobre la Columna de Trajano. Muy duchampiano. Fue mi primera experiencia en este campo de trabajo con piezas reales no pintadas, con cuya técnica me sigo relacionando.
¿Y el último?
También es digital y lo hicimos en pleno confinamiento. [Abre el libro por la página 164, capítulo 32. Reencuentro en el Prado]. Fue una labor de todo el equipo de Tau Diseño, hasta el punto de ser más del estudio que mío. Con las primeras noticias de la vuelta a la normalidad, el Museo del Prado organizó una exposición muy oportuna llamada Reencuentro. El Museo del Prado como nunca lo has visto. Obras de su colección permanente saltaron a la Galería Central. Por primera vez cambió la tradicional colocación de las obras, que pudieron verse bajo una luz diferente, y generando entre ellas diálogos nunca vistos. Para nuestro collage decidimos que los personajes que habitan el Museo salieran a la calle o se asomaran a las ventanas. El primero y el último son los únicos collages digitales que aparecen en el libro.
Como todos los diseñadores del mundo, Emilio Gil guarda cosas. “Todos tenemos lo que yo llamo el repositorio de imágenes y objetos”, asegura. Una variante del Síndrome de Diógenes que le lleva a acumular desde colecciones de revistas musicales de los años 60, íntegras o ya sometidas a la guillotina del recorte, hasta pedazos de cualquier material susceptible de encajar en ese apasionante proceso de corta y pega y sus estimulantes resultados. Admitiendo que voy a hacer una pregunta cuya respuesta ya conozco, no puedo renunciar a que Emilio Gil nos hable del collage como obra de arte.
¿Es el collage un género artístico?
Está claro que sí, incluso a pesar del movimiento espurio que arrastra. El collage se hace arte en el momento en que Picasso pega un trozo de hule en uno de sus cuadros. Una técnica artística que siguió el propio Picasso, y otros grandes como Juan Gris o Matisse.
¿Qué hay dentro de tu cajón de las sorpresas?
Yo separo quirúrgicamente mis facetas artística y de diseñador. Aquí en Madrid es donde diseño y en un pajar que recuperé en una pedanía de la provincia de Guadalajara, guardo toda esa cacharrería de revistas ilustradas, letraset, algún folleto que he encontrado en Londres o una servilleta de papel. Viendo ese cajón, uno se hace una idea de con qué materiales trabajo. En mi discurso de entrada en la Academia de Bellas Artes de San Telmo, incluí algo que me parece muy interesante: Walter Benjamin escribió La obra de arte en la era de la reproducción mecánica, asegurando que la repetición industrial de una obra de arte le roba parte de su aura. Ocurre cuando ya no necesitas ir al Louvre para ver La Gioconda, aunque nada sustituye a la contemplación del original. Así, el collage podría ser un intento de devolver ese aura a elementos que la perdieron. ¿Cómo? Integrándolos en una nueva obra artística.
Así que hay un potente efecto restaurador…
Sí, algo parecido a la reparación de piezas descompuestas. En un collage, yo puedo mezclar elementos sacados de una revista del siglo pasado con un pedazo de caja de mandarinas que encontré anteayer en una frutería de la calle Castelló (Madrid).
Empiezo a entender que tiene algo de la expresión ‘por arte de magia’.
Lo mágico es que, al juntar esas dos cosas, aparece algo diferente. De ahí lo de las capas en el tiempo, una expresión de Hockney que me parece maravillosa. Capas que al juntarse dicen cosas maravillosas y diferentes. Porque hablan de la historia de algo que se fabricó en un momento determinado y se ha recuperado décadas más tarde unido a algo muy posterior. Esas mezclas tienen resultados muy incontrolados.
¿Qué hay de David Hockney y sus elogiados collages?
Me parece un personaje admirable, tan activo a sus 86 años. Acabo de volver de Londres y la verdad es que está por todas partes. El éxito es un problema cuando puedes morir de él.
No creo que a estas alturas morir de éxito sea un problema para Hockney.
La verdad es que sí. (Risas). Hockney es un artista impresionante. Igual se interesa por la cámara oscura, sobre ella habla en su libro El Conocimiento Secreto, que investiga la manera de dibujar con un iPad, o compone collages con fotos Polaroid. Todo con un entusiasmo infantil. Su forma de trabajar es un ejercicio de exploración excelente que le lleva a descubrir muchas cosas que pasan desapercibidas para otros artistas. Ese Hockney me fascina.
¿Te disgusta el futuro incierto que amenaza a las revistas de papel?
Yo tengo un quiosquero de cabecera en la Plaza de la Independencia de Madrid, junto a la Puerta de Alcalá. Empecé a frecuentarle cada lunes para comprar publicaciones como el Sunday Independent o el New Musical Express. Recortaba las revistas y pegaba los pedazos en una cartulina. Luego supe que ese quiosquero era muy seguidor del Atlético de Madrid y ya me conquistó del todo. Las revistas tienen que resistirse a desaparecer. Tenemos que rebelarnos ante algo que no merece morir, por muchos soportes digitales que hayan aparecido. Parece que podría haber un renacimiento gracias a pequeñas editoriales, ¡ojalá!
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