Luis Rubiales y las maneras de los hombres para ser feministas

Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol denunciado por una jugadora de la Selección Nacional Femenina por una presunta agresión sexual. Foto: Deporte Balear.

El criminólogo César Lombroso intentó, en el siglo XIX, hacer ciencia de la fisonomía de los criminales, pero pronto se comprobó que era una idea carente de fundamento: la delincuencia no se llevaba escrita en el rostro. Sin embargo, en el caso de Luis Rubiales todo él destila un machismo recalcitrante.

Cuando conocí la figura de Luis Rubiales (un señor al que desconocía en profundidad, como buen agnóstico del fútbol) me fascinó, para mal, claro, como a tanta gente en España y en buena parte del extranjero. Más allá de sus comportamientos iniciales, como el “piquito” a la jugadora Hermoso o el tocamiento genital ante las cámaras de todo el planeta, aquel hombre rezumaba toxicidad machista por todos los poros, en su dicción, en su forma de moverse, hasta en fisionomía, ese rostro recio, ese gesto arcaico. El criminólogo César Lombroso intentó, en el siglo XIX, hacer ciencia de la fisonomía de los criminales, pero pronto se comprobó que era una idea carente de fundamento: la delincuencia no se llevaba escrita en el rostro. Sin embargo, en el caso de Luis Rubiales todo él destilaba un machismo recalcitrante. Por eso, cuando trató de dar aquella falsa disculpa, a los pocos días, ni dios se lo creyó. Ver aquel vÍdeo de perdones artificiales da mucho cringe hoy, cuando sabemos lo que pasó después: “No voy a dimitir, no voy a dimitir, no voy a dimitir”.

Por entonces escribí que Rubiales pertenecía a un mundo que estaba en desaparición, pero mucha gente me dijo que igual mi percepción era equivocada, y que ese mundo estaba vivito y coleando. Puede ser, sobre todo en ámbitos tan masculinizados como el fútbol profesional. El caso es que la cosa me llevó a reflexionar sobre cómo debería ser un señor en tiempos feministas, un hombre feminista, si es que tal cosa puede existir. Hay quien dice que un hombre solo puede ser un “aliado” del feminismo y no un feminista. Más allá de cuestiones terminológicas, y con permiso (una vez fui criticado en redes sociales por opinar sobre estas cosas), entiendo que los hombres no deben llevar la voz cantante en la materia de feminismo, como no la llevan, pero también creo que pueden comulgar perfectamente con las tesis feministas. De hecho, creo que es lo deseable: lo contrario es lo que produce sujetos como Rubiales, que “no se enteran” de lo que ha pasado en los últimos años.

(Inciso: con el affaire Rubiales ha entrado en el arsenal de la lucha verbal política acusar al otro de «no enterarse de nada». Digamos que el debate entra ya en el ámbito de lo cognitivo, llamémosle el «giro epistemológico» de la polarización: hay quien sabe lo que está pasando y hay quien no lo sabe).

La corriente de las nuevas masculinidades (véase, por ejemplo, Nuevos hombres buenos: La masculinidad en la era del feminismo, ed. Península, de Ritxar Bacete) promueve hombres preocupados por la injusticia en la brecha entre hombres y mujeres, pero también por ámbitos tradicionalmente asociados a lo femenino, como la crianza de los hijos o los cuidados en general. Además, las nuevas masculinidades son conscientes de que el patriarcado, si bien victimiza principalmente a las mujeres, tampoco le hace mucho favor a la mayoría de los hombres. Este último punto de vista, el del patriarcado como un opresor asimétrico, sí, pero transversal, me interesa mucho, porque creo que puede hacer al feminismo, en tanto que opositor al patriarcado, de interés para toda la sociedad y no solo de las mujeres.

Pensar en el patriarcado permite también conceptualizar el feminismo, además de como la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, como la lucha por el equilibrio entre los valores tradicionalmente considerados femeninos y los tradicionalmente considerados masculinos. Entre los primeros, el consenso, los cuidados, la sensatez, la prudencia, la cooperación. Entre los segundos, el ímpetu, la competitividad, la fuerza, la dureza. Está claro que el sistema actual se basa sobre los segundos, el capitalismo neoliberal es netamente patriarcal. Mientras que una alternativa de izquierdas, un mundo más matriarcal (insisto, según la distribución tradicional de valores), se podría basar en los primeros. Por eso me cuesta conceptualizar un feminismo de derechas.

Además, pensando en el feminismo como la reivindicación de esos valores, también lo podemos pensar como algo que apela a los hombres. Los promotores de las nuevas masculinidades entienden que las ideas patriarcales han llevado a muchos chiquillos a las trincheras de las guerras o a las peleas en las puertas de los bares o han obligado a muchos hombres a someterse a una virilidad tóxica en su vida cotidiana, a mostrar fortaleza e hipercompetitividad, a ocultar sus sentimientos bajo máscaras de hormigón armado. Esos hombres que, para mostrar cariño a los amigos, se dan golpes controlados y se llaman “cabrón”. Seguramente los hombres que mejor entiendan esto serán algunos homosexuales, perseguidos tradicionalmente por no encarnar los roles que el patriarcado tenía reservado para ellos.

Todo esto le sonará muy raro a personas como Rubiales (de raigambre socialista, por cierto), que encarna la masculinidad tóxica como un ejemplo de enciclopedia. Pero, como digo, hay maneras de entender el feminismo, hay nuevas masculinidades, que pueden apelar también a esos hombres que piensan que todo eso no va con ellos y que ponen con frecuencia los cojones sobre la mesa. Esos hombres que “no se enteran”.

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