Luna Miguel: lo importante queda entre el corazón y la vagina
No hay duda: Luna Miguel es con derecho propio uno de los nombres clave de la nueva escena poética y cultural de las letras españolas con cinco poemarios a sus espaldas –acaba de publicar ‘Los estómagos’ en La Bella Varsovia-, con los que ha tenido el más que merecido reconocimiento de la crítica y con los que ha introducido a un nuevo y joven público lector en el género de la poesía. Una poesía que mira al yo, que habla de una generación y del cuerpo de la mujer, del estómago, el corazón y la vagina, de la regla, los excrementos y el aborto.
Además, con su trabajo de periodista cultural desde la web de Playground y con su labor de dinamizadora cultural desde ese mismo medio y desde su blog, Luna Miguel se ha convertido en un referente como autora y como introductora de autores, principalmente norteamericanos e hispanoamericanos, desconocidos en España y provenientes de círculos editoriales independientes y minoritarios. Gracias, entre otros, a Luna Miguel, España descubrió la Alt Lit con Tao Lin, a David Mesa o más recientemente a Gaby Bess, cuyo poemario Post Coño ha publicado El Gaviero, la editorial poética que Miguel dirige junto a su padre.
“La poesía es fijarse en esto y en aquello, tal vez detenerse en lo que nadie se detuvo”, ¿así es la poesía para Luna Miguel?
Todo poeta o todo creador intenta decir algo que no haya sido dicho antes; sin embargo, esto no sólo es algo extremadamente difícil, sino algo imposible de lograr, no se puede decir nada nuevo. En este poema que citas trato de resumir lo que significa para mí la poesía: puesto que no es posible decir cosas nuevas, la poesía es y debe ser ante todo comunicación. Seguramente en esta afirmación peco de periodista, pero creo realmente que escribir un poema es contar, describir o evocar una situación para otro. Casi nunca escribimos para nosotros mismos y cuando lo hacemos es porque buscamos comunicarnos mejor con nosotros mismos, porque tratamos de entendernos mejor. La poesía es siempre deseo de comunicar.
Y tu poesía es un intento de comunicar desde un yo muy presente y desde la propia biografía, que impregna toda tu obra.
Siempre que escribo, mi biografía está presente, porque en mí la escritura responde a la necesidad de contar cosas que tengan relación conmigo misma, a la necesidad de explicar mis preocupaciones, mis sentimientos, a otros; escribo para mí, pero sobre todo para la gente que me rodea, me dirijo al amante, al amigo o, en el caso de Los estómagos, la segunda persona a quien me dirijo es un gato, mi mascota. Evidentemente no toda la poesía responde a este biografismo ni toda la poesía que me gusta como lectora es así, pero la que yo hago, la única poesía que sé hacer, o por lo menos la única que he podido hacer hasta ahora, es una poesía en la que intento hablar de mí.
Resulta interesante observar cómo actualmente tanto en poesía como en narrativa hay un predominio del yo y de la experiencia personal. Algunos hablan del género de la autoficción, otros de una literatura egotista, pero más allá de esto, ¿crees que una tendencia generacional?
Es posible que tenga que ver con el tiempo en el que vivimos. Durante mucho tiempo, la literatura egocéntrica o egotista ha sido condenada y, sinceramente, no creo que una literatura, ya sea prosa o poesía, que se vuelca en el yo deba condenarse; todo el mundo puede esconder en sí mismo y en su experiencia un mundo tan maravilloso y explotable que no requiera invención alguna. Por otro lado, incluso la literatura que narra desde la absoluta ficción las realidades más bestiales nace de frustraciones extremadamente personales; pienso por ejemplo en Stephen King: cada novela es una locura, un delirio y él mismo se declara como una persona con un yo muy agitado.
El propio King en ‘Mientras escribo’ habla de su proceso creador así como de sí mismo, como individuo y como escritor.
En Mientras escribo, el libro que prefiero de King, el yo predomina a lo largo del todo el texto y precisamente gracias al yo que allí se expresa es posible comprender el resto de obras de King. Con todo esto, lo que quiero decir es que me parece absurdo negar el yo en el arte, porque por muy alejado que el creador esté de sí mismo en el momento de crear, siempre parte de una preocupación cercana. Hoy en día, como tú misma comentas, vivimos un auge de la literatura del yo, parece que está de moda hacer autoficción o narrar las propias experiencias; si nos fijamos, de hecho, en los catálogos de las editoriales nos encontraremos, ya sea en España, en Europa y Estados Unidos, una preponderancia de obras del yo. No creo que esta tendencia sea mala; a fin de cuentas, todas las modas llegan para aportar algo nuevo, para resolver algo o para poner en evidencia determinadas cuestiones.
¿Crees que los blogs o las redes sociales, donde la exposición del yo es constante puede ser un detonante hacia este auge de obras del yo?
Es posible, en mi caso es seguramente así; yo empecé a escribir porque quería contar mis cosas en Internet. Con 11 o 12 años, empecé a escribir y anotar en un cuaderno lo que me sucedía, mis sentimientos, todas las sensaciones y experiencias propias de una adolescente; posteriormente, todas estas anotaciones escritas a mano dieron lugar al blog, donde además muchas de estas anotaciones se convirtieron en poemas que, finalmente, fueron reunidos y configuraron mi primer libro. Es innegable que las redes sociales y la exposición constante del yo que ellas promueven han acabado por convertir el yo en un tema literario muy importante en nuestro tiempo y no tenemos que pensar que el yo como tema debe ser una expresión egoísta o egotista; al contrario, el yo puede ser universal.
El yo poético es el yo que se convierte en tú, es decir, es el yo universal.
Efectivamente; hoy en día hay poetas, como por ejemplo Elena Medel o Berta García Faet, que parten de la experiencia personal para luego armar una poesía cuyo valor es universal. Chatterton, el último poemario de Medel, nace de una experiencia muy concreta: la finalización de una relación y el inevitable regreso a la casa paterna. En Chatterton se ve claramente cómo a partir de una situación muy concreta y muy personal, Elena Medel consigue hablar del desencanto y del fracaso de toda una generación, marcada por la falta de dinero y de trabajo y que está obligada a regresar a casa de los padres con casi 30 años porque la independencia es imposible. Chatterton se convierte así en un retrato generacional.
Si bien no es posible hablar de una generación homogénea de nuevos poetas, sí es cierto que lo que os acomuna a los poetas más jóvenes, nacidos entre finales de los ochenta y principio de los novela, es un sentimiento de desasosiego respecto al mundo y a la realidad que os ha tocado vivir.
Si la poesía es comunicación, entonces, inevitablemente, es también una forma de protesta y de queja. La protesta responde siempre a un sentimiento de desasosiego, de crítica y de incomodidad respecto a la realidad; hoy en día el sentimiento de tristeza y desasosiego forma parte precisamente de esta queja que nos acomuna. En cualquier poemario de Unai Velasco, de García Faet, de David Mesa, de Elena Medel, y de muchos otros, la queja y la protesta están presentes y no debe llamar particularmente la atención, puesto que lo que debe hacer el poeta es quejarse, es posicionarse a la contra.
Se trata, sin embargo, de una queja más existencial que explícitamente política.
A este respecto, recuerdo una charla en la que participaba el poeta mexicano Jesús Carmona Robles, incluido en la antología de jóvenes poetas mexicanos publicada por La bella Varsovia. Al final del coloquio, un espectador comentó que le resultaba paradójico que a lo largo de toda la charla se había elogiado la poesía, sus beneficios, su futuro esperanzador, mientras que todos los poemas de los poetas allí presentes se caracterizaban por el pesimismo y el desasosiego existencial. Ante este comentario, Carmona Robles respondió que esta aparente contradicción responde al hecho de que los poetas ansiamos la felicidad, pero no la encontramos a nuestro alrededor; Carmona comentó que la realidad que le rodea en su día a día en México, en Chihuahua, una de las zonas más violentas de todo México, es una realidad marcada por la violencia. Carmona relató cómo una noche, al regresar en coche junto a unos amigos, encontró tres cadáveres colgando de unas farolas; esto que resulta muy impactante es la realidad que se vive cada día en esa región de México.
Una realidad difícilmente comparable a la que aquí vivimos.
Sin duda, afortunadamente aquí en España la realidad es distinta y no alcanza esos niveles de violencia, pero nuestra realidad está también marcada día tras día por cosas deplorables y feas. Y sin hablar explícitamente de la crisis, de la pobreza, de la precariedad, este halo de tristeza producido por la propia realidad impregna la poesía. Me interesa la poesía que se deja impregnar por este halo y me interesan, en concreto, poetas mexicanos como Jesús Carmona Robles o David Mesa, cuya poesía no busca compadecerse, sino que habla de la tristeza para exteriorizarla y a la vez para buscar un interlocutor.
Contra el sentimentalismo y la autocompasión respondes con una poesía que se define por la visceralidad, incluso violencia, de la escritura.
La visceralidad de la escritura es una constante en mis anteriores poemarios, mientras que en Los estómagos he tratado en parte de corregirlo, he intentado que en esta ocasión la escritura fuese más procesada, menos visceral, sobre todo en comparación a la escritura en chorro de La tumba del Marinero. Dicho esto, sí es cierto que yo no tengo vergüenza de desnudarme en el momento de escribir; no me importa ser cursi o ser desagradable, porque creo que la vida es cursi y desagradable; lo que no quiero en absoluto es compadecerme, caer en la autocompasión. Quiero encontrar en la poesía la manera precisa y adecuada de ser cursi y de ser desagradable y plasmarlo en los versos.
¿Podríamos decir que tu poesía, al menos en parte, busca incomodar al lector?
Yo no quiero, al menos no de forma voluntaria, que el lector se sienta sólo incómodo; al contrario, quiero que se sienta comprendido, pero es cierto que utilizo determinados términos que resultan incómodos para ciertos lectores. Por ejemplo, el término “excremento”: en lecturas públicas me he dado cuenta de que al escuchar esta palabra, parte del público se sorprende o se incomoda, y sinceramente no lo entiendo. Teniendo en cuenta esto, sí que creo que es necesario utilizar ciertos términos y hablar de ciertos temas de forma explícita porque creo que debemos ser conscientes de que no es posible hoy en día seguir ruborizándose cada vez que se habla de sexo, de menstruación, de cambio físico o de aborto. Son temas muy serios que han sido tabú durante mucho tiempo y creo que deben ser tratados con toda la atención que merecen. En parte, Los Estómagos nace de este convencimiento: antes de escribirlo, busqué muchos libros que tuvieran como tema el acto de comer y apenas encontré ninguno, solamente alguno de Angelica Lidell, poemas sueltos de autores que me interesan, pero poco más. Yo quería dedicar un libro entero al aparato digestivo, tan real como metafórico.
En ‘Los estómagos’ dices que lo más importante está entre el corazón y la vagina y conviertes el estómago en metáfora de vida y de muerte.
Es habitual que todos nosotros nos interroguemos acerca de qué significa morirse, qué sucede después, pero nunca nos paramos a pensar que los animales que comemos mueren en nuestro estómago, éste se convierte en lugar de muerte y en el cielo de los animales. El estómago siempre ha sido, como tú indicas, metáfora de vida y de muerte; todo lo que nos pasa tiene sus reflejos ya no sólo en el estómago, sino en el vientre en general: el amor, el cariño, la tristeza… todo se concentra ahí. Porque el estómago es nuestro centro, es sin duda lo más importante y se encuentra precisamente entre el corazón y la vagina.
En castellano se dice que alguien tiene “mucho estómago” para indicar que soporta cualquier cosa, que se enfrenta a todo y lo asume todo.
Para leer poesía hay que tener estómago, y crecer implica tener estómago para soportar los golpes que te da la vida. Seguramente nuestra vida es más fácil de la de muchos que viven en contextos extremadamente más difíciles, pero creo que por lo general nuestra generación es una generación con estómago.
Y esta generación con mucho estómago de la que tú formas parte, parece estar decepcionada con el ser humano: como apuntabas antes, en ‘Los estómagos’ tu interlocutor es un gato, que, como diría Berta García Faet, se convierte en un sujeto ético.
Empecé a escribir Los estómagos cuando se coló por la ventana de mi apartamento un gato, que todavía hoy vive conmigo. Hasta entonces yo nunca había tenido animales y el hecho de tener, además de forma inesperada, un animal en casa, un ser con el que te tienes que comunicar a través de un lenguaje diferente, a través de miradas, gestos y olores, me descubrió un mundo que hasta entonces desconocía. La presencia del gato me apaciguó, cambió en parte mi manera de ser, hizo que dejara de comer carne, me convirtió en otra persona, me hizo más paciente, más humana. Por todo ello, la presencia del gato en el poemario como sujeto ético, porque el gato se convirtió en un interlocutor, un interlocutor que, además, me cambió como persona.
El gato adopta el rol de interlocutor y a la vez de observador: él es testigo de todo el doloroso recorrido vital y experiencial que realizas en el poemario.
Es observador y es también un punto de referencia para mí: si al inicio del poema le regaño, al final del mismo le pido que me enseñe a ser tan manso como él. El poemario, en cierta manera, refleja un viaje que inicia con una mirada algo desconcertada hacia el animal y que concluye con la conciencia de que ese animal te puede enseñar grandes cosas.
En el anexo, citas unos versos de Reinaldo Arenas: “Ya no tenemos mar, pero tenemos voz para inventarlo”. ¿La palabra como sustituta contra la ausencia?
En parte la frase de Arenas remite a la posibilidad de recordar y de hacer pervivir a mi madre a través de la escritura y en parte tiene que ver con mis deseos de ser madre y la consciencia de que mi hijo nunca iba a conocer a su abuela. Tengo la escritura, mis lápices para hacer revivir a Ana, mi madre, pero también tengo mi estómago para seguir creando vida; en el último poema, la muerte es contrarrestada por la vida, el estómago se convierte en el vientre que puede generar vida.
‘Los estómagos’ concluye efectivamente con la idea del embarazo y de una nueva vida, una vida que se trunca, como narraste en un reciente artículo, con un aborto espontáneo.
Nunca había pensado que me podía enfrentar a un aborto; cuando una desea ser madre, no puede imaginar en absoluto que se pueda perder al niño. Tras terminar Los estómagos, quería cerrar con un ciclo poético que había comenzado con La tumba del Marinero y que estaba caracterizado por el predominio casi absoluto del tema de la muerte, y tenía la intención de comenzar a hablar de la vida en El arrecife de las sirenas, que es la obra que actualmente estoy escribiendo. Sin embargo, una vez más la vida y la poesía se tiñeron de un halo de tristeza por culpa del aborto.
Recientemente, relatabas en un artículo de ‘Playground’ el aborto que habías sufrido, describías cómo había sido, el dolor físico y psicológico que supuso. ¿Temiste en algún momento estar exponiéndote demasiado hablando de esta experiencia?
Tuve este miedo y lo pensé en el momento de escribir la columna en Playground; sin embargo, cuando vi la respuesta de las lectoras, diciéndome que mi testimonio les había servido mucho en el momento de enfrentarse al aborto, me di cuenta de que no me había equivocado puesto que la columna había logrado su fin: apaciguar al otro, apaciguar a quien estaba pasando lo mismo que yo. Fue hermosa la respuesta de los lectores y es hermoso pensar en la vida que le queda a este texto, todo lo que puede ayudar a otras chicas que en el futuro pasen por lo mismo; creo que lo mejor de todo es que a través de esa columna pude normalizar el tema del aborto involuntario, decir a las lectoras que es algo más habitual de lo que podemos pensar y que es algo al que muchas nos enfrentamos. En cierta manera, lo mismo que buscaba con la columna sobre el aborto lo buscaba con mis poemarios hablando del cáncer: mostrar que son circunstancias que nos acomunan a todos, momentos duros a los que todos, aunque de forma distinta, nos enfrentamos.
La presencia del cuerpo y de temas como el embarazo, la regla, ahora del aborto, es constante en tu creación poética, así como en varios de tus artículos, ¿podemos hablar de una voluntad de mostrar esa parte del cuerpo de la mujer que suele ocultarse?
Desde siempre se ha tachado negativamente por obvio o incluso por guarro el hecho de hablar explícitamente de temas como la regla. No se trata de ser más o menos transgresores, se trata de hablar de temas que nos implican como mujeres, la poesía debe poder hablar de este tema, como hace por ejemplo Berta García Faet, porque es algo normal, porque el hecho de escribir sobre la regla implica normalizarla. Me parece sorprendente cómo para algunos la regla les parece un tema frívolo, cuando en cambio tiene unas connotaciones vitales importantísimas: la primera regla significa pasar de la infancia a una edad adolescente, casi adulta; la regla implica un cambio en el cuerpo, implica la conciencia de la posible maternidad. ¿Por qué un tema como la maternidad debe ser un tema sólo para las mujeres? ¿Por qué la regla debe ser un tema que no puede interesar a un hombre? No tiene ningún sentido.
¿Puede que en parte también seamos las propias mujeres quienes no queremos tratar ciertos temas o buscamos solamente un interlocutor femenino?
El error está por los dos lados: es erróneo pensar que el otro, en este caso el hombre lector, no va a entender esta realidad, este dolor… y también es erróneo encasillarse, pensar en que tu público lector es limitado o directamente no afrontar ciertas cuestiones.
Miedo, vergüenza…, ¿por qué todavía es tan difícil hablar de ciertos temas explícitamente y sin pudor?
En parte es porque tenemos miedo, tememos ser criticadas. Como te decía, yo tenía miedo en el momento de escribir la columna sobre el aborto porque pensaba que podía haber una comunidad de lectores que se podía enfadar, que algún familiar mío lo podría encontrar fuera de lugar o que los hombres que me rodeaban no iban a entender lo que significaba un aborto espontáneo. Al final, sin embargo, puesto que es una realidad tan sencilla y tan humana, el artículo no provocó crítica alguna; lo que sucede es que a veces nosotras mismas nos censuramos por miedo y no debería ser así: si antes he dicho que la poesía es comunicación, entonces lo que debemos hacer es comunicar lo que sentimos y lo que pensamos para encontrar un tema en común. Y precisamente el artículo de Playground me ha dado la posibilidad de hablar, ya sea con chicas como con chicos, sobre el tema y compartir experiencias.
En esta última parte de la entrevista quisiera cambiar de tercio y preguntarte acerca a tu labor como periodista y dinamizadora cultural: desde tu blog y desde ‘Playground’, llevas años promoviendo nuevos autores, descubriendo nuevas tendencias en la literatura, dando a conocer a tus contemporáneos…. Y lo haces precisamente en una época en la que parece haberse puesto de moda, no sé si como postureo, decir que “sólo se lee a los clásicos”.
Creo que se deben leer los clásicos y se deben leer los contemporáneos. A quien dice que no lee a los contemporáneos habría que preguntarle por qué entonces deberíamos leerle a él. Creo que en cuestiones de lectura, hay que ir variando, cambiando de autores, de geografías e, indudablemente, conocer a autores que nos precedieron; al mismo tiempo, hay que tener los pies en la tierra: hay que saber lo que se está haciendo, es imprescindible interesarse por lo que hacen los demás, puesto que no sólo te enriquece, sino que te ayuda a diferenciarte. A mí me interesa mucho lo que hace la gente de mi edad, sin embargo, este no es mi único interés, puesto que puedo aprender mucho de un autor de mi generación, pero aprendo, incluso más, de autores de más larga trayectoria. En los últimos meses, por poner un ejemplo, he descubierto al poeta iraní Mohsen Emadi, del que hablé recientemente en un artículo. No hay que encasillarse en nada: si realmente estás interesado en ser escritor, en ser editor, en promocionar la cultura desde el periodismo, tienes que leer un poco de todo.
Fuiste una de las primeras en hablar de la Alt Lit y sobre todo de Tao Lin, un autor muy controvertido, un autor que ha recibido muchas críticas, pero cuya obra has reivindicado como esencial.
Creo que hay que saber quién es Tao Lin, sobre todo porque lo verdaderamente interesante de Tao es todo aquello que ha surgido a partir de su literatura. Además, creo que debe pensarse la Alt Lit como una expresión más compleja a como se tiende a definir: se suele definir como la producción de un grupo de jóvenes deprimidos, pero en verdad es una literatura que refleja que detrás de ese aburrimiento hay una sociedad completamente enferma, una sociedad que a sus hijos de dos años ya les da antidepresivos o calmantes. Si la consideramos desde esta perspectiva, la Alt Lit es una respuesta a esa mierda de sociedad en la que ha tocado vivir a jóvenes como Tao Lin, y la literatura se convierte en la única manera de supervivencia. Tao Lin representa todo ello, lo que sucede no es tanto que no se haya entendido, sino que no se ha realizado esta lectura, se le ha visto solamente como un chico moderno que ha desembarcado en la literatura.
Es decir, propones realizar una lectura política.
Quizás Tao Lin no sea el más político de todos los autores de la Alt Lit; seguramente las obras de Sam Pink o Noah Cicero aceptan mejor una lectura política; de hecho, Cicero acaba de publicar con Pálido Fuego Pórtate bien, una novela extremadamente política. Lo interesante, sin embargo, no es sólo la cuestión política que, sin duda, está detrás de estos autores, sino observar que a través de su producción literaria y de la presencia y difusión de sus textos en Internet se ha creado una nueva escena en la que ya no es necesario que te publique Random House para salir en un periódico o para que te lean un gran número de lectores.
De hecho, en una ocasión definías la Alt Lit como “una burla a los sistemas editoriales de siempre”.
Yo he tenido la mayor suerte del mundo: encontrar a Elena Medel como editora; he sido muy afortunada de tener como editorial La bella Varsovia, que en todos estos años ha crecido de forma espectacular. Cuando empecé a publicar, ni tan siquiera tenía distribuidor y hoy es una de las editoriales de poesía mejor consideradas en España por toda la labor de difusión de nuevos autores que está realizando. En general, y no sólo en España, sino también en Estados Unidos y en América Latina, se está viviendo un cambio: las grandes editoriales siempre existirán, con probabilidad muchos autores que empiezan publicando en pequeñas editoriales terminen en grandes porque a todos nos puede el reconocimiento y el beneficio económico, pero en torno a todo esto está surgiendo un nuevo modo de publicación y de difusión de la literatura, sobre todo a través de Internet.
¿Y cómo ves la convivencia entre grandes editoriales y los nuevos circuitos de los que hablas?
Yo hablo desde mi experiencia, tras haber trabajado como becaria durante dos años en una gran editorial, donde pude descubrir lo que me gusta y lo que no me gusta de este mundo: no me gusta la presión por el dinero, pero me encanta la pasión que hay y que lleva a publicar a un autor mexicano como David Mesa que muy pocos conocen y vender pocos ejemplares de su maravilloso libro. Creo que en el actual contexto, debe existir la gran editorial, pero creo también que gracias a los actuales movimientos, las nuevas editoriales independientes y toda la literatura que se divulga a través de la red, se está llegando a jóvenes lectores que de otra forma no leerían. Hay muchos jóvenes que están leyendo a Elena Medel, muchos jóvenes que se han entusiasmado con Tao Lin; la cuestión no es que los lean a ellos, la cuestión es que gracias a ellos van a leer otras cosas, van a descubrir otros autores.
Ahora que mencionas a Elena Medel hay que destacar la excelente labor que ha realizado como editora de La bella Varsovia y su ya larga trayectoria poética.
Cuando Elena publicó su primer poemario tenía 16 años y yo 11; para mí, que era una niña que leía en su casa autores como Lorca o Vicente Aleixandre, ver que había alguien un poco mayor que yo que había publicado un poemario fue un descubrimiento y sobre todo una motivación para escribir. Casos como el de Elena o el de Tao Lin animan a los jóvenes a escribir, porque la poesía no es algo de un señor con barba encerrado en su escritorio y porque la poesía puede ser una comunidad que te ayuda a comunicarte, que te ayuda a escribir. Posiblemente, gracias a haber leído de adolescente autores como Bukowski, Elena Medel o Vicente Aleixandre, he sabido canalizar todo el dolor que he pasado con la muerte de mi madre. Gracias a la literatura he sabido canalizar esta experiencia y he sabido y podido comunicarme con otras personas que han vivido experiencias similares; lo que la literatura y la poesía han hecho por mí es impagable. Leer poesía es como escuchar una canción que te reconforta en los peores momentos.
Comentarios
Por Al, el 19 julio 2015
Suspenso para la «entrevistadora». Hay que arriesgarse un poco más!
Por Antoni, el 27 julio 2015
¡Qué coñazo! Cuánta «tinta» malgastan en esta mujer que no es ni poeta, ni es periodista, ni es nada.