Mamá, ¿falta mucho para volver a casa?
Nuevo relato de agosto de la serie del Taller de Clara Obligado para ‘El Asombrario’. “En la sala hay cuatro sillones. Enfrente mío está Rosa, que está aquí desde mucho antes que yo llegase. Me lo contó cuando estaba por mi tercera o cuarta sesión y me pidió que la ayudara a completar su crucigrama. Desde ese momento, una vez que Margarita me pone la vía, Rosa comienza a leerme en voz alta lo que dice el crucigrama y espera a ver si me sé la respuesta. Yo sé que lo hace para que nos distraigamos del dolor”.
Por SOLEDAD CARDOSO
Llego y voy corriendo al tercer sillón, el que está más cerca de la ventana, desde donde puedo ver el patio de una escuela. Este es mi sitio desde que llegue, antes de Navidades. Mis padres dicen que para las vacaciones de verano ya habrá pasado lo peor. Me remango la camisa cuando veo a Margarita acercarse con su bata blanca y su carrito. Miro de reojo a mamá; sé que esta parte le disgusta. Me quita el flequillo de la frente y me la besa tan fuerte que me la deja latiendo.
En la sala hay cuatro sillones. Enfrente mío está Rosa, que está aquí desde mucho antes que yo llegase. Me lo contó cuando estaba por mi tercera o cuarta sesión y me pidió que la ayudara a completar su crucigrama. Desde ese momento, una vez que Margarita me pone la vía, Rosa comienza a leerme en voz alta lo que dice el crucigrama y espera a ver si me sé la respuesta. Yo sé que lo hace para que nos distraigamos del dolor.
Es viernes, es el día que voy solo con papá. Así lo dice el calendario que colgaron en la nevera, donde antes estaba el de mis actividades extraescolares. Está muy callado, no hizo chistes en el camino al hospital. Hace tiempo que mis padres ya no son lo que eran, y sé que es mi culpa. Los escucho discutir más por las noches, cuando creen que estoy dormido. Soy hijo único y siempre me gustó, aunque ahora quisiera tener un hermano, que los mantuviera distraídos.
Hoy, antes de ir, pasamos con mamá por un kiosco. Le dije que quería comprarle un crucigrama a Rosa. Elijo uno que dice “nivel avanzado”, me divierte pensar en lo que me dirá cuando se lo dé. Cuando entramos por la puerta de la sala, veo a Margarita sentada al lado de Rosa, cogiéndola por la muñeca. Está pálida. Mejor se lo damos otro día, hijo. No le hago caso. Suelto su mano, y corro a dejarle la revista.
Entro a la sala y noto que están todos inquietos. Me siento en mi sofá, pero Margarita no viene. Me quedo mirando a la puerta pensando que ojalá que hoy no venga y me salte esta sesión, cuando veo entrar a mi maestra, que aparece junto con todos mis compañeros de curso. Me traen dibujos, que me entregan uno a uno, sonriéndome nerviosos y sin decir mucho. Mis padres y Margarita me miran contentos desde un rincón. Les sonrío; no quiero que noten que me da mucha vergüenza que me vean aquí.
Hoy tengo tanto tanto sueño, que apenas me doy cuenta cuando Margarita logra poner la medicación en la vía. No sé si ya no duele, o si me duelen otras partes más que ahí. Mamá me besa la frente. Ya no hay flequillo.
Los árboles empiezan a florecer y sé que estamos en primavera porque lo aprendí dos cursos atrás. Papá parece triste al escuchar mi deducción. No lo entiendo, antes me alentaba cuando le demostraba lo que aprendía en clase. Cuando comenzó todo esto, la abuela y los tíos me llenaron de nuevos juguetes y libros, “para que no te aburras”, me decían. En aquel momento no me preocupaba qué iba a hacer las mañanas que estuviera allí, todo era nuevo y faltar a clase me divertía. Ya han pasado varias semanas y estoy muy cansado, me distraigo mirando por la ventana hasta que los niños salen al recreo y ya sé que falta poco para volver a casa.
Llegamos y Rosa ya no está. Margarita entra a la sala con su carrito y mamá corre hacia ella. Creo que no la había visto abrazar a alguien así que no fuera la abuela o papá. Les pregunto qué sucede y se miran. La última vez que vi a Rosa, antes de San Juan, me dijo que le quedaban muy pocas fuerzas, me cogió de las manos, y sentí como una energía muy suave pasaba de sus manos a las mías.
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