Manu Brabo: “Con esta exposición busco que la gente salga jodida”
Nos adentramos en ‘Un día cualquiera’, la primera exposición en solitario del fotoperiodista Manu Brabo, ganador del premio Pulitzer 2013. Su trabajo tras siete años cubriendo guerras en Oriente Próximo se muestra de la mano de National Geographic hasta el 3 de diciembre en La Neomudéjar de Madrid.
¿Qué busca un reportero de guerra? ¿Fama, reconocimiento, aventura, justicia? ¿Un poco de todo? “Yo con esta exposición busco que la gente salga jodida”. Comenta Manu Brabo (Zaragoza, 1981) con una sonrisa un poco cansada. Nos atiende después de un día entero de promoción justo antes de inaugurar la primera retrospectiva de su trabajo como fotógrafo de guerra titulada Un día cualquiera. Retrospectiva parece una palabra que queda un poco grande para una persona que no llega a los 40 años. “Realmente se trata de mostrar el trabajo de los últimos siete años en Oriente Próximo”, matiza rodeado de los rostros que sus fotografías han inmortalizado para siempre sin saber qué les deparó el futuro. Pese al peso de todas las muertes, violencia y desesperación que ha registrado su lente y su retina, Brabo parece pertenecer más a ese mundo que saltan de sus imágenes que al que nos encontramos ahora, rodeados de camareros e invitados a la inauguración. Es fácil creerle cuando dice que le resulta “más fácil” colarse “en el checkpoint del Estado islámico que hacer esto”.
Retrocedemos en el tiempo para volver a esos días en los que decide ir por primera vez al frente de una guerra y esa motivación que le hace volver una y otra vez. “Quizá que exista el riesgo de que te disparen tiene su punto”, se mofa; pero retoma la seriedad para afirmar con contundencia: “Quien diga que va allí solo por amor a la humanidad es un gran embustero”. Las que no mienten son sus fotografías. La mayoría de ellas publicadas, pero también las hay inéditas: el sangriento aplastamiento del depuesto presidente Morsi en Egipto, los momentos de descanso en la lucha armada en el Kurdistán iraquí o el largo peregrinar de los que huyen de la violencia del Daesh en Siria. Una evolución del propio Brabo que se muestra tanto en su trabajo profesional como en su posicionamiento en el mundo. “Ahora sé que mi objetivo es mostrar todo lo que pasa y que la gente deje de mirar para otro lado”.
Es fácil que en la conversación salgan dos hitos en su experiencia como fotógrafo de guerra, que traspasan las fronteras profesional/personal. El primero, su detención en Libia en 2011. Ni su madre, familia, amigos o colegas sabían dónde estaba. Se temía lo peor, ya que se encontraba en medio de duros enfrentamientos que se cobraban la vida de decenas de civiles cada día. Al final se supo que había sido detenido por el Ejército de Gadafi junto a tres periodistas más y que fueron acusados de entrar en el país de forma ilegal. Mientras toda la sociedad se movilizaba para pedir su inmediata liberación, el gobierno español mantenía silencio y se hacían un poco más visibles las condiciones de precariedad e inseguridad en las que se mueven los periodistas y fotógrafos freelance. Brabo, como muchos otros, entró en Libia con el dinero contado y sin saber si alguien le compraría sus imágenes. Consiguió que se las publicaran, aunque la repercusión de su cautiverio no tuvo los efectos que cabría suponer en cuanto a las condiciones laborales. “A mí, la agencia EFE no me pagó el dinero hasta que no salí de la cárcel y se lo reclamé. Incluso cuando les pedí las fotos, me las devolvieron en baja resolución y con marca de agua”.
¿Y después de que ganara el premio Pulitzer en 2013? Tampoco. “No siempre el reconocimiento se traduce en más trabajos o en mejores condiciones laborales”. E insiste en que la queja no es ya por tener más ceros en la cuenta del banco. “Volvemos a lo mismo. Cada vez que recortamos en el dinero repercute directamente en nuestra seguridad. Entre contratar un coche blindado o uno más barato te puede ir la vida”. Aun así, sabe perfectamente que no se trata de una lucha sindical. “Por supuesto que me gustaría que hubiera más cultura visual, que pudiéramos marcharnos asegurados, pero si te detiene eso, mejor no vayas”. Y es que en el deseo de Brabo siempre estuvo el objetivo de cambiar el mundo. Usando un símil futbolístico, explica que en el frente se pierde rápidamente ese punto naif en el que crees que puedes cambiar todo de un día para otro para pasar a conformarte con la “medalla de plata, luego la de bronce, y al final simplemente con no descender”. “Hay que quedarse con los pequeños cambios que se consiguen, con que te escriba alguien diciéndote que gracias a tu trabajo ha descubierto una nueva forma de ver algo. Pequeños premios que, ya maduro, te das cuenta de que también valen, aunque sean goles por la escuadra”. Cuando le insistimos en su afición por el fútbol, explica que no le gusta, pero que es una forma de que la gente entienda lo que dice. “Si me gustara el fútbol no sería del Sporting de Gijón”, dice soltando una carcajada.
La muerte de Foley: un punto de inflexión
Otro hito que marcó la carrera de Brabo fue el asesinato de James Foley. Además de haber compartido con Brabo la experiencia del secuestro/captura por Gadafi en 2011, los dos periodistas se hicieron grandes amigos. Un años después, en 2012, Foley volvió a desaparecer. Esta vez mientras retrataba los combates en Siria. Durante meses no se supo si estaba retenido por el Ejército de Bashar Al Asad, por sus detractores o por el Estado Islámico. Hasta casi dos años después públicamente no se supo que lo tenía el Daesh y lo hizo con un vídeo en el que lo decapitaba en directo. Una secuencia que heló la sangre del mundo entero y que rompió el interior de Brabo. Él mismo ha confesado que le costó volver a hacer fotos después de aquello. “Luego te das cuenta de que ellos han dado la vida por un trabajo en el que creen, y echarnos atrás sería venderlos”.
Todo esa reflexión pesa en la selección de fotografías -que hasta el 3 de diciembre se puede ver en La Neomudéjar de Madrid- que gracias al tiempo y mimo que le ha podido dedicar expresan lo que ha querido Manu Brabo. “La idea era contar el proceso en total. También quería confundir a la gente y que pensara que era un mismo conflicto. Quería que la gente entendiera cómo ha afectado de fronteras para dentro, cómo mirar para otro lado hace que tengamos esta posición frente a los refugiados. Y, sobre todo, quiero que la gente salga removida, que piense lo que supone pasar un día en la piel de estas personas”. Todo ello lo consigue con imágenes publicadas en agencias, en medios de muchos países, más otras inéditas. Algunas porque el propio autor se las guardó para él y otras porque vio que no encontraría hueco en la prensa hoy día. Sobre ello le preguntamos si ahora, con los medios digitales, hay más posibilidades para la fotografía de guerra de calidad y nos sorprende con un rotundo ‘no’. Habla de censura, de postmodernismo y de un conservadurismo llevado a las últimas consecuencias. “Por eso es mejor guardar algunas fotos, mostrarlas en conjunto, sacarles lo mejor de ellas con el tiempo”.
Cuando le preguntamos qué opina de que le consideren uno de los mejores fotógrafos de guerra actuales, aparta la vista. “Te puedo decir una docena de fotoperiodistas de los que aprendo cada día que me dan mil vueltas. Yo creo que por alguna cosa, sobre todo por bocazas, he tenido más tirón mediático”, haciendo referencia al reconocimiento que su trabajo ha tenido estos últimos años y que ha llevado a que National Geographic se fije en su obra para esta exposición. “Este curro es hacer las fotos, pero también moverlas, presentarlas, hacer de editor, de relaciones públicas, de merchandaising. No es bonito, pero si todas estas cosas me permiten enviar el mensaje que quiero, sin filtros, me compensa”. ¿Y los demás reporteros son así?, le preguntamos. “Ahora hay mucho fotógrafo que su intención es ser un rockstar. No tienen cultura visual, las motivaciones que tienen no las sé y llegas a la conclusión de que solo buscan un nombre. No creo que un buen fotógrafo de verdad tenga como motivación ganar premios”.
Guerras medioambientales, próximo destino
En esa mirada retrospectiva de siete años de vivir frente al caos, de mirar dentro de la mayor desesperación, preguntamos a Brabo por su futuro. Reconoce que no mira mucho más allá del día a día. “Ahora necesito descansar, pero quiero enfocarme en problemas derivados de crisis ecológicas. Cuando cubrimos una guerra ya hay poco que hacer, pero si trabajamos de manera preventiva quiero pensar que nuestro trabajo puede ser más efectivo. Quiero motivarme así”. Hablamos de los activistas por la tierra asesinados, como Berta Cáceres , o de aquellos pueblos enteros que se juegan la vida frente a grandes corporaciones para defender su bosque, su selva o su agua. Guerras también que se han cobrado muchos muertos. Es peligroso, lo sabe, pero añade: “En mi tierra y durante muchos años, los mineros entraban en la tierra sin saber si iban a volver a casa. Eso sí que es jodido”. ¿Entonces el peligro atrae? ¿Cómo hace Manu Brabo para mantenerse a salvo? “Tienes que saber dónde estás. Si vas en un coche en Ucrania con neonazis, intentas no hablar de política. Si estás en una habitación con yihadistas, no hablas de religión. Aunque esto no te asegura que no te vayan a cortar la cabeza”.
‘Un día cualquiera’, de Manu Brabo, hasta el 3 de diciembre en el centro de artes de vanguardia La Neomudéjar de Madrid.
La muestra se enmarca dentro del especial de programación que National Geographic ofrece en noviembre sobre el contexto político mundial surgido tras el 11-S y que culmina con el estreno en exclusiva de la serie ‘El largo camino a casa’.
Comentarios
Por Miguel Buendía, el 08 noviembre 2017
Muy interesante y revelador el artículo. Gracias.