Manuel Rivas: “¿Qué mundo es éste donde no se puede hablar de paz?”
El escritor Manuel Rivas acababa de publicar su obra ‘Detrás del cielo’ cuando ha recibido el Premio Nacional de las Letras Españolas 2024, un reconocimiento que le llega después de una inmensa carrera como periodista, novelista, poeta, guionista (también tiene un Goya por ello). Pocos días antes de la noticia, hablábamos de esa novela negra en la que la vida y la muerte se entrelazan en un mundo habitado por jabalíes, lobos, cazadores –que encarnan el poder depredador y machista– y mujeres que habitan en un prostíbulo bautizado como El Edén, entre los individuos poderosos y destructivos y los seres creativos que son capaces de resistir sus embates. Rivas se define como optimista, pero entre sus palabras se trasluce su enfado con un mundo que camina para atrás en derechos mientras avanza hacia el abismo climático.
Desde que comencé a leer la novela tuve la sensación de que es presente y pasado al mismo tiempo, que la jornada de caza que nos relatas bien podría ser de ayer o del siglo pasado.
Sí, la historia puede estar pasando ahora mismo. El eje es una jornada de domingo para una cuadrilla de cazadores. El propio narrador, un personaje llamado Dombodán, se mueve en el tiempo presente y en el pasado recordado. Ese día, los cazadores van a abatir al Solitario, un viejo jabalí de los que se dan en la naturaleza cuando, a determinada edad, algunos se alejan de la manada y dejan de luchar por el liderazgo. En las piaras suelen mandar las hembras, pero no es este caso. Y en el mismo escenario hay otro solitario, un lobo joven que también busca en soledad su espacio, el Divagante, porque, igualmente, no quiere luchar por el liderazgo de su manada con otros jóvenes.
¿Por qué nos llevas ‘Detrás del Cielo’?
La comarca es Tras do Ceo, en gallego, por eso el título en castellano es Detrás del cielo, literalmente. Es un espacio real y a la vez la vez imaginario, una psicogeografía. Está hecho con elementos de diferentes comarcas. Tiene las montañas de los Ancares y costa y un hermoso bosque de acebos al que, en la novela, van dos mujeres senderistas, de lo que resulta que la cacería del animal se convierte en una cacería humana. En definitiva, es una metáfora de Galicia, de España y del mundo.
Y luego la caza, entre la niebla, una actividad depredadora escondida en el bosque.
El libro comienza con los preparativos de una cacería, que al principio se para porque hay una niebla muy densa que no estaba prevista. Es como si la naturaleza se quisiera proteger, buscara evitar lo que va a pasar. Eso pone muy nerviosos a los cazadores, porque ahí escondido está el trofeo que desean abatir, el jabalí, y se encuentran con una especie de conspiración de la naturaleza que está presente a lo largo de todo el libro. Es un lugar bucólico, idílico, mientras que el grupo de cazadores encarnan el poder depredador y machista. Y en ese lugar contemplativo, de repente, caen todos los conflictos, externos e internos. Y la realidad comienza a tambalearse justo cuando aparecen dos senderistas mujeres, madre e hija, camino del bosque de los acebos y por un accidente se encuentran con los cazadores y se desata una violencia verbal que anticipa otro tipo de violencia.
En el fondo es un retrato de la sociedad en diferentes personajes.
El jefe de la batida representa el poder déspota, que manifiesta a través del lenguaje. La primera manifestación del poder no necesariamente es una violencia física, sino un terror semántico, la palabra del orden, del querer mandar. Son personas que utilizan el lenguaje para controlar las mentes de los demás, que tienen formas seductoras de dominar, como ocurre a través de la propaganda, la manipulación y la desinformación. Lo vemos ahora con el control de las mentes a través del tecnofeudalismo del que nos habla en su libro Yanis Varoufakis. Me gustó cómo describe que estamos viviendo un regreso al pasado, pero con máquinas del futuro, un mundo retrofuturista que también en la novela está presente. Paradójicamente, quien más sale en el libro es el narrador, Domodán, el joven que maneja la tecnología, un tipo de apariencia simplona. Al principio pensé en ser yo el narrador omnisciente, pero no me convencía. Y pensé en recuperar a Domodán, que aparece en un libro de relatos de 1989, Un millón de vacas. Es un mozarrón de pueblo que hace lo que le mandan, sin cuestionarse nada, pero a la vez es quien maneja el Chisme, que es el móvil. Y resulta ser el que más sabe de tecnología. Es una imagen del mundo que vivimos, sin una línea clara entre lo rural y lo urbano, un mundo híbrido.
Hasta que en el mundo rural se llega a donde se acaba la cobertura….
Pues sí, y hay un momento en la novela en el que los móviles dejan de funcionar porque, como en Galicia, hay muchas zonas de sombra. Yo mismo viví en una de esas zonas siendo corresponsal de El País. Entonces pasaba las crónicas desde la cabina de un bar, con fichas. Volviendo a Domodán, el tonto útil, igual es guía de caza que jardinero en el prostíbulo El Edén, un lugar de esclavitud que con el confinamiento es precintado y recupera el nombre verdadero: del lugar de subasta de mujeres pasa a ser un paraíso.
Lo que parece es que tus personajes de la naturaleza, el jabalí o el lobo, no quieren liderar, pero no sucede lo mismo con los humanos cazadores.
En la obra de Antígona, el coro dice: “Hay muchos seres extraños en el mundo o muchas cosas extrañas en el mundo, pero el más extraño es el ser humano”. Lo que puede haber en la naturaleza es lucha por sobrevivir, pero lo que hace el ser humano hoy, además innecesariamente, es cazar como actividad deportiva, no por comer. Desde luego, más deportivo sería que fuera con una cámara de fotos: es más difícil fotografiar a un animal que matarlo. A mí me resulta extraordinario que todavía exista vida salvaje con la guerra que hay contra ella, tan acelerada y con maquinaria tan pesada. Me fascina. Siempre nos la presentan como una lucha por sobrevivir y dominar al otro, pero también hay seres como el jabalí El Solitario, el lobo Divagante o el delfín Gaspar, que se dedicaba a mover las anclas de las barcas, un saboteador.
Esa historia del delfín es real, ¿no?
Es que es una novela de ficción, pero trufada de historias reales. Para mí la imaginación es una vía hacia la realidad, no es una fuga de esa realidad; permite asomarse a aquello que no está bien visto porque está oculto o porque es molesto. Y el delfín Gaspar sí que existió. También hay un personaje que es capitán de yate que habla de que las orcas atacan a barcos por venganza, y es verdad. Hoy se habla muy poco de esta resistencia animal. No es solo que la naturaleza viva nos grite que está sufriendo, es que realmente está en emergencia y tienen actos de resistencia. Por otro lado, sorprende el poco interés que los animales tienen en conocer al ser humano, no sienten ninguna curiosidad. Y también cómo el miedo es una cultura heredada: hay animales que nunca vieron a una persona y cuando la ven, saben que tienen que escapar, desde el más grande al más pequeño.
Otro personaje que habita detrás del Cielo es El Otro y se enfrenta al dominante. ¿Cómo lo hace?
Su nombre es Antón, de apodo El Otro, y es el padrino de Dombodán. Este es el personaje que encarna el humor. Tiene discusiones con el padre de Dombodán, un tipo de pulsión autoritaria, muy déspota. Antón le dice que hay animales que por ser inteligentes no quieren mandar, pero al padre no le entra en la cabeza. El Otro encarna esa especie en extinción que es el humor, que es lo que desarma al poder. El Otro tiene un pensamiento anarquista, ese humor popular de la novela picaresca, del carnaval, cervantinos. Me llama la atención lo poco cervantinos que somos ahora.
¿Quieres decir que hemos perdido el humor?
Me da la sensación de que las élites culturales, la alta cultura, es muy poco cervantina, una tradición que sí ha mantenido el ingenio popular. Andrés Trapiello se enfadó mucho conmigo cuando lo dije, pero es verdad: alguien se puede saber El Quijote de memoria y ser poco cervantino. Al principio, quien toma las riendas de la novela es un personaje que me golpea, el defendido por el conservadurismo y la extrema derecha. Carl Schmitt, el abogado nazi, dijo: “Caín mata a Abel, así comienza la historia del mundo”. Y gran parte del desarrollo de la novela responde a eso: la historia humana comienza con un crimen y es una sucesión de guerras y batallas. El hombre, como un asesino en serie de la naturaleza. Pero hay un cuento anterior si situamos el comienzo en El Edén con una Eva rebelde comiendo fruto prohibido.
¿Y en la novela hay rebeldía contra la injusticia?
El Otro la hace a través del humor, contra la injusticia y contra la muerte. Él representa la pulsión creativa. Y esa es la verdadera historia del mundo: la lucha entre la excitación destructiva y la creativa. Ahora tenemos la sensación de que se expande la destructiva. Hasta hace poco el debate era que otro mundo es posible, a raíz de la Cumbre de Río, de la caída del Muro de Berlín, y se hablaba de ecología, de una Europa como lugar de los derechos y el bienestar, incluso se pedía perdón por el pasado colonial y se hacía autocrítica. Pero ahora ese espacio está siendo ocupado por la excitación destructiva. Vivimos un momento en que no se habla de la palabra paz; tenemos ministros de Exteriores, cientos de diplomáticos por el mundo y ha desaparecido esa palabra. ¿Qué mundo es éste donde no se puede hablar de paz? Está funcionando la estrategia de Trump, atacar y no pedir disculpas nunca. Si acaso mirar a otro lado.
Eso suena muy desesperanzador.
Yo suelo ser optimista, pero al escribir este libro me dio palizas ser pesimista. Solo El Otro salva el humor que desarticula al poder y lo pone en evidencia. Ese humor es la expresión de la libertad, pero esa palabra tan corroída, como el delfín Gaspar o el lobo Divagante, siempre se escapa. No puede ser libre si alrededor hay gente que pasa hambre, que es masacrada. La libertad de dominar no es libertad, como el derecho a la ignorancia no es cultura.
¿Crees que el mundo de la cultura en general se implica lo suficiente en esta crisis general de valores?
Me parece que nunca fueron muchos los que se jugaron la cabeza. Hasta en el caso Dreyfus le apoyaron una minoría de intelectuales. Ahora, en Europa, vemos que los que estaban en el centro se ha ido tan al extremo que están hundidos en la derecha. ¿Cómo es posible que se hable de campos de deportación en España o de crearlos en África? Son delirios de barra de bar. Es terror semántico.
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