Margarita Alexandre, el rescate de una cineasta (casi) secreta

Margarita Alexandre, en una imagen de juventud. Fotografía cedida por la Filmoteca Española.

Nueve películas como actriz, tres como directora y productora, y otras diez como productora compendian la casi secreta e intensa vida cinematográfica de Margarita Alexandre (1923-2015). En 1979, cerca de los 60 años, desapareció del cine y, salvo excepciones, casi nadie la recordó. Hasta este año, en que se cumple el centenario de su nacimiento. La Filmoteca Española le dedica durante marzo un pequeño ciclo y la editorial Pre-Textos tiene previsto publicar sus memorias. Junto a Ana Mariscal fue la primera mujer directora del cine realizado durante el franquismo. Su carácter inconformista, “salvajemente libre”, como proclamó ella, la condujo a una existencia errante. Se exilió en Cuba. Abandonó la isla al cabo de 12 años y recaló en Italia, hasta que a la muerte de Franco volvió definitivamente a España. Evocamos aquí su vida independiente y aventurera y reivindicamos su legado personal y artístico.

Margarita Alexandre “imponía sin imponer nada; era algo misterioso el entendimiento que tenía con la gente. La querían mucho. Era una mujer echada para adelante, que no se arredraba ante nada”, recuerda su hijo, el coleccionista y galerista Alfredo Melgar. Esa capacidad de entendimiento la aprovechó Alexandre durante su larga vida de cineasta para convencer a unos y a otros, para activar la intendencia de las películas que dirigió y produjo en un tiempo en que la presencia de una mujer comandando la compleja maquinaria del cine movía a extrañeza, a rechazo.

Su trayectoria fue poco convencional, “llena de discontinuidades, de vacíos”, explicó Sonia García López, profesora de la Universidad Carlos III, en la presentación del ciclo que dedica durante marzo la Filmoteca Española a la productora, directora y actriz española. En él se proyectan las tres películas que dirigió (Cristo, La ciudad perdida y La gata) y la más importante entre las que produjo, La muerte de un burócrata, del cubano Tomás Gutiérrez Alea.

Su primer oficio fue el de actriz. Tenía 18 años cuando el equipo de producción del filme Tierra y cielo, de Eusebio Fernández Ardavín, dio con ella en la Alianza Francesa, donde estudiaba. Buscaban a una joven que se asemejara a la Inmaculada Concepción del cuadro de Murillo para una fugaz aparición en la película. Este encuentro fortuito con el cine en 1941 encauzó inesperadamente su vida. Pero no en la interpretación, que a Alexandre le interesaba menos que aquello que ocurría detrás de la cámara. Hizo pequeños papeles, y uno protagonista, en nueve películas durante la larga posguerra, mientras absorbía el trabajo de producción y el de puesta en escena, contratada como script y observando el modo en que se conducían Edgar Neville, Ladislao Vajda o Hugo del Carril, tres de los cineastas que la dirigieron.

Su aprendizaje creció también en incontables sesiones de cine-club. “Aquellos lugares fueron nuestro alimento y la manera de asomarnos al cine que nos interesaba”, le contó a Sonia García en El cuerpo y la voz de Margarita Alexandre, un libro de conversaciones con la directora española. Con esa inconsciencia que la empujaba en un país pobre, triste y hambriento se fue haciendo con aquel entramado de quehaceres, ficciones y liberalidad. “En la vida no tenía tanto interés, en el cine sí; pero tampoco sé mucho por qué [se dedicó al cine]. Yo soy así. Improviso siempre un poco en la vida”, le dijo, ya nonagenaria, con espléndido vigor y consciencia, a Fermín Aio en el documental Margarita Alexandre, estrenado en 2017, dos años después de la muerte de la cineasta.

Mientras tanto, se había casado con un aristócrata, Juan José de Melgar, “un hombre especial que yo quise hasta el final”, dijo. A su compromiso con De Melgar él lo llamó “pacto de caballeros”. Ella tendría toda la libertad que quisiera. “Y por alguna extraña razón decidí embarcarme en aquella aventura” del matrimonio. Pero en 1952 se produjo otro de sus encuentros decisivos. Conoció al crítico de cine Rafael Torrecilla y juntos armaron la productora Atavira Films (a la que posteriormente llamaron Nervión). “Después ya fue mi compañero eternamente. Apareció en mi vida y nos pusimos a hacer películas. Nunca fuimos otra cosa que productores heroicos. Vivíamos a golpe de letras”, recordó Alexandre.

Los tres filmes que produjeron llevarían las firmas de ambos, una especie de colaboración como la de los hermanos Coen, en la que ella ejerció labores de dirección de actores o el montaje, y él la parte técnica y organizativa. Se rodearon de un sólido equipo, con Juan Mariné como director de fotografía; Enric Alarcón como decorador, y el dramaturgo Alfonso Sastre como guionista. Debutaron con Cristo, un insólito experimento: un documental sobre la vida de Jesucristo elaborado mediante imágenes de obras de arte tomadas de pinacotecas y colecciones privadas, que funde el documental, el filme de animación, el cine religioso y la historia de la pintura. “Es una película que yo estimo mucho. No por el tema religioso; pretendíamos hacer una película puramente artística, un documental de arte”, relató Alexandre.

La directora y Rafael Torrecilla, junto al clérigo Juan Justo Pérez de Urbel, en la preparación del documental ‘Cristo’. Fotografía cedida por la Filmoteca Española.

Imagen de ‘La ciudad perdida’. Cedida por la Filmoteca Española.

La repercusión de Cristo, que recibió el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos, favoreció que Alexandre y Torrecilla realizaran su segunda obra: La ciudad perdida, adaptación de una novela de Mercedes Fórmica. De nuevo, un experimento, no tanto formal como en su contenido, ya que narraba el regreso de un republicano a España para cometer un atentado y se enamora de una mujer de clase alta. La cineasta tuvo una mala experiencia con el filme. Recordó las esperas interminables en los pasillos del edificio de la censura, las mutilaciones del guión… “A los censores les preocupaba más la pareja que la política. El problema era el acercamiento amistoso de esta señora con el comunista”, le contó a Sonia García. “Querían prohibir la película”. Su interés se pierde por momentos debido a unos desafortunados insertos cómicos protagonizados por el personaje del mayordomo de la aristócrata, “metidos para rellenar”.

La ciudad desierta casi arruinó a la productora, de modo que Alexandre buscó un tema alejado de la política y la ciudad, y narró en La gata la historia de una mujer en el campo andaluz, “dueña de su deseo”, apunta García, “que no se somete a la autoridad”. Protagonizado por Aurora Bautista y Jorge Mistral, La gata fue el primer filme en cinemascope y en Eastmancolor rodado con capital español, que el fotógrafo Juan Mariné resalta en sus mejores imágenes, las documentales que describen las faenas del campo en una finca de toros y un festejo taurino en el coso de Sevilla.

En 1959, Alexandre y Torrecilla rompieron con la censura, con el asfixiante aire moral de la dictadura (a ella la señalaban en Madrid por la doble relación que mantenía con su marido y con Torrecilla) y decidieron trasladarse a México. A la espera de que les concedieran en Nueva York el visado para pasar a México, se encontraron con el productor mexicano Manuel Barbachano. Acababa de estallar la revolución cubana y les convenció de que se fueran con él a Cuba. Allí, Alexandre encontró trabajo en el recién creado Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) instruyendo a jóvenes universitarios que iban a convertirse en los grandes directores de la isla, como Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa. Su primer encargo fue arreglar el guión de La vida comienza ahora, de Vázquez Gallo. “Y luego, en el rodaje, pues medio codirigí con él”. En Cuba produjo siete películas, especialmente tres de Gutiérrez Alea; pero sobre todo ese retrato de la dictadura perfecta que es la burocracia en la cómica y angustiosa La muerte de un burócrata.

“Ella se entusiasmó con la revolución. Conoció a Fidel Castro”, rememora su hijo Alfredo Melgar a El Asombrario. Ese contagioso entusiasmo, sin embargo, iría mutando poco a poco. Dos de sus producciones, cortos de Octavio Gómez y Fernando Villaverde, sufrieron la censura. Sonia García explica que la directora y productora española compartía la misma posición que Gutiérrez Alea: fidelidad a la revolución y defensa de la libertad para crear. “Algo que se volvió inconciliable y que condujo a algunos de sus defensores, como Fernando Villaverde y Néstor Almendros, a exiliarse”. A ella no le renovaron su contrato con el ICAIC. De modo que decidió abandonar; pero la burocracia de la dictadura fue dilatándole el permiso para salir de la isla. Lo obtuvo en 1971, cuando llevaba unos cinco años sin producir una película, y se marchó a Italia.

En la región de la Toscana llevó “una vida plácida”, según le refirió a Sonia García. Pero enseguida estaba planeando nuevos proyectos: junto a Torrecilla apoyó la inolvidable editorial El Ruedo Ibérico, fundada en el exilio en París por el anarquista José Martínez, y financiaron la edición de El asesinato de García Lorca, de un joven Ian Gibson, y Operación Ogro, el relato sobre el asesinato cometido en 1973 por ETA contra el almirante Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno entonces. Alexandre quiso convertir ambos libros en películas. Para el de Gibson habló con Luis Buñuel; pero el artista aragonés lo rechazó: “Lamento que mi respuesta sea negativa”, le escribió a la cineasta en 1974. Lo intentó también, subraya Alfredo Melgar, con Basilio Martín Patino, “pero tampoco pudo ser”.

Sí logró, sin embargo, implicar al italiano Gillo Pontecorvo en Operación Ogro. Franco ya había muerto y el filme se hizo en España, no sin tensiones. Pontecorvo había perdido la ilusión por rodar. “No quiso hacer la película como la hubiera hecho si Franco hubiera vivido. No consideraba que España se mereciera una película así en un momento en que estaba cambiando todo. Hizo la película arrastrado, porque tenía un contrato”, le contó Alexandre a Sonia García. Poco después la productora y Rafael Torrecilla regresaron a su país. Aquella fue su última producción.

A partir de los años 80 apenas volvió a saberse de Alexandre públicamente, salvo algún homenaje muy posterior. Aparentemente no hay ningún misterio detrás de esta renuncia al cine. “Son circunstancias familiares”, le explicó a Sonia García. “Me desgajé un poco, ¿no? Cuando viajas de un país a otro como yo, de kamikaze, acabas un poco… no sé, desarraigada”. “Había perdido fuerzas, energía; ya no tenían dinero; simplemente acabó exhausta y se retiró tranquilamente. Pero no se lamentó”, asegura su hijo, que señala que a su madre le hubiera complacido esta exhumación de su memoria y de su legado. Una memoria recuperada que restituye a una cineasta “libre, visceralmente libre” en la historia del cine español.­­­­­­­­­­­­­­­

‘La muerte de un burócrata’, producida por Margarita Alexandre, se proyecta hoy, viernes 24, en la Filmoteca Española a las 17.30 h.

‘La gata’, dirigida y producida por Alexandre y Rafael Torrecilla, mañana, sábado 25, a las 19.30 h.

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