María Fernanda Ampuero: “No fue fácil descender al infierno de los vivos”
Hablamos con la escritora y periodista ecuatoriana María Fernanda Ampuero sobre su nuevo y estremecedor libro, ‘Sacrificios Humanos’ (Páginas de Espuma). Doce relatos de horror en torno a la violencia ejercida, especialmente y de manera brutal, contra las mujeres, las niñas, las migrantes. “Si el mundo es salvaje, yo tengo que ser salvaje; si mi entorno es salvaje, yo tengo que ser salvaje. No puedo luchar con espaditas de plástico contra un monstruo venenoso y tenebroso. Tengo que ser como él, meterme en su cabeza y sobre todo en la de su víctima”… “Soy una mujer con un gusto enorme por lo macabro, lo innombrable, el sacrificio, el paganismo, el más allá, la deep web y las cosas monstruosas que se hacen allí, el tráfico de personas”.
Lo primero que necesita enunciar mi memoria después de que mis dedos pasaran la última página de ‘Sacrificios humanos’ es: ¿De dónde sacas el valor para ser tan minuciosa con el paisaje, con la atmósfera que creas, para ser tan concreta en el inicio de cada relato, para evitar que, a pesar de la dureza de cada una de las historias que forman este colosal libro, el lector no quiera escapar de nada de lo que vayas a contarle?
Muchas gracias por las generosas palabras que dedica a mi obra. Creo que el valor de verdad es aquel que surge cuando le temes a algo e igual te enfrentas a él y, en ese sentido, yo he decidido mirar a la violencia a la cara sin bajar los ojos, sin quitarme de en medio, sin permitirme la domesticación. Si el mundo es salvaje, yo tengo que ser salvaje; si mi entorno es salvaje, yo tengo que ser salvaje. No puedo luchar con espaditas de plástico contra un monstruo venenoso y tenebroso. Tengo que ser como él, meterme en su cabeza y sobre todo en la de su víctima. Dicho eso, siento que tengo una responsabilidad de ser minuciosa para que el lector y la lectora comprendan a qué nos estamos enfrentando y puedan lograr esa inmersión que consigue la buena literatura, la literatura que a mí me ha dado la vida: aquella en la que sufres, te condueles, te asustas, te excitas, te enamoras y te encabronas. Conseguir en el otro, nada más usando las palabras, esas emociones es algo inmenso que intento alcanzar cada vez que me siento frente al ordenador a escribir un cuento. Cada vez es desde la misma fragilidad de amateur, ¿lo lograré? ¿No lo lograré?
Creo que hay una cosa de mostrarme humana como narradora que se transmite en los textos, un poner toda la carne en el asador sin tapujos ni trampa. Creo que cuento con el corazón en la mano y el lector eso lo valora y lo atesora. El corazón de una persona es una cosa muy valiosa y me parece que se ve el inmenso valor que yo le doy. Tal vez eso es lo que se trasluce. Pienso en Matrix, por ejemplo, en las famosas pastillas para decidir ver o no ver, seguir en la fantasía de que el mundo es perfecto o ver y percibir todo el horror del mundo real. Yo elijo ver con todas las consecuencias de ver, pero también elijo mostrar, compartir. Creo que no hay acto de amor más grande que abrirles los ojos a la gente ante el dolor de los demás. “No sabía”, te dicen. “No imaginaba que fuera así”. Eso cambia la vida de las personas, porque una vez que ves no puedes ya no ver.
Supongo que eres consciente de que tu literatura tiene una potencia estética incuestionable en cada una de sus líneas. Da la impresión al leer alguno de tus relatos, por ejemplo el brutal ‘Creyentes’, que eres sobrehumana, que perteneces a una dimensión distinta. Jamás te olvidas de la conciencia de clase y no dejas ningún rincón de la violencia en general, y contra las mujeres en particular, sin explorar. ¿Cómo consigues enfrentarte a alguna de las frases que escribes, a algunos párrafos? ¿Cómo haces que el testamento de atrocidades que rodea el mundo y al que acorralas sin descanso no te haga huir, mirar para otro lado?
Una de las deudas más grandes que tengo en relación a la literatura es con la poesía. A mí la poesía me permitió encontrar hermanos de palabra, hermanos y hermanas de pensamiento. Formas de narrar lo inenarrable. Me permitió, digo, entender el mundo y sus criaturas de unas formas profundísimas que no hubiese podido comprender y asimilar si no fuera por mi delirio poético. Creo que esa herramienta, la de buscar la belleza en la palabra por muy atroz que sea lo que cuento, es lo que actúa como un bálsamo frente a tanto dolor y tanta violencia que viven mis personajes. Otra cosa por la que creo que los lectores no miran hacia otro lado es que ven que yo amo a los personajes y los respeto a ellos, a los lectores y lectoras. No los engaño, no hago trampa. Pasan cosas espantosas y yo las estoy viviendo junto con los personajes, no echo balones fuera, miro mis propios demonios y los exhibo. Eso se agradece y, creo, consigue que me acompañen en estas travesías dolorosas.
Es alucinante cómo apresas lo idóneo para hacer eterna cada historia. Tus aciertos y aseveraciones traspasan la carne. La palabra escalofrío muta en tus manos hasta convertirse en una prisión irresoluble para quien lee. ¿De qué lugar emana esa singularidad al expresar el abuso? ¿En qué lugar reside el asidero que te permite mantener el equilibrio tras haber escrito ‘Sacrificios humanos’?
Asideros tengo pocos. Sufro probablemente desde la infancia de un trastorno bipolar que con ciertos detonantes toma el control de mis emociones, casi como si de un monstruo se tratara, como de un secuestrador. La salud mental y los escritores es un tema que, me parece, se ha tratado poco en los últimos tiempos (estos últimos años han sido salvajes) y que valdría poner sobre la mesa. Yo sobrevivo malamente a la escritura de ciertos textos. De hecho, después de entregar el manuscrito de Sacrificios Humanos mi cuerpo me abandonó, cada movimiento que hacía me generaba un vértigo insoportable, no podía moverme, tuve que pasar una semana inmóvil con collarín, necesitando ayuda para hacer cosas tan básicas como ir al baño. Cada vez que me movía, el mundo se me caía encima como si fuera un terremoto, las piernas me fallaban y me caía. Tuve que estar completamente sedada con relajantes musculares súper fuertes que me permitieron que la punzada en las cervicales mejorara poco a poco. ¿Por qué te cuento esto? Para que veas que lo que escribí me atravesó el cuerpo como cuando la luz traspasa un vitral y se convierte en otra cosa. Yo esa violencia la trasmuté con mi propio cuerpo al punto de no poder sostener mi cabeza. ¿Me preguntas si me afecta mirar hacia el abismo? El abismo es un ojo y a veces es tu propio ojo. ¿Qué ves dentro de él? ¿Qué ve de los demás? Ese es el infierno de los vivos del que hablaba Calvino. No hay otro, está entre nosotros.
Bajo mi punto de vista, tu libro alberga una perfección absoluta desde lo literario. Tu denuncia no es rumor ñoño, ni una pose premeditada para salir en la foto o en los suplementos literarios. ‘Sacrificios humanos’ es un espejo de verdades que ninguna luz podrá disimular ni distorsionar. Es un diamante que no admite más tallas, un diamante que reinventa el poder de la palabra quilate. Es un canto insobornable que rinde homenaje a ese coro que ha hecho eternas las tragedias griegas. ¿Supiste desde el principio que este sería un libro tan exacto, tan alejado de las veleidades y de las vagas bifurcaciones estéticas que en la mayoría de los casos lleva implícita la narración del dolor en la literatura?
No me gustan las bifurcaciones estéticas aunque sí me gusta, y mucho, la estética. Creo que la estética narrativa es la única forma de contar las cosas que yo cuento sin que sean insoportables. Lo que pasa es que, efectivamente, no me gusta divagar. Me gusta que todo lo que escribo, aunque sea metafórico, poético, tenga una carga de información fundamental. No soy amiga de la digresión filosófica o de la estética por la estética, aunque, como digo, me sirvo de la estética para abordar temas incomodísimos, violentísimos, insoportables si no estuviesen narrados desde un lenguaje te diría casi hermoso.
La verdad es que cuando empiezas un libro no sabes nada de lo que pasará con él, mucho menos yo, que padezco un síndrome de la impostora crónico e incurable. Saber que iba a ser para ti y otras lectoras un libro importante o certero o, incluso, memorable, no era algo que yo me planteaba. Yo me planteaba la exactitud en la mirada con la violencia, quiero decir, mirar exactamente a la violencia donde se esconde y en las formas que se esconde. Podía ser un fracaso, claro. Pero yo me quedaría con la mente tranquila de que hice lo mejor que pude sosteniéndole la mirada al monstruo de la violencia. No fue fácil, ya te lo dije. Descender a los infiernos sola nunca es fácil. Subir con las historias en las manos tampoco lo es. Son como hijos muertos, te matan un poco a ti también.
Otro de los valores incuestionables de tu libro es el tino para concretar la exclusión, cómo la alimentas con esa belleza incómoda y lacerante que a otros autores se le resiste. Hay imágenes tremendas saliendo de tu cabeza:
“Puertas parecidas a las del cielo que se abrían para otras que no éramos nosotras… la marimacha, la larguirucha, la aplastada, la contrahecha”.
“Los padres habían decidido que sus hijos estuvieran en aquel cementerio gris y no en el de los ricos, con su césped verde cotorra, rosas frescas, rojas y sinvergüenzas…”
La fuerza de tu imaginación es una verdad superlativa cuando se lee y se reconoce en ella el ritmo del mundo, el abismo que existe sobre el felpudo o la desnuda entrada de muchas casas. ¿Escribes también instalada en ese abismo?
Completamente. Eso de que miras al abismo y te devuelve la mirada. Yo soy una mujer muy sonriente y lo puedes ver en mis fotos y entrevistas, pero soy una mujer con un gusto enorme por lo macabro, el unheimleich, lo innombrable, el sacrificio, el paganismo, el más allá, la deep web y las cosas monstruosas que se hacen allí, el tráfico de personas, las violaciones a niñas pequeñitas. Sé que te estoy mezclando elementos del mundo sobrenatural y de nuestro mundo, pero es que yo, cuando hablo de miedos, combino esas dos manifestaciones: la magia negra y el tráfico de personas, las casas embrujadas y aquellos prostíbulos donde tienen prisioneras a chiquillas a las que se les prometieron trabajos en Europa.
El miedo que yo trabajo se mueve entre esas dos monstruosidades, yo siento que el país del inmigrante indocumentado es una casa de los horrores. Yo siento que cuando violas a un niño estás invocando al demonio. No sé si me estoy explicando y me da miedo que no se entienda. En mi escritura quiero generar esa sensación terrible y pavorosa del terror sobrenatural con las cosas que nos pasan a las mujeres, a los niños, a los que somos diferentes.
Otra de las cosas que más destaca en tu libro es la sabiduría con que demarcas la desesperación, cómo la mezclas con una especie de locura que solo desnorta a quien la padece. Imagino que te resultó muy complicado aislar las emociones de los protagonistas de cada uno de tus soberbios relatos, no dejar que se contaminaran entre ellos y conseguir la credibilidad total con que los presentas.
La locura es un elemento del terror. Desde Poe pasando por El almohadón de plumas o El empapelado amarillo hay una serie de relatos de terror que juegan con esa finísima frontera entre si la persona se está imaginando las cosas porque su cabeza está fallando o si en verdad hay una presencia sobrenatural que modifica su entorno y le hace ver lo que ve y escuchar lo que escucha. A mí esa parte del género del terror me fascina. Hay algunos de mis personajes que coquetean levemente con ese tema de la locura, si es verdad lo que estoy viendo o me lo estoy imaginando, pero hay una cosa muy importante, ya que me preguntas sobre los personajes. Cada uno tiene una entidad personal porque a cada uno de ellos yo los conozco a fondo. Cada uno de ellos tiene algo mío (Madame Bovary soy yo), sé lo que los mueve y conmueve, lo que les preocupa y les atemoriza, lo que ls ha traumatizado, las oscuridades que albergan, la piedad, el deseo de ser amados, las ansias de venganza. Conozco sus corazones, porque son como el mío y eso, creo, es lo que me permite que para el lector cada uno de ellos tenga una entidad única como la tienen todas las personas.
En el relato ‘Hermanita’, para mí uno de los platos fuertes de ‘Sacrificios humanos’, eres capaz de solapar lo macabro con la inercia hasta volver artistas avejentados a los desheredados del mundo. Vuelves a golpear al lector con sentencias que son aún más destructivas e inmisericordes que el viento que sale de la boca de un huracán:
“Supongo que tener hambre todo el tiempo te vuelve despiadada”.
Me pregunto si la solvencia de las emociones que plasmas en cada uno de tus textos tiene que ver con una autobiografía disimulada o más bien con una solidaridad que se demuestra como imperturbable en cada página.
La palabra solidaridad aquí es clave y agradezco que la trajeras a colación. Efectivamente, hay una solidaridad que casi me atrevería a llamar amor por mis personajes y también, ojo, con mis lectores. Lo de la autobiografía es clave, se trate o no se trate de un episodio de mi vida. La autobiografía es mi mirada, mis traumas, las historias que he vivido o las que han vivido las personas que quiero, la autobiografía son los libros que he leído y las películas que he visto. No imagino ninguna acción artística que no sea autobiográfica. Una pintura de rayas negras y blancas puede ser autobiográfica.
Pero también, efectivamente, hay un ejercicio de solidaridad que yo aprendí a practicar desde muy pequeña al ser una lectora tan precoz. El aprendizaje de la compasión me lo dio la literatura, ponerme en los zapatos del otro o, digo más, ser el otro. Es lo que intento también cuando escribo: que el lector sea capaz de alcanzar eso de lo que hablaba Aristóteles del eleos y el phobos, la compasión y el temor, y que pueda sentir por esos personajes una piedad como la que se siente por una misma, por una niña, por una víctima inocente, por alguien que no se merecía su destino.
Se nota leyendo este libro que tienes una facilidad absoluta para encontrar ese lugar casi invisible por el que se cuela la crueldad en el seno de la familia. El párrafo final de ‘Sacrificios humanos’ da en la diana en lo que a esta lacra se refiere. Me pregunto cómo conseguías sobreponerte a la dureza de cada capítulo. Queda claro que esta es una narración poco complaciente con el lector, pero lo es aún menos con la escritora. ¿Cuántas heridas te ha dejado sobre la memoria y sobre el cuerpo la para mí ya icónica verosimilitud de tu trabajo?
Muchísimas heridas. Infinitas, pero, ¿sabes?, mis heridas no son tan importantes. Hay heridas de gente allá afuera, de niñas obligadas a prostituirse, de chicos muriéndose en el Mediterráneo porque intentan llegar en pateras a países donde sienten que tendrán una oportunidad en la vida. Esas son las heridas que importan, no las mías. Por supuesto que escribir estas cosas me devasta, pero más me devasta por ejemplo que se pueda culpar a los menores no acompañados, a los niños solos que llegan a las costas de nuestro país, España, de todos los males de la sociedad cuando son eso: niños solos y asustados sin un padre y una madre que les dé un abrazo. ¿Sabes qué? Mis historias no son nada frente al mundo y lo que a mí me pase por dentro no es importante. Yo tengo un techo, comida, empleo. Yo soy una privilegiada que escribe sobre no privilegiados.
Otro de los relatos más demoledores de este trabajo es ‘Pietá’, y esa forma en que algunas mujeres justifican la violencia. ¿Te costó contar esta atrocidad a la que muchas mujeres deben enfrentarse a diario?
Mucho. Es muy doloroso para mí pensar que hay mujeres que dedican su vida entera a niños que no son sus hijos y mientras tanto los propios están creciendo solos, probablemente asustados, sin amor. Me rompe en dos pensar que hay niños que crecen muy seguros de ser amados, lo que hará que tengan unas adulteces sanas mientras hay otros que crecerán pensando que hubo niños más queridos que ellos para sus padres. Me destroza pensarlo.
También en el final que escribes para ese relato no puedes evitar gritar esta frase: “Dios mío, qué realidades tan aterradoras hay y qué destreza tiene Mª Fernanda Ampuero para contarlas”. He leído tu libro sin poder descansar, a pesar de lo que pesaban sus páginas, y no he querido dejar de imaginarte abstraída en una especie de apnea emocional, me he negado a imaginarte sentada a tu mesa sosteniendo un peso tan irreversible. ¿Me he equivocado o estoy en lo cierto al imaginarte como un fantasma de dedos útiles que no hace caso a las sombras ensordecedoras que proyectan todos y cada uno de los relatos?
El peso es gigantesco porque, como te decía, yo amo a esos personajes, quiero que los quieran, que los dejen entrar a las fiestas, que se salven de ser asesinados, que se les haga justicia, que no los golpeen ni los insulten, por eso hay tanto personaje que se salva, por eso hay bálsamos en amigos o en seres queridos, por eso hay una cierta belleza en el lenguaje que aunque pareciera que no actúa también como bálsamo, como una especie de vade retro satanás. Cuando escribo estoy rodeada de sombras, de aquellas que dicen en Biografía: “Cuenta nuestra historia, cuenta nuestra historia”. Una especie de médium de las atrocidades del mundo. Este libro además lo escribí en plena pandemia en una casa que miraba a las montañas y en la que yo estaba absolutamente sola con mis demonios. Un libro así tenía que llamarse Sacrificios Humanos.
Tus relatos poseen el exotismo estético de una picadura al mirarla por primera vez sobre la piel. Ese enrojecimiento que es una incógnita, que puede deparar la muerte o solo un picor duradero e incómodo. Poseen también la sencillez narrativa capaz de abrir todos los caminos. El conocimiento total de todas las versiones de la violencia. Se nota cómo luchas por la visibilidad de cada una de ellas, por la creación de un mapa que a la larga sea indestructible, fluorescente como esos neones que la modernidad no es capaz de defenestrar. Hablas de la violencia que significa ser inmigrante, ser mujer inmigrante, hablas sin miedo de los miedos que paralizan y confunden, pero sabes cómo deshacer el miedo de todas esas mujeres, escribir para ellas epílogos valientes, generosos, consensuados con su propia experiencia. ¿Fue difícil poner en marcha la memoria, tocar las grietas, palpar la oscuridad?
Infinitamente. Yo escribo sobre cosas terribles, pero soy una mujer muy frágil, de llanto fácil, depresiva. Yo he tenido que bajar a mis sótanos personales a encontrar a la niña que fui y a la adolescente que fui, y sentarme a escuchar sus historias, que son dolorosísimas. Yo he tenido que revisitar la casa de mi abuela muerta hace 20 años y recordar su violencia contra mí. Yo he tenido que hablar con mi yo de 19 años y preguntarle qué se sentía que nunca te invitaran a las fiestas. Yo he tenido que mirar otra vez al niño que tenía sanguijuelas, al niño cabezón, al hombre que me tuvo encerrada en aquella casa del norte de España mientras rezaba e invocaba a quién sabe qué. Eso lo he hecho no tanto porque soy especialmente valiente, sino porque sé que vendrán otras y otros a los que les harán lo mismo y lo que quiero decirles con la mejor literatura que soy capaz de escribir es: no estás solo.
Por último, me gustaría preguntarte si eres consciente de la facilidad que tienes para adueñarte de la vida del lector mientras dura la lectura. Si conoces la importancia de los imperativos con que afianzas las resoluciones de tus protagonistas y que, sin lugar a dudas, consolidarán la vigencia y la prevalencia de este libro. También me gustaría darte las gracias por la perseverante honestidad que has inoculado en las páginas de ‘Sacrificios Humanos’.
Otra vez gracias por una entrevista que más que entrevista ha sido una confesión laica, una ceremonia espiritista y una sesión de terapia. Gracias por las dulces y generosas palabras por mi escritura y el profundo conocimiento del libro y el profundo respeto al formular las preguntas. Yo he sido lectora toda mi vida y sé lo que me gusta y lo que no, a mí me gusta excitarme en todos los sentidos de la palabra con lo que estoy leyendo, me gusta esa sensación de querer saltarme páginas para saber si el personaje se salva o no o cuál es el monstruo o quién estaba detrás de la puerta del armario. Aunque tenga miedo, hago un huequito entre dos dedos para poder mirar y eso es lo que a mí más me ha gustado en la vida, la literatura en la que me tapo los ojos con las manos pero espío entre dos deditos para ver qué es lo que pasa. Mi sueño y mi objetivo de vida es poder lograr en los lectores ese mismo sentimiento primigenio, casi infantil, de sentir que te asfixias de suspenso y que no puedes soltar la página. Aunque se me vaya la vida en ello, aprenderé a hacerlo cada vez mejor. Es el regalo más maravilloso que le puedo dar a la literatura, aquella cosa que me convirtió en quien soy y que me enseñó que si puedo ser compasiva con un ser que no existe, cómo no voy a serlo con alguien de carne y hueso.
Comentarios
Por vicente cuesta gascón, el 01 junio 2021
Nunca he visto-leído entrevistas mejor hechas a escritoras…una empatía milagrosa que dan ganas de salir corriendo a leer el libro en ese mismo día…una gracia insuperable que agradezco profundamente porque es el mejor alimento, la gracia.