María Rozalén: “Hablar de los complejos y reírse de una misma es sanísimo”
Mucha fuerza interpretativa y una voz que despliega todo tipo de emociones. Dos de las herramientas de las que se sirve María Rozalén. La cantautora albaceteña de 28 años se echó un día la guitarra al hombro y se plantó en Madrid para probar suerte en algunos garitos. Estos días culmina una gira que ha llenado salas en toda España. El salto de un lado al otro lo dio con su videoclip ‘80 veces’, en el que se acompaña de una intérprete en lenguaje de signos. Se difundió tanto en las redes sociales que llegó a oído de las discográficas y grabó su primer disco, ‘Con derecho a…’.
Con derecho… ¿a qué?
(Risas). Pedí en las redes sociales ayuda para el título. Algunos me encantaron, jugando con mi nombre: Con derecho a Roze, Rozarte… Nos quedamos con los puntos suspensivos para que cada persona lo termine como quiera. Luego dio mucho juego, hicimos un concierto de niños Con derecho a… que nos escuchen, por ejemplo. En muchas canciones uso la palabra rozar, rozarse. Creo que falta cariño en los tiempos que corren.
Te han pasado muchas cosas en poco tiempo. ¿Cómo lo procesas?
Han sido muchas cosas. Ahora empiezo a digerirlo un poquito. Estar en los Premios Max y el Festival de Cine de Málaga o los Premios Ondas me impactó mucho; ver a la gente que admiro y cantar delante de personas a las que respeto tanto… Cantar con Miguel Bosé en la gala del sida, coincidir en Miami con Lila Downs, actuar en el homenaje a Víctor Manuel y yo en medio de Wyoming, Serrat, Aute, Pablo Milanés… Ahora preparando el siguiente disco, y, sobre todo, que cada vez venga más gente a los conciertos y cante mis canciones es como rarísimo.
Estás cerrando una gira con el cartel de ‘No quedan entradas’ en tus conciertos…
Eso ha pasado porque hay un equipazo detrás que ha hecho que me pongan en todos lados, he salido en sitios muy cuidados, en festivales… Creo que ha habido también mucho boca a boca, a la gente le gusta mi directo, pero no sé… A veces bromeo diciendo que la gente no tiene criterio (Risas). Es que me llama la atención porque voy a conciertos de artistas que llevan muchos años, con una calidad máxima, y no tienen tanto público y no lo entiendo.
¿Qué papel han jugado las redes sociales, sobre todo con el videoclip ’80 veces’?
Yo llegué a Madrid y empecé a hacer acústicos, a grabar vídeos y luego empecé a tocar en Libertad 8 y otros sitios, venía gente a cuentagotas. Hubo un salto brutal cuando lanzamos el videoclip, lo hicimos con pocos medios, utilizando la creatividad. Fue la primera vez que perdí el control de las redes sociales. Siempre contestaba a todo el mundo, agradecía a quien compartía mis temas y ahí ya no pude. Fue muy fuerte. Ya tiene más de dos millones de visitas. Las redes sociales en nuestro caso son súper importantes, ayudan a difundir y hay un contacto cercano. Para mí es muy cómodo porque no tengo que hacer ningún papel, creo que la gente ve cómo soy.
Es un vídeo muy sencillo, pero con mucha fuerza. Te acompaña Beatriz Romero interpretando la canción en lenguaje de signos. ¿Cómo te llega el interés por acercar tu música a las personas con discapacidad auditiva?
Ella es una artistaza. Conocí a Beatriz hace tiempo en Bolivia en temas relacionados con la cooperación y nos hicimos muy amigas. Soy muy fan de su trabajo y ella es fan de mi música, así que cuando venía a algún concierto yo la sacaba a improvisar una canción. Nos propusieron un concierto para discapacitados en Albacete y poco a poco la bola se fue liando. Ahora tengo muchos amigos sordos pero antes no conocía a nadie. Fue ella la que me metió.
¿Cómo se cuenta una canción en lenguaje de signos? ¿Qué te transmite el público?
Claro, flipan. Ella es muy buena y cada día es mejor. A casi todos los conciertos viene gente sorda y hay un feedback, le dicen que es maravilloso, que nunca habían podido ir a un concierto. Hay profesores de lenguaje de signos y estudiantes que nos piden vídeos de las actuaciones y lo están utilizando como modelo porque en el campo artístico no hay mucho en lenguaje de signos en España.
Tu primer concierto a los 16 años también está vinculado a la cooperación. Se ve que te va el mundo ‘oenegero’.
(Risas). Sí, Operación Bocata, era un concierto benéfico de Manos Unidas. Me viene de la educación que he recibido. Mis padres siempre han sido voluntarios, siempre han hecho cosas. Encima, cuando estudié Psicología me metí por la rama social, fui voluntaria. De hecho, pensaba que era mi vocación, trabajar con colectivos en riesgo de exclusión social -y quién sabe si un día volveré a la Psicología-, pero mi camino se ha ido hacia la música.
Con la música también se puede cambiar el mundo… Hablas, por ejemplo, de romper el estigma del sida en ‘Comiéndote a besos’.
Sí, lo que pasa es que en mi caso no ha habido una intención, salió así. La hice para un concurso cuando estudiaba la carrera en Murcia. Conocía a un chaval que trabajaba en una asociación. Hicieron un concurso de canciones para que nos informásemos de cómo estaba el virus. Descubrí un montón de cosas que no sabía. Creo que nos hemos quedado en los 80, en todo el estigma. No se sabe que a día de hoy una persona seropositiva puede vivir con normalidad con un tratamiento. Puede hasta tener hijos sin que se pase el virus. Así salió Comiéndote a besos. Hice una canción actual: si te quiero, te quiero por encima de todas esas cosas.
Tu música no entiende de fronteras (pop, blues, flamenco). ¿Hay terrenos en los que te sientes más cómoda?
Como más cómoda me siento es cantando una canción diferente detrás de otra. Vocalmente tengo un arma poderosa que he heredado de mi madre, canto desde pequeña. Canto mucho y me doy cuenta de que voy abriendo posibilidades. Hay cosas que aún no he hecho y me muero de ganas por cantar, como la música brasileña o la portuguesa. Cantar fados me encantaría. He escuchado todo tipo de música. Mi generación viene ya de esa libertad, recuerdo que nos grabábamos cd entre las amigas de hip-hop, copla, rock. Yo toco la bandurria desde los siete años, así que traigo una mezcla que está ahí y sale a la hora de componer y cantar.
¿Y qué les da a tus temas el toque Rozalén?
No sé, supongo que el color de voz, la manera de cantar… La gente me dice que transmito mucho, que las letras son sencillas y callejeras. Supongo que el positivismo y el sentido del humor…
Incluso hablando de tus propios complejos en las canciones. ¿Eso es muy sano, no?
Totalmente. Hablar de los complejos abiertamente y reírse de una misma es sanísimo. Eso creo que me diferencia también de otros cantantes que suenan en las radios comerciales, porque no soy un pibón, soy una tía normal y corriente. Bueno, supongo que las pibones también tendrán complejos. Yo hablo de lo que me pasa con naturalidad y de lo que pienso.
¿Haber estudiado Psicología ayuda a la hora de expresar y jugar con las emociones?
Supongo que sí. En general, leer y estudiar ayuda. Si encima es Psicología, que tiene que ver con el comportamiento humano, puede estar detrás de todo eso. Pero cuando empecé a hacer canciones lo hacía terapéuticamente para mí, para los míos.
De hecho, viniste a Madrid con la idea de la musicoterapia en la cabeza.
No sabía por dónde tirar cuando acabé la carrera. Hice un máster de musicoterapia. Fue la excusa para venir a Madrid, seguir estudiando y probar suerte tocando en garitos. Con la musicoterapia flipé. No es sólo el efecto de la música en lo anímico, detrás hay muchas cosas. Hice prácticas con pacientes con Parkinson, se trabajan los ritmos, la articulación. Es maravilloso. En personas con autismo es una pasada porque hay niños que no se comunican y con un piano, a través de la música, son capaces de tener una conversación. Es muy fuerte. Hay métodos interesantísimos. Es una manera también de entender lo que haces y por qué provoca ciertas cosas.
La música tiene mucha repercusión en nuestras vidas.
Es que es súper importante. Está en todo. Caminamos a un ritmo. Los latidos del corazón tienen otro patrón rítmico… Desde los inicios del ser humano, la música lo era todo. Los momentos más importantes de nuestra vida siempre van acompañados con canciones. Sería imposible vivir sin música, literalmente.
De tu llegada a la capital das cuenta en ‘Saltan chispas’. ¿Cómo recuerdas ese encuentro con la gran ciudad?
Los dos primeros meses fueron horribles. Duró poco, pero es que soy un ansia viva. Yo venía de un sitio donde mi gente ya me conocía; me siento súper querida, presumo de mi tierra, de Albacete y de La Mancha entera. Aquí en Madrid iba por las salas con la maquetilla y ni caso. Me impactaba mucho cómo en la Gran Vía la gente pasa de las personas que están pidiendo en la calle. Me llamaba la atención la velocidad, que nadie se mire a la cara al cruzarse… Es un horror el primer impacto. Luego entiendes cosas y te adaptas. También hay barrios maravillosos. Fui muy constante. Insistí y empezaron a salir cosas.
“Que salgan arrugas en las comisuras de tanto reír”. ¿Se olvida hoy el valor de la risa?
Los de Albacete somos muy así. (Risas). Creo en esto y lo he comprobado en mi ser: lo positivo llama a lo positivo. Cuando tienes una actitud maravillosa con la gente, con las cosas feas que te pasan (porque a todos nos pasan) y te diriges a la vida con una sonrisa, te va devolviendo todo. Si desde por la mañana se te cruza el cable y tu actitud es negativa, el resto del día va a ir fatal seguro.
Dices que “estar expuesta es muy jodido”. ¿Incluso recibir halagos?
Sí porque es un fastidio, en el sentido de que pierdes cierta libertad. Ahora tengo que tener más cuidado con todo, siempre puede haber alguien que se sienta dañado por algo que he dicho. Por otro lado, lo bueno es que estar expuesta te permite contar cosas a un montón de gente a la que antes no llegabas. Aceptar tantos halagos continuos no es sano y las críticas destructivas tampoco. Luego en realidad hay que situar, no eres tan importante. Hay médicos y cocineros que tienen el mismo talento que un cantante pero no se les aplaude. Hay que saber diferenciar y separar unas cosas de otras. Firmar autógrafos y volver a la normalidad luego es complicado, pero hay que digerirlo.
Has tocado en otros países, ¿sientes que se valora más la cultura, el arte, la música fuera que dentro?
Totalmente. Hay un problema de cómo se nos ha educado. En las épocas buenas ha habido muchos conciertos gratis, mucho despilfarro y la gente se ha acostumbrado a que la cultura te la tienen que regalar. Los artistas comen. Y punto final. En Argentina la gente es capaz de pasar hambre por ir a ver un concierto. Ni una cosa ni otra, pero allí hasta se paga una entrada a plazos, es lo normal. No digo que tenga que ser así, pero es una manera de ver que la gente valora la cultura y el trabajo que hay detrás. Luego aquí lo de las instituciones con la cultura es vergonzoso. Lo del IVA es algo que va enganchando una cosas tras otra, es imposible no sólo ganar dinero sino que al encarecer las entradas, la gente lo está pasando mal y no se puede permitir ir a un concierto, que se acaba convirtiendo en un lujo. No hay seguridad para el músico, cuando en países como Francia se cobra una prestación económica (como el paro) que recibes dependiendo de los conciertos que has dado al mes.
Hay que terminar la entrevista hablando de las hadas. Las describes de forma tan cotidiana en esa canción que parece que nos rodean…
La escribí hace tiempo, era más chica. Y fue antes de la película La educación de las hadas, de José Luis Cuerda, que tiene tantas cosas en común. Pienso en la magia que veo en mi abuela, en mis mejores amigas, en las personas que desde las pequeñas cosas hacen que la gente que tienen al lado pase mejor el día. Ésa es la magia de la que hablo y ésas son las hadas en las que creo.
¿No será una hada María Rozalén?
(Risas) Yo más bien soy una brujilla.
María Rozalén actúa el 7 de noviembre en Barcelona (Sala Foyer del Liceu), el 8 de noviembre en Sant Joan Despí (Teatro Mercé Rodoreda) y el 14 de noviembre en Alcobendas (Teatro Auditorio Ciudad Alcobendas) (www.rozalen.org)
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