“El marica y la gorda se apropian del insulto como estrategia de supervivencia”
Hablamos con June Fernández (Bilbao, 1984), reconocida periodista y activista, especializada en género, diversidad y migraciones, que en 2010 fundó ‘Pikara Magazine’ junto a las periodistas Itziar Abad, Lucía Martínez Odriozola y Maite Asensio, una de las primeras revistas digitales en incorporar la perspectiva de género al trabajo periodístico y que se ha convertido en todo un referente en materia de divulgación de la teoría y la crítica feminista en España. Y hablamos de la intolerancia y el odio instalados cada vez con más peso en nuestra sociedad. “Los niños tienen pene y las niñas vulva. Que no te engañen”. Intolerancia hasta llegar al movimiento feminista que repudia a las trans, feministas ‘transexcluyentes’ con un discurso agresivo en nombre del abolicionismo de la prostitución.
La labor periodística y feminista de June ha sido reconocida con galardones como el Premio de Periodismo de la Unión Europea en España ‘Juntos Contra la Discriminación’ (2011) o el Premio de Periodismo ‘Colombine’ de la Asociación de Periodistas de Almería (2013). Actualmente combina su trabajo en Pikara con colaboraciones con otros medios de comunicación como Argia.
Su libro 10 ingobernables, historias de transgresión y rebeldía (Libros del KO), que nos sirve de base para esta entrevista, es un impecable ejercicio de periodismo con perspectiva interseccional, que recoge diez historias de todo el mundo de personas que viven en el borde (o incluso completamente fuera) de la heteronorma: “gente ingobernable, que prefiere complicarse la vida que asfixiarse en el estrecho y absurdo modelo de normalidad”. Mujeres homosexuales, intersexuales, trans, rurales, gordas, indígenas… diversas.
“¿Ser mujer y no depilarte la barba? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Salir del armario a los 40 años? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Poner tu vida en riesgo por defender los derechos de otras personas? Qué ganas de complicarte la vida. ¿No esconder la pluma ni siquiera delante de las monjas de tu residencia de ancianos? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Empeñarte en mantener vivo un juego tradicional de mujeres que a nadie le importa? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Reconciliarte con tu cuerpo en vez de llevarlo al quirófano para que te lo arreglen? Qué ganas de complicarte la vida”.
Hay una frase en el epílogo de ‘10 ingobernables’ que dice: “La revolución será interseccional o no será”. Me parece un perfecto resumen del ejercicio que has hecho en el libro.
Conocí la teoría de la interseccionalidad gracias a Lucas R. Platero y el libro que coordinó: Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada. Incluye los dos textos fundacionales de esta teoría, ambos de feministas afroestadounidenses: Un manifiesto feminista Negro, del Combahee River Collective, y un artículo de la académica Kimberlé Crenshaw, quien acuñó el término para señalar cómo los sistemas de género, de raza, de clase o de sexualidad funcionan interconectados.
Esos planteamientos me nutrieron mucho como periodista y como feminista, porque me parece que aportan más complejidad que la del feminismo que solo tiene en cuenta el eje género. Me ayudaron a romper con la idea que manejaba hasta entonces de “dobles discriminaciones”. No se trata de que mujeres relativamente privilegiadas (en este caso las periodistas) hablemos de las otras, las doblemente oprimidas, sino de que aportemos para que se escuchen las voces de más mujeres. A veces podemos aportar a ello entrevistándolas o invitándolas a escribir en nuestro medio. Otras veces implica lo que pedimos a los hombres: dar un paso atrás y ceder espacios que han sido construidos sobre exclusiones. Decir, por ejemplo, “yo no voy a participar en ese programa de televisión sobre feminismo si todas las entrevistadas somos mujeres blancas, urbanas, cisgénero, etc”…
Una mujer intersexual y trans de El Salvador. Un hombre homosexual de casi 90 años que vende ajos en Bilbao. Un grupo de mujeres gallegas que mantienen vivo un juego tradicional. Una líder indígena guatemalteca que se dedica a luchar contra la violencia ejercida contra las mujeres de su pueblo. ¿Qué une a todas estas personas? ¿Qué querías contar a través de sus experiencias?
Quería incluir voces de personas que rompen con las normas de género, cuerpo y sexualidad, pero poniendo el foco en otros elementos que marcan sus vidas, como la raza, la ruralidad o vivir en un contexto de violencia política, por ejemplo. Una vez publicadas las historias, me resulta interesante ver cómo dialogan entre ellas. Por ejemplo, apropiarse del insulto es una estrategia de supervivencia que emplea el marica y que también emplea la gorda. Son personas que han vivido violencias múltiples, pero que han convertido sus cicatrices en motivo de orgullo. No se trata de victimizarlas sino de poner el foco en sus estrategias de supervivencia, en su resiliencia, y no como heroicidades personales sino destacando que el activismo y lo comunitario son salvavidas.
Para muchas de las 10 ingobernables, el feminismo les permitió entender su cuerpo, su sexualidad, o reconocer y cuestionar las violencias que habían sufrido. Más aún, la militancia ha dado sentido a sus vidas y les ha servido para sanar sus heridas: esto le pasa a Doña Sebastiana, la lideresa indígena, que dice que igual Dios quiso que ella fuera víctima de violencia machista en la pareja para ahora poder acompañar como lo hace a otras mujeres violentadas. Y le pasa a Nicole, la mujer intersexual y trans salvadoreña, que da charlas sobre intersexualidad, en las que habla sobre su cuerpo, para intentar que otras personas no crezcan sintiendo que su cuerpo está mal.
¿Y cuál es el mayor aprendizaje que te llevas de las vidas de estas ‘10 ingobernables’?
Me ha gustado especialmente cuando me han roto los esquemas. Volviendo a doña Sebastiana, me quedé a cuadros cuando le pregunté cómo fue separarse de su marido maltratador y me contestó que no se había separado, que siguen viviendo juntos. En mi mentalidad europea solo contemplaba la receta única de “pide ayuda, déjale, denúncialo”. En el contexto de una mujer indígena, rural, sin alfabetizar, su camino fue otro: pidió ayuda a organizaciones de mujeres, pudo plantar cara a su marido, marcarle límites, hacerse respetar, pero siguen coexistiendo. Hay otra historia, la de Juanita Urbina, una mujer transexual nicaragüense, muy referente en el movimiento feminista, que siente que no puede soportar más la transfobia imperante en un país en el que el gobierno no garantiza a las personas trans ni la posibilidad de acceder a tratamientos médicos ni a hacer cambios administrativos para que su DNI refleje su nombre y su identidad. Decidió entonces refugiarse en una identidad masculina, volver a tener un aspecto masculino (en realidad no fue volver porque se afirmó como mujer desde la pubertad) y usar el nombre que le pusieron al nacer. Topó con la incomprensión de las feministas cis pero también de las activistas trans. Me interesan esas estrategias que topan con la incomprensión y que nos enfrentan con nuestro dogmatismo.
En el caso del ajero, un burgalés emigrado a Bilbao que era abiertamente marica en pleno franquismo, esperaba que me contase un dramón, pero me habló con alegría de sus aventuras y escarceos, del cruising en playas y en aparcamientos… Seguro que tenía muchos dolores que contar, pero eligió contar su vida en positivo, sin situarse como víctima.
Tu libro es un raro oasis en una sociedad en la que nuestros referentes, incluso para temas considerados ‘marginales’, siempre obedecen a un mismo tipo de molde: personas blancas, urbanas, occidentales, normativas. ¿Crees que hace falta incluir la mirada de otro tipo de historias y de ejemplos de vida en los movimientos sociales y políticos?
De la misma forma que las feministas cuestionamos ese sujeto supuestamente universal que en realidad es el BBVA (blanco, burgués, varón, adulto, y podemos añadir cisheterosexual, etc.), la interseccionalidad nos anima a reconocer que el feminismo blanco también se ha universalizado a partir del sujeto mujer blanca, acomodada, urbana, cishetero, sin discapacidades. Se trata de hablar de nuestras opresiones como mujeres pero también de reconocer nuestros privilegios, y de esa manera poder establecer diálogos más sinceros y horizontales entre los sujetos que no son ese BBVA. 10 ingobernables pretende eso.
En los últimos años está habiendo un boom de colectivos sociales y políticos interseccionales. Por citar algunos, el movimiento Stop Gordofobia, InsPiradas (feministas psiquiatrizadas), Frydas (feministas con diversidad funcional), Gitanas Feministas por la Diversidad, o un sinfín de colectivos feministas racializados. Personalmente, es de los aspectos que más me interesan de los movimientos sociales.
También en la literatura veo ejercicios novedosos en cuanto a incluir a sujetos que no solían protagonizar novelas, como las mujeres con discapacidad intelectual en el caso de la imprescindible Lectura fácil, de Cristina Morales, o Hija del camino, la ficción autobiográfica de la periodista Lucía Asué Mbomío.
Y al hilo de esto: tú siempre has abogado por el feminismo como mirada y no como especialidad, que es lo que lleváis a la práctica desde hace años en ‘Pikara’. ¿Crees que esta tendencia a la sobreespecialización (al academicismo, a la compartimentación) ha lastrado el alcance y el impacto del feminismo?
Bueno, yo creo que la academia ha ayudado mucho al alcance y el impacto del feminismo. Los másteres de estudios de género han sido una cantera de profesionales e investigadoras de un montón de ámbitos distintos que han hecho una notable producción teórica y que han podido incorporar la perspectiva feminista en sus trabajos. Hacemos ese inciso del periodismo como mirada y no como especialidad porque nos molesta que se hable del feminismo como un tema. El feminismo es la herramienta de análisis que nos ayuda a entenderlo y a contarlo todo mejor, ya sea la economía, el deporte, la cultura o la política. A menudo, se tiende a encajonar ese Género o Mujeres en la sección Sociedad, que es el cajón de sastre del periodismo para lo que atañe a las vidas de las personas que no somos ese BBVA. Eso es lo que queremos cuestionar. O que se presuponga que la agenda de un medio feminista se limita a hablar de aborto, violencia machista, prostitución y brecha salarial. Queremos contarlo todo, y de hecho lo estamos haciendo.
Ahora bien, me rebato a mí misma, porque es cierto que el feminismo también es una especialización y así tiene que serlo. Los medios necesitan de profesionales formadas en feminismo que puedan trabajar bien temas más ligados a la agenda feminista, pero también ayudar a transversalizar la perspectiva de género para que todos los contenidos de los medios estén libres de sexismo. Pensemos en el trabajo que está haciendo Ana Requena Aguilar como redactora jefa de género en eldiario.es. Yo misma, si me tengo que definir, me tengo que reconocer como especialista en género, ya que realmente escribo temas que podríamos encajar en Sociedad, en Cultura o en Internacional, y cuyo nexo es esa mirada.
En tu libro hay varias historias de personas trans, historias que hablan sobre la imposición (médica, social, política) de un binarismo de género y las consecuencias que esto ha tenido sobre sus vidas y cuerpos. ¿Por qué crees que este es un tema que causa tanta animadversión social? Y no me refiero solo al desconocimiento y a la intolerancia per se, si no al propio rechazo que desde una parte del feminismo se produce hacia las mujeres trans, por ejemplo.
Creo que sobre las personas trans, y especialmente sobre las mujeres, pesa todavía un imaginario plagado de estereotipos y estigmas. Tristemente, ese imaginario sigue arraigado también en parte del feminismo (el llamado TERF, las siglas de trans exclusionary radical feminism, en inglés), que coincide con el discurso de la extrema derecha, repitiendo por ejemplo el mismo mantra que el autobús de Hazte Oír: “Los niños tienen pene y las niñas vulva. Que no te engañen”.
“La relación entre las feministas y las activistas trans no ha sido fácil”, dices en tu libro. Y desde que lo escribiste yo diría que esta relación se ha complicado aún más. ¿Cuál crees que es la base real de este supuesto debate? (y digo supuesto porque las vidas de las personas trans nunca deberían ser motivo de discusión). ¿Qué es lo que molesta tanto a esa corriente del feminismo que defiende que las mujeres trans no son mujeres?
Hay varias claves, que aportan compañeras como Marina Echebarría Sáenz o Justa Montero. Por un lado, la llamada LGTBfobia intelectual: esas feministas sienten un visceral rechazo hacia las mujeres trans (para ellas son hombres con falda, “travelos”), pero lo revisten de argumentos ideológicos. Echevarría y Montero defienden que alimentar polémicas envenenadas dentro del feminismo es una estrategia de distracción y de división que aparece con fuerza en un momento en el que el movimiento había logrado hacer una conceptualización profunda del patriarcado como estructura, conectada con el capitalismo, el racismo o el colonialismo. No es casualidad que muchas de esas feministas transexcluyentes y con un discurso agresivo en nombre del abolicionismo de la prostitución estén ligadas al PSOE, que no deja de ser un partido que aplica cuando está en el poder políticas neoliberales.
También creo que esa pugna por la hegemonía dentro del feminismo tiene un ingrediente generacional. No todas las feministas de más de 60 años son tránsfobas ni todas las tránsfobas son mayores de 60 años, pero sí que es cierto que muchas de las más visibles y prestigiosas en esta cruzada anti-trans y anti LGTBI son de esa generación y son mujeres que están en posiciones de poder, en élites políticas, culturales y económicas. Hasta ahora, su discurso, que solo contemplaba el eje de desigualdad hombre/mujer, era el hegemónico, tanto en el movimiento social como en las instituciones y en la academia. Ahora hay un consenso en todos esos espacios sobre que las mujeres trans son mujeres y una disposición a ampliar el sujeto mujer-blanca-cishetero-urbana, etc., y se resisten a replantear su discurso, porque eso implica revisar sus privilegios y su posición de poder como mujeres blancas, acomodadas y cishetero.
“Qué ganas de complicarte la vida”. Una frase brutal que se repite a lo largo del libro y que podría servir de resumen. Ser una misma, luchar por las causas que nos atañen y nos importan, intentar vivir siguiendo nuestras convicciones es visto como “complicarse la vida”. Me recuerda al “Por qué ser feliz cuando puedes ser normal” de Jeannette Winterson.
Esto en realidad también se puede conectar con lo que estamos comentando. Una estrategia de los sectores anti-LGTBI es banalizar nuestra lucha reduciéndola al amor y el sexo, es la LGTBfobia liberal, ese “a mí me da igual con quién te acuestes”. No estamos hablando de nuestras preferencias sexuales o amorosas, estamos hablando de nuestras vidas, de nuestra identidad, y de un sistema que ejerce violencia física, económica, simbólica, sexual sobre las personas que rompemos con las normas de sexo y de género. En el prólogo hablo de una mujer lesbiana cubana, que viste con ropa masculina y no se depila una barba que le sale de forma “natural”. Su aspecto agrava su situación de aislamiento, de precariedad y de exclusión social. En su historia vemos cómo lo queer no es una teoría académica posmoderna, como dicen sus detractoras, sino una estrategia de supervivencia, un ejercicio de autodeterminación y de dignidad de las raritas que no queremos pasar por el aro de este sistema.
El “Por qué ser feliz cuando puedes ser normal” que le dice a Jeannette Winterson su madre cuando sabe de su lesbianismo, es muy lapidario. Las personas que protagonizan 10 ingobernables, ya sea por ser LGTBI, por ser gordas o por tener el cuerpo quemado, no quieren ser normales, sino que quieren cuestionar ese concepto que les señala como personas inapropiadas, incómodas y hasta monstruosas. Sí que quieren ser felices, pero lo cierto es que las violencias directas y simbólicas que reciben son una fuente de sufrimiento, que van sanando gracias sobre todo al feminismo y el activismo social.
Con un partido de ultraderecha presente en casi todas las instituciones, con su mensaje amplificado por los medios todos los días, ¿crees que se está recrudeciendo el discurso contra lo diferente? ¿Crees que las personas LGTB+, las racializadas, las gordas, las inmigrantes… estamos en más peligro ahora que antes?
No voy a decir nada nuevo si señalo que la ultraderecha ha salido del armario. Eso ha dado un sentimiento de impunidad y de libertad a quienes alimentan discursos de odio y a quienes persiguen despojar de derechos a los sujetos políticos que citas y a tanto otros. El caso del País Vasco es curioso: la ultraderecha (y, de hecho, todo el espectro de derecha nacionalista española) no ha logrado representación institucional, y aun así han ocurrido cosas preocupantes que señalan cómo los discursos y la impunidad calan. En San Francisco, el barrio en el que está la redacción de Pikara Magazine, en el que yo he vivido hasta hace poco y por el que paseé con el Ajero, aparecieron pintadas xenófobas en euskera, en un ejercicio de basque-washing, como señalaba en Twitter la escritora Katixa Agirre: empezaron por decir abiertamente “Etorkin gehiegi” (“Demasiadas personas inmigrantes”) y cuando esas pintadas fueron tachadas o contestadas (“demasiados fascistas”), hilaron más fino y empezaron a hacer pintadas islamófobas, que tuvieron menos contestación. Algunas de esas pintadas las hacían en las persianas de las carnicerías halal o de las mezquitas, lo cual supone un ataque y una persecución muy directa y preocupante que recuerda a episodios del fascismo más duros.
También en la redacción que compartimos Pikara Magazine y Faktoria Lila aparecieron en varias ocasiones pintadas machistas en castellano firmadas por una organización fascista. Vemos por tanto que el peligro no es solo la cantidad de dinero y de poder que acumula la ultraderecha cuando entra en las instituciones, sino que su discurso permea en más capas, normaliza discursos y agresiones… Creo que aún es pronto para valorar el peligro que esto supone en términos de peligro hacia nuestra integridad (eso lo dirán los observatorios de delitos de odio), pero está claro que los discursos del odio están hoy más legitimados y cuentan con altavoces más potentes que hace diez años también en los territorios en los que VOX no tiene representación institucional.
Algunas recomendaciones
Un libro que te haya abierto los ojos.
Tomar la palabra. Mujeres, discursos y silencios, de la antropóloga Dolores Juliano (ed. Bellaterra).
Un artículo que todo el mundo debería leer.
“El sujeto del feminismo nunca ha dejado de ampliarse”, de Laura Gaelx Montero, en Pikara Magazine.
Un/a escritor/a imprescindible.
No soy de escritoras preferidas. Cristina Morales con Lectura fácil, Irene Solà con Canto jo i la muntanya balla, y Katixa Agirre con Amek ez dute (traducida como Las madres no, en Editorial Tránsito) son las que más me han impactado, cortocircuitado, nutrido y estimulado últimamente.
Una activista referente.
Admiro mucho a Laura Bugalho por su compromiso con infinidad de luchas sociales: el sindicalismo, los derechos de las personas migradas, el feminismo, las luchas LGTBI, la lucha contra los desahucios y el soberanismo gallego. Es una mujer trans.
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