Más de cien historias con osos en España
El escritor y fotógrafo de naturaleza Ezequiel Martínez ha recogido en el libro ‘Viviendo con osos. Somiedo, 100 años de historias y leyendas 1917-2017’ las experiencias con osos de hombres y mujeres de los pueblos de Somiedo (Asturias). Memorias de una cultura rural, que, como esta especie emblemática de la fauna ibérica, se encuentra en serio peligro de extinción.
Ezequiel Martínez fue conocido en los años noventa por su dedicación a la cigüeña blanca –los periodistas de medioambiente le conocíamos entonces como “el fotógrafo de las cigüeñas”–. Ahora se ha pasado de las zancudas a los plantígrados; en los últimos 11 años ha puesto tanto esmero, paciencia y dedicación en los osos como puso en los noventa en las cigüeñas. El resultado: este libro de casi 300 páginas repleto de datos, anécdotas e historias valiosas que cuentan hombres y mujeres de los pueblos de Somiedo (Asturias) en torno a sus experiencias con el oso.
Viviendo con osos comienza a fraguarse el 1 de mayo de 2007, y el autor ha recorrido, en más de 50 viajes desde Madrid, uno a uno los 38 pueblos (1.190 habitantes) que componen el concejo de Somiedo: “Es un trabajo totalmente de campo, en el que en cada pueblo he contactado con las personas que han vivido estas historias”. “Diez años después, en junio del año 2017, me decido a ordenar todos esos apuntes y grabaciones. Son entrevistas a vecinos de estos pueblos que me cuentan sus vivencias y encuentros con el oso; recordar de nuevo esas historias supuso para ellos volver a su juventud”. “Algunos de ellos, aun sin saber leer ni escribir, guardan en su memoria viejas vivencias que les permiten recordar sucesos de una vida sana y sencilla, en armonía con la naturaleza”. Y esta primavera pasada, la feria MADbird, en su V edición, avaló la publicación del trabajo, cuya primera edición se agotó rápidamente.
El libro es un descriptivo documento sobre una especie emblemática de la península ibérica, el oso pardo, que estuvo a punto de desaparecer a finales del siglo XX y ahora poco a poco se va recuperando, hasta contar con unos pocos centenares en sus poblaciones en los Pirineos y sobre todo en el Cantábrico. Cuenta su querencia por la miel, la firmeza y cariño con que las osas tratan a sus pequeños, su bello porte, su vagar tranquilo por los montes sin atender a los humanos, su costumbre de abrazar árboles… Pero, además, Viviendo con osos tiene el valor de recoger los testimonios de gente de pueblo que rememora una cultura rural en peligro de extinción, hombres y mujeres que han sido auténticos guardianes del territorio. El oso pardo parece que está salvándose, pero no está tan claro que esa cultura rural amasada durante siglos en pequeños pueblos de montaña como estos de Somiedo perdure de aquí a una o dos décadas, como subraya Ezequiel Martínez cuando le entrevisto; quienes hablan en el libro son sobre todo gente de setenta, ochenta, noventa y tantos años, cerca de 100; y ocho de ellos incluso han fallecido por el camino, le contaron historias a Ezequiel, pero no han llegado a ver el libro impreso.
Dice el autor: “Fueron largas horas de charlas, no solamente sobre el oso, sino sobre sus costumbres y formas de vida en aquellos años (años treinta, años duros de la posguerra, años 50 y 60), donde la caza del oso y otros animales era algo cotidiano que les permitía paliar el hambre. Como decían ellos, ‘eran otros tiempos y otras formas de ver y entender la vida’. Desde hace ya muchos años, el oso está protegido y las necesidades de la vida han mejorado para todos, y los mismos paisanos que lo cazaron en su juventud ahora lo protegen y lo cuidan como algo suyo”. “Quizá con estos viajes por los valles de Somiedo esté recogiendo los últimos testimonios de una cultura y de una forma de vida en convivencia con la naturaleza”.
Y así lo refieren paisanos y paisanas, ya de avanzada edad, como Josefa Riaño González, de 90 años, del pueblo de Pigüeces: “Recuerdo que ya de pequeña me contaban en casa historias y cuentos de osos para que me durmiera. De mayor, en la chimenea, después de cenar, nos reuníamos todos los vecinos en el filandón, que así llamamos a las reuniones de vecinos, y mi abuelo o algún vecino siempre contaban historias en las que me quedaba dormida y soñaba con osinos”. “Cuando era muy niña, tendría unos 9 años, comí por primera vez chorizo de oso. Estaba bueno y me gustó. Era un oso al que unos vecinos de Pigüeces le pegaron un tiro. Lo bajaron al pueblo, lo desollaron bajo un hórreo y repartieron la carne entre todas las familias que allí vivíamos. Era una época en la que todavía se podía cazar el oso. Después ya estuvo vedado. En estas montañas antiguamente se cazaron muchos osos, pero era por necesidad. En algunas casas se pasaba hambre, verdadera hambre, y el oso tenía mucha carne”.
Más memoria de Josefa: “Antiguamente las mujeres nos juntábamos a enristrar cebollas y panochas de maíz. En el tiempo de la matanza, todo el pueblo trabajaba haciendo chorizos y tocinos para luego tenerlos para el invierno. La de veces que habré hecho todo esto. Ahora ya nadie lo hace, no queda gente en estos pueblos. Los viejos que quedamos aquí y en otros pueblos nos vamos a Oviedo o a Gijón con los hijos. A nuestra edad, no podemos estar solos”. “Los pueblos estaban llenos de vida y de futuro. Había muchos guajes (niños) que jugaban por la calle y alborotaban con sus juegos. No me explico cómo ahora no hay nadie, con lo bien que se vive aquí. ¡Tenemos de todo! Ahora no nos falta de nada y la gente se va a las ciudades. Allí viven todos apiñados y la vida es cara. Además, allí no tienen oso ni esta tranquilidad. ¡Oiga! ¡Escuche usted cómo canta el gallo! Está feliz y da vida al pueblo. Esto es una maravilla de vida. Pero nos falta juventud”…
Dice Luz Divina Álvarez Feito, que está a punto de cumplir 78 años, del pueblo de Perlunes: “Antes en el pueblo todos éramos familia y nos ayudábamos unos a otros. El problema ahora son las casas viejas con varios dueños, no se ponen de acuerdo y terminan cayéndose y se pierde la arquitectura tradicional de montaña. Además, en el interior de muchas de estas casas se acumula la vida y recuerdos de varias generaciones, muebles de madera de castaño y roble, ropas de boda y de trabajo, madreñas talladas, álbumes con fotografías en blanco y negro de acontecimientos de toda una vida, libros, documentos, cartas de familiares que emigraron, utensilios caseros, pisones para moler la escanda, el trigo o el maíz, las monturas de los caballos… Toda una vida de duro trabajo para conseguir cualquiera de estos enseres y ahora se pierden en el olvido, devorados por la humedad y la carcoma, como si sus propietarios nunca hubieran existido”.
No todo era tan idílico, ni lo es ahora. Cuenta la alemana Bárbara Laurencery, que llegó con su marido, Esteban, francés, a Somiedo en los años ochenta: “Lo primero que hicimos al llegar al valle en 1988 fue sacar del río lavadoras, frigoríficos y hasta televisores que la gente había arrojado al cauce: los vecinos nos miraban y se agrupaban para vernos trabajar, pero nadie comprendía por qué estos dos recién llegados y extranjeros hacíamos esos trabajos si nadie nos los había encargado ni nadie nos lo pagaría. Nos lo preguntaron una y mil veces, pero por mucho que se lo intentamos explicar, creo que no lo comprendieron nunca”. “Años después, sigue habiendo somieres en la puerta de los prados y cuerdas de plástico atadas por todos los sitios. No es nada bueno para el paisaje. La gente pinta las casas de cualquier color, la arquitectura tradicional no se protege y se construyen chalets modernos. Luego se gasta dinero para hacer pistas que encima se asfaltan, para llegar a ningún sitio. Ahora tenemos pueblos grandes que los antiguos construyeron con mucho esfuerzo, pero sin vida, no hay gente. Quedaron sólo para fines de semana y verano. En algunos de ellos te tienes que poner las gafas de sol para no ver la estética de algunas casas. Son horribles y no tienen armonía con el entorno”.
Los encuentros con los osos son realmente interesantes de leer. José Álvarez García, Josepin, nacido en 1954 en Urría: “Otro día bajaba de la braña con las vacas para meterlas en la cabaña. Yo tendría unos 10 años. Fue un 30 de abril, no se me olvida. Entraba por un cueto que sale a un hayedo muy grande y empezaba a llover. Se echaba la niebla encima. Tenía que meter las cinco novillas como fuera en la cabaña; si no, me caería una regañina de narices. Bajaba por el camino andando en silencio, casi sin pisar el suelo por la hierba que había. Casi no metía ruido. Y en un recodo, me veo al oso, delante de mí. A cuatro metros. Él no debió de oírme llegar, no se enteró de mi presencia, pero a la que me olió… ¡mira!, se dio la vuelta, levantó la cabeza, se puso de patas y pegó una berrida… Yo solo pensaba ¡tierra, trágame! ¡Que desaparezca! El cuerpo mío quedó de eso que parece que no tienes cuerpo. Se dio la vuelta, se bajó y tenía una melena que le bajaba al medio del hocico. Se metió en la niebla, entre las hayas, y yo a toda prisa me puse a buscar las novillas. No las veía y las busca por el sonido de la chueca (cencerro) para bajarlas. ¡Qué susto! No lo olvidaré nunca. Pero da gusto verlos… Lo bonitos que son… ¡Qué animal más guapo!”.
Y Etelvina González Mayo, de 84 años, en el pueblo de Robledo, recuerda: “Cuando era muy joven nos mandaban a los niños que vigiláramos el maíz de noche para que no se lo comiera el oso. Por la tarde, antes de ir, hacíamos una ronda por los talleres de varios madreñeros de pueblo y recogíamos del suelo las virutas y restos de madera. Las metíamos en un cesto y luego las usábamos para prender fuego en el monte. Así espantábamos al oso y de paso nos calentábamos”. “El oso cuando baja del monte hace mucho ruido y ya sabes que viene. En este pueblo, como en otros, también se hizo chorizo de oso. Tenía mucha fama y en aquella época todo sabía a gloria, pues había mucha hambre y necesidad”. Y sigue: “Recuerdo bien cuando vi por primera vez al oso. Era una tarde de primavera, cuando subía a la braña; era un animal precioso. Él iba a lo suyo y no me hizo nada. Lo he visto en numerosas ocasiones, pero no me dan miedo, sé que están por el monte y me respetan. Ahora, como ya no subo a la braña por mi edad, no los veo”. “¿Cree usted que con todo lo que subí y bajé por esos montes nunca vi al lobo? Con los que dicen que hay… Me moriré y creo que me voy a quedar con las ganas de verlos. Dicen que son muy guapos, que tienen unos ojos muy profundos y un pelaje preciosos, pero que son difíciles de ver”…
¿Algo ha cambiado en Ezequiel con Viviendo con osos? “La percepción del tiempo. Ellos viven a un ritmo tranquilo, al ritmo de la naturaleza, y es una manera de estar en el mundo que va desapareciendo; en la ciudad vivimos muy deprisa, demasiado deprisa; cada vez más”.
‘Viviendo con osos’ se presenta en Pola de Somiedo, cabeza del concejo, el lunes 13 de agosto, a las seis de la tarde. En el Centro de Interpretación del Parque Natural de Somiedo. Su autor quiere que sea una gran fiesta de encuentro y reencuentro de toda la gente que ha participado en el libro.
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Comentarios
Por Ines, el 07 agosto 2018
Donde lo hay a vender gracias
Por Manuel R. G., el 30 mayo 2019
Hola, me gustaría saber donde puedo comprar este libro