Mejor deconstruir las estatuas que derribarlas
No pretende el autor entrar aquí en el fondo de los méritos o deméritos que validen los derechos de alguien para merecer una estatua en el espacio público. Pero a raíz de la corriente de derribo y ataque a estatuas y monumentos que se produjo este año en EE UU tras la muerte de George Floyd por violencia policial, en esta nueva entrega de poemas visuales que es la serie ‘Objetivo Subjetivo’, propone a las autoridades una solución sensata y barata para actualizar las estatuas más controvertidas.
Prometí hace unos meses no volver a dedicarle a la pandemia ningún otro artículo, y pienso cumplirlo.
Me voy a permitir recordar en este último texto de 2020 otro de los sucesos del año: la muerte de George Floyd.
La muerte de Floyd suscitó toda una serie de reflexiones, artículos, encuentros y manifestaciones de solidaridad cuyo objetivo era visibilizar las condiciones de opresión y marginalidad en las que sigue viviendo gran parte de la población afroamericana, y por extensión otras minorías étnicas, en Estados Unidos.
Pero junto a este movimiento pacífico surgieron, como no podía ser de otra manera, toda una serie de actos violentos, desconectados en muchos casos del epicentro argumental de la protesta.
Una de los actos vandálicos mas llamativos y generalizados mediáticamente ha sido el derribo y ataque a estatuas y monumentos.
En un efecto dominó, la caída en un primer momento de personalidades vinculadas al esclavismo y la explotación humana se fue extendiendo a personajes históricos de la más variada calaña, índole y condición.
A raíz de estos actos se generó toda una serie de discusiones sobre el derecho de muchas de esas estatuas a permanecer en posición vertical, y no arrumbadas en un depósito municipal o fundidas para fabricar recuerdos conmemorativos.
No pretendo en este artículo entrar en el fondo de los méritos o deméritos que validen los derechos de alguien para ocupar un lugar preeminente en el espacio público, o yendo más allá, discutir la validez de la estatuaria en el marco del espacio público contemporáneo; simplemente me voy a permitir, como creador, realizar una propuesta al respecto que permitiría al erario público ahorrarse muchos gastos de desmontaje, traslado y almacenamiento.
La idea sería neutralizar los hipotéticos deméritos del homenajeado mediante la inclusión en su monumento de una simple placa en la que de manera sucinta (no más de 140 caracteres) se incluyese un texto consensuado por expertos y que podría, a modo de ejemplo, contener la siguiente frase: “X, promotor de un levantamiento militar que provocó una guerra civil y que tras su victoria lo aupó como dictador durante cuarenta años”.
De igual manera que muchos artistas focalizan el mensaje de su obra en su título, estas placas ubicarían al representado en las coordenadas históricas, pero sobre todo morales, que le corresponderían.
Quedaría, por último, en manos del observador, como sucede en gran parte del arte conceptual, realizar la lectura y valoración pertinente del homenajeado.
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