Memorable salto al vacío con un doble Chéjov en ‘Vania x Vania’

Una escena de ‘Vania x Vania’ dirigida por Pablo Remón, con Javier Cámara en primer plano. ©Vanessa Rábade

El director y dramaturgo Pablo Remón se atreve con dos versiones del clásico ‘Tío Vania’, de Antón Chéjov, en una coproduccióin de Teatro Español y Teatro Kamikaze. Representadas de forma consecutiva, con el mismo reparto, encabezado por un inmenso Javier Cámara, el público también se encuentra ante un salto sin red con el que tiene que aventurarse como espectador.

La ambigüedad es de sobra conocida: la misma frase –con sus palabras exactas, sus signos de puntuación inamovibles– dicha por personas distintas, nos puede parecer dos enunciados completamente diferentes. Repito: la misma frase. Repito: por dos personas distintas. Porque de eso se trata Vania x Vania, de la repetición; de igual modo que el mismo personaje, en el mismo texto, a cada espectador nos puede parecer de una calidad humana muy distinta. Depende de las elecciones del director, de lo maleable del autor y, cómo no, de la biografía de cada persona del público, pero en este último factor los actores, el autor, el dramaturgo, no pueden entrar. Sin embargo, ¿qué pasa cuando un director irrumpe en un texto, primero para preservarlo, prácticamente intacto, y después para descoserlo y volverlo a montar como un traje de novia que pasa a futuras generaciones?

Con Tío Vania ya se atrevió Álex Rigola en Escenario 0 (HBO, 2020). No se queda corto ahora Pablo Remón, que no elige entre la preservación y la reinterpretación del clásico de Chéjov. Tras el éxito obtenido con Los Farsantes (2022, repite en el cartel Javier Cámara), el director aborda dos versiones distintas de la pieza, que se representan en las Naves del Español en Matadero (Madrid) de forma consecutiva. El público puede elegir si ver la una o la otra. ¿Un consejo? A pesar del reparo que puede dar meterse entre pecho y espalda la hondura rusa de dos Chejóvs seguidos, lo más recomendable es precisamente eso: ver las dos. Una después de otra. Sin pensárselo y sacando la cabeza del agua entre las dos funciones para coger aliento rápidamente. Un método infalible para entender la dimensión de este texto, publicado originalmente en 1899.

En la primera versión la sobriedad escenográfica se pone de largo, si es que el minimalismo puede ponerse de largo: simplemente seis sillas que los personajes van moviendo por el escenario, colocándolas encima de unos sencillos planos pintados en el suelo. En sus más de 100 minutos los actores apenas se levantarán, apenas recorrerán unos metros. Es aquí donde el texto original –apenas retocado al eliminar la existencia de tres personajes–, brilla por su delicadeza, en todo un ejercicio de respeto al universo de Chejóv. Más allá de la trama, las interacciones de los personajes son las que definen el clima, las que forman el cuerpo fundamental de la función. En otras palabras: el texto y el trabajo actoral están desnudos, como si la mano del director no existiera. Y es esa sensación la que nos hace creer que, precisamente por no verla y cederle todo el protagonismo al autor, es cuando su trabajo está más presente, cuando los actores se encuentran libres de todo artificio: enorme Israel Elejalde como el médico Astrof, Marta Nieto dueña de toda la tragedia de esta Elena. En este primer pase, los conflictos de los seis personajes los trascienden, desbordan sus identidades y sus nombres en ocasiones muchas veces costumbristas. Sería cómico si no fuera trágico.

Es muy difícil borrar una primera impresión. Y eso ocurre con el segundo pase. De las sillas espartanas de la primera función pasamos ahora a dos escenografías que comparten tablas. A la izquierda una dacha rusa. A la derecha un cortijo andaluz. Ambas versiones comparten también reparto y es ahí donde reside la proeza actoral. El texto aquí se libera del corsé original, la adaptación es más libre. Vania (Javier Cámara) despierta de su sueño iniciático, que resulta ser ahora una siesta, abre los ojos vistiendo una gorra de Caja Rural y habiendo soñado que Samantha Vallejo-Nájera le había galardonado como ganador de Masterchef gracias a un plato de migas manchegas; Vania, ahora, se llama Iván.

En esta nueva versión, el médico Astrof pasa de ser alcóholico a un simple borracho, y Alexander, el escritor, transmuta de un ser egoísta a meramente desnortado. Es más significativo el cambio en los personajes femeninos, especialmente en Elena, que abandona la hondura dramática de la primera versión en favor de dos personajes más planos (Elena en su versión rusa y en su versión española), con tintes telenovelescos, pérfidos y hueros.

El texto aquí se libera de la cadencia chejoviana –sin perder su significado– para ganar en rapidez, referencias a las consecuencias de la PAC (Política Agraria Común, tan de actualidad ahora por las tractoradas), a las verbenas de pueblo, al cubata y al pacharán. A medida que avanza la trama, la frontera entre la dacha y el cortijo se desdibuja. Personajes que están en un lado interaccionan con los del otro, muchas veces sin entender por qué en un lugar se habla de San Petesburgo y en otro de Oviedo, pero al final trasuntando a ambos lados de esta separación, mostrando que en la universalidad de esos dos lugares, en la universalidad de la literatura rusa, como en toda buena literatura, son más los puntos de unión que los de diferencia. El humor, más sibilino en la versión anterior, no tiene complejos al mostrarse aquí libre de todo prejuicio, dando lugar a situaciones de enredo teñidas con rasgos de Arniches, de Jardiel Poncela. Sería trágico, si no fuera cómico.

Funcionan estas dos funciones de Vania como un espejo: la una se refleja en la otra. Sus azogues se repiten hasta el infinito, y se superponen las imágenes de sus marcos unas sobre otras. Ofrecen tantas capas como espectadores contemplen las funciones, lo hacen en una infinitud de paradojas imposibles, como los grabados que muestran las cintas de Moebius en la obra de M.C. Escher.

Este Vania x Vania es, en definitiva, una proeza. La de los actores (Javier Cámara, Manuela Paso, Marta Nieto, Israel Elejalde, Juan Codina y Marina Salas), la de un autor inmortal a quien escuchar ahora más que nunca, pero sobre todo la de Pablo Remón, su director, que sabe entrar y salir del texto para hablarnos de Chéjov, de Rusia y de España en un momento políticamente agitado, que es y no es aquel de 1899. Un salto al vacío que podría no funcionar, y que articula todo el poder del teatro en una lección memorable de elegancia.

‘Vania x Vania’, de Pablo Remón. Naves del Español en Matadero, Madrid. Hasta el 7 de abril.

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