‘Mi muerte’: una joya de la fantasía que revienta el mito de la musa

La autora Lisa Tuttle, durante la entrega de los premios Hugo Awards en Helsinki. Foto: Henry Söderlund / CC:
‘Mi muerte’, la novela corta de Lisa Tuttle, uno de los grandes nombres de la literatura de género a nivel mundial, llega por fin a nuestro país de la mano de la editorial Muñeca infinita para reventar el mito de la musa y el artista.
Realidades paralelas, fragmentación de la identidad, vidas entrecruzadas en un eterno retorno que gira y gira y vuelta a empezar. Quién si no un autor –o mejor dicho, una autora– de ciencia ficción podría afirmar que el tiempo, tal y como lo entiende la sociedad occidental, no es más que una ilusión, algo que se puede incluso conquistar.
Lisa Tuttle (Texas, 72 años), autora de la Encyclopaedia of Feminism (1986) y de novelas de culto como Futuros perdidos (Gigamesh, 2016), es uno de los grandes nombres de la ciencia ficción, la fantasía oscura y el horror a nivel mundial. Disfruta jugando con el tiempo tanto como con la mente de sus lectores. Escasamente editada en nuestro país, tuvimos el placer de contar con ella en la última edición del festival 42 de géneros fantásticos (Barcelona). Compartió mesas redondas con otras autoras y expertas en terror, casas encantadas y damas góticas como Catriona Ward, autora de La casa al final de Needless Street, o Bernice M. Murphy, experta en la obra de Shirley Jackson.
Encontrar en librerías un ejemplar de la citada Futuros perdidos o de su colección de relatos terroríficos Nido de pesadillas (Nevsky Prospects S.L., 2015) es una auténtica odisea. Por suerte, la editorial independiente Muñeca Infinita acaba de recuperar Mi muerte, una novela corta de principios de los 2000 que, lejos de ser considerada una obra menor dentro de la extensa trayectoria de esta escritora estadounidense afincada en Escocia, resulta una delicia de lectura, una pequeña joya de la literatura de género más elegante y compleja.
La protagonista de Mi muerte, una escritora sin nombre cuya vida nos recuerda un poco a la de la propia Tuttle, avanza por carreteras escocesas grises y marrones rodeadas de lagos igual que avanza por su proceso de duelo. Su compañero de vida ha muerto, y desde entonces la ficción también la ha abandonado. Está entera, pero vacía de ideas, más sola y aislada de lo que ella misma es capaz de reconocer. Se dirige a Edimburgo para reunirse con su editor: necesita reactivar su carrera, pero ¿cómo?
Ya sea casualidad o lo que algunos confían en llamar destino, pocos minutos antes de encontrarse con su editor, paseando por la National Gallery, la escritora se topa con un recuerdo del pasado: el cuadro Circe, de Willy Logan, el imponente y misterioso retrato de una hechicera mitológica. Ella recuerda tener una reproducción de ese cuadro colgada en la pared de su habitación en la residencia universitaria. La modelo del retrato fue Helen Ralston, una joven estudiante de arte americana emigrada a Glasgow que, años después de ser la musa de Logan, escribiría En Troya, uno de los libros preferidos de nuestra protagonista, uno de esos que ella soñaría con haber escrito.
La protagonista le propone a su editor: voy a escribir la biografía de Helen Ralston. Siente una pulsión irrefrenable por descubrirlo todo acerca de esa mujer cuya existencia había olvidado hasta esa misma mañana. ¿Qué se sabe acerca de ella? Poco, y desde luego nada que sea más importante que su faceta como musa y amante del afamado pintor. Las biografías de él cuentan que tuvieron una relación breve, marcada por la mística y la espiritualidad. Aquellos meses turbulentos fueron testigo de la extraña defenestración de Ralston desde la ventana de su apartamento, que casi le cuesta la vida, y de la ceguera súbita que asaltó a Logan durante una visita a una isla desierta, Achlan, frente a la costa escocesa. La acuarela que Ralston pintó antes de desembarcar, y que tituló Mi muerte, fue lo último que vieron los ojos del artista.
Definición de ‘serendipia’: un hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. La primera: un amigo de su editor está en posesión de dicha acuarela, y la obra acaba en el maletero de la protagonista. Otra más: Helen Ralston aún está viva, reside a apenas unos kilómetros de distancia. Una última serendipia: una profesora universitaria le facilita su contacto. Helen Ralston está dispuesta a ser entrevistada. Una huella viva de la literatura y el arte europeos de principios del siglo XX. Una oportunidad única para una escritora en horas bajas.
La protagonista sin nombre atraviesa paisajes otoñales para acudir a su encuentro, y aunque es incapaz de llevar la cuenta de las decenas de personalidades que ha entrevistado a lo largo de su carrera, la presencia de Ralston la sobrecoge, descompone algo en su interior. A su alrededor, las estanterías, los álbumes de fotos y los cuadernos de notas demuestran una sintonía inaudita entre ambas escritoras. ¿Es que acaso estaban destinadas –o condenadas– a encontrarse?
En poco más de cien páginas, Mi muerte esculpe con maestría diversas capas de significado y nos habla de muchas cosas. Mujeres a la sombra de nombres masculinos (Lisa Tuttle sabe mucho sobre esto, pues a menudo quienes escriben de ella destacan nada más empezar el artículo que fue novia de George R. R. Martin, el autor de Juego de Tronos). Artistas y escritoras históricamente reducidas a la mera condición de “esposa de”, “hija de”, “amiga de”… El problemático arquetipo del “eterno femenino” que tanto gustó a Goethe y los modernistas: la mujer como ser elevado, puro y grácil, contemplativo, en contraposición a la acción y la vida pública del hombre. ¿Admiración? No os engañéis: estos hombres no querían saber nada de las mujeres reales y sus mundanas experiencias.
Mi muerte tiene algo de ajuste de cuentas, de reivindicación de una voz y de una historia propias. La nuestra, a la que todas tenemos derecho. Quién si no nosotras va a contarla.
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