La «micromaestría» es lo más cool: hacerse maestro de muchas pequeñas cosas

Foto: Pixabay.

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La micromaestría es lo nuevo. Maestros en pequeñas cosas. Foto: Pixabay.

La micromaestría es lo nuevo. Maestros en pequeñas cosas. Foto: Pixabay.

Olvidémonos de ese axioma absurdo de tener que dedicarle 10.000 horas a una disciplina para dominarla. Una teoría que nos bloquea y paraliza, y nos convierte en seres monolíticos, unidimensionales. Lo que ahora es más ‘cool’ y divertido, y nos hace seres más completos, es la ‘micromaestría’. Te explicamos aquí en qué consiste.

De vez en cuando sale un libro que explica y define con absoluta claridad un concepto que antes tenías la sensación de saber sólo a medias. Sí -piensas-, esto ya lo intuía, pero me faltaban las palabras para enunciarlo o explicarlo. Un libro así acaba de editarse en Reino Unido y se titula ‘Micromastery’, algo así como ‘micromaestría’. Lo tengo aquí delante, en mi escritorio, y creo que va a ser uno de esos libros que cambiará nuestra manera de ver el mundo y a nosotros mismos.

La micromaestría es, tal como suena, el proceso de llegar a ser maestro en algo pequeño, o en una faceta pequeña de una actividad más grande y complicada. Es, en palabras de su autor, el británico Robert Twigger, «una unidad independiente de hacer algo, entero en sí mismo, pero a la vez conectado a un campo mayor».

«Había llegado a un punto en mi vida», escribe Twigger, «en que pensaba que ya no podía interesarme por todo, que tenía que poner límites, y eso no me gustaba. Pero venía de una suposición falsa que dice que hacen falta años de estudio para dominar algo que realmente valga la pena».

Twigger decidió romper con esta idea, y lo hizo con algo tan humilde como la preparación de una tortilla francesa. Quería mejorar como cocinero en general, y otra vez le venían a la mente las barreras que nos detienen a todos cuando pensamos en lanzarnos hacia una actividad nueva -la enormidad de la tarea, sobre todo. Pero Twigger se dio cuenta de que, en vez de obligarse a estudiar todas las técnicas de la cocina, podía enfocarse más bien en algo pequeño y sencillo -como preparar una tortilla- y hacerse experto sólo en eso. De ahí podía continuar con su educación culinaria; pero con sólo un poco de esfuerzo y tiempo, tendría la sensación de haber cumplido y aprendido algo -algo además con que lucirse luego con sus amigos. En otras palabras, había descubierto la micromaestría.

‘Una micromaestría se puede repetir y tiene una buena recompensa», dice Twigger. «Es agradable en sí misma y puedes experimentar con ella, porque tiene cierta elasticidad. Es así como aprendemos de niños: nunca absorbes los fundamentos enseguida, más bien aprendes una cosa cool, luego otra…».

Lo que me encanta de esta idea es que resulta realmente liberadora. Vivimos en un mundo donde cada vez más se supone que tienes que ser especialista en algo, que hacen falta pasión y muchísimo tiempo para llegar a ser experto en una actividad, sea hacer surf, artes marciales, jugar bien a póquer o lo que sea… Ahora se habla sin cesar de las 10.000 horas (el tiempo supuestamente necesario para convertirte en maestro de algo). Y mientras esa idea contiene cierta verdad, también nos cierra la puerta a nivel subconsciente. No dispongo de 10.000 horas (que se suele calcular como 10 años), piensas, así que me olvidaré de hacerme fotógrafo, alpinista, jugador profesional de ajedrez…

También la micromaestría va en contra de los métodos tradicionales de enseñanza, donde realmente sólo puedes usar lo que has aprendido cuando llegas a la meta, normalmente tan lejos que ni se atisba en el horizonte a la hora de empezar. ¡Venga, va!, te urgen después de la primera clase del idioma nuevo, cuyo curso te ha costado un ojo y parte del otro. ¡Dinos algo! Y te quedas mudo. Incluso un mes más tarde estás literalmente sin palabras, con un montón de reglas de gramática y sonidos raros zumbando dentro de la cabeza. Porque los profesores no han entendido el concepto de la micromaestría, el de dar divertidos pasos pequeños que se perfeccionan antes de continuar. Tras año y medio estudiando árabe en la Universidad de Oxford, todavía no sabía defenderme en la calle cuando llegué a Egipto. Posteriormente encontré a un nativo que, en vez de pasarme listas interminables de vocabulario, me enseñaba a comprar billetes de tren o hacer la compra. O sea, me dirigió por la vía de la micromaestría y, así, todo el idioma me parecía mucho más fácil.

La micromaestría habla de algo que se está perdiendo en nuestra cultura occidental: la importancia de ser polimático. Cada vez más se divide el mundo en unidades cerradas, incluso ridículas. Por ejemplo, te dicen que no puedes escribir un guión de cine porque lo tuyo son novelas, o no puedes plantar zanahorias porque sólo entiendes de rosas… Pero ser polimático es un estado natural para nosotros. A lo largo de la historia ha sido necesario para sobrevivir, y se ha celebrado, tanto en Oriente como en Occidente (‘el hombre renacentista’). Pero ahora el énfasis radica en estar «cien por cien enfocado» para tener éxito en el camino que has elegido. ¿Y quién más especialista hoy en día que un premio Nobel? Pues Twigger investiga a estos grandes intelectuales de nuestra cultura y descubre algo curioso: en contraste con la población general, un premio Nobel tiene cuatro veces más probabilidades de ser también músico, 17 veces de ser artista, 25 veces de ser escritor de poesía o ficción, y 22 veces más de ser actor, bailarín o mago. O sea, que estos grandes especialistas en realidad son polimáticos, y sus ideas geniales vienen precisamente de la diversidad de sus pasiones, no de su singularidad.

Lo cual nos lleva al quid de la cuestión: en el fondo somos polifacéticos, cada uno tenemos muchos yos que necesitan su oxígeno y expresión. Ser polimático (y conseguirlo a través de la micromaestría) nos abre la puerta a nuestras propias posibilidades, y a la vez a un equilibrio interno. No somos meras piezas en la máquina de la sociedad o de la economía. Todos somos seres complejos, y, gracias a las ideas de Twigger, podemos ser maestros de muchas pequeñas cosas.

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Comentarios

  • Hércules

    Por Hércules, el 16 junio 2017

    Decía mi abuelo, que era relojero (y de los buenos) que «maestro de mucho, maestro de mierda».

    Hay otra versión menos escatológica: El que mucho abarca, poco aprieta.

    Yo, que tengo ya mis años y he visto y hecho de todo, no puedo sino corroborar esos dichos. Lo demás son tontás.

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