La fotosíntesis creativa de Miguel Ángel Tornero
Miguel Ángel Tornero ha vivido desde niño rodeado de fotografía. No es de extrañar entonces que le obsesione el hecho fotográfico en sí como objeto artístico. Lo ha demostrado en dos recientes exposiciones en Madrid dentro de PhotoEspaña2014. Ambas casi antagonistas: una reflexiona sobre las máquinas y el azar, y la otra sobre los ancestros de la fotografía.
Los nuevos caminos de la fotografía española han conseguido este curso las mejores notas, y por ello una extraordinaria visibilidad. Desde ‘El Asombrario‘ hemos entrevistado ha algunos de los más aplicados de esta nueva generación y, afortunadamente, otros medios nacionales y extranjeros también empiezan a reparar en ellos. Oscar Monzón o Cristina de Middel han recibido matrícula con sus propias exposiciones, pero la sección oficial de PhotoEspaña14 ha premiado a toda la clase con dos exposiciones fotográficas, P2P y Fotografía 2.0, ofreciendo un escaparate la fotografía de vanguardia.
Miguel Ángel Tornero (Baeza, 1978) es representante de esos fotógrafos que reflexionan con su obra sobre el hecho fotográfico en sí. Tal vez por ello participa en las dos exposiciones citadas. Su interés por la cámara le viene de familia, pues su padre y hermanos se dedican a la fotografía social. Tras pasar por la facultad de Bellas Artes, su trayectoria artística ha cosechado reconocimientos como los premios Grünenthal (2011), Purificación García (2007) y ABC (2003), así como el Generaciones (2009) para proyectos artísticos.
Hemos encontrado una muestra de sus trabajos en Fotografía 2.0 (en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, comisariada por Joan Fontcuberta y sobre la que charlamos con Jon Uriarte recientemente). Allí estaba el proyecto Random Series, con el que Tornero crea imágenes imposibles ayudado por el capricho de un programa informático pensado para crear panorámicas, pero al que él engaña mezclando imágenes de su archivo personal. Las emociones, los recuerdos y la casualidad a merced de una mente artificial.
Tornero cuenta con la libertad que le da venir desde el ámbito artístico y, dentro del encorsetado mundo fotográfico, investiga con nuevos ojos sobre la fotografía, la generación de imágenes o el espíritu del hecho fotográfico, llegando, curiosamente, a emparentar con los orígenes de la fotografía; los calotipos de Fox Talbot son los ancestros de su serie Photophobia, de la que hemos visto una pincelada P2P-Prácticas contemporáneas en la fotografía española (en el centro cultural Fernán Gómez, dentro de PhotoEspaña2014, comisariada por Charlotte Cotton, Luis Díaz e Iñaki Domingo). Allí, Tornero ha expuesto materiales fotosensibles como la gomaespuma que pueden dejar fuera de juego a muchos espectadores que se preguntan: ¿esto es fotografía? Estos interrogantes, el proceso creativo del autor y las explosiones en la que Tornero participa nos dan pie para esta entrevista.
¿Te consideras fotógrafo o artista?
Yo diría, por ejemplo, artista plástico, pero me da un poco igual.
¿Se puede decir que lo que sucede es que como artista utilizas la fotografía?
Eso es. Soy alguien que quiere decir algo y coincide que con lo que más ha estado trabajando es con fotografía. Especulo con imágenes. Pero en mis tiempos de facultad, yo hacía absolutamente de todo y mi formación académica está más cercana a la pintura. Ahora bien, sí que es cierto que estoy muy vinculado a la fotografía personal y profesionalmente. El caso es que prefiero definirme como artista plástico porque es más abierto, y cuanto más campo de expansión, mejor.
En un momento en el que surge una generación de fotógrafos que intenta explorar las fronteras de la fotografía, que tú vengas de Bellas Artes, donde esas fronteras están menos delimitadas, ¿te hace más fácil transgredir esos límites?
Lo que ocurre es que, para bien o para mal, las artes plásticas son posiblemente el único apartado donde en el siglo XX se rompió realmente con todo lo establecido y, como herencia, las «reglas del juego» de la creación prácticamente han desaparecido. En lo estrictamente fotográfico, la ruptura no ha sido tan intensa, y es a partir de la llegada de la fotografía digital, de Internet, del avance en los sistemas de impresión, cuando se ha abierto un abanico de posibilidades enorme que da muchísimo de sí y pone nuevos debates sobre la mesa. Valoro mucho la fotografía tradicional, y en mi trabajo no existe ningún tipo de negación a cualquier otro punto de vista; solamente trabajo con naturalidad en ese medio como podría trabajar en cualquier otro o, mejor aún, sin miedo de contaminarlo con cualquier otro.
En tus inicios te decantas por el collage. ¿Por qué?
Me encantan los artistas multidisciplinares que te sorprenden y que no sabes qué te van a mostrar. Si cuando era estudiante me hubieras preguntado si iba a trabajar de fotógrafo, no te lo hubiera dicho, pero es que ahora tampoco. Respecto al collage, mi estrategia de trabajo fue resultado de que, en un momento determinado, me compré una cámara digital. Era una época en la que no era tan habitual tener una, y no daban mucha calidad. Me marqué unas reglas de juego: hacer fotografía permanentemente de mi vida cotidiana, y así tener un amplio archivo que luego utilizaría para realizar collages digitales. Estéticamente, el resultado era muy a lo mise en scène, pero conceptualmente era muy diferente, porque nunca había un plató o una sesión fotográfica y nada estaba preparado. Construía imágenes nuevas, no instantáneas, como solía pasar en fotografía, por medio de collages digitales; una especie de micro-relatos, con un tiempo propio contenido. Suelo decir que es un ejercicio, una especie de cóctel, de épica de lo cotidiano, donde las personas se convierten así en personajes, los lugares en decorados y los objetos en atrezo.
Y pasas de collages digitales a collages tradicionales. ¿Por qué?
Porque ahí no veía mi carácter al 100%. Me sigue gustando e interesando ese trabajo, y espero retomarlo más adelante para hacer una lectura mejor. Pero había algo que confundía al espectador y ponía el punto de atención sobre la «artesanía digital». Por ello decidí buscar un collage más salvaje, donde pudiera trabajar con la fotografía no como contenedor de una imagen, sino como herramienta de expresión en sí misma: una fotografía no reproducible, con aura propia, cortando y pegando, rompiendo el material…
¿Empiezas a darle más importancia al objeto que a la imagen?
Sí, pero casi más al proceso que al objeto en sí. Un proceso más inconsciente que deriva en un objeto. Se trataba de hacerlo de una forma más intuitiva, incluso en los acabados, y evitar cierta frialdad. También me llevó a esta forma de trabajo huir de algo que se da en la fotografía: todos los fotógrafos vamos al mismo laboratorio donde entregas el archivo y tienes que seleccionar una serie de acabados. Es algo necesario, sigo haciéndolo así en los trabajos que lógicamente lo necesitan, pero también hay algo convencional ahí, una pérdida de identidad… Exagerando un poco, parece que todos hiciésemos la misma foto.
¿Y hacer un trabajo manual te hacía diferenciarte?
Se trataba de explicitar que no me interesaba ser un artesano digital, ni que estuviera bien cortado o mal pegado. Sino que se trata de contar algo emocionalmente interesante.
Dices que era un proceso inconsciente. Ahora has delegado ese trabajo inconsciente a una máquina. ¿Se puede decir así?
Podría ser. Sobre The Random Series suelo comentar que me gusta la sensación del bebé que se encuentra por primera vez con las cosas, sin atender a convencionalismos. En este trabajo utilizo un programa informático de generar panorámicas, pero al que le introduzco fotos que aparentemente no tienen nada que ver y el programa genera imágenes completamente nuevas. Ese accidente me parece muy enriquecedor, y estira mucho los límites de lenguaje y de lo conocido visualmente. Además, me permite abundar en la ética de lo cotidiano pero con otros medios.
Se trata también de aceptar el reto de trabajar con imágenes actualmente. Admitamos que en el mundo hay un exceso de imágenes. Desde hace décadas, el arte se ha ido desobjetualizando, siendo crítico con la creación de imágenes u objetos nuevos sin necesidad. Aún así, yo tengo un enganche con las imágenes, y acepto el reto de añadir nuevas imágenes con la responsabilidad que supongo que lleva, tratando en lo posible de que no sean más imágenes inútiles.
¿Y qué aportan tus imágenes?
No lo sé. Lo más interesante de mi trabajo, o de esta entrevista, es lo que no te voy a saber contar. Yo me guío mucho por la intuición. Confío en que si mi trabajo tiene interés, enganche en buena parte por ese lado indescriptible. Incluso en The Random Series también exploro esa inconsciencia en el lenguaje escrito. Hacemos referencia a los problemas de la comunicación con el lenguaje tradicional. En breve espero publicar un libro con las tres series de este proyecto cuyos textos han pasado por herramientas automáticas de traducción, tipo Google translate . El resultado son unos textos con incoherencias gramaticales, con cortes abruptos y errores sintácticos, al igual que en las imágenes. Pero que no esté escrito apropiadamente no significa que no se pueda entender.
¿Qué reacciones te llegan de tus fotos?
De todo tipo. Pero veo que hay algo familiar en las imágenes que mucha gente reconoce, pero a la vez, le desconcierta. Es eso de lo extraño de lo familiar. Ese juego cómplice ya es un buen comienzo.
¿Podrían achacarte que el concepto está por encima de las imágenes?
Yo no me identifico con esa sentencia. Creo que todo va implícito, pero supongo que podría ser un ataque para alguien. Yo confío en que se puedan disfrutar y que puedan interesar hasta el punto de que ese primer interés haga llegar al espectador la curiosidad de querer conocer todo el proyecto. De hecho, busco imágenes que inviten a más sentidos que el visual, que se puedan disfrutar de forma inconsciente, casi perversa. Me gusta que sean juguetonas y dramáticas a la vez.
Y tras pasar por los procesos digitales automáticos, evolucionas hasta ‘Photophobia’.
No sé si es un evolución, yo voy y vengo. No es una serie en sí. No trabajo con series cerradas ni conceptos claramente definidos. Photophobia es un grupo de trabajos en torno a la fragilidad de la fotografía, a la que usa como si de un ser vivo se tratara, equiparándola a una planta, pues depende de la luz y de un proceso químico para vivir. Se trata de aceptar que los que trabajamos con el medio fotográfico trabajamos con un medio que es frágil, que caduca y puede marchitarse, al igual que las plantas, y juego con esa idea. Por ello introduzco materiales fotosensibles que están en constante transformación, como papeles químicos velados, que van cambiando poco a poco por efecto de la luz. Al principio eran elementos bidimensionales, pero ha ido evolucionando a objetos más escultóricos.
También aparecen fotos tomadas de los escaparates de antiguas mercerías, peluquerías, bazares y tiendas donde las imágenes han estado expuestas al sol mucho tiempo, perdiendo el color y quedando solo el cian, que es la tinta que más tarda en desaparecer, tratando de hacer de lo marchito algo único. Es una clara referencia al paso del tiempo, tan presente en la fotografía, pero también al cambio del canon de belleza, si me apuras. Muchas veces estas imágenes dialogan con flores, y con puntos de luz diferentes, creando una atmósfera o un tono emocional en ese diálogo, dependiendo del tipo de luz, si es fría, de flash… Cuando alcanza las tres dimensiones sigo utilizando materiales fotosensibles, como puede ser la gomaespuma, que me gusta mucho. Cumple la función del papel velado, porque está continuamente cambiando de color, hasta incluso desaparecer. Y te permite hacer reservas como en el papel fotográfico. Trato de hablar de la naturaleza física de la fotografía. Supongo que es una serie más racional y la más metalingüística, que habla de la esencia de lo fotográfico.
En esta serie das mucha importancia al proceso artístico, que es donde más habéis puesto el foco los participantes de la exposición P2P.
Siempre me ha interesado mucho hablar del proceso. Para mí es el momento de máximo disfrute en el trabajo. P2P incidía mucho en ese aspecto ya que la explosión, siendo lo más visible, no es tanto una conclusión o un resultado final, sino una parte complementaria a las charlas previas, talleres, debates, eventos…, casi una transcripción de una atmósfera creada durante unos meses entre los participantes.
Tienes una trayectoria expositiva tanto en España como en el extranjero. ¿Qué reacciones provocan este tipo de presentaciones de la fotografía?
Oigo muy a menudo discusiones sobre qué es fotografía y qué no. Es un debate que me aburre en el que no estoy interesado en entrar. Me da bastante igual y no quiero tener que distinguir, no tengo esa necesidad. Si a alguien le atrae lo que hago, no debería ser porque sea o no fotografía, sino porque le interesa de lo que hablo o, aún mejor, le emociona. Habrá historiadores que se ocupen de estas cuestiones, pero yo, como artista, no creo que sea donde deba centrarme.
Los fotógrafos de tu generación están muy interrelacionados, tienen intereses similares y existe una conexión entre muchos de vosotros. ¿Cómo te sientes con este colectivo?
Hay un colegueo, en el mejor sentido, que me gusta mucho y que me ha sorprendido. Me encanta la pasión por lo suyo que tiene todo el mundo, con un ambiente muy sano, con mucho respeto, mucha crítica constructiva, mucha energía colectiva. Y a la vez, mucha independencia y frescura. Los casos de internacionalización de, por ejemplo, el trabajo de Cristina de Middel o Ricardo Cases, se han dado con una naturalidad que sería mucho más difícil de conseguir si hubiera dependido de terceros.
¿Esa libertad se debe a la falta de dinero? ¿Como no hay nada que perder se puede arriesgar más?
Sinceramente, no lo creo. De hecho, lo ideal es que hubiera más apoyo y más dinero. A veces con algo ya estaría bien. Y, aunque evidentemente la situación económica es mala, lo que cuento tiene mucho más que ver con una cuestión de educación y actitud. Generalizando, veo muy triste cómo no se valora el papel del artista en la sociedad y lo poco y mal que se protege lo que tiene que ver con la cultura y la creatividad.
Respecto al caso concreto de P2P, la exposición contó con muy bajo presupuesto. Habría merecido que se hubiera hecho una apuesta económica más importante. Estoy encantado de haber participado, pero ha sido una exposición que ha salido adelante gracias al entusiasmo y la agotadora implicación de, básicamente, los comisarios y los artistas; y estoy convencido de que con más medios habría quedado aún mejor.
¿Cómo ves las posibilidades futuras de la fotografía en España?
Muy buenas. Hay datos objetivos de que fuera está interesando, tanto en artículos en prensa como en grandes editoriales que publican libros españoles. Y aunque tarde, está empezando a interesar en España. Insisto en que echo de menos más apoyo serio al artista español, pero el reconocimiento es el primer paso.
¿Los éxitos y problemas de la nueva fotografía española son algo exclusivo de esta disciplina, o es común a los artistas gráficos de vuestra edad?
Siento parecer negativo, pero lo que solemos tener más en común todos los artistas es la precariedad y las pobres condiciones de trabajo. Por otro lado, la comunidad fotográfica está afianzada, hace fuerza colectiva, y eso es positivo. Se puede caer en la endogamia, pero creo que también se es muy consciente de ello.
¿Te ha influido el contacto con esa comunidad?
Sí, contagia mucho su entusiasmo. Yo soy de energía limitada, y ellos transmiten mucha.
¿Qué es lo próximo que veremos tuyo?
Espero que pueda salir en unos meses el libro que antes mencionaba sobre The Random Series con los capítulos Madrileño Trip, Romananzo y Berliner Trato, que son las series que hice en Madrid, Roma y Berlín a lo largo de cuatro años.
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