Miguel-Anxo Murado: “La historia está siempre distorsionada, es parte de su naturaleza”
Con ‘La invención del pasado’, este periodista, escritor, guionista y realizador de documentales desmonta muchos clichés sobre la importancia de los relatos históricos. Dice que los tenemos casi sacralizados, que los poderes los usan como sustitutos de la religión; que están llenos de concesiones a lo que la gente pide, sobre todo, para justificar nacionalismos. Que están llenos de fetichismos. El valor de su análisis es que logra darle la vuelta a muchas percepciones automáticas.
Miguel-Anxo Murado (Lugo, 1965) es escritor, guionista de cine y televisión, realizador de documentales, periodista y traductor. Hace cinco años desmontó en Otra idea de Galicia los tópicos y mitos historiográficos y populares de su tierra, ahora acomete una labor semejante con La invención del pasado. Verdad y ficción en la historia de España (Editorial Debate). Un libro apasionante y bien documentado en el que el autor busca restar la trascendencia que a veces le damos a la historia y despertar en el lector un sano escepticismo respecto a ella, máxime cuando acostumbra a utilizarse como arma arrojadiza en los agrios debates políticos nacionales. Murado hace hincapié en que la historia es inevitablemente imperfecta: su relato cambia con el tiempo, ficción y realidad tienden a confundirse, tiene enormes lagunas y es más un reflejo de nuestro presente y de las expectativas actuales que de nuestro pasado.
En el primer capítulo, a modo de prólogo, expresas la vocación de este libro: “que, cuando el lector termine estas páginas, su confianza en la historia haya disminuido considerablemente”. He de decir que yo ya era un desconfiado, pero ahora soy un desconfiado con datos. Si se me permite la maldad, a tenor de lo leído, no parecen mucho más precisos los libros de historia que las novelas históricas o las telenovelas.
Eso requiere un matiz. Por supuesto que la historia se basa en hechos, muchos comprobados, contrastables. El problema es que tendemos a pensar que la historia consiste en eso, en comprobar hechos. Y la historia no es eso, son las interpretaciones de esos hechos y las relaciones que establecemos entre ellos. El argumento del libro es que, puesto que nuestra mente es una mente literaria, nuestra manera de ver esos hechos y de ordenarlos acaba teniendo más que ver con nuestra imaginación, con nuestra fantasía, que con algo completamente objetivo y racional. La diferencia entre literatura e historia es que la literatura es un mundo en el que ni siquiera los hechos son reales, son imaginarios, se los hace verosímiles, y en la historia los hechos son verosímiles -por lo menos muchos de ellos-, pero, en el fondo, las relaciones entre ellos son parecidas a las de la literatura. Es una relación narrativa.
Cuando uno asiste a un acontecimiento que tiene reflejo en los medios de comunicación son muchas las ocasiones en que no reconoce el relato de lo vivido personalmente. Si esa distorsión se produce con lo vivido ayer, ¿qué grado de distorsión cabe suponerle a la historia?
Es la misma. En el fondo la historia no es muy diferente, en cuanto a memoria, de la memoria individual. Con la diferencia de que en la memoria individual nosotros somos testigos presenciales. El problema es que precisamente de nuestra experiencia como testigos presenciales, de nuestra experiencia al recordar cosas, extraemos esas conclusiones escépticas. El hecho de que no siempre recordamos bien, de que tendemos a reconstruir lo que recordamos. De hecho, cuando lo contrastamos con otras personas que también estaban presentes siempre hay una discusión, nunca hay la posibilidad de establecer con seguridad un recuerdo. La historia es parecida, en algunos sentidos peor. Es una memoria colectiva, ni siquiera la de un individuo, con lo cual tiene que haber una especie de acuerdo entre memorias. Y está además el problema de los textos, el hecho de que sólo podemos conocer las cosas a través de los textos; de los documentos, en general. Habría que hablar también de la arqueología pero, en realidad, en la práctica es con los textos con los que se hace historia. La arqueología u otras fuentes, como las orales, son una apoyatura, no son independientes, no pueden contar historia por sí mismas. Ese es otro aspecto del que quiero llamar la atención en el libro, que si no hay textos no hay historia y los textos son muy imperfectos, sobre todo cuanto más atrás vamos en el tiempo. Y cuanto más cerca estamos en el tiempo se produce un fenómeno distinto, pero también muy distorsionador, que es que hay demasiados textos. Hay un exceso de voces y hacer una selección de ellos es, al final, casi igual de arbitrario que cuando uno tiene muy poco donde elegir.
Uno de los hechos para la desconfianza en la fiabilidad del relato histórico, sobre todo cuando hablamos de acontecimientos más alejados en el tiempo, es que la interpretación se produce a partir de documentos que rara vez son contemporáneos a los hechos. ¿Qué fiabilidad tienen ese tipo de documentos?
Ese es un problema muy serio para partes enormes de la historia, del pasado. No tenemos documentos contemporáneos para muchos de los hechos importantes de la historia. Tenemos textos tardíos, a veces separados por cientos de años de los hechos que cuentan. Basta que pensemos ahora en cómo sería intentar entender algo que haya ocurrido hace 200 años en nuestra familia, simplemente a partir de la memoria oral. Ese es un experimento que puede hacer cualquiera. ¿Qué nos ha llegado, por ejemplo, a través de la memoria oral familiar, de nuestros bisabuelos? Y no hablamos más que de dos o tres generaciones. No nos ha llegado prácticamente nada, como mucho el nombre, quizá una fotografía, alguna anécdota, pero prácticamente nada. Si no tenemos textos contemporáneos no podemos estar nunca seguros de que quien ha escrito ese texto a posteriori tuviera realmente información. Si no aparecen textos intermedios, muchas veces hay que pensar que el que ha escrito ese pasado tan remoto simplemente se lo ha imaginado o lo ha inventado o ha utilizado clichés para construirlo por asociación, por intuición. Yo pongo el ejemplo de las vidas de santos. El hecho de que se parezcan tanto se debe a que los que las escribían no tenían lógicamente ni idea de las vidas de las personas sobre las que escribían porque habían ocurrido muchísimo antes, porque no había documentos, y lo que hacían era tirar de un arsenal de anécdotas, de milagros, que se repiten porque son buenos, porque funcionan, porque tienen éxito. Hay tendencia a imaginarlo todo siempre de la misma manera.
¿De qué periodos históricos de la historia de España tenemos una idea más distorsionada?
Lógicamente cuanto más atrás más distorsionada está. Por ejemplo, de todo lo que es anterior a la conquista romana no tenemos documentos o tenemos muy pocos, arqueología. Pero, como decía antes, la arqueología no es una ciencia independiente, necesita un marco para interpretarla y ese marco lo proporcionan los textos. Cuando no los hay, es muy difícil hacer historia. Se puede hacer etnología retrospectiva, antropología retrospectiva. Se puede deducir cómo vivía este pueblo que vamos a llamar los celtíberos, qué tipo de instrumentos tenían, cómo era más o menos su sociedad… ¡Bueno! Algo se puede saber de eso. Lo que no podemos saber es su historia, los hechos, los detalles, no podemos conocer el transcurso de su historia. A partir de la conquista romana tenemos documentos, pero son documentos que conciernen a la manera de entender la historia de los romanos, que eran escritores, no historiadores como nosotros los entendemos. Ahí tenemos otro problema. También tenemos vacíos historiográficos gravísimos a lo largo de la Alta Edad Media. Yo diría que hasta la modernidad, hasta que empieza a haber un uso sistemático de registros, de archivos, etcétera, lo que tenemos es muy poco. Y a partir de ahí, lo que tenemos es más pero tampoco es la panacea. Cuando no es el tiempo el que hace la selección de los documentos -destruyendo documentación, si es que la había-, se hace de otra manera. Por ejemplo, de Isabel la Católica tenemos muchas crónicas, pero son las crónicas que se permitió que sobreviviieran, aquellas que la legitimaban, no las que daban el otro punto de vista. De eso tenemos muy poco. Y así sucesivamente. Cuanto más atrás vamos en el tiempo más distorsionada está, pero la historia reciente también está distorsionada por otros motivos. Dicho esto en el sentido de que la historia está siempre distorsionada, es inevitable que lo esté, es su naturaleza. No creo que eso sea en sí algo malo, que se pueda corregir. Está en la naturaleza de la historia el estar distorsionada, ser un reflejo siempre deformante.
Cuanto más detallado y detallista es un documento, más sospechoso resulta. Parece un contrasentido.
Sí, parece un contrasentido pero no es exactamente que cuanto más detallado es sino que, el fenómeno de la paradoja del detalle, a lo que se refiere es a que conforme va pasando el tiempo, y sin que aparezcan otros documentos, otros datos, se observa este fenómeno curioso, en la Edad Media sobre todo, de que el relato se va adornando con detalles nuevos que evidentemente no salen de ningún lado más que de la imaginación o porque se contagian de otro texto o lo que sea, pero está claro que no es que alguien en el siglo XV sepa más que alguien en el siglo XII. Si no hay documentos de por medio no se puede saber más. ¿Por qué se va haciendo más detallado? Por lo mismo que cuando a nosotros nos cuentan un rumor. Nosotros lo transmitimos, lo adornamos para hacerlo más interesante y esa persona a la que se lo contamos vuelve a adornarlo también, vuelve a añadirle detalles. Eso sucede mucho en la actualidad con el periodismo, no hay que irse necesariamente a la Edad Media. En el periodismo actual una noticia a veces se adorna con hipótesis, aclarando que son hipótesis, pero en la siguiente transmisión la idea de que son hipótesis desaparece y eso ya se incorpora a los datos, se convierte en parte de las noticias. Muchas noticias que vemos todos los días en la televisión, en los periódicos, contienen ese elemento de leyenda urbana que, naturalmente, los buenos periodistas procuran evitar y muchas veces consiguen desmentir pero el problema -y esto vale para el rumor, para la leyenda urbana, para el periodismo- es que el rumor siempre se expande más rápidamente que la noticia porque es más interesante, tiene más elementos que llaman la atención del público.
Una historia más seria, más certera, quizá sería una historia menos interesante para el público…
Sí, de hecho así es. La historia más científica, la más académica, la más rigurosa, es minoritaria, no sale realmente de un ámbito muy reducido de especialistas y eso es, en gran parte, porque es difícil de leer, es muy seca, no tiene esos elementos narrativos o muy pocos de esos que llaman la atención de la gente. De hecho, es muy significativo que, cuando se escribe divulgación histórica, se insiste mucho en que se haga divertida la historia. Porque, efectivamente, la historia en crudo, la historia más científica, es aburrida para la mayor parte de la gente, sólo es interesante para los especialistas.
La historia de Pelayo y la ‘batalla de Covadonga’ es un cuento moral de redención con analogías en la Biblia y en las vidas de santos. El relato de la transformación de la península en reino musulmán está configurado con «leyendas creadas a partir de leyendas». El asedio de Numancia es “un calco del episodio anterior de Sagunto” y el relato del suicidio de todo un pueblo ante el cerco de los invasores es el mismo que el del asedio romano de Masada y otros semejantes. Supongamos que todo son leyendas y cuentos morales. Esas leyendas, esos cuentos morales, ¿qué nos dicen del pasado? ¿Nos ayudan en algo a descifrarlo?
Sí nos ayudan pero hay que entender qué uso les podemos dar. La historia de Numancia no nos dice nada sobre lo que ocurrió en Numancia. A lo mejor Numancia fue destruida en una batalla, pero evidentemente no fue destruida de la manera que cuenta Tito Livio, como conocemos en la historia convencional, tradicional, del asedio de Numancia. Pero, en cambio, para un historiador de Roma sí es interesante ver el hecho de que ese cliché se repita en la historiografía romana. Nos dice algo sobre los romanos, no nos dice nada sobre los celtíberos, pero sí nos dice que los romanos tenían, vamos a decir, esa fantasía, que quizás es bastante transparente, fácil de entender. Significaba que los bárbaros eran valientes y por tanto para Roma tenía mérito derrotarlos, no era una cosa fácil. Por otra parte, en cambio, decía que su valor era muy grande pero que era un valor irracional, absurdo, no era racional como el de los romanos y, por lo tanto, en el fondo eran bárbaros, no eran tan civilizados como los romanos. ¡Eso es lo que quiere decir la historia de Masada y la historia de Numancia! Eso y que es una buena historia y que Tito Livio quería que le leyeran y que le leyeran con interés, por lo que tenía que darle gracia a sus relatos. Y además tenía que contar algo, porque hay que pensar que sabían muy poco de las cosas que ocurrían. No era fácil conseguir información. Y además no importaba. De la misma manera que hoy en día un guionista de cine histórico te dirá: “Sí, tenía documentación muy precisa sobre cómo fue esta batalla, pero tal y como estaba no era lo suficientemente espectacular, la hemos hecho más todavía”. Pues igual que hacemos nosotros ahora hacía Tito Livio. Eso es lo que nos dice el episodio de Numancia. Lo que no nos dice nada, efectivamente, es sobre Numancia en sí misma.
Aseguras que “todo relato histórico tiende también a ajustarse a un esquema predeterminado que lo condiciona, a veces hasta el extremo de deformarlo”. Añades más adelante que “esta es la razón por la que las narrativas nacionales se parecen tanto”. Y concluyes: “Cuando nos encontramos con que un universo de datos tan caótico como la historia repite siempre una pauta, podemos estar casi seguros de que estamos ante un fenómeno construido, en el sentido de que no refleja la realidad sino nuestras expectativas”. ¿Cómo funciona ese esquema predeterminado del que hablas, cómo llega a deformar la historia y por qué la historia es un reflejo de nuestras expectativas?
Para empezar, la historia es un género de escritura. No voy a decir un género literario, porque se puede prestar a malentendidos, pero es un género de escritura o, por lo menos, está compuesto por varios géneros. Cuando uno escribe historia escribe de determinada manera y dentro de unos moldes. Esos moldes hacen que esos relatos se acaben pareciendo mucho. Los historiadores se fijan nada más en determinados hechos que a nosotros nos interesan. A lo mejor no eran los que más interesaban a los que los vivieron pero para nosotros ahora son los más interesantes. Y claro, todos los historiadores de todo el mundo se fijan en las mismas cosas, las cuentan de una manera parecida, con una narrativa parecida, y las historias se acaban pareciendo mucho. Y la historia nacional, que es a la que se refiere esa parte del libro, los relatos nacionales, son muy parecidos porque todos cumplen la misma función de legitimar el Estado, de legitimar la idea de la nación. Es un tipo de historia que nació con el nacionalismo, porque toda historia nacional es nacionalista por definición, por esencia. Antes de eso había otros tipos de historia. El padre Flórez escribió una historia eclesiástica de España, toda la historia está centrada en qué hace o deja de hacer la iglesia. Hoy en día ya no se escriben ese tipo de historias o se escriben otras historias sectoriales. Por ejemplo, desde que existe el feminismo, la historia de las mujeres. Hay historias económicas… La historia nacional, como género, tiene esa finalidad de legitimar el Estado, la de hacer ver que los Estados que existen en el periodo de los Estados nación son antiguos, que tienen continuidad y, por lo tanto, tienen legitimidad, que su territorio legítimo es el máximo que ha llegado a tener en algún punto de la historia –lo cual es un problema porque eso hace que se solapen varios Estados a la vez-; todas esas cosas son las que se busca con la historia nacional. Y puesto que todas las historias nacionales buscan lo mismo también es otra razón por la que tienden a parecerse.
Si nos atenemos al relato dominante del nacionalismo español, a la historia canónica de España, ¿en qué medida se ha modificado el pasado para satisfacer unas expectativas?
Es curioso porque ya no se estudia la historia nacionalista. Es decir, el discurso nacionalista clásico de la historia, el que construyó (Ramón Menéndez) Pidal y luego se refinó, o más bien se distorsionó más durante el franquismo, ya no se estudia desde hace muchos años. Y sin embargo, a mí me parece un fenómeno interesante ver que es el que está presente, es la historia que la gente sabe. Los historiadores lo desprecian, consideran que es una visión trasnochada y superada de la historia, pero esa opinión no trasciende apenas a la gente de a pie. La historia que todavía le gusta y, si sabe algo de historia, la que conoce, es esa historia mítica. Yo creo que la razón es la de antes, que es una historia literaria, que está pensada para gustar, para convencer, para crear grandes ejemplos, grandes héroes, batallas… La gente, cuando habla de esa historia, habla casi como de un culebrón o de una película, de que si Alfonso VI dijo o hizo tal cosa… Todo eso son, por supuesto, fantasías, es literatura más que historia, pero esa es la historia que la gente sabe. Por tanto, no importa mucho que ya no se enseñe, que no haya un proyecto colectivo y deliberado de convertir eso en el imaginario histórico español porque ya lo es. Fue un éxito y no tan sólo a través de la enseñanza sino también a través de la pintura, del cine –cuyas imágenes históricas son consecuencia de la pintura histórica-, se ha creado una imagen histórica, una imagen del pasado español, que es muy nacionalista. Lo es también en los demás países. Y ya no importa que los historiadores serios, académicos, le nieguen validez. No importa porque ha tomado vida propia, ya es la manera en la que la gente entiende el pasado. Esa gente rechaza otra manera de entender la historia y además de una manera a veces beligerante. Por ejemplo, padres de alumnos piden que se vuelva a enseñar una historia cronológica de reyes y batallas, de hechos gloriosos, etcétera. Lo que están pidiendo es eso, que se vuelva a oficializar. ¡Por supuesto es imposible! Es la historia que saben, que les gusta y que además les parece que es el pasado de verdad y no esas cosas de los catedráticos que lo discuten todo, que ponen en cuestión glorias del pasado y nos hablan nada más de la economía. Ese tipo de debate, que nos parece ingenuo, revela que el discurso nacionalista de la historia ha tenido tanto éxito que incluso los propios historiadores no son capaces de cambiarlo por otro más científico, más riguroso.
Con Carlos V y con Felipe II “no estamos ante la historia de España, sino ante la de Europa”. Vamos, que nunca hemos sido gran cosa ni hemos jugado en la Champions imperial de la historia.
Esa parte sirve para entender que todo es una cuestión de perspectivas y que es un error proyectar las categorías del presente en el pasado y hablar de España. Ya en la Edad Media es absurdo, pero incluso en épocas más recientes. En la época de Carlos V hablar de España como hablamos hoy en día, como si fuera un Estado nación soberano, no tiene ningún sentido. La manera como entendía Carlos V sus posesiones era la de unas posesiones dinásticas, inmobiliarias, como unos territorios que pertenecían a su familia y de los cuales él era el propietario, nada más. No podemos hablar del Imperio español, era el Imperio Sacro Romano Germánico en el que Castilla y Aragón, no España en sí –que era más un concepto geográfico-, pero también el Milanesado, Flandes…, eran partes de ese imperio universal, de esa monarquía universal, que era en realidad como se le llamaba. Normalmente no se le llamaba siquiera imperio. Se utilizaba a veces el término, pero el preferido era siempre «monarquía universal».
“La historia es un combate entre narrativas en conflicto en el que gana la que cuenta con más poder para imponerse”. Las demás versiones “se vuelven inverosímiles a fuerza de resultarnos poco familiares”. Resulta obvio que de la historia se utiliza hoy con el propósito de refrendar y reforzar idearios propios y debilitar ajenos. Los diferentes nacionalismos españoles hacen en ese sentido un uso utilitarista de la historia. ¿Alguno de esos relatos está libre de sospecha?
No, realmente no, porque un relato nacional, un relato nacionalista, parte ya de una premisa que es abusiva: la idea de que los protagonistas de la historia son las naciones. Ya sólo esa idea en sí misma es anacrónica para la mayor parte de la historia, para cualquier periodo anterior por lo menos al siglo XVIII e incluso al XIX. Hablar de naciones antes de ese periodo es incurrir en un anacronismo. La idea de que hay un hilo que nos conecta con un pasado tan remoto, como puede ser la Edad Media, es una idea absurda, es una fantasía, no tiene nada que ver con la realidad. Por supuesto que estamos condicionados por el pasado, pero no de la misma manera que por un pasado reciente, por el pasado de la Transición o incluso de la Guerra Civil. Pero cuando nos vamos más atrás es absurdo pensar que nos puede haber condicionado algo que sucediera en el siglo XVIII, XVII, XVI, XII, XIII… Y pensar que de los íberos o de los celtas o de lo que fuera, nosotros tenemos algo; que el que fueran de una manera u otra o que ocuparan un terreno u otro nos condiciona en algo es una idea disparatada, es realmente una locura. Lo gracioso es que es una locura verosímil para la mayor parte de la gente y hay personas que dicen que el carácter español es el carácter de Viriato y que los gallegos somos como somos porque los celtas… Ese tipo de cosas que son un poco de chiste, pero que están realmente muy extendidas, es realmente como la gente ve la historia. La ve como una cárcel, como una condena, parece que uno está condenado a ser lo que fueron sus antepasados. Y es una idea que los políticos refuerzan y los historiadores a veces también con una retórica, que es retórica, que muchas veces no lo dicen completamente en serio pero que, al final, a base de decirlo, la gente se lo acaba creyendo. Esa idea de que somos los que fuimos, de que nuestro presente es incomprensible si no comprendemos nuestro pasado y ese pasado al que se refieren es el siglo XII o el XIII. Es un disparate, primero porque ha pasado muchísimo tiempo. Segundo, porque era un mundo diferente al nuestro. Y tercero, porque no lo conocemos tanto como para saber cómo era exactamente. Siempre será una cuestión de discusiones, de opiniones. En cada generación los historiadores revisan el pasado, lo que quiere decir que no hay una imagen fija de ese pasado.
Es decir, de ‘La cárcel identitaria’ de Eugenio García Gascón a la cárcel de la historia en la que vivimos con estos relatos interesados.
Sí, efectivamente. Es una cárcel para muchos gozosa porque hay mucha gente que disfruta imaginando que está conectada con ese pasado. Pero yo creo que ese tipo de creencias hacen más mal que bien. Hay determinadas personas que por su carácter, por su manera de ser, se sienten atraídas por esta nostalgia del pasado. Por otra parte es un escapismo, una sensación trascendente ponerse a pensar que uno tiene que ver con el mundo del siglo XVI, es una forma de escapismo.
La historia como asignatura académica. Un arma muy golosa para tratar de configurar un ideario en mentes en formación. ¿Cómo debería enfocarse esta asignatura y cómo se enfoca a día de hoy en España?
Hay una paradoja y es que la enseñanza de la historia nació en el contexto del nacionalismo del siglo XIX y nació para ser una enseñanza nacionalista, la enseñanza nacionalista por antonomasia. Nació para educar al ciudadano en los valores de la patria. Eso lo dicen literalmente los manuales de historia de la época y a todo el mundo le parecía lo más lógico porque, además, como el nacionalismo, en gran medida, fue un sustituto de la religión, se veía como algo sagrado, algo indiscutible, que la historia era eso y no tenía que ser ninguna otra cosa. Cuando ha remitido la forma más radical de ese nacionalismo, de ese estatalismo, los historiadores -por ejemplo en España ya en los años setenta- sustituyeron en la enseñanza esa historia nacionalista por otra muy distinta, más crítica, más reflexiva, que tiene en cuenta la economía, la sociedad, que no estudia exactamente las naciones sino también las clases sociales, otro tipo de grupos, etcétera. ¿Cuál es el problema? Que, como decíamos antes, esa historia no gusta. Gusta a muy pocos, a los que al final acaban siendo historiadores. La mayor parte de la gente la rechaza. ¿Qué ha ocurrido? Que esa historia nacionalista se ha refugiado en el cine, en la televisión, en la literatura, y ahí es donde se consume y donde se aprende mientras que la historia que se enseña en el sistema de enseñanza se queda como una materia un tanto abstrusa que no tiene mucho impacto en la manera en cómo la gente ve después el pasado. ¿Qué se podría hacer? No tengo ni idea. Lo único que puedo hacer es constatar el hecho de que es así, de que hay esa dicotomía y de que pasan los años y las décadas y no se ha resuelto nunca del todo. La historia que se enseña sigue siendo muy criticada por los alumnos, por los padres, de vez en cuando incluso los gobiernos –sobre todo los partidos conservadores- entran en un debate populista diciendo que, efectivamente, hay que volver a hacer una historia más patriótica que eduque ciudadanos. No sé qué se podría hacer porque lo cierto es que la historia es así, la historia científica no tiene la misma capacidad de fascinar a todo el mundo como la tiene la historia mítica.
Acabas de mencionarlos, el cine y televisión. Comentas en el libro que estas series y estas películas se nutren en su ideario visual de la pintura de historia del siglo XIX que, en su detallismo, está plagada de errores o modifica situaciones históricas al servicio del interés político y moral del momento en que fueron realizadas. ¿En qué medida películas y series de televisión son -no sé si con comillas o no- cómplices en la consolidación y privilegio de una narrativa histórica?
Yo no diría que son cómplices. Tiendo a ser lo más objetivo posible al analizar el fenómeno. Me parece que, para empezar, el anacronismo es inevitable. Es imposible imaginar y reflejar el pasado con rigor, con exactitud. Se puede ser más o menos riguroso pero ser completamente riguroso es imposible, porque hay barreras que hacen insalvable recuperar el pasado. Cuando uno hace ficción histórica, series de televisión y cine, tiene que saber y sabe que lo que está haciendo es un espectáculo de televisión moderno, que tiene elementos de la historia pero que no es nunca la historia. No puede serlo. Son las reglas del juego en cuanto a la ficción histórica, es inevitable. Luego, en cuanto al tipo de discurso que promueve, pues sí. Es un discurso que es obsoleto. Lo que pasa es que no es fácil hacer otra cosa porque eso es lo que el público exige. Y en el mundo del espectáculo es en esa dirección en la que van las exigencias. El público exige determinadas cosas. Se han hecho experimentos de ofrecer otro tipo de visión histórica. El regreso de Martin Guerre, aquella película de los años 80, estaba hecha con mucho cuidado para reproducir exactamente la época. Hay algunos experimentos pero, en general, lo que acaba triunfando es la sal gruesa, el brochazo gordo. Es inevitable, es lo que a la gente le gusta. No creo tanto que se pueda culpar a los medios de comunicación como al hecho de que es así, de que a la gente le gustan las historias. Y de la misma manera que los griegos tenían historia pero también tenían mitología -y la gente prefería la mitología, evidentemente-, sucede lo mismo ahora, tenemos una historia más bien académica con todos sus problemas y todas sus dificultades, y tenemos una historia mítica. La gente en general prefiere la historia mítica y la busca. Y eso hace que mucha gente la escriba y de ahí el éxito enorme de las novelas históricas, que además ha sido un boom en los últimos veinte años en España. Es quizás el género literario con más crecimiento en estos últimos años. Está claro que hay una demanda, a nadie le obligan a comprar esos libros. Se podría pensar que lo que muestran en televisión no tiene muchas alternativas, pero en cambio esos libros la gente los compra, le gustan, disfruta con ellos. Yo, sinceramente, no lo entiendo. A mí me parecen impostados pero a la gente le gusta, le apasiona esa fantasía del pasado, escapista, que presenta, además, un pasado a la medida de la gente, en el que sólo hay heroísmo, no hay enfermedades. Es eso, es una fantasía escapista.
El ministro Montoro decía en ‘El País’ que la serie ‘Isabel’ le parece “extraordinaria”. ¿Debería extrañarnos su opinión?
Yo no entiendo muy bien exactamente a qué se refieren cuando se dice que es rigurosa. Es una serie que sigue, al pie de la letra prácticamente, las crónicas. Si se refieren a eso -y yo creo que es a lo que se refieren-, sí, efectivamente, sigue al pie de la letra varias de las crónicas de la época de la reina Isabel. Lo que pasa es que esas crónicas eran propaganda, entonces lo que sigue al pie de la letra es la propaganda de la época. Eso en cuanto al discurso que se cuenta. Por otro lado, el vestuario es un vestuario magnífico, es muy bonito, está muy bien hecho, está copiado de pintura de la época, etcétera. Pero ocurre que, claro, si uno va a los detalles, lo que piensa es: ¿sabemos si realmente usaban este vestuario? Porque el hecho de que aparezca en las pinturas de la época no quiere decir que ese fuera el vestuario que utilizaban. Pensemos que tenemos un montón de fotografías de principios del siglo XX en Galicia de campesinos gallegos vestidos de traje. Un arqueólogo del futuro, que no supiera más que eso, podría pensar que así era como vestían los campesinos gallegos en esa época. La realidad es que se vestían así para hacerse la foto. De hecho los trajes eran alquilados, los alquilaban los propios fotógrafos. Ese tipo de detalles sobre la imagen del pasado a veces se nos escapan. Cada vez sabemos más pero cada vez nos hacemos más preguntas, cada vez hay cosas que nos suscitan dudas. Por eso decía que el rigor absoluto es imposible y yo diría que en la serie Isabel, como en otras series históricas que se hacen ahora, si se dice que son rigurosas es porque eso es un valor de las producciones, porque se considera que deben serlo. Pero los personajes hablan como hoy en día con algunas pinceladas de anacronismos, porque si hablaran como se hablaba en la época sería incomprensible y aburrido. Lo que decíamos antes, que reproducir el pasado con exactitud es siempre imposible. Por supuesto se puede hacer mejor y peor. En Televisión Española, donde ponen Isabel, ponen también Águila Roja, que es exactamente el ejemplo contrario. Una serie en la que deliberadamente renuncian al realismo histórico. Ya ni siquiera lo intentan. Al contrario, se enorgullecen de incurrir en anacronismos para que el espectador no se distancie, para que se sienta cómodo siempre viendo todo lo que ve, para que nada le distancie. Es otra manera de verlo. Las dos, en mi opinión, son dos impostaciones pero de distinto tipo.
Antonio Muñoz Molina advertía, en lo que bautizó como ‘Pasados interactivos’, del riesgo de las “ficciones sentimentales” que hacen más llevadera la historia en casos como las películas ‘La vida es bella’ o ‘El niño con el pijama de rayas’; también advertía del riesgo de esos “relatos maleables” en películas como ‘Malditos bastardos’, de Tarantino, en la que Hitler moría ametrallado en un cine de París y que, por lo tanto, modifican y juegan a su antojo con la historia. ¿Es peligrosa la distorsión de la historia al servicio de un entretenimiento de masas como el cine?
Yo creo que no. Tiendo a ser bastante benévolo con el cine, con la literatura, y su influencia en la gente. Quizás porque como soy de los que lo escriben me conviene decir eso, pero también porque sinceramente es lo que veo. Creo que la influencia de los medios de comunicación no es tan grande como pensamos, que tendemos a exagerarla. Esas películas que utilizan la historia sí tienen algo de malo y es que consiguen que la gente no entienda la historia, no entienda el pasado y lo imagine en forma de clichés. Pero nada más que eso, tampoco pienso que sea algo tan terrible. Porque realmente la idea que da Tarantino sobre los nazis es un disparate, es completa e intencionadamente estrambótica y absurda, pero lo mismo se puede decir de muchas otras series y películas que tratan de ese periodo y pretenden ser serias. Porque la realidad es que al final siempre se proyecta el presente en el pasado. En otras series que hay sobre el mismo tema de los nazis, lo que hacemos, desde la ideología de hoy en día, lo que sabemos ahora de los nazis, lo proyectamos entonces. En aquella época, en cambio, la realidad era muy distinta, los parámetros eran otros. Por ejemplo, ahora se imagina a los conservadores alemanes hostiles al nazismo porque ahora los cristianodemócratas lo son. En la época eran simpatizantes. Todas las personas de derechas del mundo simpatizaban con el nazismo. Esa es una modificación que vemos. O presentamos a las víctimas de los nazis como personas de clase media y la mayor parte de la gente era muy pobre, la mayor parte de las víctimas de los campos eran gente muy pobre y, en cambio, en el cine americano se los refleja como la típica familia americana. Y así sucesivamente. Proyectamos el presente en el pasado, por lo que si hay algo malo en ellas es algo que hay malo en nuestro presente. Tampoco es culpa de la historia ni es culpa del reflejo que se hace de ella.
Otras formas de entretenimiento y a la vez de conformación de un ideario: las conmemoraciones con sus recreaciones (este mismo fin de semana pasado en Pamplona se recreaban las batallas de la “liberación” de la ciudad en 1813); las rutas que dicen seguir el rastro de un personaje histórico (como las del Cid o el Quijote); los lugares que se procuran escenarios de un hecho histórico (sean estos mitológicos o demostradamente falsos), etcétera. La vivencia directa de la historia se empieza a parecer, no sé si peligrosamente, a un parque temático.
Sí, es que es un parque temático y los parques temáticos son herederos de este tipo de rutas. A mí lo que me interesa del fenómeno es esa fascinación que despierta, ese fetichismo de la historia, por los lugares… Las mismas calles que pisó Jesucristo, el mismo camino que tomó tal personaje de la historia. Ese tipo de fascinación fetichista es lo que a mí me fascina, lo que me parece curioso. Y sobre todo me parece curioso que cuando uno explica los problemas que tienen ese tipo de cosas, las incoherencias que hay, la gente se lo toma mal, muy mal. Para la gente es muy importante que eso sea real. Creo que la razón es que establecemos de manera instintiva esa conexión con el pasado. Es una conexión muy fuerte, en cierto modo lógica porque todos necesitamos sentir una continuidad de nuestra vida con el pasado y con el futuro, pero a veces llega a ser insana cuando uno le da una importancia excesiva, que es quizá la conclusión de todo el libro: que no se le puede dar tanta importancia a la historia como se le da, que no es tan extremadamente importante y que esa idea de la importancia de la historia viene de cuando apareció como una religión del Estado, como un sustitutivo de la religión.
Así que tu libro se dirige a una sociedad teóricamente reacia a entender, a admitir, lo que cuentas en él.
Sí, esa es la cuestión, cómo explicarle algo a alguien que en principio no está predispuesto a aceptarlo o a creerlo. La manera en cómo lo he hecho es intentando mostrar que, primero, es un hecho universal, no es algo que sea culpa de nadie en particular, que es algo que forma parte de la mente humana, de la manera en cómo nos relacionamos con el pasado, con las ideas, etcétera. Hacer verlo y explicarlo sin esforzarme mucho en juzgarlo, porque tampoco soy ningún juez de nada. Y después, que a mí personalmente me interesa el fenómeno, el por qué es así. No tanto cuáles son las consecuencias o cómo se podría cambiar. En ese sentido no soy un activista de la historia, yo mismo no propongo ninguna alternativa. No sé si la hay, yo creo que no. En ese sentido soy bastante pesimista, creo que la historia responde a algo que hay profundo en el ser humano. Pero sí pienso que hay que ser consciente de lo que es para no utilizarla mal, para que no tenga efectos nocivos, que puede llegar a tenerlos. Yo no diría que por sí misma la historia puede ser nociva. Yo no creo que haya ninguna guerra que estalle por razones históricas. Es más bien al revés. Cuando una guerra, un conflicto, estalla… Bueno, no hace falta una guerra. Cuando un conflicto político, se llama a la historia como testigo y en apoyo de la propia argumentación, pero incluso eso se debería de poder evitar si uno relativiza el valor y la importancia de la historia.
Comentarios
Por Juan Luis, el 25 noviembre 2013
Con todos los respetos hacia el señor Miguel Murado y su trabajo que, sin duda, es muy interesante: no dice nada que no conozcamos en el mundo profesional de la Historia, que no hablemos en nuestras clases, que no se contenga en muchas publicaciones científicas y que no trabajen nuestros alumnos de máster.
Quizá es mejor dejar la Historia a los profesionales como nosotros dejamos el periodismo a los que se dedican a ello.
Por Niceratos, el 25 noviembre 2013
El periodismo para los periodistas, la historia para los historiadores, la política para los políticos… Y así nos va!!!
Por White, el 25 noviembre 2013
Pues si, la historia para los historiadores, que saben del tema. Los periodistas corren el riesgo de decir algo que ya se lleva diciendo desde los ’70 y asombrarse de que sea el primero en darse cuenta. Y, por supuesto, hacerlo peor. Por ejemplo.
Pero vamos, me ofrezco muy amablemente a operarle la próxima vez que tenga un problema. Total ¿por qué vamos a dejar la medicina a los médicos?
Por ana, el 08 febrero 2014
Bueno, Juan Luis, Murado es licenciado en Geografía e Historia, especialidad de Arqueología. Puede ahora publicar ese libro, según tu criterio?
Por mercedes, el 31 agosto 2014
como profesional de la historia podría admitir que otros profesionales de las ciencias hmanas vecinas puedan opinar sobre esa fábrica de relatos que llamamos historia
el señor murado cae en incorrecciones como distinguir en grecia historia y mito y una profesional de la filosofía como yo podría darle la lección correspondiente sobre el tema y criticarle por adentrarse en territorios conceptuales que quizás él desconoce
pero me parece mas interesante que los profesionales de esto y de lo otro tengamos la capacidad de dialogar e intercambiar nuestros puntos de vista sobre las cosas que, en tanto profesionales de… (lo que sea) nos traemos entre manos
Por Pincho, el 17 julio 2016
Mercedes: si mantiene que en la Grecia clásica y helenística no se estableció diferencia entre mitología e historia, la que debería de tomar lecciones es usted (o callarse y no ser tan osada).
Por Pincho, el 17 julio 2016
Juan Luis: como se hace hincapié repetidamente en el artículo, se analiza la percepción que de lo histórico -el hecho, la relación entre hechos, la época…- tiene un público general, no el especialista. Por cierto, el nombre del autor es, como bien está indicado, Miguel-Anxo; me pregunto si en el caso de que fuera Miguel Ángel también se lo hubieras cambiado.
Por Agraska, el 25 noviembre 2013
Afirmar que el imperio formado por el conjunto de posesiones y títulos de Carlos V era el Sacro Imperio Romano Germánico es completamente inexacto y no tiene ningún sentido. Castilla y Aragón jamás estuvieron incluidas en el Sacro Imperio, una entidad bien definida territorialmente, ni tampoco Nápoles o Flandes (lo que habría implicado tener un elector imperial cada uno). Tan sólo el Milanesado era patrimonio del Emperador, pero nominalmente nada más, puesto que estaba administrado por un gobernador militar español. La base del poder de Carlos V no era Alemania, sino Castilla y Flandes, como él mismo sabía y reconocía. En cuanto al cansino debate sobre si España existía o no, si era un pájaro o un avión, es evidente que en los títulos oficiales no aparecía, y que la unificación era más patente en unos aspectos (cancillería, diplomacia, milicia, religión) que en otros (económico, administrativo). Pero también lo es, si uno se molesta un poco en leerse documentación del XVI-XVII, que en toda Europa se empleaba el término «españoles», el rey era «el rey de España» y que los que hacían la distinción interna eran más bien los propios súbditos de la Monarquía Hispánica, y no siempre (por ejemplo, cuando se refería el asunto a política exterior). Que no fuera un Estado centralizado no significa que no existiera, parece que viniera un señor el siglo pasado a inventarse el término de la nada y no es así, es una idea bastante vieja. Ya que estamos señalando la inexactitud o la deformación de la Historia, que es evidente que es el pan nuestro de cada día en el gremio, no deja de ser curioso que el propio señalador caiga en lo mismo.
Por historiador, el 15 marzo 2014
Y que más. El primer rey de España es reina, y es Isabel II. Hasta Fernando VII era «rey de las Españas», es decir: era rey de Galizia, de Leon, de Castilla, de Toledo, del Algarve, de Huelva,de Jaen, de Sevilla, de Granada, de Aragón, de Valencia, del reino de Baleares, de Navarra y conde de Barcelona, así como señor de varios territorios menores de la Península. Y tambien se reclamaba el título de rey de Portugal. Lo de «España» en esta época es una traducción nacionalista, en parte para dar imagen de que existia España entonces, y en parte para eliminar parrafada.
Por Assumpció Cantalozella, el 11 abril 2015
Menos mal que hay un comentario que ilumina el panorama…
Por carlos, el 25 noviembre 2013
Muy interesante entrevista. Lo único, que el Quijote no es un personaje histórico, aunque lo parezca cuando se viaja por La Mancha
Por Chapaprieta, el 25 noviembre 2013
Cuando ese «sano escepticismo» se extienda a la economía, la sociología, la política, la física, la química y demás ciencias o disciplinas, me lo tomaré en serio. A lo mejor el autor debería no confundir las vulgatas con la investigación histórica y arqueológica en sentido estricto. No es lo mismo hacer un manual, que meterse en archivos y excavaciones. Si el personal tuviera más interés en leer las investigaciones concretas que en las obras de divulgación hechas a base de cartas y memorias de los «grandes hombres» y sus batallas, la opinión de que la historia es un cuento chino no se expresaría con esa contundencia y audacia que muestra el entrevistado. Pero, claro, eso exige tomarse el trabajo de leer estudios de caso basados en trabajo de campo. Y eso es muy cansado.
Por Marc, el 25 noviembre 2013
Yo creo que lo que se dice en este artículo es algo totalmente asumido y superado por la comunidad académica. No así, es cierto, por el público en general pero vamos, que no descubre la sopa de ajo.
Por pausanias, el 25 noviembre 2013
decir que el conocimiento historico esta limitado porque solo se basa en los textos conservados es tan estupido como decir que la biologia esta limitada porque solo puede estudiar los seres vivos que conocemos.
Otra cosa, la arqueología es una disciplina CIENTIFICA por derecho propio, tanto o mas que la historia. Lo de que necesite un marco historico para interpretar sus datos es una tonteria. Ejemplos?? Sumerio e hititas, por decir algunos…la historia es la que es, los que son poco de fiar son los historiadores.
Por Albinia, el 26 noviembre 2013
Este señor no sabe que la investigación histórica tiene sus propios métodos y técnicas.
Quizá no sabe a lo que nos dedicamos muchos historiadores cada día, pero desde luego ni trabajamos sólo con textos, ni consideramos que todo lo que dicen los textos haya que creerlo tal cual, ni nos basamos en fantasías y especulaciones. ¿Se cree que ha descubierto las Américas por decir que hay que tener cautela con las fuentes? ¿Pero qué broma es esta?
Más le valdría informarse un poco antes de hablar y dejar de enmendar la plana a un mundo profesional que desconoce.
A lo mejor él al redactar un artículo periodístico se deja llevar por recuerdos y ensoñaciones, o se vende por unos euros a alguna corriente ideológica, pero ese no es el caso de los investigadores que se dedican con rigor a un oficio que no es fácil. Un respeto, por favor.
Por flipante (que flipa), el 27 noviembre 2013
UUUUU como nos ponemos de nerviosos cuando se nos ponen en cuestión nuestros mantras….
Por tomate, el 23 enero 2018
Realmente que dificil es apearnos de lo que creemos saber. y escuchar y buscar por si acaso hay otra verdad distinta a la nuestra o a la del grupo al que pertenecemos.He leido la entrevista a Murado y lo que hace a mi entender es hacernos criticos con la informacion que se nos da…Pero el chat me parece un ataque a su persona,casi un linchamiento, mas que un enjuiciamiento de lo que expone…y eso por personas con una formacion academica,¿Que se puede esperar de gente que no la tiene?.Me recuerda al Mito de la Caverna,hay un video para el que le interese…????
Por Teresa, el 29 noviembre 2013
A mí también me parece que hay comentarios bastante dolidos. Y no es para tanto. Como se ha señalado, este autor apunta a grietas que existen en la ciencia histórica, como existen (y se aceptan) en todas las ciencias.
En relación a dos comentarios: no parece que su obra busque iluminar a los hitoriadores, sino que es divulgativa. Y sería muy orgulloso decir que no tiene nada que aportar al público en general, incluso a los historiadores.
Por DePeixes, el 14 enero 2014
Miguel-Anxo Murado es licenciado en Geografía e Historia
http://gl.wikipedia.org/wiki/Miguel-Anxo_Murado
http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel-Anxo_Murado
Un saludo.
Por SiloPrincepsFecit, el 04 febrero 2014
Que hablen los doctores. Mucho nacionalismo gallego disfrazado es lo que hay aquí.
Por Alejandro, el 02 octubre 2015
«Nacionalismo gallego disfrazado», dicen por aquí. Desde luego que es para echarse a temblar esa afirmación, vaya asociación de ideas tan curiosa: como es gallego y cuestiona la historiografía española, es nacionalista gallego disfrazado. Creo que se le escapa al autor de la perla que Miguelanxo Murado habla de un fenómeno universal, en el que se repiten los mismos patrones, no es culpa del nacionalismo español en exclusiva. Cómo nos cabreamos algunos cuando se nos tambalean los esquemas, ¿eh?. Lo reconozco, a mí tampoco me resulta agradable, pero suele ser algo beneficioso para la construcción de un pensamiento crítico.
Por mercedes, el 12 abril 2015
parece que hay un consenso mas o menos establecido que admite que estados, lo que se dice estados, no hubo antes de la época moderna. Es más, la época moderna se caracteriza por la aparición de los estados nacionales, estados «de derecho». Así que si no había estados sino feudos y reinos, España como Estado Español no existía. La forma política Estado es, al parecer, el resultado de diferentes procesos de unificación emprendidos en Francia a partir de Carlomagno y esta forma política llamado Estado es propia del modo en que los sucesos históricos se desarrollaron en Francia. Y España, como Reino de España, es algo que siempre se está poniendo en cuestión, haciéndose y al tiempo deshaciéndose -quizás porque esa forma Estado, así como la división en provincias, era una copia del modelo francés, nos era ajena y no encajaba con nuestro pasado cultural. Creo que los historiadores positivistas que abundan en estos comentarios podrían ampliar sus visiones históricas con los estudios filologicos (las palabras también cuentan muchas historias, encierran muchos relatos), los filosóficos, culturales etc.La historia positivista fue caracteristica del XIX, pero hoy parece que nos corresponde pensar en términos de historia cultural y por tanto en términos de una historia interdisciplinar en la que lejos de que cada cual defienda su feudo de conocimientos, sea consciente de la parcialidad de su saber y sea capaz de entablar un dialogo para establecer puentes con los otros saberes a su vez parciales. Admiro al gran historiador francés Georges Duby por la amplitud de su visión histórica, amplitud que no venía tanto de la acumulación cuantitativa de datos cuanto de la amplitud de miras de la que partía a la hora de construir sus investigaciones. Decir,como se escucha por aquí, que una cosa es así «porque lo digo yo, que soy historiador» parece como volver a ese célebre principio de autoridad que rigió los destinos de eso que, por un consenso establecido, llamamos «edad media» -pero podríamos haber llamado de otro modo-, principio cuyo abandono supuso, hemos consensuado, el paso a la modernidad, es decir, al «lo digo y mira te voy a dar argumentos para sostener lo que te digo». La historia positivista recuerda la actitud del «esto es así», la historia cultural la del «mira te voy a dar argumentos a ver si son convincentes». En fin, la historia es también la actitud con que, desde nuestro desconocimiento, tratamos de construir un conocimiento del pasado que, lo queramos o no, será siempre precario.
Por Jorge, el 05 octubre 2019
En lo esencial, todo cuanto manifiesta el escritor gallego es cierto. Yo también estudié Geografía e Historia y todo eso que él habla es lo que la mayor parte de los historiadores conciben. Hay bastante consenso en eso. Otra cosa son las manipulaciones que se hacen de la historia, fundamentalmente por parte de los políticos. La Historia no es una ciencia exacta, obviamente, y está abierta a muchas interpretaciones. Yo puedo probar empíricamente que el 14 de julio de 1789 el pueblo de París tomó la Bastilla, pero saber las causas que llevaron a eso, está abierto a múltiples interpretaciones. Verdad absoluta en Historia, no. Pero si sobre un determinado fenómeno o hecho histórico, el 70% de los historiadores coinciden, habrá que sopesar que lo más probable es que la verdad sea lo que dice ese 70% de historiadores (no políticos, periodistas, electricistas, abogados, albañiles, etc.). Murado no inventa la pólvora y no nos dice nada que ya la historia no haya abordado. De hecho, él se base en sus conocimientos de historiadores ¿De dónde iba a haber sacado todas sus afirmaciones si no? Se nota que estudió Historia o, como mínimo, que ha leido bastante sobre Historia.