Miguel Gallardo, el autismo y un tumor cerebral llevados al cómic
Esto va de boniatos, de dibujar, de capitanes, de esquivar enfermedades y saltar obstáculos vitales. En diciembre de 2020 Astiberri editó el último cómic del dibujante Miguel Gallardo, ‘Algo extraño me pasó camino de casa’, en el que narra de manera personal cómo le detectan un tumor cerebral (un boniato, como lo denomina Gallardo) a principios de 2020. Su operación y su estancia en el hospital y luego la pandemia. Reflexiones de ver cómo tu realidad cambia de manera abrupta en un abrir y cerrar de ojos, y las sensaciones que brotan, el humor como terapia. Buscar la luz ante la oscuridad, mantener la mirada atenta y la llama viva.
Un mes antes de acabar 2020, La Cúpula reeditaba Los Casos de Perro Nick, que fueron los inicios de su carrera en solitario tras dejar el tándem triunfal junto a Mediavilla en Makoki. Perro Nick era un detective al uso del cine negro estadounidense, una transición interesante en su carrera con un interesante prólogo de Jordi Costa.
Miguel Gallardo transmite naturalidad y cercanía. En Instagram es Capitán Gallardo. Me ha fascinado la humanidad y el cariño que ha recibido en este 2021 con el hashtag #CadenaDeCariñoAdelante, donde dibujantes profesionales y amateurs le han dedicado decenas de dibujos y apoyo tras conocerse que tenía que someterse a una segunda operación. Hablo con él por videollamada tras semanas de buscar el momento idóneo para esta charla. Unos días después se sometió a la segunda operación de su tumor cerebral.
Quita hierro al tema. “El neurocirujano al que fuimos tenía su consulta lleno de tintines así que mejor referencia que esa… Sus pacientes saben que es muy fan de Tintín, los pacientes lo saben y le regalan toda clase de cosas vinculadas con Tintín. Tenía el fetiche Alumbaia de un libro de Tintín. Eso da mucho buen rollo”, me cuenta.
Mi recuerdo de mis inicios en el cómic es Tintín… ¿Para ti también?
Bueno, mis referencias eran más chuscas, porque en mi época los Tintines eran muy caros. Así que yo leía más Pulgarcito, DDT y esas revistas de Bruguera (Anacleto, 13 Rue del Percebe, todos los personajes de Vázquez…).
‘Algo extraño me pasó camino de casa’ sigue el formato y el estilo de ‘María y yo’. ¿Esa es ya la línea que te define?
Sí, es un poti-poti, como un montaje… En una época, en los 90, hice una exposición en Vinçon en Barcelona, y un amigo definió lo que hacía como Pulp Art. Recogiendo basura de todas partes, presentarla, contrastarla, a ver lo que sale. Entonces mis cómics están llenos de referencias de muchas partes, y del a ver lo que sale. Desde El grito de Munch a muchas otras cosas. Entonces intento acercarme a la historia desde muy diferentes puntos de vista, abordar la intención dramática, y darle otra vuelta diferente con el humor.
Emotional World Tour os metió a Paco Roca y a ti en la etiqueta de cómic social. Cuando en el fondo es más un cómic de historias personales, ¿no?
De hecho, empecé con el cómic de mi padre, Un largo silencio (Colección Mercat, 1997; Astiberri, 2014), sus historias de la guerra civil. Ahí ya empecé a tratar temas más personales. Después de mi época en Makoki, ya estaba harto del underground, y todo eso. Me vino bien hablar de temas más íntimos y más personales. Nuestro país está lleno de pequeños historias que conforman todo ese panorama de la guerra civil y la posguerra. Pequeñas historias que a veces no pueden ser contadas, porque se mueren o porque no son relevantes. Inauguramos como un nuevo género para intentar recuperar todo eso. Paco Roca con Los surcos del azar, y otros como Antonio Altarrabia y Kim con El arte de volar y El ala rota.
Con la distancia, ¿cómo ves ‘Perro Nick’ o ‘Makoki’ y lo quinqui? Era otra España, pero para ti fue una experiencia de rodaje y de plasmar el dibujo de otra manera.
Teníamos todas las referencias del underground americano, de cómo lo hicieron ellos, y de qué se podía hacer. Y en El Víbora es lo que se hizo. Coger el lenguaje del cómic que ya estaba un poco oxidado y cambiarlo completamente. Lo pudimos hacer porque éramos unos inconscientes, unos niñatos, que nos atrevíamos con todo y no respetábamos a nuestros mayores, sobre todo.
En el arte hay que matar al padre, ¿no?
Totalmente. Lo que ocurre es que lo que pasó con Makoki fue que tuvimos un éxito brutal. Teníamos merchandising, la gente nos conocía… Pero llegó un momento en el que te ves anclado al personaje. Y la gente sólo te conoce por ese personaje. Te tienen definido en ese apartado. Y a mí me costó salir de eso. Que ya lo hice en El Cairo con las historias de Magefesa, luego también experimenté con Perro Nick, para salir de eso. Aparte en Makoki trabajaba con guionista, con Mediavilla, y era mucho más su idea que la mía. Era él quien contralaba mucho el lenguaje y todas las situaciones. Era un guionista brutal.
¿Y qué ha sido de Mediavilla?
Está en Burgos. Está retirado allí. Y creo que pinta al óleo. Se retiró del cómic. Porque lo que tiene el cómic es que es muy trabajoso y muy pesado de hacer. Cada viñeta, los diálogos, las situaciones, todo… Es un trabajo solitario. El público piensa que nos divertimos todo el tiempo.
¿La etiqueta de novela gráfica le ha dado más entidad al cómic, le ha dado una categoría que antes no tenía? ¿Crees que antes se le consideraba un género menor, pero que ahora la novela gráfica ha quitado cierta frescura?
Es una amplitud de miras. Es una etiqueta al fin y al cabo lo de novela gráfica. Lo bueno es que ahí cabe todo. Y eso supone una apertura, para que entre todo el mundo y cuenten todo tipo de historias. Un largo silencio fue muy poco comprendido en su época cuando lo saqué. Porque es el texto de mi padre y algunas historietas y viñetas. La gente decía: bueno, pero esto no es un cómic, ¿por qué no has hecho un cómic? Estuve pensándolo mucho tiempo. Y me pareció que era muy importante que la voz de mi padre estuviera muy presente. El texto lo había escrito él, no como un escritor profesional, pero como un testigo directo.
Aparte, a ti como hijo ¿te apetecía que se publicase esa historia?
Mucho. Desde luego. Era una deuda que tenía con mi padre.
Con tu hija María, hablar de un tema como el autismo, lo visibiliza a la sociedad y acerca ese trastorno a la realidad. El cómic de ‘María y yo’, pasó de novela gráfica a documental ¿Fue difícil ese proceso creativo audiovisual?
El director, Félix Fernando de Castro, lo tuvo difícil porque era una novela gráfica. Para mí era relativamente sencillo, porque cuando sacas a María te la inventas: es un dibujo. Pero en el documental tiene que salir en real. Quería conseguir el mismo efecto que con el cómic: que fuera una historia también emocionante, pero que la gente se ría. Y el tipo lo consiguió. Félix es un tipo de publi, está muy rodado en ello, y salió un documental brillante, con muchos toques de humor.
Cuando paseó la película por México, Argentina y por todas partes, vi que la gente se reía y empatizaba con María. Si la gente llorara, la tristeza, al ser un sentimiento que dura menos, cuando salen del cine ya se han olvidado. No quedaría tanta huella, dirían que es otra historia triste. Pero cuando se ríen, la toman como persona, la reconocen como persona, y la gente se enamora de María. No es el cómic. Es otra cosa diferente, pero está muy conseguida. El rodaje fue brutal, porque era un equipo pequeño, con gente joven, María estaba enamorada de ellos. Además, lo bueno de todo es que María no era consciente de la cámara. No entendía el significado de la cámara. Era ella misma todo el rato.
Para cualquier niño con dificultades de aprendizaje o dificultades sociales, el dibujo y la música son dos elementos fundamentales de integración y de comunicación. Con ‘María cumple 20 años’, ¿fue ese uno de los motores?
Me vi con la necesidad de sacarlo porque en la calle no ves a muchos adolescentes o personas adultas con autismo. Son personas muy marginadas. Era como un toque de atención para decir que no son sólo niños. También crecen, pasan por una adolescencia y pasan por cambios hormonales y demás. Y fue una forma de sensibilizar. A través de María y yo (Astiberri, 2009) y María cumple 20 años (Astiberri, 2015) me he metido mucho en el mundo del autismo, he dado charlas por todo el mundo, conferencias a padres… Son libros que de alguna manera constituyen una referencia de ese mundo. De hecho, a muchos padres recién llegados les regalan el libro de María y yo para que entren en ese mundo de una forma amable. Hice una historieta sobre ello que la tengo aparcada. Porque en el documental aparezco como el padre perfecto, y no lo soy. Intento hacer las cosas bien. Tienes esa responsabilidad, o ese papel de referente. Pero, bueno, yo me bajo rápido del burro.
Imagino que el ‘undeground’ también se hace duro y cuesta salir de esos clichés, ¿no? Y ‘María y yo’ fue bastante positivo.
Con María y yo, aprendí mucho. Aprendí mucho a dibujar para María, con cualquier cosa: un lápiz, con un boli… Es gracias a lo que salió María y yo. Eso me liberó del dibujo. Cuando haces cómic, tiendes a cometer muchos vicios con el dibujo: a no hacer todas las cosas perfectas. Me liberé de eso, y a partir de ahí mi carrera cambió completamente. Así que tengo que agradecer a María que me ayudara a superar eso.
Otra vertiente que has tenido es la ilustración para otros, trabajos más de encargo. De trabajar para un público infantil y juvenil…
O, bueno, trabajar en The New Yorker. La primera vez que me hicieron un encargo para The New Yorker me cagué vivo, porque pensaba que no iba a pasar, que no me la iban a coger. Cuando colaboras con el The New Yorker te envían dos ejemplares. Si alguna vez cuelgo cuadros en casa, que no tengo, uno será con ese sobre. Porque significa que he llegado, que estoy aquí. Además, a la hora de trabajar con un público norteamericano tienes que afinar mucho porque el sentido del humor cambia. Tienes que hacer una interpretación de los artículos. Mi inglés es macarrónico, pero yo también he hecho cosas tan extrañas como trabajar en la sección de economía de La Vanguardia, que no tengo ni idea. Pero tienes que hacer una ilustración como si estuvieras enterado de todo, y además hacérselo entender al lector de una manera muy sencilla. Así que he aprendido muchísimo en la prensa.
¿Qué tal fue tu colaboración con Ignacio Vidal Folch?
Fue otra experiencia increíble. Nos reíamos a carcajadas de las tonterías que hacíamos. Con Perico Carambola (Glénat, 1994) y con Roberto España y Manolín (Editorial Midons, 1997), que era una parodia de Roberto Alcázar. Lo que pasa es que no triunfamos con el mundo de los tebeos con esas historietas, porque llegamos demasiado pronto, o demasiado tarde.
¿Tienes la sensación que en el cómic hay que reinventarse continuamente?
Sí, porque cuando se estableció El Víbora había que hacer otras cosas. Pero hubo un momento en que hubo un crack en el cómic y se acabaron las revistas… De hecho, yo abandoné el cómic. Me dediqué a la ilustración y no lo recuperé hasta Un largo silencio, que es lo que yo tenía necesidad de hacer. A partir de ahí pasaron un montón de años hasta que hice María y yo.
Entonces ‘Un largo silencio’ fue un punto de inflexión en tu carrera, ¿no?
Sí. Me tuve que inventar un estilo para contar lo de mi padre. Estaba totalmente alejado de Makoki. Era una historia real, un drama. Y había que cambiar de estilo.
En tu estilo actual hay color, también te liberas de cierto perfeccionismo y juegas con un orden propio, no numeras las páginas…
Es interactivo. El lector tiene que construir el relato a partir de los datos que le doy, de lo que lee. También es así porque mi cabeza es caótica. Siempre lo ha sido bastante, y ahora un poco más.
No hay comentarios