Mil ejemplos que prueban la belleza y optimismo de la química
¿Qué es el azul? Yves Klein decía que el azul es lo invisible haciéndose visible. Tal vez esta frase que se recoge en ‘La química de lo bello’ (Paidós) inspiró a Deborah García Bello a escribir este libro para contarnos cómo podemos amplificar la mirada si mezclamos la luz de la ciencia y la del arte cuando vemos un cuadro o una escultura. En este magnífico ensayo la autora va más allá. Llega a decirnos: “La química nos ha dado herramientas, oportunidades y nos ofrece algo aún más valioso: un optimismo sensato. Porque lo revolucionario hoy en día es hacer que el optimismo sea posible, no que el pesimismo sea convincente”.
Hay que decir que los colores no se pueden patentar, así que cuando se habla del azul Klein “no se hace referencia a un color, sino a una pintura, que está conformada principalmente por un pigmento que es la sustancia responsable del color y el aglutinante que es la sustancia que da nombre a la técnica: acrílico, óleo”, explica Deborah.
El artista francés registró la formulación de su azul Klein en 1960 con el nombre de International Klein Blue. En 2016, el artista británico Anish Kapoor compró los derechos de uso del conocido como “el negro más negro del mundo”. Vantablack es un pigmento desarrollado por la empresa del Reino Unido Surrey NanoSystems, especializada en nanotecnología. Kapoor sólo y el solo lo puede utilizar para fines artísticos.
“El azul Klein surgió de una demanda del artista presentada ante un laboratorio, y el Vantablack, en cambio, surgió como un material desarrollado por un laboratorio que, sin pretenderlo, respondía a una de las demandas más clamorosas y todavía irresolutas del arte: el negro absoluto. El conocimiento científico permite hacer una interpretación más profunda de las obras de arte, saborear la poética de sus materiales. Klein usaba el azul para algo que él denominó ‘iluminar la materia’. Iluminar significa dar luz, también dar color, también ilustrar el entendimiento. Qué bien empleada la palabra iluminar”.
Hay otros azules con los que Deborah va urdiendo las historias de su libro: está el ultramar conseguido con el lapislázuli que se trajo desde más allá del mar. Era carísimo, lo que llevó a Vermeer a endeudarse, lo tienen los cielos de Rafael, los de Van Gogh y fue reservado para las vírgenes. Su alto precio fue el motivo de buscar cómo fabricarlo sintéticamente. “Químicamente, el azul ultramar es un vulgar aluminosilicato cuyo interés está en el arreglo geométrico de sus átomos y las claves del color están en el azufre”, explica Deborah.
El azul cobalto, que debe su nombre al cobalto, es con el que se decoran las piezas de Sargadelos, como las tazas con las que la familia de Deborah toma café. “Existen decenas de pigmentos azules diferentes por la presencia de metales de transición. Los artistas han utilizado las sutiles diferencias en su beneficio. Entre ellos está el azul de Patinir, con frecuencia a caballo entre el color azul ultramarino, el azul aguamarina, el turquesa, el verde agua. El tono aturquesado de Patinir tiene que ver con la azurita y su parcial transmutación en malaquita”. Con este color nos llevó de paseo por la laguna Estigia.
Deborah García Bello es química e investigadora en ciencia de materiales aplicados al arte en el Centro de Investigaciones Científicas Avanzadas (CICA) de la Universidade da Coruña y conocida por sus intervenciones en el programa Órbita Laika, de TVE.
En el libro explica diversos materiales: el barro, la cerámica, la porcelana, los metales. El bronce fue la primera aleación fabricada voluntariamente por el ser humano. “Desde que el hombre es hombre, pinta, y también ha fundido metales. Las pinturas rupestres no responden a un criterio de utilidad como los utensilios, bien de piedra o con metales, y en esencia los materiales que usaban no son tan diferentes a los de ahora”.
“Todos los materiales, incluso lo que acostumbran a pertenecer al ámbito de lo útil, albergan bellezas en su interior. Hay un universo de átomos enlazados siguiendo diferentes arreglos geométricos que los químicos describen, los artesanos utilizan y los artistas emplean como lenguaje”
Deborah guarda una fotografía de su abuelo colocando los adoquines de la Avenida Finisterre. Tiene una foto de su abuela en unos jardines. “Resulta simbólico que el pigmento negro que se revela en las fotografías analógicas esté hecho de un material tan valioso como la plata”. En la fotografía no enumeramos todos los compuestos químicos que se dan, pero ahí están: su soporte es acetato de celulosa y sobre él el bromuro de plata, que es sensible a la luz. El papel fotosensible se usó para mejorar los blancos la albúmina, y más tarde el sulfito de bario. Para su revelado, entran en danza electrones que se ganan y se pierden, reacciones de oxidación, uso del metol, sales para la fijación. Con el paso del tiempo, el papel amarillea pero resisten los metales. “Ahí están las fotos de mis abuelos forjadas en plata. Sin química no habría revelado fotográfico. Así que la ciencia posibilitó una nueva expresión artística que causó un revuelo dentro de la pintura”.
“Los recuerdos familiares me ayudaron a escribir el libro. Es una manera de situar por qué me interesan ciertas cosas, por qué tengo ciertas afinidades o por qué el ojo se me va a unas cosas y no a otras. Hay un capítulo en el que hablo mucho del caucho; esta querencia me viene de un vínculo personal, mi padre fue ruedero casi toda su vida. El olor de estar entre neumáticos es un olor de infancia. No me viene de aquí mi vocación de química, sino de buenos profesores o de un profesor que era capaz de explicarla desde la realidad y con términos de belleza”.
“mi madre se pinta los labios en segundos, con la práctica de miles de veces. Solo tres trazos…..Quiero crecer para pintarme como ella”
Belleza y poder, hombres y mujeres, cambios de costumbres se dan la mano en el capítulo que la autora dedica al pintalabios. En el antiguo Egipto se delineaban los ojos con mineral de pirolusita o con negro humo que fabricaban quemando maderas resinosas. Los labios se pintaban con pigmentos de color rojizo y violáceos mezclados con ceras o grasas, a semejanza de las pinturas empleadas en el arte como óleos o encáusticas.
Ahora los pintalabios contienen una amplia variedad de ceras, aceites, pigmentos y emolientes. “La historia del pintalabios es también una historia de ciencia, de política. Pero sobre todo es una historia que nos habla del poder de las mujeres”.
El feminismo también se adueñó de un color, porque era el que representaba el poder. Ese color es el violeta, morado, malva o púrpura, que resulta de la mezcla sustractiva del magenta con el azul. “El origen de ese color se remonta a los fenicios. La materia prima procedía de una especie de molusco. Se requería una gran cantidad. No resulta extraño que se extinguieran. Los japoneses lo fabricaban a través de las raíces de la planta Murasaki. En el siglo XIX se extraía de los líquenes de color malva. La fabricación industrial del tinte púrpura llegó con el descubrimiento del estudiante de química William Henry Perkin en 1856, que intentaba sintetizar quinina. Actualmente resulta sugerente que el púrpura sea un color que se puede obtener mezclando los colores del cliché masculino y femenino, el azul y el rosa. Para unos el púrpura será rosa casi azul, para otros es azul casi rosa”, explica divertida Deborah.
Para ella, los conceptos clásicos de belleza, verdad y bondad se manifiestan en la química de una manera evidente, “una forma de buscar la verdad en química es a través de la belleza. Un ejemplo está en la tabla periódica de los elementos químicos; hemos intentado ordenarlos incluso a través de la música, con la ley de las octavas, ordenarlos de ocho en ocho, en principio encajaban, luego ya no. Siempre hemos buscado simetrías para encajar el concepto de belleza. Lo importante es la fascinación constante por todo, siempre tener una mirada intensa con todo”.
Otra posible motivación del libro es “para quitar el sambenito de la noción negativa de la química en nuestras vidas. ¿De qué están hechas las cosas? La palabra química está pervertida y manoseada. Pero está en algo tan cotidiano como cocinar. La química está en todo”.
“La mayonesa es una emulsión, el emulsionante se encuentra en el propio huevo. Cuando se hacen mezclas de pintura inmiscibles, como el acrílico o el óleo, al igual que la mayonesa se emulsionan”.
Los pimientos de padrón contienen una sustancia picante llamada capsaicina. El picor de los alimentos se llama pungencia y su grado se mide por la escala Scoville, debido al químico estadounidense que la evaluó.
Tradicionalmente se consumen fritos, a veces con rabo y otras no, al considerar que el tallo es parte de la planta y no del fruto. “Cocinar significa llevar a cabo multitud de reacciones químicas. Mi abuela hacía una merluza a la gallega excepcional y el secreto estaba en la receta, en concreto en su forma de preparar la ajada que la acompaña. La razón por la que la ajada era dulce y no amarga radica en la química”.
La autora piensa que “debería ser un concepto muy básico saber que estamos rodeados de química, pero existe un problema de incultura científica. Hablas de química y se piensa en cosas tóxicas, pero está en la alimentación, en un fármaco, en la ropa que llevas, en el maquillaje, en la pintura que pones en la pared. Lo sintético también tiene mala fama. Hacer algo sintético significa que en lugar de cogerlo directamente de la naturaleza lo sintetizas en un laboratorio. Algunos no existen en la naturaleza o son carísimos o resulta insostenible”.
Deborah lo tiene claro: se comparten propósitos en ciencia y el arte. “Las manifestaciones humanas comparten los conocimientos, no podría ser de otra manera. Si ves a un artista trabajar en su taller no es muy diferente al trabajo de un investigador en el laboratorio. Pruebas de ensayo error están en ambas disciplinas, así como investigar con distintos materiales para llegar a un resultado. La química nos ha dado herramientas, oportunidades y nos ofrece algo aún más valioso: un optimismo sensato. Porque lo revolucionario hoy en día es hacer que el optimismo sea posible, no que el pesimismo sea convincente”.
Hay más reflexiones, más historias familiares y químicas en el libro, como la del terciopelo, los grelos en flor, las materia primas y, por supuesto, arte: Rotko, Malevich, Duchamp, revistas de moda, la langosta de Dalí, la araña de Bourgeois, también su hermano Christian…
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