El minimalismo de Helga de Alvear: Nada es más real que nada
Viajamos al corazón renacentista de Cáceres para romper con todos los cánones y visitar en el Centro de Artes Visuales de la Fundación Helga de Alvear la recién inaugurada exposición ‘La Perspectiva esencial’, en torno al minimalismo. Son 61 obras de 41 artistas pertenecientes a la colección de esta mujer de arrebatadora personalidad. Poco más real que ella.
Hay una sala con dos tubos blancos de neón apoyados en la pared. Son del artista galés Cerith Wyn Evans; forman la obra titulada Horizonte inclinado, de 2014, y conversan bien con la solitaria alargada pieza azul klein de Yves Kein, de 1962. En la historia están separados por algo más de medio siglo, pero aquí, a pocos metros, componen un paisaje esencial donde el tiempo parece haberse detenido. La pequeña sala sintetiza bien el alma de la exposición.
No muy lejos queda el huevo de avestruz pulido (1994/2004) de la artista conceptual alemana Karin Sander.
Todo fue huevo y en huevo se convertirá.
Quizá nada sea más real que un huevo de avestruz pulido.
Tras la interesante revisión artística de las perspectivas que nos proyecta la naturaleza en Todas las palabras para decir roca, exposición que ocupó el centro en el primer tramo de este año, ahora la colección Helga de Alvear muestra sus esencias.
Y a la anfitriona, de 82 años, se la ve contenta. Es como más puede disfrutar. Moviéndose entre las obras de arte de su colección. Mostrándoselas al público. Cediéndolas a su fundación, abierta hace 10 años en el centro de Cáceres.
Este día del que estamos hablando, agotándose ya junio, la galerista y coleccionista alemana presenta la exposición La perspectiva esencial, Minimalismos en la colección Helga de Alvear, comisariada por José María Viñuela. La décima en el Centro de Artes Visuales de su fundación. Minimalismos entre medievalismos, neones que actualizan el rigor de tanta piedra centenaria en Cáceres, que sirven de contrapunto a tanto palacio, escudo, blasón, iglesia, torre, torreón. La esencia frente a tantas historias de la Historia.
Hay una sala con una pieza de 1993, en blanco y negro, de Andreas Gursky, que junto con Axel Hütte figura entre los fotógrafos alemanes más apreciados por Helga; en esa imagen, apenas distinguimos nada más allá de una nebulosa que puede ser aire, puede ser mar o viento o espacio o polvo interestelar. O esencia. O la nada. Una sala que se abre en sus extremos a dos recintos que hacen sagrados los flúor fluorescentes de Dan Flavin. Viñuela subraya que todo parte del arquitecto Mies Van der Rohe (1886-1969) y su máxima “menos es más” (no sé si para este principio queda bien denominarlo máxima). Tres palabras que quedaron superadas por Samuel Beckett cuando, rotundo, afirmó lo que encabeza esta crónica que no aspira a mucho, aunque sí a un poco más que nada: “Nada más real que la nada”.
Quizá habite algo de ese esencialismo en esta mujer cuando confiesa que las noticias las escucha en los informativos alemanes, pues son mucho más breves que los españoles, a los que, dice, alargan casi hasta el infinito llenándolos de sucesos, algo que ella no soporta: “¿Pero eso son noticias para darlas en un informativo nacional de la tele? Son para la prensa local”. Le abruma llenar la cabeza de material superficial. Por algo será que el minimalismo forma buena parte de su colección, que anda ya por los tres millares de piezas y sigue creciendo a buen ritmo.
Helga de Alvear ha invitado a un grupo de seis periodistas a viajar de Madrid a Cáceres para presentar su nueva expo; a la hora de comer, nos cuenta lo satisfecha que se siente con sus nuevas adquisiciones, 40 en lo que va de 2018. Porque quiere que su colección esté viva, muy viva y despierta. Nos confiesa que lo que más ilusión le ha hecho de sus últimas compras ha sido una serie de Los Caprichos de Goya (“la obra más cara que he comprado”), de la primera edición, de 1799, realizada por el propio Goya y que la retiró precipitadamente por miedo a la Inquisición, y un dibujo de Cy Twombly, que le gusta tanto que por ahora lo ha dejado en su despacho en Madrid.
Hay una línea de horizonte plateado a ras de suelo formada por 101 lingotes de aluminio. Es la obra Altozano (2002), de Carl Andre, artista conocido por su afición por las esculturas a un nivel bajo y su inclinación por las pesadas masas de materiales (trabajó en la Compañía de Ferrocarriles de Pensilvania). Hay una sala entera con mesas-vitrina de madera con hojas arrancadas de libros antiguos que repiten la misma fase de cada volumen, el prólogo, el epílogo o el capítulo 1, como reliquias de la esencias de la memoria. Es la obra Páginas, I, II, III y IV, (2013), del catalán Ignasi Aballí. Y hay una pared para asomarse entre los huecos que deja la serie Dólmenes de la navarra Elena Asins. Es el concepto, asomarse a la nada.
A Helga se la ve contenta, con su media sonrisa, entre apacible y socarrona, de seguridad y generosidad. Se mueve con la sencillez de quien nada tiene que aparentar. Y en el pequeño discurso que da a la concurrencia para inaugurar la muestra apenas esboza dos pensamientos, menos es más. Dice: “A otros les gusta comprar yates o fincas, a mí lo que me gusta es comprar arte. Desde los años 80 no puedo parar de comprar obras de arte para luego dároslas a vosotros. Quizá sea porque soy muy perezosa, y lo otro da mucho trabajo; así que prefiero comprar obras de arte para luego pasároslas a todos vosotros, y así no me dan trabajo. Al principio, estuve muy bien aconsejada, ahora ya no me dejo ni aconsejar. Compro lo que me parece”.
Con la sencillez sin ocurrencias de quien sabe que está haciendo algo bien y no ha de darse importancia.
Entre esas últimas piezas que ha comprado vemos el impresionante amarillo de Tadaaki Kuwayama, que la acaba de adquirir en Basilea, la feria a la que, junto con ARCO, en Madrid, sigue fiel, y que son dos cauces importantes para hacer crecer su colección.
Hay un círculo amarillo tan imperfecto que es perfecto de Robert Mangold (Cuadro distorsionado, Círculo número 4, 1972) y un símil de cruz, que no es sagrada sino metafísica, del mismo artista para saludar a quien traspasa el umbral de los siglos y entra en el universo Helga. Y un verde que pueden ser todos los verdes del mundo, todas las praderas y manzanas que caben en un cuadrado infinito, de Gerhard Merz (1990-1997); ya se sabe de él su idea existencialista del arte y su tendencia a lo cósmico, y que es padre de otra de esas frases que han construido la mitología del minimalismo y están estampadas ahora en las paredes de la Fundación: “Lo bello es mudo y vacío”.
Porque es lo que tiene la esencia, que, como es médula, concepto, quien la observa puede tirar del hilo hasta imaginarse lo que quiera y hasta emocionarse. Curioso emocionarse con quienes huían de la emoción. Pero quizá de ahí derive lo imperecedero de su propuesta, cómo han influido y cómo resisten.
Helga de Alvear está satisfecha. Al final de su pequeño discurso a la concurrencia les pide paciencia a los vecinos por los ruidos y el polvo de las obras del nuevo (y maravilloso) edificio del arquitecto Emilio Tuñón, que ampliará generosamente el espacio de la fundación y recuperará un jardín para disfrute público. Estará listo el año que viene. El nuevo edificio apuesta como seña de identidad por algo muy de los artistas conceptuales-minimalistas: la repetición; en este caso, un patrón de pilares blancos. El contrapunto a esa severidad lo aportará otra secuencia muy prolongada de cristalitos rojos, los de la escultura Descending light –lámpara yacente del famoso artista chino Ai Weiwei–, que ha comprado Helga y que, nos lo cuenta poco antes de la comida, quiere que se convierta, como gran figura que da la bienvenida a los visitantes, en la imagen icónica de ese nuevo espacio.
Hay un Jorge Oteiza, una Caja vacía de 1996, porque el escultor vasco sobre todo esculpía el vacío y daba espacio al hueco. Y hay dos piezas de madera de Asier Mendizábal, Hard Edge #5 #6 (2011), en las que la nada ha dado mordiscos a la masa contundente. Precisamente Hard Edge se llamaba uno de los movimientos pictóricos en los que participó Josef Albers, presente en La perspectiva esencial a través de su búsqueda del concepto mediante la cuadratura del círculo. Hay unas cajas que se abren al todo y la nada de Donald Judd, una maravillosa pieza del rojo sangre que tanto gusta a Anish Kapoor y unos espléndidos brochazos de Ad Reinhardt que te descubren el cielo.
Al salir de La perspectiva esencial, al atardecer, cientos de golondrinas, aviones y vencejos entretejen un cielo de Cáceres que parece de Van Gogh, y en una alucinación stendhaliana creo haber visto astutos gnomos custodiando en un palacio, entre neones en vez de setas, tesoros, esencias y memoria.
‘La perspectiva esencial’. Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear. Cáceres. Hasta fin de año.
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