‘Mira a esa chica’, no le habría pasado nada si no fuese una…
El último Premio Tusquets, ‘Mira a esa chica’, de la escritora Cristina Araújo Gamir, es una magnífica primera novela sobre un caso de abuso sexual a una adolescente en la que caben todas las voces, todas las contradicciones y todas las formas del dolor. Hablamos con la autora.
Mira a esa chica. ¿Cuál? Esa de allí, la del banco. Despunta el alba sobre el mar y ella sigue despierta. Los estragos de la fiesta se evidencian en su pelo revuelto, en su maquillaje corrido, en sus leggins sucios, en el raspón de su rodilla. Qué vergüenza. Creo que está llorando. No le habría pasado nada malo si se hubiese quedado en casa, si la hubiesen educado mejor, si no estuviese siempre sola por ahí con un montón de chicos, si no fuese una…
¿La estás mirando? Mira a esa chica (Tusquets, 2022), la primera novela de la escritora Cristina Araújo Gámir (Madrid, 1980), galardonada con el último Premio Tusquets Editores de Novela, es un espejo. Uno de los más crudos y honestos de la literatura actual. De esos que hacen tambalearse al lector, que le hacen juzgar, pero luego dudar y quizás cambiar de opinión, empatizar, reflexionar, seguramente volver a dudar. Esta es la historia –ficticia aunque muy real– de un abuso sexual que engloba muchos de los componentes con los que, trágicamente, nos hemos familiarizado en los últimos años. La autora ha caminado sobre una cuerda floja, arriesgándose con una novela que podría despertar sentimientos muy encontrados, y ha salido airosa.
Lo ha logrado porque Mira a esa chica es un artefacto literario magnífico. La protagonista de la historia, Miriam Dougan, una adolescente acomplejada por su físico que decide usar los comentarios hipersexualizados de sus amigos chicos como su propia arma, es un personaje complicado y lleno de eso que llamamos “aristas”. Evoluciona a lo largo de las casi 400 páginas de forma natural, con sus contradicciones, sus reacciones correctas e incorrectas, sus mentiras, sus dudas, su dolor. El lector siente por ella una amalgama de sentimientos –pena, simpatía, rechazo–, y eso solo lo consiguen los grandes personajes. La segunda persona que emplea Araújo Gámir te arrastra dentro de la historia desde la primera línea. Esta elección es acertadísima, porque cuando lo terrible ocurre, y cuando el andamiaje narrativo oscila entre esa segunda persona y otra voz en tercera que refleja la mirada de los otros –de los familiares, de los amigos, de los periodistas, de los ciudadanos anónimos en las redes sociales, de esos chicos–, el lector se siente directamente interpelado, y también amenazado.
En un contexto sociopolítico marcado por la polémica en torno a la modificación de la ley del Solo Sí es Sí y con casos recientes aún sin resolver como el de la llamada “manada de Castelldefels”, Mira a esa chica debería estar en todas las mesitas de noche y, sobre todo, en todos los planes de lectura de los institutos y las universidades. Hablamos con Cristina Araújo Gámir sobre la educación sexual, las víctimas, la escritura de esta novela y sobre Miriam, una protagonista que se te queda dentro para siempre.
Tu novela está abiertamente inspirada en la violación grupal de ‘la Manada’ a una joven madrileña en los Sanfermines de 2016. Se ha escrito y debatido mucho acerca de este suceso. ¿Qué otro relato o punto de vista querías aportar con este libro?
Bueno, lo primero que siempre intento dejar claro es que la novela es un collage de muchos testimonios y casos que rebusqué en internet y en libros autobiográficos de mujeres que habían sufrido agresiones, no es solo La Manada. Aunque entiendo que todo el mundo detecte enseguida ese caso, porque es el más conocido en España. Lo que quise aportar era el relato introspectivo y muy intimista de las consecuencias de un trauma así. Cómo trastorna el día a día y se infiltra en los hábitos más cotidianos, y también cómo afecta incluso a la salud física. Es un camino muy largo y doloroso para las víctimas y todas esas cosas no salen en televisión o en los debates. Solo el impacto del ataque, pero lo demás queda en la sombra.
¿Sentiste algún tipo de reparo, duda o miedo al escribir sobre un caso tan mediático?
Sí, me daba miedo que el libro se tachase de oportunista o que la gente pensase que me centraba en el morbo o que trataba de aleccionar. Por eso me aliviaron mucho las primeras críticas que se publicaron en los periódicos y que desmentían todo eso.
¿Cómo fuiste construyendo a Miriam, tu protagonista, una chica normal y corriente, pero a la vez compleja y llena de contradicciones?
Pues fue un personaje que me costó bastante perfilar, porque me preocupaba que no se la comprendiera. Quería un personaje frágil e inseguro que evolucionase a través de la historia. Y por otro lado, necesitaba que su personalidad combinase ciertas características para que el argumento tuviera sentido. Por ejemplo, no podía ser una persona muy recatada y prudente o con muchos amigos, porque si no, todo su entorno la hubiese apoyado y entonces no hubiese podido llevar la trama por donde quería.
¿Seguimos cayendo en la trampa de la “víctima perfecta”?
Puede que sí, igual que el tópico del malo malísimo. Pero también pienso que eso ya está quedando atrás, al menos en la literatura y en el cine. Nos identificamos mejor y hay mucha más conexión con personajes contradictorios e imperfectos, porque eso es lo que nos define a todos al final.
¿Y qué hacemos con todos esos ‘buenos chicos’ que no consideran lo que han hecho como una violación?
Supongo que hay gente así. La conciencia de cada uno funciona por libre y también es muy complicada; puede hacerte creer lo que le venga bien en cada momento. Para estos personajes me basé mucho en testimonios reales.
El narrador de ‘Mira a esa chica’ también se mete en sus cabezas. ¿Cómo afrontaste estas partes de la historia?
La verdad es que puse mucha distancia a la hora de escribir esos capítulos, y la estructura es el resultado de esa distancia: las transcripciones del juicio o las conversaciones de whatsapp me permitían no tener que elaborar demasiado los pensamientos de ellos. Las escenas son así de directas deliberadamente, porque creo que hablan por sí mismas.
En tu novela es muy importante la mirada social: los padres, las amigas, los vecinos, los periodistas, los desconocidos de Internet… Todo el mundo parece tener una opinión clara acerca de todo. ¿Qué le aportaba esto a la narración?
Me pareció enriquecedor exponerlo así, me daba la posibilidad de explayarme en la introspección, y comprender las razones por las que muchas veces juzgamos y somos injustos. En el libro todo el mundo juzga, incluida Miriam, que a veces también es muy dura en sus opiniones. Cuando escribo, me atrae mucho ese ejercicio de reflexión, descubrir puntos ciegos y emociones incorrectas que a veces no nos atrevemos a reconocer que sentimos. Es algo muy íntimo que me encanta encontrar cuando leo, y quería ofrecer lo mismo a los lectores.
¿Crees que estamos fallando en la educación sexual y sentimental de las nuevas generaciones?
No sabría qué decir. Durante la adolescencia aún estamos en construcción, y no es fácil ver el cuadro completo o pensar a largo plazo. No siento que tenga la suficiente información sobre el sistema educativo como para responder. Pero quizás lo de educar las emociones sí sea un asunto pendiente en general.
¿Se puede escribir literatura de denuncia, o abiertamente feminista, sin caer en los tópicos ni el moralismo?
Creo que solo hay que ser honesto. Con este libro, yo solo quería contar el dolor de una chica.
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