Miren Pastor, el ‘puzzle’ de los cambios en el camino de la vida
Miren Pastor es la responsable de ‘Bidean’ (en el camino), un conjunto de exposiciones y libros en torno a la adolescencia y los cambios en el camino de la vida. Hablamos con ella de este proyecto-río, que parte con «el bosque, la maraña, la adolescencia fruto de cuatro años de trabajo, con la incertidumbre, la edad tonta…, y esas sensaciones que se ven en la propia naturaleza, en la que un rayo de luz o un golpe de viento pueden cambiar todo de repente».
Nacida en Pamplona en 1985 pero criada en Lekeitio (Bizkaia), Miren Pastor «es una fotógrafa». Esta afirmación tan sencilla encierra muchas cosas. Es una mujer que hace fotos, que piensa en fotos, que vive las fotos y todo lo que rodea a ese mundo. Es coordinadora en BlankPaper , fundadora de MOB, el proyecto de agitación cultural en redes junto a Olmo González y Bonifacio Barrio), participa en los proyectos Fiebre y Género y Figura. Por eso tiene poco tiempo para fotografiar. Pero cuando lo hace, crea imágenes como las que componen Bidean, un proyecto-río (nunca mejor dicho) que resulta de recorrer un camino fotográfico. De él han surgido varias exposiciones (una en Gijón comisariada por Semíramis González y otra en la Sala Amarica de Vitoria, en su apuesta por jóvenes fotógrafos vascos) y dos fotolibros muy celebrados asociados a ambas. Bidean y Bidean 2 son una especie de pliegos que componen un puzzle, dos paisajes emocionales centrados en la adolescencia y su evolución, una serie de imágenes que se complementan con textos de Iván del Rey de la Torre.
Miren es de colorete permanente, lo que da la sensación de que siempre está ruborizada. Guapa, con carácter, sonriente, trasmite una humildad basada en la seguridad en sí misma. Una tarde, aprovechando la tranquilidad de la escuela antes de que lleguen los alumnos, charlamos tomándonos un café.
¿Cómo llegas hasta aquí?
Llegué a la fotografía por casualidad. Yo iba a hacer Comunicación Audiovisual, pero el botón de Bellas Artes estaba justo al lado. Y al ver las asignaturas relacionadas con estética, me cambié. Mis profesores se asustaron. Pero cuando lo conté en casa, les pareció bien. En mi familia me han motivado a leer, a ver museos. La historia del arte siempre me ha interesado. De toda la vida he sido nula dibujando, siempre me interesó la parte estética. La carrera la hice por escultura, con prácticas con Cristina Iglesias, y la fotografía ni la toqué. El último año lo pasé de Erasmus en Italia, fue cuando me compré mi primera cámara réflex y empezó a picarme el gusanillo. Durante los meses de prácticas con Cristina, empecé a cambiar mi idea del mundillo del arte, se me cayó el mito respecto a la relación de los artistas y las galerías. Entonces una amiga me recomendó un curso de fotografía con Fosi Vegue en BlankPaper y es ahí cuando cambió mi vida. Hasta el disco duro del ordenador lo tengo ordenado en antes y después de la escuela. En cuatro meses de cursillo fotográfico me apasioné más que con cuatro años de carrera. Evidentemente, los años de Facultad me van a servir, incluso ahora estoy haciendo un taller de grabado. Pero me cambió descubrir la fotografía y el mundo del fotolibro.
¿Y qué pasa cuando tienes esa epifanía fotográfica?
Cambia mi manera de pensar, de mirar y de todo. Vas por la calle y reparas en luces que antes no veías. Vas sin cámara pero fotografiando. Y te pasas el día en busca del famoso tema. Aunque yo nunca supe qué tema fotografiar. Me daba mucha envidia la gente que decía: “Voy a hacer esto y de esta manera”; lo ejecutaba y lo traía. Yo nunca he tenido tan claras las cosas. Yo soy más de intuición. Mi manera de trabajar es más de ir haciendo fotos, ir acumulando. Es luego, al ver lo que tenía, cuando surgió el tema de la adolescencia. Cuando tomé la decisión de que ése era el enfoque, reparé en que yo tenía un adolescente en mi casa, a mi hermano. Pero claro, para este proyecto tenía que verlo de otra manera. En este proceso, también me di cuenta de que éste iba a ser un trabajo a largo plazo.
Te dan un premio en Albarracín y empiezas con ‘Bidean’. ¿Qué buscas con ese proyecto?
Yo tenía un proyecto llamado Waiting, unas fotos hechas en EE UU sobre la espera en la adolescencia. Una adolescencia que a mí se me pasó sin que me diera cuenta, con ese querer crecer rápido. Al becarme en Albarracín, me piden que cambie el nombre y que comience algo nuevo. Así nace Bidean, que trata de una adolescencia que está en marcha. Yo lo iba a llamar On going, pero Fosi se enfadó muchísimo. “¿Cómo vas a llamar en inglés algo que haces en tu tierra, con tu gente y es muy personal? Ponlo en euskera”. Yo creí que nadie lo iba a entender. Pero al final ha sido una decisión que tenía todo el sentido del mundo y una reivindicación de mi propio idioma. Me parece interesante que si alguien no sabe qué significa, lo investigue. Y me gusta cómo ha cuajado el nombre. Además, bidean significa «en el camino», en el proceso, que es como se desarrolla este proyecto. De la primera proyección que hice para Albarracín al primer libro, cambiaron todas las fotos. Fue como empezar una etapa nueva. Me voy dando cuenta de que este proyecto va superando etapas.
Ahora va por un segundo libro. En el primero estaba el bosque, la maraña, la adolescencia fruto de cuatro años de trabajo, con la incertidumbre, la edad tonta… Y esas sensaciones que se ven en la propia naturaleza, en la que un rayo de luz o un golpe de viento pueden cambiar todo de repente. Cuando salió el libro, a la gente le gustaba cómo envolvía el proyecto y cómo daba una visión de que era algo que iba a seguir. Y esta herramienta me ha servido para cerrar las etapas del propio proyecto. En el segundo se ve que ya no son tan adolescentes. Lo que realmente me interesa son los procesos de cambio, los caminos que se van cruzando. En este libro tiene sentido meter fotos en blanco y negro, el lenguaje fotográfico cambia. El paisaje pasa a ser más duro e incluye el fluir del agua.
¿No te dio miedo abordar un concepto tan abstracto como la adolescencia en fotos?
Es que en mi caso, más que buscar las imágenes, primero me las encuentro y luego construyo el discurso. Para mí la fotografía es muy intuitiva, y es en el proceso de edición cuando va cogiendo forma todo. Normalmente suelo esperar. Antes trabajaba en analógico, ahora lo hago en digital porque también trabajo vídeo, pero lo hago con los tiempos del analógico. Tengo poco ratos para hacer fotos, dejo reposar las imágenes y le dedico más trabajo a editar. Respecto a la adolescencia, es un tema tratado por muchas disciplinas. Pero éste es un trabajo muy personal que habla más de las emociones.
Muy personal, pero yo lo veo muy universal.
Ésa es la intención, que lo vea un espectador, bien en libro o en exposición, y le cause sensaciones. Si llegamos ahí, primer objetivo cumplido. Pero sólo por el cuidado del libro, que sea artesanal hasta su encuadernación, los papeles, cómo huele… Habla mucho del proyecto. El diseño tiene un papel importante, y Alberto Salván bastante culpa. Yo tenía una idea en mente, pero no sabía ejecutarla técnicamente y él supo dar en el clavo.
El formato es importante en ‘Bidean’; es una expo, se convierte en libro, nace otra expo, otro libro… ¿Cómo es el proceso? ¿Hay mucha renuncia?
Lo más duro son los tiempos. Tienes límites temporales y de presupuesto. En la primera exposición, lo que más me gustó fue el libro, de ahí que en la segunda exposición empiece con los dos libros desplegados. Y de ahí se articula el resto, con fotos, pero también con vídeos. Como en Albarracín me pidieron proyección, comencé a utilizar el vídeo. Uso el vídeo con la misma forma estética que las fotos, pero con la dimensión del tiempo. Que el proyecto evolucione también tiene sus decisiones, si cambiar o no el nombre, el color del libro… Por eso, cuando me presento a una beca, puedo decir más qué he hecho que qué voy a hacer. ¡Si no sé muy bien donde voy a llegar…!
Se han ido encadenando una serie de casualidades que marcan tu camino. Visto desde fuera, parece que tienes una carrera muy estudiada, cuando es todo lo contrario.
He ido saltando de una cosa a otra. Y eso me da mucha libertad. Nunca he tenido nada claro lo que voy a hacer. Madrid fue una ciudad que me aportó mucho nada más llegar. Tenía claro que me apetecía salir del País Vasco. Trabajar con Cristina Iglesias me abrió muchas puertas. También estuve con Daniel Canogar y Roberto Coromina, y fue una experiencia que me marcó. He tenido la suerte de ir encadenando cosas. En la escuela encontré mi cuadrilla. En la promoción anterior y en la mía de Blankpaper, estaban Víctor Garrido, Federico Clavarino, Iñigo Aragón, Michele Tagliaferri, Alberto Lizarralde o Jos, de Dalpine. Se dio un grupo muy interesante.
¿Cuáles son tus referencias? ¿A qué te gustaría parecerte y a qué no?
Siempre me gustó mucho la corriente de Nuevo Color Americano y cómo esta gente reivindica el color, tanto por la importancia del hecho, como por la estética que proponen. Esa imagen de EE UU que tanto nos ha influido. Al principio, me quería parecer a Alec Soth, Sally Mann y cómo retrata la intimidad. Walker Evans me marcó un antes y un después, la edición de libros, la importancia que le da a la serie, la reivindicación del cambio social, etc. Pero lo que más me ha aportado ha sido la frescura que he vivido alrededor. Ricardo Cases con lo suyo, Antonio Xoubanova con Casa de Campo, Fosi con su proyecto… Y no sólo por el libro físico, sino por su proceso, sus intentos fallidos… Todo eso ha sido superpositivo para generar una mirada propia. Hay un momento muy especial en la fotografía y somos muy afortunados de estar viviendo esta ola con todos los eventos paralelos que se están generando.
¿Y lo que prefieres olvidar?
Nunca he sido amiga de cosas preparadas. No me interesa demasiado cómo se ha creado una imagen, sino más el resultado. Pero hay cierto tipo de imagen, en la que ves que está todo preparado, con luces perfectas, etc., que a ciertos proyectos les va bien, como a How Terry Likes His Coffee, de Florian Van Roekel, que es un proyecto brillante con fotos muy aburridas y que en formato libro es maravilloso. Pero yo prefiero, por mi forma de ser, usar lo que tengo a mi alcance con las luces naturales que hay. Pero todo puede ir cambiando. No me atrevo a decir que no haré algo, porque puedo evolucionar en muchos sentidos.
¿Y tus referencias no fotográficas?
Vengo de Bellas Artes y siempre me han marcado mucho las intervenciones que se dan a partir de los 70 en espacios públicos: Claes Oldenburg, Richard Serra en la naturaleza, Christo, Cristina Iglesias cuando trabaja con materiales del mundo de la arquitectura. No sé por qué, pero la pintura es el arte que más conocemos todos cuando eres ajeno al mundo del arte. Pero de niña vi una retrospectiva de Picasso en Aviñón y desde entonces estoy impactada. A los 12 años era capaz de hacer paisajes maravillosos y luego hizo eso otro, me hizo cuestionarme cosas ya de niña. Pero también me gusta Magritte, Caravaggio, el arte egipcio… Un popurrí bastante grande de referencias.
En un momento de exploración dentro del lenguaje fotográfico, eres bastante clásica, pese a venir del mundo de Bellas Artes.
No sé. En Vitoria dediqué una pared a una secuencia de muchas fotos casi iguales que daba una idea de fotograbado. Y, de hecho, ahora estoy haciendo un taller de fotograbado para incluirlo en mi obra. Estoy incluyendo otras técnicas que no son tan diferentes. Pero yo no me cierro a nada. No es que sea clásica. A lo mejor en Bidean 5 incluyo imágenes de archivo que no sean mías, por ejemplo. No me cierro a nada y no estamos inventado nada. Yo voy aprendiendo en este proceso, y veremos qué hago en el futuro. Si para mí meter fotos en blanco negro ya fue una ruptura… Tengo claro que el vídeo es un punto importante, por ejemplo.
¿Qué le debe al fotolibro tu generación?
Es la herramienta que nos está posibilitando a muchos fotógrafos dar a conocer nuestro trabajo. En una web compites con millones de webs, las exposiciones son complicadísimas de conseguir. Pero para un fotolibro puedes pedir un crédito o que venga una editorial y te lo haga, o por crowdfunding. Es una carta de presentación sobre todo. No se trata de acabar en las enciclopedias de fotografía. Es más un proceso de aprendizaje. Para lo bueno y para lo malo, lo cierto es que queda ahí. Una expo se olvida, un libro queda. Y te puedes arrepentir. ¿Cómo envejecerán toda esta masa de libros que se están haciendo ahora? Ya veremos. Hay muchos libros buenos y muchos malos, como es normal. Creo que es interesante que la gente experimente y sea crítica. Eso genera mucha variedad. Y unos te gustan y otros no. Hay libros para todo tipo de gustos y eso me parece maravilloso.
Entonces, ¿no estás de acuerdo con esos artículos que están saliendo sobre el exceso de fotolibros?
No lo veo tan negativo. Como el exceso de imágenes. Por ejemplo, yo creo que Instagram es la mejor herramienta que ha salido tras el invento de la cámara fotográfica. Es una herramienta de comunicación maravillosa. Y lo llevas todo el día encima. Puedes ir afinando la mirada a todas horas y darte nuevas formas de trabajo o ideas a un nivel del que todavía no somos conscientes. El reto es llegar con los fotolibros a un público nuevo. Falta una labor didáctica. Por ejemplo, hice un bookjoquey en la plaza de Oñati y al terminar había aplausos. Y la gente, ajena a este mundo, venía a ver los libros. Y el bibliotecario del pueblo me decía que nunca se había planteado comprar este tipo de publicaciones, pero que empezaría a hacerlo. Pero, bueno, pasa con todo. Si en lugar de dar tanto tiempo en los informativos al fútbol, hubiera algo más de cultura, no ya de fotografía… Iniciativas como Fiebre van en ese sentido.
Formas parte de Género y Figura, plataforma para dar visibilidad a la mujer fotógrafa, ¿en qué punto se encuentra?
Estamos en el periodo de llevar a cabo la convocatorias de presentación de portfolios. Pero es muy importante la actividad en redes sociales. La web va creciendo. Se está generando una corriente y nos llegan propuestas de comisarias, propuestas de exposiciones. Se está generando una marea que genera vida más allá de la primera iniciativa.
Miren Pastor colabora en ‘Se cuenta, parece’ junto a Alberto Salván en el restaurante Lateral (plaza de Santa Ana, 12, Madrid), hasta el 1 de octubre. Un diálogo de sus proyectos Bidean y Views.
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