Miro al perro y mido mi tiempo en unidades de perro

Foto: PIxabay.

Entramos en la recta final de nuestros Relatos de Agosto, en colaboración con el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado. Este año los protagonistas son animales. Y hoy, los perros, que nos marcan las etapas de nuestras vidas. “Miro al perro y mido mi tiempo en unidades de perro: el que se llamaba Niebla y se escapó un día nublado en que yo iba a tercero; el rubio que me esperaba en casa después de mi graduación, tan calmado pensando su pienso; este perro conjetural y triste que ahora miro yo, también triste, desde mi lado del mundo”. 

POR VÍCTOR ORTEGA ESQUEMBRE 

Mirar al perro es mirar ya cómo se muere. O extrañar por adelantado un bigote. Es ver un saco de años en una tumba de jardín: todo ese tiempo herbáceo, amontonado, entre marfil de colmillos y burbujas de sombra. Mirar al perro es mirar lo que morirá de uno cuando muera el perro.

Por la tarde, desde la silla, miro al perro. Veo al perro pero al mismo tiempo no lo veo, porque en su lugar veo la porción de mi tiempo que ya es suya. Una mudanza y el perro; su sonrisa imposible el día de mi cumpleaños; una hoja dorada con la que una vez jugó, y que reveló en su oro el otoño. Ver al perro es ver un espejo amañado: a veces te devuelve a como eras antes, pero otras veces te descubre una cana. Mirarlo es dar la bienvenida a las canas. Miro al perro y mido mi tiempo en unidades de perro: el que se llamaba Niebla y se escapó un día nublado en que yo iba a tercero; el rubio que me esperaba en casa después de mi graduación, tan calmado pensando su pienso; este perro conjetural y triste que ahora miro yo, también triste, desde mi lado del mundo.

Y es que hay en el perro una tristeza asombrada. La duda de quien no esperaba un horror. Un daltonismo de lágrima y lengua. Miro al perro y veo su vida acelerada: entre el biberón y la artrosis solo ha pasado un ladrido. Un día tenía un día de vida, y al siguiente día, siete días. Una mañana solo quería traer la pelota, tan diligente en su oficio de juego, y ahora ya no. Y me mira dolido. Y yo veo en esa mirada, en los pelos viejos de sus cejas de perro, un grado sumo de intimidad, una súplica fruncida de comprensión, un amor.

Miro al perro y veo también mi vida acelerada. Todo lo que he sido cabe en esta acción, en este mirar este día a este perro. Todo lo que soy dura lo que tardo en mirar su almohadilla. O su hueso de plástico y tiempo. O su manta sagrada. Miro al perro y no puedo dejar de mirarlo. Yo, que estoy aquí en la tarde, en el presente vertiginoso de mi silla, veo al perro deteniendo mi mirada en su mirada, mi mirada en su contorno mediano de pelo y de pereza, y creo poder detener este instante nuestro, este, que ya ha pasado.

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