Una mujer en busca de los fantasmas de su familia y del mar
“Buscar la verdad es escribir sobre las mentiras” enuncia la valiosa protagonista de ‘Aguas azul tormenta’, la segunda novela de Esther Ginés (Ciudad Real, 1982). Sobre esa peligrosa y brillante premisa se desliza esta historia de ausencia, de locura, de viento y mar, protagonizada por un abuelo farero, una madre que se cree la hija predilecta del mar y una hija que se ha cansado del silencio.
Nunca es sencillo buscar las huellas de una huida, el rostro perdido de una madre, y mucho menos si entre las sombras de esas huellas se enredan antiguas leyendas que solo sirven para contradecir la dura herida que deja sobre los supervivientes una enfermedad que nunca se atreverán a nombrar.
Un abuelo farero, una madre que se cree la hija predilecta del mar y una hija que se ha cansado del silencio son quienes componen un triángulo argumental que no deja de crecer a lo largo de las páginas de este libro. Escrito con la vehemencia del que espera, y al mismo tiempo con la calma de quien conoce la verdad de esa forma en que conoce el viento la falibilidad de las flores más hermosas.
Ginés ha construido una obra compacta que, sin embargo, goza de una autonomía prodigiosa en cada página. Cada página es una aventura que interacciona sobre la mirada del lector con un ímpetu estético que conmueve, que malhumora y que le hace tambalearse. Hay mucha angustia útil en esta historia. Quien haya leído su anterior novela, Mares sin dueño, estará al tanto de la forma en que la autora interacciona con la naturaleza y con sus habitantes, y de cómo anexiona ambos estatus hasta hacerlos indivisibles. Ginés ofrece las silueta del mar y del viento como pocos autores saben hacerlo, y les entrega a sus personajes sin cortapisas.
Ginés ha construido una hermosísima fábula sobre el abandono, tachonada de esa brillantez tácita en todas sus obras, y ha usado para lograrlo la memoria como abismo y como asidero. Una dualidad no exenta de riesgos que, sin embargo, aquí queda sellada de manera irrevocable:
“No llamo a mi padre, de sobra sabe que necesitaré tiempo para reflexionar, para decidir cuándo hablar de lo que ya tiene nombre”.
Ginés sabe conducir la emoción hasta límites altísimos, y lo que es mejor sabe cómo mantenerla. En la estela de narradoras clásicas, como ya comenté cuando hablé de sus anteriores trabajos, como Daphne Du Maurier o Jean Rhys, Ginés, como ellas, no renuncia nunca a esa belleza inclasificable que siempre derrama sobre cualquier biografía la pérdida, el misterio, las heroínas cuyo cuerpo siempre le pertenece a lo remoto, casi a lo inhumano. La heroína de Ginés no está, es solo un espectro, una sombra sobre la que malviven aquellos que no se cansan de esperarla, de proyectarla en cada una de sus respiraciones, en cada uno de sus pensamientos. Es la madre, pero además la mujer fantasma que fabrica fantasmas:
“No soy la primera en escribir sobre el duelo y sobre el perdón”.
Odette, su protagonista, habita en un purgatorio de viento y silencio, de frío y debilidades. Es una mujer rota, esa piedra con quien se ceba la erosión. Ha perdido a la madre, ha perdido al padre inmerso en una extenuante deriva existencialista, está perdiendo al marido y, sin embargo, no deja de buscar, no deja de sumergirse en las aguas heladas de la inercia para encontrar la mejor salida para todos. Odette escribe, lee, reinventa el presente de todos para que el pasado deje de ser esa ardiente mentira que les está marcando como marca el sol la piel de alguien que osa dormirse bajo su ardiente lengua.
Aguas azul tormenta es una novela magnífica. Su limpieza narrativa y el cálculo al que somete al dolor y al suicidio es una maravilla argumental. Ginés hace de su narradora un ser delicado que jamás se deja manchar por la venganza, un ser que, pese a tener en contra su propia vida, convierte en caricia la silueta de un paisaje extremo que no nació para amar a ningún ser humano.
Ginés es una narradora honestísima que no cree en la magia, que no usa trucos, que hace transitar sus palabras sobre una línea recta que, de tan perfecta, parece trazada por el mismísimo Dios.
Aguas azul tormenta es un precuela con una dignidad apabullante. Una creación exenta de esa seguridad que podría brindarle el éxito de la historia a la que dio paso. Hay muchas frases definitivas y definitorias de lo que acabo de decir en esta novela en la que el silencio de un fantasma es capaz de construir lo destruido. Pero tendrán que ser los lectores quienes las descubran; sería muy desacertado ofrecer cualquier pista al respecto.
Esta novela es una novela ultrasensorial y hasta los críticos siempre tan metomentodo deben respetar su naturaleza. Solo les haré llegar esta premisa que tan acertadamente escribe la narradora casi al comienzo del libro para que se hagan una idea del riquísimo paisaje emocional al que van a enfrentarse:
“Nos protegemos, nos refugiamos en lo sencillo, el blanco y negro, una cosa o la otra. Los análisis, la profanidad, las variaciones del gris que hay entre el blanco y el negro, todas exigen hurgar en la herida”.
Y es que hay tanto equilibro en ese obsceno desequilibro que es siempre el dolor.
‘Aguas azul tormenta’. Esther Ginés. Tres Hermanas Editorial. 198 páginas.
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