Najat El Hachmi, otra voz sobre Europa, Cataluña, el Islam, la inmigración
No cabe duda de que Najat El Hachmi toca temas de máxima actualidad. Tras ‘Jo també sóc catalana‘ y ‘El último patriarca‘, novela con la que ganó el premio Ramón Llull y el Prix Méditerranée étranger, la escritora de origen marroquí vuelve a dar voz a la inmigración en ‘La hija extranjera’ (Destino. En ella relata en conflicto al que se enfrenta una adolescente al rechazar, por una parte, la tradición y sus orígenes inculcados por su madre y, por otra parte, al observar que aquel país de acogida, del que ella se sentía parte integrante, no es ni tan acogedor ni tan ideal como ella lo había imaginado y deseado.
En un coloquio con Lorenzo Silva, decías: “Escribo para encontrarme representada”. ¿En ‘La hija extranjera’, vuelves a buscar una representación que no encuentras en la literatura?
Escribir responde al intento de plasmar en una creación literaria una realidad que no se ve normalmente. No creo que la literatura se deba centrar única y exclusivamente en reflejar la realidad, pero creo que es significativo que haya un tipo de personas que nunca aparecen en creaciones culturales, ya sea literarias y no, y es importante no perpetuar esta invisibilidad debida a que en la representación de nosotros mismos y de nuestra sociedad obviamos a parte de la realidad que efectivamente existe. Los hijos de la inmigración, aquellos que no tienen a sus espaldas los ocho apellidos de aquí, suelen estar ausentes de la creación literaria y, de ahí, que parte de mi obra intente darles voz, pues como te decía son, somos, parte de esta misma sociedad.
Reflejas una realidad casi ausente en la literatura, la realidad de la inmigración, y lo haces apoyándote, paradójicamente o no, en unos referentes literarios muy locales, como son Maria Mercè Marçal o Mercè Rodoreda.
Yo creo que lo universal tiene que partir de lo particular: uno no escribe historias universales, sino que cada escritor, independientemente de su lugar de origen, refleja un determinado contexto e intenta desde ese particular contexto y de esa particular realidad llegar a lo universal. Las autoras que mencionas, autoras que leí en su día y que releo, nunca me resultaron ajenas por mucho que su lengua es el catalán y que su realidad es Barcelona y Catalunya. Nunca las he percibido como autoras locales, al contrario, siempre me han parecido autoras universales en tanto que creo que en ellas, como en tantos otros, hay algo común a toda literatura: el intento de reflejar la interioridad del individuo, el intento de compartir el dolor y de narrar las anécdotas vitales. En el fondo, la literatura responde a la necesidad de relatar y esta necesidad yo la viví y la experimenté, cuando era pequeña, en Marruecos, en torno a la casa, donde se reunían las mujeres contándose, de una forma muy literaria, todo aquello que les sucedía. A mí me fascinaba escuchar a estas mujeres obligadas a permanecer en el ámbito doméstico; su realidad era una realidad extremadamente particular y, sin embargo, en sus relatos estaba lo universal, porque eran relatos humanos.
En toda tu obra narrativa la oralidad tiene un papel muy importante. En ‘La hija extranjera’, el idioma te sirve para ilustrar la confrontación generacional entre la madre y la hija.
A través del idioma se ve la distancia entre madre e hija: la madre tiene una lengua oral y la hija tiene la pasión por los libros y lo escrito; son dos mundos aparentemente muy lejanos, mundos cuya distancia se refleja, además, en la diferencia del idioma. El hecho de que la madre conserve su idioma y la hija adopte la lengua del país de acogida me servía para ilustrar la falta de comunicación entre ambas y mostrar cómo la brecha que las separa se va ampliando cada vez más.
La lengua se revela en tu novela en su doble naturaleza: como algo que une, pero también como algo que separa.
La oralidad tiene un componente de fragilidad en cuanto no se puede retener, depende de la memoria, no hay soporte sólido donde poder conservarla. Además, actualmente, la oralidad se encuentra en una posición de fragilidad extrema, sobre todo porque nunca se ha valorado en exceso, el valor siempre ha estado en lo escrito. En este sentido, a través de mi literatura quiero reivindicar la importancia de aquellos relatos orales entre mujeres, de aquella oralidad del ámbito doméstico a la que nunca se le ha atribuido prestigio alguno. Por lo general, el ámbito doméstico no tiene prestigio, la oralidad tampoco y menos todavía tiene prestigio el hecho de que sean las mujeres quienes hayan conformado todos aquellos relatos.
Y, sin embargo, la falta de prestigio social no implica que esta tradición oral a la que te refieres haya jugado y juegue un papel de gran importancia en la formación del individuo y en la cultura colectiva.
Para mí esos relatos que escuché y con los que crecí en Marruecos fueron muy importantes. A estas alturas, estoy absolutamente convencida de que mi nacimiento como escritora fue dentro de ese ambiente de mujeres en el que había espacio para contar y para escuchar. Allí se escondía el acto más primitivo y original de lo que representa la escritura de por sí: crear relatos para que otros la recojan.
En efecto, la literatura tiene su origen en la moralidad.
Recuerdo cuando en la universidad me explicaban el origen oral de la literatura, las primeras manifestaciones literarias orales, siempre pensaba que, en cierta manera, yo lo había vivido, yo había sido testigo de esta literatura inicial y originaria.
¿Podemos decir que ‘La hija extranjera’ responde, en parte, a la voluntad de fijar la tradición oral de tu infancia para que no desvanezca?
Para conseguir esa fijación por escrito a la que te refieres, lo más adecuado sería hacer un trabajo, más que literario, antropológico: recoger in situ todos los relatos y transcribirlos fielmente. Yo no soy antropóloga, sino escritora y, por tanto, lo que yo intento hacer es incorporar en la historia que relato todo este material de tal manera de prestigiarlo, pues lo sitúo en el mismo plano del resto del material literario que utilizo para mi novela. Dicho esto, sí es cierto que hay un intento de fijar por escrito porque, como se refleja en la novela, tengo la sensación de que esos relatos que, por ejemplo, cuenta la madre a la protagonista, terminarán por desvanecerse. Y de hecho esta sensación es la que tiene la protagonista de La hija extranjera, una joven que sabe que distanciarse de la madre es distanciarse de todo aquello que la madre representa.
La madre, en efecto, se convierte en metáfora del propio origen y de la cultura que ha dejado atrás al inmigrar.
La madre representa el origen de la protagonista y el distanciamiento de ella refleja no sólo la pérdida que implica el propio proceso migratorio, sino también la progresiva desaparición de culturas locales en este contexto de globalización. Actualmente, estas culturas tan locales y minoritarias están siendo alcanzadas por la cultura global, te pongo un ejemplo: cuando yo era pequeña, en las casas no había televisión y, sin embargo, ahora, hay televisión en todas las casas. Esto conlleva la irrupción de los relatos televisivos en el ámbito doméstico que se ve transformado completamente; las reuniones de mujeres van desapareciendo y la propia lengua se modifica con la introducción de nuevos términos, sobre todo provenientes del árabe. Asimismo, la televisión ha servido para modificar comportamientos y mentalidades, en concreto aquellas vinculadas con la religión.
En una entrevista, comentabas cómo, a diferencia de ahora, en los años ochenta el inmigrante marroquí emigraba sin saber exactamente aquello que se iba a encontrar.
Aparte del referente audiovisual que ahora tiene la gente, se suma el retorno de quienes se fueron y que, cada año, vuelven a su país de origen y explican el contexto en el que viven. La frontera geográfica y política es muy hermética al impedir que la gente pase de un lado a otro, pero las informaciones llegan igualmente, y nuevos gustos y nuevas modas se implantan.
Resulta curioso que, en contraposición a la asimilación de valores y costumbres occidentales por parte de Marruecos, la protagonista se enfrenta al dilema del velo, un dilema que en gran parte de Marruecos ya está superado.
La inmigración y el proceso de integración conllevan una reflexión acerca de la propia identidad, y los inmigrantes se aferran en ocasiones a tradiciones que, sin embargo, en sus países se asumen de forma mucho más flexible.
¿Se vuelven más puristas?
La gente tiene miedo a diluirse en la nueva sociedad, tiene miedo a desaparecer y de ahí que se aferre a elementos muy tangibles, pues el concepto de identidad es etéreo. Asimismo, el concepto de identidad es todavía más etéreo para los rifeños, que viven en el Rif y se definen en oposición, no siempre tan evidente, con los marroquíes y con los árabes. La zona del RIif, en efecto, es una zona apartada de Marruecos, una zona que ha sido muy castigada, sobre todo cuando gobernaba Hassan II, puesto que era una zona absolutamente abandonada, no había infraestructuras de ningún tipo, no llegaba electricidad, no llegaban las carreteras, la sequía era terrible y la zona se fue empobreciendo cada vez más. Esta separación del resto de Marruecos, sumada a que los propios rifeños querían diferenciarse de los árabes, llevó a que nuestros padres, una vez instalados aquí, optaran por ofrecer a los hijos un discurso muy claro de lo que significaba ser rifeño, de lo que eran nuestros valores y nuestras tradiciones. El problema que se refleja en La hija extranjera es que el hijo que crece fuera, pero rodeado de estos discursos, no tiene otra perspectiva que la que le ofrecen sus padres; yo, de adolescente, me preguntaba si los valores que tenía mi familia eran los mismos valores que tenían otras familias de origen marroquí.
Junto a esto, el país de acogida no siempre favorece la integración; al contrario, en ocasiones fomenta la cerrazón de los inmigrantes en sus comunidades.
Los condicionantes externos hacen que el inmigrante se encierre y se refugie en su comunidad. Esto se ha hecho particularmente evidente en los últimos años con la crisis, que ha golpeado a todo el mundo, pero con gran fuerza a las familias inmigrantes que no sólo no tienen una familia que los respalde, sino que tienen toda la familia en su país de origen que sobrevive gracias a las ayudas económicas que ellos les enviaban. En Vic, donde crecí, muchas familias marroquíes se han visto obligadas a irse a Bélgica u Holanda.
En efecto, las estadísticas señalaban, sobre todo en el caso de los hispanoamericanos, un elevado número de inmigrantes que regresaban a sus países.
La mayoría de inmigrantes que volvieron a su país de origen eran inmigrantes que llevaban aquí muy poco tiempo, pero de los que hablo yo son gente que había construido desde hace décadas su vida en Vic, sus hijos habían sido escolarizados allí, y, para ellos, regresar a Marruecos es algo que no se contempla ni de lejos. En el caso de los hispanoamericanos, además, hay que tener en cuenta que algunos vieron más posibilidades en sus países de origen que aquí; en efecto, muchos españoles también han decidido emigran a Hispanoamérica.
¿Volver sería una derrota?
Más que derrota es una decepción importante con la sociedad de acogida, que no se ha dado cuenta de la pérdida que supone que mucha de esta inmigración, completamente insertada aquí, se vaya. Cuando empezó la crisis, se realizó, por el contrario, una campaña horrible para fomentar que los inmigrantes volvieran a sus países; era una campaña de una violencia extrema a la que, además, se sumaban las restricciones para pedir ayudas, por ejemplo, durante el mes de agosto, cuando muchos habían regresado a su país para visitar a sus familias; la Generalitat decidió que el cobro del PIRMI tenía que ser presencial y, por tanto, muchas familias se quedaron sin esta ayuda que para ellas era imprescindible. Todas estas cosas a mí me han decepcionado mucho, ante todo porque ha sido no querer aprovechar todo ese capital humano que existe y es importante.
¿Crees que con la crisis ha habido un resurgir del racismo que siempre implica clasismo?
La situación es tan devastadora para todos que mucha gente de aquí se ha puesto en el lugar del inmigrante por primera vez en su vida. Muchos españoles han visto que su única posibilidad era emigrar y esto ha favorecido la empatía, la comprensión hacia aquellos inmigrantes que se encontraron, tiempo atrás, en la misma situación. Aunque, sin duda, en estos años también se han escuchado discursos racistas que han criminalizado al inmigrante o que, como decíamos antes, los invitaban a irse. En este sentido, ha sido muy decepcionante la respuesta que se ha obtenido por parte de algunas instancias, puesto que hay que tener en cuenta que son muchas las familias inmigrantes cuyos hijos están creciendo y se están educando aquí creyendo ser uno más y, luego, desde el Estado lo que se les dice es que no son uno más, sino que son otros, y se les invita a irse.
Por eso antes te hablaba del racismo como expresión de clasismo.
Sí, evidentemente, algo de ello hay. Lo más trágico y de lo que se debe hablar es de todas las trabas de la ley de Extranjería que se han incrementado desde el inicio de las crisis: los reagrupamientos familiares se están dificultando mucho y los papeles por arraigo se deniegan en numerosísimos casos y sin razón alguna. Si una persona cumple todos los requisitos, ¿por qué se le deniega el arraigo que le pertenece? Esto aparece en la novela cuando la protagonista intenta traer a su primo que vive en Marruecos y se le exige tener una casa “en condiciones”.
La novela cuestiona el país de acogida: la protagonista se aleja de lo que significa la madre y, al mismo tiempo, descubre que el país de acogida no es tal y como se lo imaginaba.
Forma parte de hacerse adulta darse cuenta de cómo es la realidad y ver que no es ese ideal que uno tenía en la cabeza. El miedo de la protagonista, en el momento de tomar determinadas decisiones, se debe precisamente al hecho de que se da cuenta de que el país de acogida no le ofrece un lugar cómodo donde incorporarse; al contrario, la deriva hacia unos trabajos determinados, hacia unos barrios en concreto e, incluso, le exige una serie de documentos que la hacen sentir al margen con respecto al resto de la sociedad. El momento que vive la protagonista es un momento muy duro al que también yo tuve que hacer frente: recuerdo el sentimiento de incomprensión que sentí cuando me daba cuenta de que el futuro que se me ofrecía no era el mismo del de los demás. ¿Por qué me tengo que conformar yo con esto? Esta era la pregunta que yo me hacía, una pregunta que, sin embargo, mis padres, que llegaron aquí de adultos para trabajar, no se hacían.
¿Los padres aceptaban la situación?
Nuestros padres asumieron desde el primer momento que ellos inmigraban y se instalaban aquí para trabajar, siempre conscientes de que el país de acogida no era su tierra. A ellos nunca se les ocurriría exigir los mismos derechos que un español porque siempre se han considerado inmigrantes, es decir, siempre han considerado que la tierra en la que han terminado por vivir y trabajar no es su tierra.
Es muy triste ver cómo vuestros padres aceptan una posición subalterna que no merecen.
En cambio, los hijos no comparten en absoluto esta mentalidad. Los hijos hemos pasado por el colegio donde nos han educado en la igualdad y ya no nos conformamos con ser ciudadanos de segunda. Y nuestro sentimiento de no conformidad y nuestra exigencia de ser considerados ciudadanos de primera es, a menudo, motivo de discusión con nuestros padres, que no nos entienden. “Confórmate con lo que tienes”, nos suelen decir, pero no, no es posible conformarse, no es posible ni admisible aceptar una posición subalterna, no es admisible ser considerado ciudadano de segunda.
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