‘Natacha’: quien nace pobre ¿solo puede aspirar a ser pobre?

Escena de ‘Natacha’, dirigida por Laila Ripoll en el Teatro Español, Madrid. Foto: Javier Naval.
‘Natacha’ es la historia de una desgracia tejida a lo largo de generaciones y vertebrada en la pobreza más injusta, en la resignación más silenciosa, en la sociedad más recelosa y atemorizada de sí misma. ‘Natacha’ es también la historia de la conciencia frente a la opresión, de la palabra frente al ensimismamiento, del deseo y la pulsión frente a todo y todos los demás. Esa es la ‘Natacha’ que presentó Luisa Carnés (Madrid 1905 / Ciudad de México 1964) en su primera novela y que ahora con gran acierto la directora Laila Ripoll lleva a las tablas del Teatro Español, en Madrid (en esa plaza de Santa Ana a la que han desnudado de árboles) hasta fin de marzo.
La escritora madrileña de clase obrera comenzó a pergeñar Natacha cuando tenía 23 años. Se publicó en 1930 y, casi un siglo después, su trama encuentra ecos en la actualidad. En ella se abordan cuestiones como la explotación laboral, el acoso, la desigualdad y el maltrato, entrelazadas con ciertos conflictos en torno al matrimonio, el amor, el sexo y la muerte. Ripoll ya se adentró en la obra de Carnés hace unos años con la adaptación de su obra Tea Rooms. En cambio, en esta ocasión ha sido algo diferente: “Al ser una primera novela es mucho más ambiciosa, más amplia, con unos saltos espacio temporales tremendos en los que se cambia mucho de escenario”, explica.
La adaptación teatral recoge algo del folletín de la época, en donde Carnés no solo plasma lo que ella misma sintió mientras trabajaba en una sombrerería, como Natacha, sino que deja percibir cierta influencia de clásicos rusos como Tolstoi y Dostoyevski. El centro de trabajo no es lo único que liga íntimamente a la protagonista con su creadora. Luisa Carnés adoptó su nombre completo, Natalia Valle, como seudónimo a la hora de firmar sus obras durante más de 15 años, primero en España y más tarde en el exilio mexicano.
Ripoll describe la obra como una historia de relaciones humanas, una historia de amor y desamor, de padres e hijos, de madres e hijas, una historia oscurecida por la enfermedad y la miseria. “Natacha está predestinada a sufrir, porque es muy difícil salir de esa espiral en la que vive, pero no se resigna ante eso de que el que nace pobre solo puede aspirar a ser pobre”, explica la directora. Y ya se sabe que el que se rebela contra el destino suele tener no pocos sinsabores de boca.
La sala pequeña del Teatro Español en Madrid acoge esta obra que poco a poco va colgando el cartel de no hay entradas. Tras un decorado simple y camaleónico a través del juego de luces y proyecciones, los actores y las actrices van articulando su papel. Se presenta una Natacha, interpretada por Natalia Huarte, arisca, triste, enfadada con la vida que le ha tocado sobrevivir. “Usted no ha vivido, Natacha, usted no ha nacido aún”, le llega a espetar el personaje de Gabriel, interpretado por Jon Olivares, la única persona que en algún momento le insufle emoción e ilusión en sus días.

Natacha, interpretada por Natalia Huarte, se presenta arisca, triste, enfadada con la vida. Foto: Javier Naval.
“Los hijos de los pobres aprenden antes a pedir el pan que los besos”, piensa Natacha. Y busca refugio al amparo de un abrigo de pieles, de una vida de lujos, del chófer en el coche siempre a su disposición. Y al mismo tiempo, Natacha no puede dejar de ser ella, no se deshace de su clase, e intima con la criada: “Usted es muy distinta a las demás, parece usted decente”, le dice la sirvienta. Y ella responde: “Yo no sé qué vida es peor, si la del hambre de antes o esta”. La confusión es tal que Natacha no rehuye las preguntas que muchos, en situaciones límite y precarias a nivel mental, nos hemos hecho. ¿Qué es ser bueno o malo?, se cuestiona.
Los embates que sufren continuamente los linajes más humildes no tienen límites. De nuevo, Natacha se yergue como la paria de una comunidad que ya no existe y que tiempo antes se llamó familia. Está sola, de regreso a Madrid, sin dinero. “Yo lo que quiero ser es un trozo de madera, una piedra, y morirme. Quiero no ser nada. ¿Dónde voy a pasar la noche? Qué importan ya los días, qué importan ya las horas. Ser un trozo de madera, una piedra, yo lo que quiero es no sentir, y ya está”, relata sin saber que son algunas de sus últimas palabras.
Ripoll no reproduce muchos de los pasajes que Carnés inmortalizó en su obra y, al mismo tiempo, logra pulir aquellos imprescindibles para que el espectador llegue a comprender una angustia que no a todos ni todas les parece tan lejana. De esta forma, a lo largo de casi dos horas, el Teatro Español se convierte en un pequeño epicentro biográfico de la Carnés más auténtica, atravesada por esos desvelos e injusticias que tristemente todavía siguen sacudiendo a la sociedad. Ocupen sus butacas en el Español. Lo pueden hacer hasta el 30 de marzo.
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‘Natacha’: quien nace pobre ¿solo puede aspirar a ser pobre? - Guillermo Martínez
Por ‘Natacha’: quien nace pobre ¿solo puede aspirar a ser pobre? - Guillermo Martínez, el 17 marzo 2025
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