La Navidad es momento de Ansiedad… y nos merecemos unas fiestas mejores
Repensar los vínculos, las redes y nuestros límites emocionales más allá de la familia sanguínea es algo fundamental para sostener nuestro ya de por sí precario equilibrio emocional. Y la Navidad puede ser una época donde estos límites se fuerzan, generando ansiedad y malestar. Nos merecemos unas fiestas mejores y hoy queremos reflexionar sobre cuestiones de piel desde esta sección que habla de caricias y estremecimientos, sexo y amor, escrita a cuatro manos, por Analía Iglesias y Lionel S. Delgado. Una sección que en estas fechas muestra esas fragilidades masculinas que tan a menudo queremos ocultar.
Este enero cumplo 30 años. Llevo arrastrando tristeza con este tema desde que cumplí 29. Los 30 son distintos. Y tienen algo que ver con las navidades. Ambos casos se me presentan como termómetros vitales. Los 30 se me presentan como un momento en el que tengo que pararme a pensar dónde estoy, con quién estoy y qué estoy haciendo.
Las navidades se plantean como algo parecido. Es el momento en el que más se evidencia la distancia que existe entre la familia que te gustaría tener y la que de verdad tienes. No en vano, las navidades son básicamente un aparato cultural basado en imágenes sobre lo que debe ser el amor, el encuentro y la familia. Anuncios de turrones, de lotería y de jamón Campofrío. Todos apelan a la emoción, al vínculo, a la red. La Navidad es termómetro de la red que deberíamos tener y no tenemos. Y para la mayoría, esta España saqueada y precarizada, la Navidad nos refleja las carencias.
Navidad y migración
Yo vengo de una familia migrante. En 2002 huimos de una Argentina en crisis y comenzamos una vida fragmentada en espacios. Terminamos llegando a una España que nos enseñó lo descarnada que puede ser la soledad. Entre otras muchas cosas, la situación migrante te arrebata la red de apoyo. Pierdes familia, amigos y una cultura. Cuesta mucho recobrarla, sobre todo si terminas en una ciudad pequeña y cuasi rural como Logroño, la ciudad donde aterrizamos.
Los primeros años, el vínculo familiar se vuelve coraza. La hipertrofia del lazo familiar se naturaliza. “Somos lo más importante que tenemos, estamos solitos en un país extraño”, me dijo alguna vez mi madre. El vínculo de la familia sanguínea se vuelve cada vez más fuerte, hasta ocuparlo todo. “Los amigos van y vienen, la familia está siempre”.
Con ese panorama, las navidades se convierten en un espacio uterino donde, a la vez, reina la celebración y la nostalgia. Analía en su último artículo hablaba de la nostalgia navideña cuando toca recordar familiares que ya no están. En mi caso, somos nosotras las que no estamos, las que nos arrancamos de nuestro país. En mi casa, estos festejos han sido siempre una época de llamadas. El teléfono se vuelve un miembro más y de él emergen voces que te resuenan a un pasado borroso. Tíos que hace muchísimos años que no ves, primos con los que te une un suspiro de sangre, familiares y amistades de los que ya ni te acuerdas…
Varias amigas me cuentan cómo, para ellas, las navidades también son momentos de encontrarte obligatoriamente con familiares que ni conoces. Extraños con los que estás conectada por sangre. En mi caso, la ausencia de las navidades me hacía desear que apareciese en la mesa cualquier extraño, cualquiera. Pero que apareciese alguien.
Navidad y evasión
Cuando sólo estáis seis personas en el gran evento anual que debe validar la felicidad y la realidad del vínculo, no puedes escapar fácilmente. Cuando hay muchos familiares, es más fácil pasar desapercibido. Pero cuando estáis seis… es imposible que los ojos del resto no se posen en ti. Esa obligación de una participación activa genera aún más ansiedad.
Ansiedad… Si tuviese que relacionar las navidades en familia con una palabra sería con esa. Ansiedad. Un estado de alteración permanente, que en sus versiones agradables hace que esté jugando sin parar en casa, molestando a unos y a otras, pero que en sus versiones desagradables me hacen ahogarme en el nerviosismo y comenzar a tener comportamientos destructivos. Especialmente con la comida.
Nunca lo he contado, pero desde pequeño llevo teniendo muchos problemas con la comida. Sin entrar en detalles, las navidades son uno de esos momentos donde la ansiedad se mezcla con una disposición constante y total de comida creando un cóctel destructivo en forma de cadena del infortunio. La ansiedad lleva al atracón. El atracón te lleva al malestar estomacal. El malestar lleva a la culpabilidad. La culpa, a la frustración. Esta frustración te lleva a machacar a los más cercanos y esto, lógicamente, genera tristeza en las otras personas.
Esa tristeza, en familias muy cohesionadas, puede dar lugar a la victimización y a la manipulación (involuntaria) emocional (“no sabes querer”, “no sabes estar en familia”, “ya estás otra vez con lo tuyo”). Y eso te lleva a sentirte fatal: debería ser un momento de felicidad y alegría familiar. Y la estás cagando siendo un ogro. Esa sensación de dolor te satura. Y para rehuir de eso recurres a la evasión.
En Navidades, la evasión es también una constante: evadirse comprando, comiendo o viendo la tele. Es normal desviar energía emocional hacia otras cosas que nos alejen de un enfrentamiento doloroso. No es bonito ni sencillo estar todo el día enfrentándose a algo que difícilmente podemos cambiar. Y por eso compramos por impulso, comemos desaforadamente o vemos la tele obnubilados. Yo normalmente me evado bebiendo. El alcohol, junto al teléfono, es otro de los miembros estrella de la familia en estas fechas…
Evadirse en grupo
Sin embargo, desde hace unos años, en mi familia llegamos a una solución bastante agradable para evitar toda esta ansiedad y nostalgia hogareña. Desde hace unos años, celebramos la Nochevieja en restaurantes asiáticos. Rodearte de gente desconocida tiene un extraño efecto balsámico. Y, además, resulta extrañamente cercano: en estos restaurantes, baratos y sin glamour, nos concentramos gran parte de la población latina de la ciudad.
Esta opción tiene otro efecto positivo, además de la compañía. En mi casa, las cargas domésticas están repartidas en un sentido tradicional. La preparación y la limpieza son siempre carga femenina. Mi padre cocina (y muy bien), pero como suele pasar, lo suyo es el rollo chef: comidas de lucirse, nada de comida de relleno y menos aún la limpieza.
Cenar fuera de casa funciona también aliviando la carga logística. Externalizamos el servicio y ganamos en simpleza y en compañía. Un Win-Win.
Pero hay otro efecto de esta búsqueda hacia afuera. Hasta hace unos años, me sentía mal saliendo de fiesta en Nochebuena o saliendo demasiado pronto en Nochevieja. Lo primero era la familia y a ellos debía la lealtad. Romper esa idea no sólo nos permitió salir de la casa-búnker para encontrarnos en grupo. Romper con el puritanismo familiar también me llevó a empezar a darle importancia a esa familia escogida, a esa red que mi madre se empeñó en descalificar cuando decía que “los amigos van y vienen pero la familia está siempre”.
Como decían mis amigas psicólogas de Indágora en este artículo, la familia escogida, la red afectiva es un pilar fundamental para el bienestar emocional. Poder escoger con quién estar y poder generar espacios lejos de esos que crean ansiedad y dolor me ha permitido valorar mucho más a la bonita gente que me rodea. Y poder tener estos espacios de cuidado personal también me ha permitido volver con mejores defensas y herramientas a la familia de sangre y no verme desgarrado tan fácilmente por la ansiedad.
Cuestionar por qué tendemos a sobreesforzarnos y sobreexponernos a situaciones que no nos hacen bien podría ser uno de los propósitos para 2020. ¿Por qué hemos caído en esa cantinela neoliberal de la familia sanguínea como la unidad mínima y básica de vida emocional? Repensar los vínculos, las redes y nuestros límites emocionales es algo fundamental para sostener nuestro ya de por sí precario equilibrio emocional en contextos de precariedad vital. Las navidades pueden ser una época donde estos límites se fuerzan, generando ansiedad y malestar. Y nos merecemos unas fiestas mejores, ¿no creéis?
Comentarios
Por Ricardo, el 22 diciembre 2019
Acabo de encontrar en tu articulo la viva imagen de lo que me ocurre año tras año en estas jodidas fechas. No tengo memoria de cuando comenzó realmente esta tortura navideña. Diría que de toda la vida pero quiero suponer que hubo un momento en que no sufría esta agonía anhelando cada minuto la llegada del día 7 de enero. Gracias por la reflexión. Veo que no soy un bicho raro. Un saludo.