Netanyahu, Milei, Ayuso, el sultán… y Jorge Riechmann, menos mal

Sultán Al Jaber, presidente de la COP28.

Vivimos en un mundo de terribles y sorprendentes paradojas. El Estado que representa a los hijos del Holocausto está exterminando a un pueblo sin Estado con la complicidad de Occidente. En la batalla cultural por las ideas y el lenguaje, la ultraderecha se ha apropiado de palabras que durante siglos han sido referentes de la causa de la izquierda, como Libertad e Igualdad. Y la Cumbre del Clima 2023 (¡y vamos 28!) se celebra en un petro-Estado donde reina un sultán que decía recientemente que no hay evidencias científicas del impacto humano en el calentamiento global. A estas alturas… Perfecto todo. En medio de tal caos de terribles paradojas, conviene leer algo tan sólido como fluido, el nuevo libro del ecofilósofo Jorge Riechmann, ‘Bailar encadenados’.

En nombre de esa ‘libertad’, en Argentina ha ganado un hombre con motosierra que promete cercenar los derechos de los más débiles para instaurar un Estado feudal, donde los súbditos se deben al señor de la motosierra y a los poderes que lo han auspiciado (sin quitarle mérito a la contribución a esa debacle del peronismo).

La Italia de Meloni ha ido un poco más allá y ahora se propone incorporar a su imaginario cultural a figuras como Pasolini o Gramsci. ¡Pasolini y Gramsci! Hay que reconocer su audacia, aunque en su día, José María Aznar, a quien deberían procesar por terrorismo y crímenes de guerra, se hizo unas cuantas fotos junto a Rafael Alberti.

El Sur global ya no es solo el proveedor de materias primas del Norte global, sino que se ha convertido en su vertedero, donde vomitamos nuestro hiperconsumismo. Su responsabilidad en el cambio climático es mínima y, sin embargo, la población que vive en estos países exhaustos es y será la más afectada por las hambrunas, las sequías y las migraciones.

La Cumbre del Clima que está a punto de finalizar se celebra este año en un ‘petro-Estado’. Quien se toma en serio la crisis ecosocial no espera mucho ya de estas cumbres, aparte del blablablá, que diría Greta Thunberg, y de costosos e innecesarios viajes en avión de las distintas delegaciones. Pero el nivel de cinismo siempre se puede superar. El sultán Al Jaber, presidente de la Cumbre, sostuvo hace unos días que no existe ninguna evidencia científica de que la eliminación de los combustibles fósiles contribuya a frenar el calentamiento global. En realidad, no me sorprenden sus palabras. ¿Qué esperábamos? Es como pedirle a Donald Trump que organice un foro feminista o anticapitalista; aunque, pensándolo mejor, las palabras del sultán Al Jaber también las podría haber pronunciado el sultán norteamericano.

Uno pensaría que, visto este panorama, la sociedad debería premiar el esfuerzo de quienes sí se toman en serio el cambio climático y nos alertan de que el margen para remediar el más catastrófico de los escenarios cada vez se acorta más. Pero no es así. En España, el fiscal del caso de los 15 activistas de Rebelión Científica que vertieron tinta biodegradable en el Congreso de los Diputados ha pedido pena de cárcel para ellos. Fue una convocatoria no violenta y pacífica, pero, aun así, el representante de la ley ha pensado que estos activistas son peligrosos y que necesitan un escarmiento. Entre los acusados está el filósofo y poeta madrileño Jorge Riechmann. Paradójicamente, su último libro, publicado hace unos meses, se titula Bailar encadenados (Icaria Editorial), lo que no deja de ser un nefasto augurio de lo que le espera si quien tenga que resolver el caso no aporta un poco de cordura y de justicia real.

En algún momento, Riechmann, profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid, ha ironizado sobre el hecho de que una buena parte de sus colegas no se haya tomado en serio su obra ensayística porque se escapa a lo que en el cerrado mundo de la filosofía académica se entiende que debería ser un tratado filosófico. Quizás con esta última obra, Bailar encadenados, los filósofos de tarima que nunca salen a la calle se sientan un poco más interpelados porque la libertad, ese gran tema sobre cuya naturaleza llevamos pensando en Occidente desde hace siglos, es el hilo conductor de este libro. Eso sí, libertad dentro del contexto de la crisis ecosocial y del tecnocapitalismo. El peligro para nuestra libertad, sostiene Riechmann, no viene  o vendrá tanto de lo que diga que son nuestras limitaciones la neurociencia, a la que le dedica un capítulo, sino de las grandes corporaciones digitales, como Facebook, del capitalismo digital.

Frente al determinismo fatalista de algunos o el libre albedrío de otros que ven excluyentes la causalidad y la libertad, el poeta y activista madrileño, miembro de Ecologistas en Acción, aboga por el compatibilismo, una especie de tercera vía que considera que no hay contradicción entre determinación y libertad. Aun asumiendo que nuestro margen de maniobra es pequeño, ese margen no deja de ser muy importante, sostiene Riechmann. “Aceptar límites no es la negación de la libertad: es la condición de la libertad”, escribe en el capítulo en el que reflexiona sobre los condicionamientos del ser humano para ejercer esa libertad.

Uno de esas limitaciones viene de nuestra interdependencia de los ecosistemas y los demás seres vivos. Retoma aquí la idea de la bióloga Lynn Margulis de que somos seres “ecodependientes”. Por tanto, una de las preguntas fundamentales que hay que hacerse respecto a la libertad, sería si se trata de emanciparnos, de ser libres, en el seno de la naturaleza, de la que formamos parte, o de la naturaleza. “Para el grueso de la Modernidad occidental, emanciparnos de la naturaleza (dominándola) ha sido la condición esencial del progreso humano. Pero lo que necesitamos es emanciparnos en la naturaleza, en el seno de la Madre Tierra (a la que también llamamos Gaia), como los seres ecodependientes e interdependientes que somos”.

La libertad, nos dice en otro capítulo, está limitada por la libertad de otros (humanos y no humanos). “La libertad de contaminar o de explotar laboralmente no puede afirmarse como un derecho fundamental. La libertad del pez chico exige que se limite la libertad del pez grande”, asegura. Se trataría, en definitiva, de “autolimitarse para que el otro pueda existir”. Una noción esta, la de la autolimitación, que recorre gran parte del pensamiento de Riechmann.

Si hemos llegado hasta aquí, a este momento de la historia de la Humanidad en la que nuestra supervivencia y la de otros seres vivos peligra, es en parte por una idea prometeica de lo que es el progreso, que en los dos últimos siglos se ha traducido en la persecución del máximo beneficio capitalista y en un crecimiento sin límites en términos de extracción y consumo de materiales (que no de calidad de vida para quienes habitamos el planeta). Para Riechmann, el progreso, hoy, debería ser algo así como una “mejora de la condición humana en un marco de simbiosis con la naturaleza”.

En estos tiempos donde las grandes palabras se han devaluado y se han prostituido, en los que la libertad tiene que ver con irse de cañas durante la pandemia, como acuñó otra trumpista, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, es necesario leer libros como este de Jorge Riechmann, en el que se mezclan sabiamente los argumentos, la reflexión y una propuesta emancipatoria para todos los seres vivos, no solo los humanos.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.