No sólo el amor puede ser tóxico, también las amistades
Malena Alterio y David Lorente encarnan la última comedia de Matías del Federico y Daniel Veronese, ‘Los amigos de ellos dos’. Un texto de tintes oscuros, veteado de humor negro, donde la amistad se contagia de amores tóxicos. Alterio y Lorente son los dos únicos intérpretes sobre las tablas; aun así, el público tendrá que decidir si son ellos los protagonistas. En las Naves del Español en Matadero Madrid hasta el 16 de junio; luego emprenderá gira por distintos escenarios del país.
Al contrario de aquello a lo que nos tiene acostumbrados la ficción, esta no es una pieza teatral en la que prevalezca el amor. Nos encontramos ante un texto cuyo tema central es otro: la amistad. Tan importante es la amistad aquí que los amigos de ellos dos no son los amigos de los dos personajes a los que veremos en escena. No. Los amigos de ellos dos son precisamente los dos personajes que tenemos delante. Y ellos dos serán los verdaderos protagonistas: una pareja a la que no vemos, pero en torno a la cual gira toda la representación. Un trabalenguas, sí, como al que se enfrentará la pareja que capitaliza el escenario. Un trabalenguas que no parece tal gracias a la dirección del propio Daniel Veronese.
Por tanto, los personaje a los que veremos, los amigos de ellos dos, son Nicolás (David Lorente) y Eli (Malena Alterio), una pareja de clase media, de mediana edad, con una vida medianamente confortable cuya máxima afición consiste en cenar, cada jueves, con sus amigos, con ellos dos. Cada jueves, y cada jueves en un restaurante distinto. Ellos dos son Fran y Vanesa, los desconocemos, y sólo mediante referencias seremos capaces de imaginarlos. Este jueves llegarán tarde sin dar explicación ni motivo alguno, lo que deja a Nicolás y Eli solos, frente a una mesa que todavía no está puesta, enfrentados a ellos mismos en esa soledad tan particular que sólo se puede sentir cuando existe un muro entre tu pareja y tú.
No sólo el amor romántico puede ser tóxico. También las amistades. Lo que al principio de la función parece la admiración lógica por una pareja amiga va tomando los matices complejos, engañosos y arteros propios de las relaciones adultas que encierren cierta enjundia. El espectador debe permanecer atento: es más lo que se calla que lo que se dice, y sólo en determinados momentos del diálogo intuimos que en esa amistad se encierra un juego peligroso. Se habla de normas. De situaciones que se han aceptado y que no se pueden cambiar.
Y de ahí Nicolás y Eli saltan a la defensa de ellos dos, saltan también a los celos, al ataque más descarado. Los roles entre ellos se intercambiarán, protegiéndolos y vulnerándolos alternativamente. Pero ante todas las añagazas será la envidia hacia ellos dos lo que catalizará los problemas que puedan surgir entre Nicolás y Eli que trasvasarán, sin darse cuenta, de los problemas particulares que median con sus amigos a los más universales que, únicamente, les atañen como pareja. Porque sí, cuando unos compran un Opel Corsa, ellos dos heredan un avión privado; cuando consiguen tener un hijo, ellos dos tendrán trillizos.
Vanesa y Fran parecen superarles en todo, pero únicamente será su ausencia la que haga enfrentarse a Nicolás y Eli a ellos mismos. “En nuestra sociedad vemos sólo lo bueno, la excelencia, y nos sentimos absolutamente limitados por nuestras vidas miserables, que no llegan ni a la sombra de aquello que vemos como algo muy cercano”, comenta la actriz Mónica Regueiro, que en esta función es la productora ejecutiva. “La toxicidad en las relaciones de desigualdad no sólo está vinculada a las relaciones de pareja. En este caso, lo que refleja la función es una relación muy desigual de dos parejas de amigos: unos con una supuesta vida brillante y otros en inferioridad de condiciones, con lo que esto supone para cada uno”.
De esta manera brotan los temas fundamentales de la función, como a través de las grietas de un barco que hace aguas: la satisfacción con la vida propia de la clase media, el aceptar la realidad, conformarse con ella o iniciar un tímido intento de rebelión. Y, ante todo, la soledad: la soledad de una pareja enfrentada a sí misma por una ausencia que puede parecer casual.
A pesar de todo esto, Los amigos de ellos dos es, ante todo, una comedia. En ocasiones negra, negrísima –se llega a bromear con la bipolaridad y el alcoholismo–, cuya valía y capacidad para hacer disfrutar al espectador descansa casi totalmente en la profesionalidad y destreza de Malena Alterio y David Lorente. “En el caso de Malena Alterio, la lección era bastante evidente, porque el texto tiene una cierta cadencia argentina en la forma de abarcar los temas que trata. Tiene un tono algo existencialista, dentro de una comedia muy negra. Un final abierto para que sea el propio espectador el que pueda tomar una decisión sobre lo que pasa. Eso es muy argentino o al menos muy de Daniel Veronese”, explica Regueiro. “En cuanto a David Lorente, cuyo aspecto físico es el de un señor normal, pero con un mundo interior muy rico: esto da perfecto en la función, porque son el contrapunto de pareja ideal: con muchos demonios, con muchas inseguridades, con mucho ruido mental”.
Las trampas las esconde el texto y se revelarán sólo al final; apenas asomando la patita –como en los cuentos infantiles– en breves destellos al comienzo de la función, para, al término de la misma, crecer, invadirlo todo, poner el foco sobre la toxicidad de una relación basada en la sumisión al éxito (merecido o no) de los demás. Porque, ¿qué adulto no es el amigo de ellos dos?
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