¿De qué están hechas las cosas que no vemos? Monstruos y sombras en el arte
¿De qué están hechas las cosas que no vemos? La exposición ‘Bajo la superficie (miedos, monstruos, sombras)’ ahonda en una interlocución necesaria entre artistas y espectadores. La muestra, en la Sala de Bóvedas del Centro de Cultura Contemporánea Condeduque, reúne a 17 artistas con obras de diversos formatos que muestran el estremecimiento humano ante sus sensaciones. Soledad, angustia, impacto: realidad. Y ahora más realidad (nueva) que nunca.
Comisariada por Javier Martín-Jiménez, esta exposición concebida para este espacio tan particular inicia un ciclo de muestras colectivas que analizarán temas transversales tratados en la programación del Centro. En palabras de su directora artística, Natalia Álvarez Simó, “se abre una nueva etapa en la que se desarrollarán nuevas áreas de creación y pensamiento, materializándose en exhibiciones de cine, música o artes escénicas”. Refiriéndose a la muestra en cuestión, la propia Álvarez incide en que “este trabajo conjunto nos hace preguntas que se han repetido durante todo el confinamiento causado por la pandemia del coronavirus”.
Bajo la superficie deja de ser un titular para convertirse en algo real. El edificio en el que está ubicada, construido en 1717 y pensado para la caballería militar, esquematiza tres mundos bien diferenciados: el mundo civil, fuera de él; el mundo militar, de muros para adentro; y el mundo de las fieras, las caballerizas, el espacio en el que se desarrolla la muestra. Uno se introduce a esa sala subterránea como si viniera de otro mundo. Al bajar las escaleras, enfrente, la primera proyección por parte de Zoé T. Vizcaíno, quien grabó el oleaje de los mares de Noruega, una zona temida por los marineros de la zona. Como si de un reflejo se tratara, otra escultura de Bernardí Roig ilumina un rincón del hall. Y cuando llueve, el charco del agua se convierte en el reflejo de esa misma obra que carga con una pesada losa, tiene el rostro tapado y juega con una minuciosa ambivalencia entre el verdugo y el condenado.
Preguntas y espejos
El ser humano es un virus para la naturaleza. Esa es la premisa bajo la que ha trabajado Ester Partegás, quien presenta un árbol carcomido, contaminado, muerto por el petróleo. A continuación, Asunción Molinos Gordo expone una pieza que conjuga lo sobrenatural con elementos naturales. Un lúcido encuentro entre el espíritu, la tierra y el aire. Al fondo, decenas de cinturones de cuero encorsetan espejos que preguntan insistentemente: ¿quiénes somos? Es la presentación de la obra de Julia Varela. Ella misma la explica: “Si te colocas desde un punto exacto, la perspectiva hace que las partes del cuerpo se estructuren. El resultado final está creado con imágenes de muchos cuerpos que querían emanciparse de la norma, y alrededor de estas imágenes es donde navega la obra”.
Que el olor de la guerra continúa bajo la superficie, ensombrecido en oscuridad, lo retrata la metralla que aún se puede percibir en los muros de algunos edificios. Este hecho no pasa desapercibido en la exposición gracias a Marco Godoy, pues su creación invita a reflexionar sobre nuestro pasado. Carlos Irijalba trae a la Sala de Bóvedas de Condeduque una simulación de cuevas milenarias, consiguiendo crear una sensación de frescura en la pieza, pues sus componentes bailan entre lo seco y lo líquido.
Teresa Solar quiere mostrar lo que siempre está oculto, y así lo hace mediante estructuras orgánicas inventadas. Lo que por fuera puede parecer áspero, por dentro puede ser suave. Una imagen de circuitos, de tubos: la tráquea, el sistema de alcantarillado de la ciudad. ¿Qué hay dentro de ellos?
La circunferencia del cuerpo envejecido
Tras la crítica al arte que realiza la obra de Karmelo Bermejo, quien tiene el honor de utilizar la única pared falsa de toda la Sala, Carlos Rodríguez-Méndez busca la circunferencia perfecta. ¿Cómo lograr algo que no existe? Haciéndolo natural. Dos mujeres y dos hombres de más de 80 años presentan su espalda en cuatro grandes láminas. “Buscaba el centro, crear la curvatura perfecta a través de sus espaldas. En el proceso se dio una vulnerabilidad muy hermosa. Fueron la fruta que marca un centro cuando cae del árbol”, en palabras del artista. Frente a los dos pares de láminas, un compás de reducción que mira incisivo las espaldas del público que siempre hay una escala menor. Rodríguez-Méndez lo cuenta así: “Me parecía muy propicio poner ese objeto ahí, como una forma de humillación propia. Por mucho que te esfuerces, siempre va a haber una escala más pequeña”.
Paula Rubio Infante escenifica un agujero inspirado en el pabellón de enfermos psíquicos de la antigua cárcel de Carabanchel. Allí, su padre prestaba servicios como funcionario de prisiones. Ahora, la artista acerca a los visitantes un entramado longitudinal de 3.000 pinchos; un claro reflejo de los objetos punzantes que se mueven dentro de los muros. “Se repiten tanto los pinchos que se convierten en un número, como las personas que ingresan en los centros penitenciarios”, comenta Martín-Jiménez.
Un ser híbrido, que vive entre la monstruosidad y la humanidad, preside otra de las salas de la exposición. Es Mateo Maté el que firma esta escultura que mira la cinta creada por Cristina Lucas, donde una mujer encuentra en el bosque todo aquello que ha perdido en la ciudad. Un secreto: no está sola. Tras el hombre-caballo de Maté, Sara Ramo expone los moldes de dos máscaras que fueron destruidas. En palabras del comisario de la muestra, “se destruyen unas obras y sus moldes crean una nueva”.
La tristeza en lo humano
Carlos Aires firma la obra más violenta, tal y como la denomina el propio Martín-Jiménez. Difumina imágenes de torturas, guerras, desastres naturales… y deja que el cerebro rearme esos fotogramas. El vídeo, conciso en su ambigüedad, pues se llama Cataratas, tiene como banda sonora los testimonios de diferentes personas ciegas de nacimiento que relatan experiencias importantes de su vida. A qué sabe la sangre. Cómo reconocer a tu hija.
Una serie de bloques casi perfectos, obra de Elena Bajo, que ya fue expuesta en ARCO, advierten a los visitantes de cómo será el futuro. Repletos de plásticos y derivados del petróleo, alertan de que la arqueología del futuro consistirá en el hallazgo de restos plásticos. Por último, Patricia Dauder despide la exposición con una pieza triste, que recuerda de lo que está hecho el ser humano y en lo que se convertirá. Confeccionada mediante unas maderas envueltas en tela que posteriormente fueron enterradas y desenterradas, Dauder plasma en lo que parece una mortaja las ansias de salir a la superficie.
Por el momento, la exhibición sigue bajo tierra y, por suerte, se podrá visitar hasta el 11 de abril de forma gratuita en la Sala de Bóvedas de Condeduque, Madrid.
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