Nos vamos al Festival Isla de Budapest con Lorde y Macklemore

Lorde en su actuación en Budapest. Foto: Sziget Fest.

El Sziget Festival es el evento musical-cultural más grande de Europa, se celebra a mediados de agosto en la frondosa isla de Óbuda, en el Danubio a su paso por Budapest. ‘El Asombrario’ se desplazó este verano hasta la capital húngara –de la mano de Ibis Music– para dar cuenta de una edición encabezada nada menos que por Imagine Dragons, David Guetta, Billie Eilish, Lorde, Macklemore y Mumford & Sons, y visitar de paso algunos de los lugares más significativos de la histórica ciudad. El jueves habrá nueva entrega.

13 DE AGOSTO

El “Festival de la Isla” convoca a casi medio millón de personas, europeos en su mayoría, que se reparten entre la docena de escenarios donde disfrutar de las más de 500 propuestas artísticas provenientes del mundo entero, entre actuaciones musicales, performances y números circenses. Si a eso se le suman actividades complementarias como la noria, el puénting desde la grúa, los puestos de tatuajes, los de peluquería, las charlas (post-capitalismo, refugiados, cambio climático), los talleres (de pintura a yoga) y las decenas de recovecos con luces o adornos curiosos para los selfies personalizados, cubrir en su totalidad el evento se convierte en una tarea titánica e inabarcable.

Antes de esparcirnos por el lugar, el grupo de periodistas polacos, austriacos, portugueses y españoles somos recibidos por el CEO Tamás Kádár, que lleva en la organización desde que se inauguró el festival en 1993, cuando surgió como una iniciativa estudiantil ante la falta de propuestas de ocio tras la caída del régimen comunista, y que nos hace una breve sinopsis de la historia del festival y de esta edición en concreto. Si en sus primerizas ediciones se decantó por nombres históricos tipo Blood, Sweat & Tears, Eric Burdon, Jethro Tull o Ten Years After, el Sziget pronto se decidió por los sonidos en boga de cada momento, de manera que en sus 29 ediciones ha ido pasando lo más selecto del grunge, el noise, el hip-hop, el trip-hop, la electrónica, etc… Kádár destaca, por encima de todas, la actuación de Prince en 2011; el de Minnesota tenía firmados 90 minutos, pero, como se sintió a gusto, tocó dos horas y media y desde la organización no les quedó otro remedio que aceptar la anomalía y disfrutar de la genialidad.

La Iglesia de Matías cuyos orígenes datan del primer rey húngaro. Foto: Newlink Group.

El rapero estadounidense Macklemore en el Sziget Festival 2023.

Deambulando por el recinto, con el festival arrancado desde hace tres días y todo el mundo metido ya en harina festivalera (brilli-brillis por el rostro, outfits entre la extravagancia, la exuberancia o lo práctico), el primer tramo se pasa tratando de hacerse cargo de la enormidad del sitio y descifrando el necesario mapa del dónde está cada cosa. De primeras, llama la atención que no haya una zona de camping específica y alejada del meollo, aquí cada cual puede acampar donde le plazca, mientras no se ponga delante de los escenarios, con lo que los caminos secundarios se encuentran llenos de diseminadas tiendas de campaña. Otro detalle llamativo es la disposición y conformación de las PA, que se dirigen exclusivamente al escenario que cubren, con lo que se evita de manera magistral la incómoda yuxtaposición sonora entre unos espacios y otros.

Centrados en las actuaciones, en el Main Stage disfrutamos de la voz cálida y sugerente de la cantautora británica, también poeta, Arlo Parks, que combina la introspección acústica con el trip-hop de baja intensidad, sumando puntuales arrebatos guitarreros, contraste que le hace muy bien al conjunto de un repertorio donde desgranó tanto su celebrado debut, Collapsed in sunbeams, como su reciente y menos sorpresivo My soft machine. En la enorme carpa del Freedome Stage, con varios grados de calor y sudor por encima del resto de escenarios, los franceses M83, comandados por el personalísimo Anthony Gonzalez, presentaban su noveno disco en estudio Fantasy y daban rienda suelta a la electrónica acometida con instrumentos analógicos, creando una atmósfera expansiva muy intensa en la que destacó la labor tórrida de su saxofonista Joe Berry. Tras esto, y por culpa de una fallida interpretación del mapa, nos perdimos en el Ibis Europa Stage (a la sazón, la marca que patrocinaba este escenario y que que se hacía cargo de nuestra estancia) la actuación de Queralt Lahoz, la artista de Santa Coloma que es la nueva sensación de la simbiosis musical entre el flamenqueo y lo urbano. Por lo que le contaría la catalana a una de las compañeras periodistas al día siguiente, le sorprendió un poco la actitud del público, algo fría respecto a la respuesta que obtiene habitualmente en tierras mediterráneas.

De vuelta al escenario principal, los representantes más internacionales de la escena folk londinense, Mumford & Sons, ofrecieron un show algo menos apasionado que el del Mad Cool unas semanas atrás, pero, como les sobran tablas y una, quizás, sobrevaloración del público, redondearon un set que llevan un quinquenio presentando por el mundo, desde su última entrega en estudio, Delta. Dejaron para el final los temas más celebrados de sus tres primeros discos, los que les auparon al estrellato, The wolf, Snake eyes, Awake my soul y I will wait. Y, de no haber estado delante de decenas de miles de personas, bien podría tratarse de una avezada banda de folk-rock actuando en algún garito de mediano aforo de la City. Rematamos la jornada con un do de pecho final, dejándonos llevar por la invitación al baile colectivo del franco-senegalés Lass en el Global Village Stage, con un festero y contagioso afropop que suponía la puesta de largo de su único álbum hasta la fecha, Bumayé.

Bastión de los pescadores en Budapest. Foto: Newlink Group.

Actuación de Mumford & Sons en el Sziget Festival.

14 DE AGOSTO

Budapest es una ciudad de menos de dos millones de habitantes que tiene dispersos los principales lugares de interés turístico, situados a uno y otro lado del Danubio, en Buda y en Pest. Lo que en cierta medida evita encontrar grandes aglomeraciones de visitantes cuando se pasea por la ciudad. Aprovechando las horas libres del día y la situación del Ibis Castle Hill, alojamiento que se caracteriza por una agradable decoración pop-art y una querencia por la música (uno de sus directores es a su vez un Dj en activo; en alguna de sus esquinas se encuentran guitarras listas para que los alojados las toquen si les place; en la cafetería se ameniza la estancia con un concierto de címbalo), nos encaminamos al Barrio del Castillo de Buda, a escasos diez minutos andando desde el hotel.

Atravesamos el parque Krisztinaváros y subimos un sinfín de escaleras hasta el pie de la colina, donde se encuentra el Museo Hospital de la Roca, antiguo refugio-hospital antiaéreo durante la II Guerra Mundial, pues Hungría se posicionó del lado alemán y fue bombardeada frecuentemente por los aliados. Ya en la cima de la colina se acumulan lugares llenos de historia, en un barrio que ha sido destruido y reconstruido, según los avatares bélicos de los siglos, por el Imperio Otomano, la saga de los Habsburgo, el régimen nazi, el régimen comunista y los propios húngaros en los diferentes periodos en busca siempre de su ansiada independencia. La arquitectura, con todo llamativamente bella, acumula la amalgama de estilos con los que la historia ha ido parcheando su origen medieval y se superpone lo tardogótico con lo barroco y lo neoclásico…

Más allá de lo pintoresco, por ejemplo el mirador de madera donde le gustaba estar a la emperatriz Sissi, o la estatua del Hushar de bronce totalmente desgastada, salvo en los testículos del caballo que monta, que brillan como nuevos por la tradición que tienen los estudiantes húngaros de frotarlos para que les den suerte en sus exámenes, destaca aquí la preciosa Iglesia de Matías, cuyos orígenes datan del primer rey húngaro, Esteban, en el año 1000, y que ha pasado por ser mezquita para los turcos, cocina para los nazis, establo para los soviéticos y finalmente ha vuelto su origen como lugar de culto para los católicos.

Tras desechar la visita al Castillo por hallarse en obras, nos deleitamos un buen rato en las magníficas vistas que se tienen del Danubio y al fondo Pest desde el Bastión de los Pescadores, mirador lleno de escaleras y paseos que data de principios del siglo pasado, y cuyo estilo neogótico y neorrománico rinde homenaje en sus siete torres a las siete tribus magiares originales que se asentaron en la cuenca del río en el 896.

Queralt Lahoz en el Festival. Foto: Patrick Munnich.

Estilismos festivaleros en el Sziget Festival.

De vuelta al festival, nos centramos en las dos actuaciones estelares de la jornada, Lorde y Macklemore. La neozelandesa lleva dos años de gira mundial con su tercer disco Solar power, que defiende prácticamente sola en el escenario, ya que a la banda se la intuye silueteada al fondo. Y lo cierto es que se defiende de sobra, con una actitud de rock-star y unos bailoteos más viscerales que coreografiados, camina, canta y salta segura de sí misma por el amplísimo entarimado y repasa su carismático pop electrónico rescatando dosificadas las joyas de su repertorio, Royals, Team, Perfect places, The Louvre y Supercut, presentando además un tema inédito, Silver moon, y despidiéndose con una coreadísima Green light en la que se hizo acompañar de otra de las headliners del día, Caroline Polachek.

Por su parte, el rapero estadounidense Macklemore ofreció un concierto de hip-hop festivo, de invitación al baile, al jaleo y a la participación (sacando incluso a dos espontáneos a bailar en un simulacro de batalla de gallos) y basando su entrega en los éxitos cosechados con su anterior proyecto Macklemore & Ryan Lewis; no en vano empezó con Thrift shop y acabó con Can’t hold us, los dos primeros singles con los que el desaparecido dúo saltó a la fama hace ya una década.

Aún hubo tiempo de ver en el Freedome Stage a los australianos Amyl and The Sniffers que, con un par de discos, son la sensación punk del momento y retrotraen a la old-school del género del imperdible, con ritmos básicos y guitarrazos incisivos que refrescan la escena del 77. Al frente, Amy Taylor, que se lo burla escupiendo, retozando por el suelo, maldiciendo y en general manteniendo una actitud irreverentemente punk. Aunque, para quedar exhaustos, el minúsculo escenario del Travelling Funfair, que apenas convocó a una veintena de personas ante la banda local de folk húngaro Berka, compuesta por profesores de música y un guía de baile que ofrecía trucos esenciales para danzar en corrillo hasta el agotamiento los ritmos centenarios del país anfitrión.

Jueves 24, próximo capítulo: Sziget festival. Budapest (II), con Billie Eilish de cabeza de cartel y un paseo por el antiguo gueto judío de la ciudad, entre otras cosas interesantes y sorprendentes.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.