Una novela para aprender a mirar a los ojos a los seres queridos
‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ (editorial Impedimenta) es el título de la primera novela traducida al castellano de la moldava Tatiana Tibuleac. Un título hermoso que despierta preguntas en cualquiera que se acerca a él. Tibuleac revierte la mirada de un hijo que odia a su madre para conseguir despertar el verde de sus ojos, es decir, que la aprecie. El libro se convierte en un llamamiento a apreciar a los seres queridos antes de que sea tarde y que sólo quede el arrepentimiento.
Una novela cruda en la que la poética se abre en el terreno de la prosa para ir describiendo situaciones plagadas de belleza. Una búsqueda de la escala de grises que no intenta más que representar la vida.
¿Tenemos que fijarnos en los ojos de nuestros queridos antes de que sea tarde?
Sí. Incluso aunque no lo hagamos puntualmente, tenemos que enfrentarnos a esos ojos y hablar con ellos.
Mirar a los ojos hace que conozcamos a las personas que tenemos a nuestro alrededor. En tu novela, uno se da cuenta de que todas son muy especiales.
Sí. Creo que todas son muy especiales, pero yo me siento reflejada sobre todo en la madre. También he sido Aleksy, la abuela, la muerte. Es el personaje que más quiero. En cierto modo, he querido ser su esposo, su hijo…, que sea la más querida del libro. Aunque escribí el libro muy rápido, en dos meses, con la madre es con la que más tiempo he pasado encima de la mesa.
Yo iba más a que tienen ciertas taras, ciertos problemas.
Yo no creo que sean personajes poco habituales, sino que depende del medio en el que interaccionen. De hecho, mi intención al escribirlo fue la sencillez: en la trama, en la estructura… Quise escribirlo bien, bellamente. Si troceas la historia, no deja de ser bastante simple. Es lo mismo que pasa en la vida.
Me dices que depende del medio en el que interaccionen los personajes, son más habituales o menos. ¿En qué medio los considerarías normales?
En Moldavia, por ejemplo, este libro provocó una verdadera tormenta, ya que atacó directamente el mito de la mujer universal, de la mujer icono, de la Madre. Aquella que tiene que ser casi una santa. Y yo quise destruir esto y demostrar que las mujeres son personas, y que son hijas, y que sólo después pasan a ser madres. La protagonista es sólo madre de Aleksy. Pero el resto de su vida fue hija de unos inmigrantes, luego una mujer con un amor no correspondido y, finalmente, una esposa y una madre incomprendida. Se produce ese círculo cerrado entre esa persona que no ha recibido amor y que, por lo tanto, no lo puede dar.
Este círculo hace que los personajes, como dices, no reciban amor y que, por lo tanto, tengan una vida difícil. ¿Por qué escribir la novela desde este parámetro?
La vida es fácil muy pocas veces. Es cierto que de vez en cuando tienes días de arcoíris, pero son bien pocos. Yo quise mostrar esto, pero no desde un punto de vista económico, ya que la familia tiene dinero. De hecho, quería demostrar que los dramas profundos de la sociedad muchas veces no están vinculados a la pobreza.
¿Por qué mostrar una familia con dramas?
No estoy segura de si quería mostrar un drama. Lo que sí quería era mostrar una relación padre-hijo. Quería escribir sobre el amor, pero un amor del que se habla menos. Un libro desde el perdón y desde cómo conseguir la paz con uno mismo. La palabra que he aprendido asociada al libro y que me propusieron los propios lectores fue la palabra sanación, curación. Aprovechando que estoy siendo entrevistada por un hombre, me gustaría señalar que he recibido muchísima más respuesta por parte de hombres. Muchos hombres y jóvenes me han dicho que este libro les ha servido para hacer las paces con sus padres vivos y otros, entender la relación con sus familiares que ya no están. Eso es lo que más orgullosa me ha hecho sentir.
Concretamente, un lector le contó que perdió a su madre por un cáncer a los 14 años y él no lloró. Toda la familia consideró que se había comportado mal ante el duelo de su madre y es algo que llevó dentro toda su vida. Al leer este libro, consiguió entender y hacer las paces consigo mismo.
Esto tiene mucho que ver con mi primera pregunta: que hay que aprender a mirarnos a los ojos para poder perdonarnos y superar los problemas que tengamos entre nosotros.
Sí, sí, sí, sí. Ahí reside toda la fuerza del título.
Aunque es un libro que contiene mucho dolor, también está plagado de belleza. Contiene esa dualidad que se lee perfectamente.
Gracias. Cuando cuento un chiste, no me gusta que haya demasiada risa. O cuando cuento un drama, no ver a la gente llorar. Me gustan esas tonalidades grises. No me gusta el patetismo ni la exaltación. Al escribir este libro, también me he reído mucho. Creo que hay momentos de humor. Incluso hay amor, luz… Las escenas del océano son reales y creo que es la mejor forma que tengo de expresar la belleza.
Quizá esto que dices tiene su máxima expresión en el momento en que la madre le anuncia al hijo que va a morir. En ese momento le dice que mire a la Osa Menor cuando ella ya no esté, como si le estuviera guiñando un ojo directamente a él.
Esto tiene que ver con mi padre. Cuando era pequeña nos tumbábamos en la hierba en casa de mi abuela y él me explicaba todas las constelaciones. Es uno de los recuerdos más bellos que tengo. Para mí un cielo estrellado está más lleno que para otra gente, ya que la mitad está inventado por mi padre. (Risas).
Este juego que haces entre la belleza y el horror provoca que la obra tome un tono muy poético.
Sí. Creo que es un libro en prosa, sin embargo gusta mucho a los poetas. No tengo una explicación. No sé por qué ha sucedido. Yo cuando lo escribí no sabía si escribía prosa o poesía. Es verdad que algunas ideas brotaban de forma poética, pero no lo entiendo.
Hay un momento en la obra en que la protagonista reflexiona sobre que los periodistas nunca le pregunten por qué pinta. Yo te lanzo la pregunta aquí: ¿Por qué escribes?
La escritura es la forma más bella en la que yo puedo existir. Me gustaría hacer muchas cosas bien, pero no me salen. El único ámbito en el que me siento bien es en la escritura. En mi familia no me leen porque ni mi marido ni mis hijos hablan rumano, por lo que, como diría Virginia Woolf, la escritura es una especie de habitación propia. Y ahí hago lo que me da la gana.
¿Y te sirve como redención?
Yo trabajo con el pasado. No me interesa el presente ni el futuro. Creo en Dios, por lo que me parece ridículo planificar el futuro. Por eso he tomado el pasado como mi ámbito de trabajo. Me ocupo del presente para mi vida cotidiana y, cuando me quiero sentir mejor, me voy al pasado. Para mí la escritura es una forma de reparar el pasado. Cosas que me habría gustado hacer, intento arreglarlas a través de la escritura.
Después de esta confesión, se entiende mejor el libro.
(Cierra la entrevista con una sonrisa).
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