Una novela de Marian Izaguirre sobre las trampas del deseo y el amor
Hay escritoras que parecen matemáticas, que juegan con las ecuaciones más difíciles hasta convertirlas en canciones capaces de narrar las más efervescentes historias. Marian Izaguirre es una de esas escritoras. Tras el éxito de ‘La vida cuando era nuestra’ (2013) y ‘Cuando aparecen los hombres’ (2017), lo vuelve a mostrar y demostrar demuestra en su última novela, ‘Después de muchos inviernos’, un tríptico sobre el deseo destruyendo la realidad, sobre el deseo como trampolín o como trampa.
Después de muchos inviernos es una joya de aliento rápido que encuentra el camino a la memoria de quien lee con la misma celeridad con que el sol encuentra la piel de un náufrago. Un tríptico sobre el deseo destruyendo la realidad que le toca vivir a un ser humano. Sobre el deseo como trampolín o como trampa, sobre el significado de una palabra que parece encajar en nuestra biografía pero que después acaba por amargarnos la vida.
Un libro concienzudo y honesto, brillante y vibrante desde la primera página. Una novela con muchos estómagos y una impecable columna vertebral. Todo en él es delicioso. En especial la manera en que la autora se entrega a los paisajes y nos entrega los paisajes. Una manera que me hace recordar el relieve deslumbrante y catártico que dibujó Paul Bowles en su extraordinaria y visual El cielo protector, pero también ese paisaje costumbrista y exacto que usaba Carmen Martín Gaite para diseccionar la diatriba emocional e histórica de una determinada época. Un paisaje que nos toca como tocaba la mano lenta y ardiente de Cernuda el porvenir del amor.
Después de muchos inviernos es una novela completísima que desarropa a un país y a varias clases sociales hasta lograr que su intemperie encuentre un lugar sobre nuestra alma. Sus historias y sus flash back ofrecen una perfección geométrica. Izaguirre cuida de cada una de sus palabras como lucha un entomólogo para regalarle la eternidad al cuerpo de sus insectos. Martín, Henar, Cecilia y, por encima de todos, Rute, un personaje valiosísimo del que resulta imposible no enamorarse, nos hablarán del deseo, de la deslealtad, de la lealtad, de la libertad y de ese ovillo de lengua sucia y hedionda que es a veces el amor.
Después de muchos inviernos es un viaje deslumbrante al desengaño, pero también a la emancipación. Es la cegadora verdad que nos salva después de dialogar con el dolor, de impedir que su silencio arrase el futuro. Si el dolor calla, somos hombres muertos. Después de muchos inviernos es una carta abierta en la que reconocerse y hacer que se desvanezca la venganza. Es un viaje de apertura, es un testamento de mujeres fuertes que nos susurra como susurran las sirenas a Neptuno buscando su libertad. Es una historia de sororidad, de amistad entre mujeres y del poder que esa amistad otorga cuando el infierno quiere cocinar nuestro corazón como si ya no nos hiciese falta y los espectros destronan nuestra vitalidad hasta convertirnos en animales que han hibernado fuera de temporada:
“No puedo mover su fantasma”.
“A veces los fuertes también tenemos rendijas”.
“Un ángel también puede ser destruido: rómpele un ala y nunca más volará”.
“Hablar en la noche era reconocerse en voz alta”.
Después de muchos inviernos es un páramo de palabras claras, el viaje meritorio de una mujer herida que nos brinda la mejor de las suertes mientras la vemos sobrevivir: la victoria moral que se le entrega siempre a quien se aleja de la venganza.
Después de muchos inviernos es convertir las orquestales y dramáticas partituras de Quintero, León y Quiroga en los versos lentos y hermosos que siempre cantó Leonard Cohen. Es destruir la memoria para que la locura no nos nombre ni nos amortaje.
‘Después de muchos inviernos’. Marian Izaguirre. Lumen. 268 páginas.
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