Los nuevos ‘Episodios Nacionales’ ya están aquí, y darán mucho que hablar
La editorial Lengua de Trapo se ha embarcado en un ambicioso proyecto: unos nuevos ‘Episodios Nacionales’ que, a imagen de los de Pérez Galdós del siglo XIX, repasen la historia reciente de España, los acontecimientos que más han marcado nuestro presente, salidos del puño y letra de los más variados autores, desde Sabina Urraca, Rocío Lanchares y Natalia Carrero a Javier Padilla, Juan Bonilla e Isaac Rosa. Hablamos con Manuel Guedán, director de la colección junto a Jorge Lago.
¿Cómo surge el proyecto, Manuel? ¿Por qué? ¿Para qué?
En la década de los 90, y salvo algunas excepciones, la literatura española pareció desentenderse de las cuestiones materiales y también de la historia de nuestro país. Si uno lee las novelas de entonces, todo el espacio se lo lleva el psicologicismo y las crisis individuales. En cambio, cuesta saber si los pisos donde viven los protagonistas son de alquiler o en propiedad, si ganan mucho o poco… Esa desconexión se hizo insostenible a partir de la crisis de 2007, que a la narrativa española llegó un poco después. Este proyecto busca reconciliar nuestra novela con el espíritu garbancero que perdimos en el camino. Jorge Lago llevaba dándole vueltas a la idea desde hace años. La idea le vino de un hecho concreto: el 11-M el tiempo se paró en Madrid. Solo una cosa siguió adelante esa noche: un concierto de Belle and Sebastian en la desaparecida Divino Aqualung. Había una metáfora narrativamente muy potente ahí: un grupo de gente bailando indie mientras la ciudad estaba de luto. Esa era la historia que les contábamos a los autores por mail para darles una idea de lo que buscábamos. El caso de Sabina Urraca nos hizo mucha ilusión. Ella nos contestó, a los 10 minutos, lo siguiente: “Yo fui a ese concierto de Belle and Sebastian. Eran mi grupo favorito y me compré la entrada meses antes. Sola, asustada, casi recién llegada a Madrid. Tenía 19 años. Creo que, aprovechando este hecho autobiográfico, me gustaría escribir una ficción”. Ahí nos dijimos: esto tiene sentido. Además, la novela que nos entregó era maravillosa.
¿Qué encaje tiene dentro de vuestro proyecto editorial? ¿Altera en algo vuestro catálogo, estructura, colecciones?
Para que la idea de actualizar el proyecto de Galdós tuviera encaje en nuestro proyecto teníamos que pensar bien qué significaba ese “actualizar”. Lo primero, claro, es que Galdós no dejaba de ser lo que hoy llamamos un tío blanco hetero. Nosotros queríamos sustituir esa perspectiva única por otra mucho más amplia, más acorde con el país que somos. Por eso quisimos arrancar con tres obras escritas por mujeres. Además, es muy importante comprender que España no la componen solamente las personas nacidas España, también migrantes, y que sean las personas migrantes las que escriban sobre nosotros y nos expliquen lo que somos.
¿Coincidiría eso con la visión que Galdós tendría hoy de España? Queremos pensar que sí, que no sería un rojipardo [risas].
La otra actualización tiene que ver con la sensibilidad estética contemporánea, que es más fluida, menos estanca que la del XIX, así que estos episodios no son necesariamente novela. Les damos libertad a los autores para hacer ficción, crónica, memorias…
En cuanto a nuestro catálogo, la colección a la que más peso le veníamos dando en esta última etapa era la de Ensayo, focalizando sobre todo en política y cultura. Para los episodios abrimos una nueva colección, que nos permite volver a publicar narrativa. Eso fue lo que hizo reconocible a la editorial en su primera etapa y nos hace mucha ilusión poder volver ahí.
Los ‘Episodios Nacionales’ de Pérez Galdós son 46 entregas. Cuéntanos: estos nuevos episodios de Lengua de Trapo, ¿cuántas entregas serán, tiene ya una ruta decidida, un punto final o irá creciendo la colección sobre la marcha?
La colección estaba casi lista para salir en 2020, por el bicentenario de la muerte de Galdós. Pero, como todos sabemos, 2020 no fue un buen año para hacer planes. La pandemia afectó de manera muy diferente a los autores: hubo quien avanzó mucho, pero también quien no le veía sentido a escribir del pasado con lo que estaba pasando, quien cambió de perspectiva sobre su tema, quien tenía que cuidar de los suyos y no podía escribir… Al final lo retrasamos un año y en el fondo damos gracias a que hemos podido sacarlo. Esto lo cuento porque la pandemia nos ha enseñado, o más bien nos ha impuesto, la obligación de ser más cautos con las expectativas. En estas condiciones, planear una colección de 46 entregas es una veleidad que nos permitimos. De momento tenemos planeados 16, y con eso cubrimos hasta finales de 2022. Pero la idea es seguir creciendo y durar hasta que se agoten los autores, los acontecimientos o los lectores. Eso sí, posiblemente se diversifique en formatos: ya estamos hablando para convertirla en podcast y, quién sabe, quizás en serie…
¿Qué años abarcan? ¿Cuál sería el hito más antiguo del que se hará eco esta colección, y el más reciente? Los ‘Episodios Nacionales’ originales abarcaban casi un siglo…
El año de corte es 1978: la Constitución, la democracia. Juan Bonilla ya está escribiendo uno sobre la transición. Sería interesante, y hemos recibido propuestas, trabajar sobre la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo…, pero esa sería una colección diferente. Además, hay mucha más literatura acerca de esos periodos que de las últimas décadas, salvo quizás la transición. Queremos equilibrar un poco la balanza, sin que eso signifique que haya que dejar de escribir sobre el pasado. Además, aquí, aunque no sea imprescindible, hemos buscado la conexión entre quien escribe y el episodio en concreto, y eso te lo da el presente o el pasado reciente.
¿Cómo se seleccionan los temas? ¿Tienen libertad los autores para elegir tema y estilo, formato y punto de vista?
En otras colecciones estamos más abiertos a lo que nos llega. Aquí teníamos claro que queríamos publicar a las autoras y autores que más nos gustan. Una vez que el autor se embarca, las formas de elegir temas han sido muy diferentes. Hay quien lo tenía claro, porque había formado parte del acontecimiento histórico, como es el caso de Rocío Lanchares y su Hotel Madrid, historia triste, sobre el 15M. En otros casos, buscamos conjuntamente la idea con el autor o la autora, pensando siempre algo que encaje con su estilo y sus temas previos. Es muy importante, claro, que ellos se sientan atravesados de un modo u otro por el episodio; si no, no funcionaría.
¿Algún asunto se ha resistido a encontrar autor?
Estuvimos a punto de tener un episodio estupendo sobre el aguirrismo, pero la documentación sobre la corrupción de ese periodo terminó por sepultar al autor. Y no fue su culpa: es que se robó tanto y por tantas vías que no es fácil contarlo… Luego hay temas clave de nuestra historia reciente que nos gustaría que se trataran: el aceite de colza, el Prestige, el Tamayazo, la caída de la España industrial, el auge del feminismo… Y nos encantaría dar con algún heredero de Berlanga que le saque partido a todo lo que ha pasado en la Comunidad Valenciana en los últimos años.
¿Cuáles han sido publicados ya? ¿Cuáles serán los próximos?
De momento hemos publicado los de Sabina Urraca y Rocío Lanchares que te comentaba. Y acaba de salir el de Natalia Carrero sobre Barcelona’92. Es fantástico lo que ha hecho Natalia. Su novela tiene una parte de arqueología: le ha devuelto vida a los barrios, los sonidos y las expresiones que quedaron sepultados por el espíritu Olímpico. Y todo con la intuición literaria tan fina que la caracteriza. En septiembre saldrá Los Alpes marítimos, la novela de Vicente Monroy en torno al atentado de Las Ramblas; Elizabeth Duval sobre la okupación de La Casa Roja en tiempos de Carmena; Peio H. Riaño está escribiendo sobre el retrato de la familia real que hizo Antonio López; Javier Padilla sobre la Gira Histórica por el estatuto de Andalucía; Isaac Rosa sobre la Expo’92; Jesús Jurado sobre un mitin de Vox en Andalucía; Ana Useros sobre ETA y Brenda Navarro sobre la moción de censura a Rajoy… Es un plantel estupendo, ¿verdad? Y más que se irán sumando…
Explicáis: «Necesitamos rastrear lo que nos ha conformado, comprender cómo y por qué hemos llegado a ser lo que somos y lo que nos ha impedido llegar a ser otra cosa»… ¿Crees que la falta de memoria es uno de los puntos frágiles de nuestra sociedad, y de la construcción de una democracia plena?
Desafortunadamente, tener memoria y construir un relato colectivo de lo que hemos sido no garantiza que no se repitan errores, ni asegura esa democracia plena. Luego hace falta ganar en la correlación de fuerzas que se da en la calle y en las instituciones para hacer de esa memoria algo efectivo. Por ejemplo: el Tamayazo está fresco en el recuerdo. Incluso nos dejó en herencia algo positivo, como es el pacto antitransfuguismo. Pero luego pasan cosas como lo del Parlamento de Murcia y a todos se nos queda cara de tontos. Ahora bien, lo que está claro es que si bien la memoria no es suficiente, sí que es el primer paso, el suelo que pisamos. Sin ella, no hay nada que construir.
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Y como muestra de lo que estamos hablando, os dejamos aquí un capítulo del libro de Natalia Carrero, Vistas Olímpicas.
‘Vista general. Saben aquell que diu’
Imaginó un conjunto de textos que construyeran sentido, desprendieran el aire de cierta época saturada de fastos y aventuras, planes de futuro siempre mejor y ediciones especiales de diseños en plena proyección supervalorada desde todos los escaparates y otros espacios adaptados para la publicidad que entonces aportaba grandes beneficios de manera algo desproporcionada, incluso obscena. Sillas, mesas, estanterías, arcones y baúles, lámparas y focos, jarras y jarrones; soportes de libros, de puertas, de cuadros; macetas, percheros, paragüeros; un cenicero con forma de cactus, dos muñecos de plástico abrazados que conformaban un salpimentero poco estable; una escoba con dibujos inspirados en la obra de Keith Haring, artista de la ola del sida cuya muerte temprana señalaría como icono representante de cierto relato que aún sigue encandilando: «Vida surgida en los márgenes, tuvo que vender su cuerpo en todos los sentidos hasta alcanzar el cenit, las cotas más sospechosas del arte contemporáneo, y de pronto quedar interrumpida».
A diario abrían estudios de diseño gráfico receptores de encargos para crear, renovar o promocionar una marca con su correspondiente logo destinado a reproducirse en todos los tamaños y formatos, sobre todas las superficies y para todas las miradas de la clientela. Adhesivos, pines, llaveros, flyers, carteles, tarjetas. La silueta en miniatura de la antorcha, los aros entrelazados, el nombre de la ciudad compuesto por tres sílabas: Bar Cel Ona. Bar Cielo y Ola. Qué más se podía pedir. Grafismos para seguir domesticando el imaginario colectivo.
Se decía y se propagaba en la calle, la radio y la televisión, la prensa escrita que aún no divisaba hasta qué punto, al cabo de las décadas, se vería impelida a ir reduciendo o racaneando tiradas, papel, persona; se decía algo así: nuestra cultura, que también es nuestra economía, y nuestra política, nuestro mundo, que realizó una transición ejemplar hasta aquí, ahora se encuentra en plena efervescencia, y esto hay que aprovecharlo.
La cultura, ¿qué era? ¿Como una mezcla globalizante de todo lo que se vivía? La atmósfera quedaba como impregnada de cierta pócima contagiosa que sentaba bien, creaba sus burbujas, glu glu y la alegría.
A lo mejor incluso se soñaba en los dormitorios de la clase media, que seguía dejándose domesticar, con una efervescencia similar a la aspirina con vitamina C, cuando no se permanecía con los ojos abiertos debido al insomnio.
Lara no se enteraba nunca del todo, a mí que no me pregunten, se decía, yo no sé nada. Solo le llegaban partes de las cosas que vivía; resultaba extraño pensarlo así pero así era. Llegó a la conclusión de que ante tanta incertidumbre coyuntural lo mejor sería dejarse llevar por las corrientes, no importaba que variaran, se bifurcaran o revolotearan, que no se supiera dónde, dónde, hasta que la muerte pusiera fin.
Los llamaría años de desorientación. Demasiadas preguntas sin resolver ni siquiera en su formulación reverberaban en el aire de aquella época que recordaría cargada de sobreabundancia, excesos hasta la exasperación y el ahogo. La lengua metafóricamente colgada, como laxa y sin saber qué hacer ni qué decir. Cuánta basura y cuánta comida, y la rueda imparable. Empezó a ver películas, se alquilaban en el videoclub. Algunas parecían con las escenas montadas para resultar expresamente incomprensibles; otras, rodadas para exhibir escenas de sexo al ritmo del video clip de turno. Sus preferidas, en teoría, aunque más lineales y como normales, no lograba verlas hasta el final. La fiesta siempre llamaba a su puerta.
Siguió imaginando el texto, contrabando de luz, hilos de olvido, no, mejor cables, porque entonces era el plástico, procedencia petrolífera, era el cableado y entubado. Incluso se decía, no siempre con fingido desdén, tía, se te ha soltado un cable. Cable suelto. Qué iba a saber ella de las condiciones de los currantes a la intemperie de las plataformas, sucursales catedralicias erigidas por los dueños de los logos más universales a base de metales pesados con el objetivo de extraer y comercializar sin piedad el oro negro, fruto del interior de la tierra que consideraban de su propiedad.
Lara tenía demasiados cables sueltos, también idas de la olla. Y muchas paranoias. Cada noche que salía de fiesta se le desconectaban unos cuantos cables y tornillos. En ninguna parte daba con un discurso que se cerrara para plantear algo concreto, una pizca de moralidad tal vez la hubiera salvado, todas las historias con sus misterios y tripas descarnadas quedaban como abiertas, con su ambigüedad conveniente para todas las audiencias, a la espera tal vez de que la imaginación sentara un poco la cabeza y se propusiera algún tipo de resolución, o de mínima advertencia de algo que acaso podría estar sucediendo delante o alrededor mismo pero que a nadie le apetecía afrontar. Demasiado ocupadas y entretenidas las personas que fue y que se extraviaron entre tanta abundancia, infinidad de posibilidades para perder el tiempo y el entonces aún considerado oremus.
A saber cuándo todo comenzó a dirigirse a tal velocidad que no quedó más opción que echar a correr, acelerar, resistir y sortear obstáculos, coches, autobuses, motos, furgonetas, camiones, semáforos, bocas de metro y nuevas hondonadas de cimentaciones futuras, y la muchedumbre a su vez en aumento como controlado, tan contenta.
La ciudad, y el país en su conjunto más cohesionado que nunca, se disponía a escribir uno de los capítulos más importantes de su historia. Espectáculo moderno y deportivo en todos los televisores del planeta; una audiencia generosa y rendida, hordas de clientela dispuesta a adquirir cualquier entrada, algunas también regaladas. Habría para todas las manos voluntarias, ya que el relato iría acompañado de una canción sobre la amistad duradera.
Amigos para siempre
Means you’ll always be my friend
Amics per sempre
Means a love that cannot end
Friends for life
Not just a summer or a spring
La prosa sonajero emocionaba desde cualquier lectura del presente inmediato. Todo acaecía como en voz sobredimensionada y orgullosa. O acaso fuera Lara quien así lo percibía, las capacidades de sus sentidos achicadas bajo los efectos de una pastilla de origen gay.
Entonces las bollos de mucho cuidado, el lesbianismo serio de toda la vida se vivía de manera menos visible, como más clandestina. Lo gay se llevaba más y ella se consideraba como casi gay, o afín a todos los hombres sensibles que sabían llorar y compraban Pet Shop Boys. Lara era casi como uno de esos, pero sin dinero y casi sin dignidad, todavía no amaba a las mujeres inteligentes.
Al mismo tiempo se estilaba la desmemoria, el minimalismo (repetición) aplicado a la historia más reciente, el borrado a fondo acaso por feo, desagradable e innecesario, de una etapa con demasiadas injusticias dándose por vencidas, qué se le va a hacer, así son las cosas. Acaso convendría dejar todo eso atrás y centrarse en lo esencial para la vida moderna. Al fin y al cabo siguen siendo dos días, ya basta de tanto pasado pesado y gris plomizo, es tiempo de aires nuevos con música negociada para todas las pistas desde las grandes discográficas, ventanas y camisas abiertas y cada vez menos de pelo en pecho. Se inauguró el desfile por los centros de estética (que aún no eran de salud) para ir emergiendo bien depilados los cuerpos de pies a cabeza, desnudez y lubricación.
Esa lejana y obsoleta dictadura; pasando que era gerundio. Para qué otra vez ese rollo. La transición era lo importante. Desde la constitución y la democracia con monarquía (quisiera escribirlo todo siempre con las mismas minúsculas que civilización, tierra, leyes, y que desigualdad, diversidad, disfuncionalidad) se sabía muy bien lo que valía un chándal. Y unas zapatillas. Y ya no tanto un solo peine sino muchos, o un buen peinado de peluquería porque tú lo vales. Y qué bien se vivía.
La corriente seguía impeliendo a Lara en plena carrera preolímpica rumbo a una cita o meta inaplazable.
La antes Barcino, la actual Barcelona, se reconfiguraría comenzando por abajo.
Europeísmo, cosmopolitismo.
De un manotazo, cuando no de un braguetazo o un simple cambio de chaqueta, el deseo de autenticidad se llevó por delante el puro sabor genuino a nodo trasnochado.
Evaporadas las remembranzas en blanco y negro, comenzarían a retransmitirse novedades sin discriminación, noticias de rabiosa actualidad multicolor televisadas desde numerosos canales, gratuitos y de pago, estos últimos más exclusivos, con pornografía consentida (tecnología mediante) bajo riguroso encriptado y facturas que le seguirían tratando de don o de usted, previa solicitud servil vía telefónica o fax.
Una ley del divorcio no solo entre marido y mujer sino también entre política y sociedad, economía y principios, empresario o empresaria y empleado o empleada, había tardado años y demasiados quebraderos de violencia entre las partes, pero por fin se permitían sin miramientos transacciones y danzas económicas no tan normativas, de última generación, como más fluidas.
De hecho, llevaban años efectuándose, bajo cuerda se decía, mientras se conducía el vehículo deseado rumbo al paraíso fiscal. ¿Te gusta conducir?
El neoliberalismo cabía todo en un deseo. Peor aún, en ocasiones bastaba un gesto de gratuita seducción.
Poco se sospecharía que tanto ultradesarrollismo de máxima apertura y alta predisposición hacia las promesas de futuro derivaría en otra dictadura acaso más camuflada y nada sibilina. Imagen de una mano invisible que empuja, pincha, incita, no invita, obliga, arrastra a la compra, consumo compulsivo exterior e interior, fuera y dentro de casa, fuera y dentro del cuerpo.
Compre hoy y pague mañana. Y si mañana no puede, aplace y acumule créditos a sus espaldas. Reciba el paquete en su domicilio o la pastilla en la boca (en tal caso sea sumiso y cumpla las instrucciones de su psiquiatra de cabecera). Conviértase en propietario de su propio piso céntrico recién reformado que al parecer tiene de todo y vuele al extranjero un par de veces al año, una con destino a una isla bonita y otra …………. (rellene la línea de puntos).
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