“Nunca se celebró tanto la banalización y la frivolidad como hoy”
El curso 2018/19 vendrá marcado en ‘El Asombrario’ por espacios para la reflexión, en los que, frente a este tiempo de consumismo, materialismo, sucesos, capital y mercados, de aceleración y generación de estrés y falsas urgencias y necesidades, reivindicamos otro mundo más amable, otra manera de vivir y convivir, donde se hace necesario reconciliarse con la naturaleza y el entorno, con el otro, con el distinto, donde se hace necesario disfrutar y no perder de vista las cosas pequeñas. Como prueba de esa ‘línea editorial’, hoy abrimos aquí estas ‘Entrevistas emocionales’ con el poeta malagueño Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983), que acaba de publicar el ensayo ‘Las virtudes de lo ausente: fe y felicidad en la poesía española contemporánea’ (UNED).
Atravesamos una época dominada por el consumismo, el materialismo, el capital y los mercados, la aceleración, la generación de estrés, la fragmentación del tiempo y el éxito económico. Lo que no da beneficio se aparta, se arrincona. Sólo lo útil parece que importa. La sociedad se ha estandarizado y se ha desconectado de la naturaleza y de su belleza. Nos hemos vuelto dependientes de lo tecnológico y nos hemos olvidado de nosotros mismos y del contacto con los demás. Las relaciones se han sustituido por las conexiones. Lo distinto aterra. Lo extraño se rechaza. El ego no se rinde, crece, se exhibe, no tiene límites.
Abrimos en El Asombrario un espacio para la reflexión, una ventana a la que se van a asomar una serie de escritores, poetas, ensayistas y cineastas que, frente a este tiempo de insatisfacción, desesperanza, infelicidad, violencia y virtualidad, reivindican en sus vidas y en sus obras otro mundo más amable, otra música, otra mirada y otra espiritualidad, otra manera de vivir y convivir, donde se hace necesario y urgente reconciliarse con la naturaleza y el entorno, donde se hace necesario disfrutar y no perder de vista las cosas pequeñas, los pequeños milagros que suceden a cada instante y a los que se accede, quizá, desde la lentitud, la bondad, la humildad, la compasión y una conciencia más ecológica, más emocional, más humana.
Comenzamos esta serie de entrevistas, que hemos titulado emocionales, con el poeta malagueño Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983), que acaba de publicar el ensayo Las virtudes de lo ausente: fe y felicidad en la poesía española contemporánea y que es autor de libros de poemas como La fuerza viva, El guiño de la chatarra, Nódulo noir o Los himnos abdominales.
Simón Partal cree que la verdadera vida “se sitúa en las cosas que no podemos tocar ni manipular con nuestras manos, como la acogida, el amor o la muerte”. Asegura que la religión del capital que domina la sociedad de hoy “nos niega la esperanza, nos impide aprender la esperanza lejos del consumo”. A su juicio, la poesía puede servir como vía de escape para huir de “este reino de la cantidad que estamos viviendo”. Reivindica la soberana sumisión, no como pérdida de la dignidad sino como abandono “a lo que venga”, la sumisión como aceptación “de nuestras limitaciones y de nuestra insignificancia ante la naturaleza”. Y añade: “Viviremos de manera más saludable si somos capaces de amar nuestro entorno y de entender nuestro cuerpo. Tenemos que enseñar a los niños y devolver a nuestros chavales la capacidad de ver”.
Habitamos hoy una sociedad globalizada y dominada por un consumismo imparable, donde parece que lo que ya solo importa es el éxito de lo económico, el beneficio, el utilitarismo y el dinero. Esta época está marcada por la acumulación de posesiones y materia, por una desconexión con la naturaleza y un derroche de recursos, donde el tiempo se ha fragmentado y todo es fugaz, veloz, y donde asistimos a una ausencia de espiritualidad y belleza, una falta de entrega al otro, un rechazo al otro, a lo extranjero, un repudio a lo distinto… ¿Cómo podemos recuperar la armonía, el equilibrio de un mundo que ha cerrado los ojos a lo esencial y a las pequeñas cosas, que es cada vez menos humano, menos natural, más tecnológico y frío?
La poesía puede servir como vía de escape para huir de este reino de la cantidad, del que antes hablaba Guénon, que estamos viviendo, y del entretenimiento zafio que nos invade. Igualmente, no creo que otras épocas hayan sido menos materialistas que esta, la diferencia es que no había tantos canales para la banalización y el consumo salvaje como hay ahora, y que la frivolidad no era tan celebrada como se celebra hoy. Recuperar el equilibrio del mundo es difícil, pero en los últimos meses hemos tenido buenos ejemplos para la esperanza, ejemplos de cómo la gente puede cambiar las cosas. Nuestro devenir está en nuestras manos, y algo así de esencial no estaba tan presente hace pocos años.
Rimbaud, al que citas en las primeras páginas de tu nuevo libro, ‘Las virtudes de lo ausente: fe y felicidad en la poesía española contemporánea’, decía: “La verdadera vida está ausente”. Suponemos que está ausente porque falta amor, porque falta humildad, falta compasión y solidaridad… “No queremos esquemas sino amor”, afirmas…
Estuve viviendo en Francia, no muy lejos del pueblo natal de Rimbaud, y volví a releer sus poemas y su biografía escrita por Enid Starkie, que no ha sido superada. Es un poeta francamente inagotable. Efectivamente, la verdadera vida se sitúa en las cosas que no podemos tocar ni manipular con nuestras manos, como la acogida, el amor o la muerte. Todo lo mueve el amor. Es la mayor fuerza del universo y nadie la puede palpar. Ahí está recogida nuestra vida, en estos extremos ausentes. Lo que está demasiado presente acaba por esclavizarnos.
Tengo la sensación de que nos hemos olvidado de ese milagro y ese misterio hermoso que supone estar vivo. De abrir por la mañana los ojos, levantar las persianas y ver la luz cayendo generosa sobre un campo de olivos, sobre un pequeño parterre de flores, el viento moviendo un tendal y unos tejos milenarios que nos dan sombra, la extrañeza de la Luna en aquel verano donde descubrimos el amor… ¿Cuándo fue que nos desviamos y construimos todo un agujero negro ingobernable en el interior, en el alma?
Fue con la religión del capital, como afirma el teólogo Lluis Duch. La única religión que impera en nuestra vida es el capital, y el comportamiento que forma esa religión a la que todos rendimos culto: la competitividad, la avaricia, la envidia y el odio. Esa religión del capital nos niega la esperanza, nos impide aprender la esperanza lejos del consumo.
Háblanos de la ‘soberana sumisión’, esa expresión de renuncia que guarda en su interior una concepción hermosa de la vida , una manera de mirar el mundo que encontramos en tu poesía (La ágil bendición de estar aquí sentado/ tomando un café y leyendo a Alice Oswald / después de comprar unos tomates recién cortados./ Y desde aquí aceptar todo lo que venga). La ‘soberana sumisión’ que defiende también el cineasta Oliver Laxe…
Utilizo esa expresión desde la perspectiva del teólogo Dietrich Bonhoeffer, que murió ahorcado por los nazis, y sobre el que estoy escribiendo una obra de teatro. Bonhoeffer murió por intentar acabar con Hitler para salvar a sus hermanos. Murió para intentar nuestra existencia, y esa entrega sin condiciones conforma el ethos más puro, más inclusivo. Él aspiraba a armonizar la resistencia con la sumisión. Nuestra vida está formada por ambas melodías, como también recuerda el profesor Manuel Fraijó. No me refiero a la sumisión que acarrea pérdida de dignidad, sino a la de abandonarse a lo que venga, la que supone la aceptación de nuestras limitaciones y de nuestra insignificancia ante la naturaleza, ante Dios. Mimosas, la película de Oliver Laxe a la que imagino que te refieres, recoge muy bien este significado, esa intuición hacia el camino, hacia el bien, que tiene el humano. Oliver es un hermano mayor del que aprendo mucho. Está bendecido.
Sostiene el filósofo Byung-Chul Han que el afán de transparencia se está apoderando de la sociedad actual, que además no permite “lagunas de información ni de visión”. Hoy todo se cuenta. Todo se expone. Lo íntimo ha perdido su espacio. Vivir intensamente el presente y mostrarlo a los demás es la consigna en estas primeras décadas del siglo XXI. ¿No estamos hoy más solos que nunca a pesar de esta sobreabundancia de información propia y ajena?
Esa religión del capital de la que hablábamos ha derivado en un infantilismo contemporáneo que nos ha llevado a la insatisfacción perpetua. Tenemos la certeza de que la vida no es más que esos años limitados que estamos en plena facultad de nuestros sentidos, que no es otra cosa que la plena facultad para el consumo, porque el desarrollo de nuestros sentidos más necesarios y de nuestro instinto se desarrolla con la edad. Todo eso nos ha llevado a una vida justificada en la euforia y la pirotecnia existencia, y eso, claro, sólo nos ha traído insatisfacción, frustración y depresiones, en definitiva, soledad. A las farmacéuticas les viene muy bien este ateísmo bruto. A veces conviene recordar, como hace Moltmann, que en el siglo XX los ateos también fueron los nazis y los estalinistas, y que las atrocidades se hicieron en nombre de Dios y en la negación de Dios. Un merluzo no puede llegar a pensar en la existencia de Dios porque es incapaz de analizar su propio lugar en el mundo más allá del deseo. Considero que la fe y la esperanza son medios subversivos para escapar de ese vacío al que nos arrastra la corriente. Volviendo a Bonhoeffer, me conmueve la última frase que dijo en el juicio que lo mandó a la horca: “Dígales que esto es el fin; para mí, el principio de la vida”. Con ese pensamiento no es difícil presumir que su vida tuvo un sentido más amplio, más profundo, independientemente del más allá o de la inmortalidad o no del alma.
Entonces, ¿de qué hablamos en verdad cuando hablamos de felicidad?
De reconocer, como diría el poeta Francisco Brines, que la vida puede ser una bella verdad, sobre todo si esa verdad es compartida. La felicidad, como la libertad, siempre es un sentimiento compartido. Y es cierto que esas sensaciones residen en las cosas más ordinarias. Yo he sentido esos instantes de felicidad, esa plenitud que se reconoce más tarde, y que pasa muchas veces por nuestro lado sin que la reconozcamos. El otro día en Sevilla paseaba con una amiga por el barrio Santa Cruz, en ese momento me sentí muy bien, casi dichoso. Más tarde, cuando nos despedimos, supe que había experimentado momentos de felicidad en ese paseo, aunque a mi acompañante le diese la brasa con mis incertidumbres.
“La naturaleza nos desarrolla y el amor nos realiza”, escribes. Sin embargo, hemos dado la espalda a la naturaleza. El mundo pide hoy que nos reconciliemos con ella, que adquiramos una mayor conciencia ecológica. Que cuidemos no sólo nuestro cuerpo interior sino nuestro cuerpo exterior que es la Tierra, que es nuestro entorno, los ríos, los árboles, el aire… ¿Por dónde se empieza a frenar el daño que estamos haciendo a la naturaleza?
Por la educación. Recuerdo cómo en la facultad, aunque ya éramos mayores, mi profesor y uno de mis maestros, Ángel Gómez Moreno, nos llevaba a pasear y a reconocer al tejo o al sauce llorón. Los maestros de Primaria son las personas que más responsabilidad tienen en nuestra sociedad, mucho más que los científicos que investigan sobre el cáncer. Porque enfermaremos menos si somos capaces de valorar la naturaleza, de vivir mejor. Viviremos de manera más saludable si somos capaces de amar nuestro entorno y de entender nuestro cuerpo. Tenemos que enseñar a los niños y devolver a nuestros chavales la capacidad de ver. No es importante que no sepan leer con siete años, pero sí es imprescindibles que sepan ver con esa edad. Y demostrarles que nosotros dependemos de la tierra. Tenemos que enseñarles a amar la vida y a trabajar la tierra. Menos virtualidad, y más contacto, más piel.
¿Se hace necesario más que nunca un cambio de modelo educativo para que las nuevas generaciones crezcan con otra mirada, con una mirada más ecológica, de respeto al otro y a la naturaleza, una educación basada no tanto en las asignaturas y en los planes de estudio sino en las emociones, en la conservación medioambiental y el reciclaje, en el conocimiento del espacio y de la biodiversidad?
Desde luego, pero no debemos olvidar que venimos de una sociedad nutrida en la barbarie, y que hoy casi hay más conciencia que nunca ante estos problemas. Es evidente que hay casos y noticias, como la de la manada, que nos desmoralizan, pero aun así si vas a cualquier colegio te darás cuenta que hay más amor, convivencia y compromiso de lo que pensamos. Soy muy optimista ante el futuro. La generación de 2010 cambiará definitivamente las cosas.
“El alma ha sido olvidada precisamente en la que quizá sea la época más espiritual”, dices, para añadir: “El alma no se toca y lo que no se toca no existe”. En una sociedad donde impera la producción y sacarle el máximo rendimiento al individuo, un tema tan intangible como el alma, parece que a la gente le importa bien poco…
Alma es una de las palabras que más se usan. Es curioso. Escuchamos a diario expresiones como “te quiero con toda mi alma”, que suele suponer justo lo contrario, que te quiere muy poco. El alma parece hoy una forma de camuflar lo que no queremos decir. Cuando escribo que lo que no se toca no existe, me refiero a ese capitalismo salvaje que sólo acude a lo material y al utilitarismo. La mayoría de veces que se habla del alma no se habla de nada. Aunque para el poeta César Simón era “toda música posible”. No se me ocurre mejor definición.
Y en un mundo donde todo tiene un precio, donde la economía impone el ritmo, la figura del poeta es fundamental porque a través de sus versos abre “una ventana por la que mirar lo bueno del mundo (…), desde una melodía inesperada a una playa desierta, desde un cuerpo que acoge otro cuerpo y lo hace suyo”. La poesía, con sus limitaciones, como instrumento de felicidad, de alegría, de luz, de sanación, de médium entre lo terrenal y lo divino…
Efectivamente, la poesía puede ser un mecanismo hacia la serenidad y la alegría, una forma de reconocer los males que nos acechan, y superarlos. No creo que la figura del poeta sea fundamental, pero sí hay autores necesarios que nos comunican cosas que de otra manera difícilmente podrían ser transmitidas o descubiertas.
Escribes que todos los aspectos del bien (la felicidad, la serenidad…) parten de la fraternidad y la fraternidad proviene del fondo del alma humana. Y añades: “La poesía es un recinto creado para la fraternidad que los libros de poesías rara vez ocupan. U okupan, mejor. La poesía es ese brutal ruido que no nos impide claudicar ante esa sordera del mundo”. ¿Nos hemos alejado de la poesía, hemos dejado de creer en ella?
La poesía es un ejercicio de comunicación, y toda comunicación busca un entendimiento, que es la antesala de la fraternidad, del compromiso y del cuidado. No creo que haya habido época con más gente escribiendo poesía que ahora, sin embargo, lo cierto es que la poesía no está presente en la vida de la gente. ¿Cuánto espacio ha tenido la poesía en la televisión este año? Quitando Páginas Dos y La hora cultural, quizá, siendo optimistas, seis minutos. Y lo cierto es que la televisión sigue siendo el medio de comunicación más decisivo, el que crea más consenso, y eso me sorprende de verdad.
En tu poema ‘Un hombre acoge en su casa a otro hombre’, recogido en tu libro ‘La fuerza viva’, dices: “Miro mi baño vacío y desearía / que todos los hombres del mundo / agotaran todos los embalses de Europa / en mi casa”. ¿Qué es hoy ser humano en un siglo donde cerramos las puertas al otro, donde cerramos las fronteras al extranjero?
Dentro de 30 años estudiarán estos hechos, los del Mediterráneo, como nosotros ahora estudiamos los campos de concentración nazis. Con profunda vergüenza.
La naturaleza, el interior humano y la sociedad están en crisis; “Dios está en crisis; la religión no”, afirmas. Pero la ortodoxia religiosa está haciendo mucho daño… ¿Qué papel juega hoy lo espiritual en un mundo y en unas instituciones en constante descomposición y degeneración?
Lo espiritual es decisivo porque nos lleva a preguntas sin las que no habría cine, música, literatura o agencias de viajes. La religiones abordan el misterio de la vida, y sin ese misterio la vida sería una diputación.
¿Cuál sería el mundo perfecto, con sus inevitables imperfecciones y contradicciones, para Alejandro Simón Partal?
Un mundo donde el yo solo pase por el otro. Un mundo feminista, que sería igual a un mundo justo y digno para todos. Un mundo donde el género sea transversal, y no determinante. Un mundo que recupere aquellos valores del Jesús histórico: el amor y la misericordia.
Comentarios
Por Juan José Cáceres Arranz, el 05 septiembre 2018
Brillante, sigue sembrando, que los cosechadores te lo agradecerán.
En esto consiste la Educación.
Enhorabuena.
Por Diana Sagastegui, el 07 septiembre 2018
Gracias por este diálogo de gran fineza argumentativa y ética.
Por margallo, el 14 junio 2019
La saturación de telebasura, radiobasura, prensa basura, cinebasura tiene su lado positivo y es que la gente lee. Esta va a ser la primera generación feminista ecologista y antisistema del siglo XXI.