Nuria Barrios, sólo ocho centímetros separan la felicidad del dolor
Periodista, narradora, poeta. Nuria Barrios (Madrid, 1962) estuvo en el taller para hablarnos de sus dos últimos libros, los cuentos de ‘Ocho centímetros’ (Páginas de Espuma) y los poemas de ‘La luz de la dinamo’ (Vandalia, 2017), que forman parte de un ambicioso proyecto literario. Valeria Correa Fiz presentó a esta “escritora anfibia” en un encuentro en la librería Cervantes y Compañía de Madrid, aportando algunas de las claves de su universo narrativo: “El equilibrio, cuando no es raro, es precario”.
Estos dos libros de Nuria Barrios, Ocho centímetros y La luz de la dínamo (VII Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado), nos familiarizan con una geografía emocional que se vincula con la memoria, el amor, la enfermedad, las pasiones y adicciones tóxicas, la muerte.
Los cuentos de Ocho centímetros nos obligan a preguntar: ¿Cómo podemos ponernos a salvo si es tan breve, tan solo ocho centímetros (“la longitud de un cigarrillo, de una barra de labios, del dedo corazón”), la distancia que separa el dolor de la felicidad, la comprensión del odio? ¿Tan estrecho es el margen entre el deber y los deseos, entre la vida y la muerte? Los relatos no responden las preguntas, pero sí trazan una cartografía eficaz del dolor, tal como se anuncia desde el epígrafe de Elaine Scarry: “El dolor no tiene voz, pero cuando encuentra una comienza a contar una historia”. Una historia o las once que componen los relatos de este libro, pero repito: ¿Qué puede ponernos a salvo de este dolor, el cuerpo o la razón? Una pregunta tan antigua que tiene dos tribunas repletas de filósofos y teólogos que pugnan por una u otra respuesta. No es casual que el cuento que está en la mitad exacta del libro, Yo era un bulldozer, plantee una historia de amor que cuaja en la razón pero no en el cuerpo. Nuria Barrios pareciera tomar partido por ambos: nos salvaremos en la plena comunión de cuerpo y razón. O casi. Porque tal comunión, tal equilibrio no existe o es sólo precario y, por ello, siempre estamos cerca de esos Ocho centímetros de insignificante abismo pero abismo al fin.
El poemario La luz de la dínamo retoma esa misma idea del dolor y el estrecho margen que nos separa de él, solo que reformulado desde el título: es lo luminoso lo que está amenazado por la sombra. Quizá porque la vida no pueda aprenderse más que de a pares antagónicos, como decían los presocráticos, y el frío se pueda conocer gracias al calor, como dice Gamoneda en el Libro del frío: “todo es presagio: la luz es médula / de sombra”, y Nuria Barrios, en la apertura de su poemario, anuncia: “por la luz de la dínamo que rescata de las tinieblas la vida temblorosa”.
La vida temblorosa. Otra vez el reto diario de la construcción y el equilibrio en la vida cotidiana para no caer en ese margen de Ocho centímetros. Por cierto, el equilibrio, como en la fotografía que ilustra la portada del libro de cuentos, es fundamental para estos dos libros de Barrios. Al respecto, uno de sus poemas dice: “El equilibrio / cuando se consigue / es raro”. Y cuando no es raro, ya lo dijimos, es precario.
Más allá de la temática que une ambos libros, hay otros elementos que los vinculan. Un uso magistral de las imágenes poéticas que dejan en el lector un poso de gravedad que se cuela en una dicción siempre ágil, la utilización de los juegos infantiles, como en el poema Rayuela, de los cuentos infantiles citados directamente como Pulgarcito, “aquel famoso extraviado”, en el poema ¿Cómo se aman los otros?, o Hansel y Gretel, en el cuento Hansel y Gretel en la T4, que narra la vida de dos yonkis en el aeropuerto de Barajas. La referencia a los cuentos infantiles también puede aparecer indirectamente, como esa Bella durmiente del relato ¿Pero quién se va a querer ir con ella? La segunda sección del poemario abunda en el empleo de nanas o canciones de antes (Antón pirulero, En la barca va el barquero), pero descontextualizadas, lo que las acerca a lo ominoso.
Ambos libros están tejidos con sutiles hilos de tradiciones infantiles, folclóricas y religiosas y míticas que refieren el modo en que los hombres nos hemos explicado el mundo, ya sea en el pasado histórico de la humanidad, en la Grecia antigua poblada de mitos, “esos acontecimientos no tuvieron lugar en ningún momento, pero existen siempre”, dice Salustio en De los dioses y el mundo, o en nuestro pasado personal, la infancia. Los mitos, las historias tienen como función reintegrar al ser humano al universo (me permito recordar que existencia quiere decir secesión). Y ambos libros, que nos preguntan sin responder cómo ponernos a salvo del dolor, cierran con un recurso hacia lo literario. El relato Limbo, de Ocho centímetros, nos presenta a unos enfermos de un psiquiátrico que discuten acerca de la posibilidad de cambiar los finales de las historias. Y La luz de la dínamo cierra con una nana que anuncia el final del juego, luego de la muerte del amigo. Creo que con estos cierres, Barrios nos invita a reflexionar sobre este mundo cambiante y peligroso, donde lo único que permanece son las historias y las canciones. Por último, quiero recordar a Hölderlin: “allí donde está el peligro crece lo que salva”. Quizá no sea esa la única verdad. Nuria nos invita a pensar que donde está el peligro no crecen las respuestas sino las preguntas. Crece también la buena literatura, que no es más que la hermosa herida de lo imposible.
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