Nuria Labari: “Este libro nace de la búsqueda de monstruos”
La escritora cántabra Nuria Labari regresa con un extraordinario libro de cuentos, ‘No se van a ordenar solas las cosas’ (Páginas de Espuma). “Este libro nace de un sentimiento de soledad importante, de la necesidad de escuchar y ser escuchada, de sentirme monstruosa también”. Hemos hablado con ella. “No quería leer psicología positiva barata, pero sí necesitaba saber cómo convive el dolor con un pulso narrativo que dependiera de la luz. Y como no encontré lo que buscaba, intenté escribirlo”. “A veces creo que necesito la ficción para soportar la realidad, no para conocerla ni para entenderla ni para interpretarla siquiera, sino para sentir, simplemente, que voy a poder tratar con la vida, que voy a poder vivir con lo que hay, con todo lo que hay… El reto en el mundo que nos toca no es menor, por eso creo que la literatura es un asunto de vital importancia”.
El título de su libro denota la grandeza de lo que va a encontrarse en su interior. Ese no malgastar el cinismo en textos ridículos y extravagantes. Escoger un verso de Wislawa Szymborska es en sí mismo una declaración de intenciones. Es estar atento, como usted lo está en cada frase que escribe, a esas heridas que recorren el mundo. ¿No sintió miedo de que la sencilla perfección de ese verso escogido como título convirtiese al lector en un monstruo exigente?
(Risas). Me encanta pensar en el lector como un monstruo exigente, porque creo que busco a esos monstruos cuando escribo. Este libro nace de un sentimiento de soledad importante, de la necesidad de escuchar y ser escuchada, de sentirme monstruosa también. Supongo que por eso aparecen los monstruos de Leonora Carrington en el primer relato… Este libro sueña con un lector o lectora monstruoso y cómplice y exigente con quien dialogar, claro que sí.
Sus cuentos son pequeños universos en los que aún es posible salvar el mundo. Pequeños tratados de urbanidad, grandes reflexiones y sobre todo un ventanal en el que muestra a la mujer como una pirámide capaz de multiplicar sus caras y de cambiar la naturaleza de ese poliedro, de agrandarlo hasta contradecir la geometría. Muestra horrores sin necesidad de que dependan de la oscuridad o de la violencia explícita, de esa veneración por lo gótico que tanto prolifera. Pelea contra el cuento macabro, agónico y perversamente dependiente del realismo mágico. En sus cuentos hay un dinámico nihilismo chic y un pulso narrativo que por fortuna depende de la luz. ¿Tuvo clara desde el principio esa necesidad de huir del oscurantismo, de la provocación macabra?
Pues la verdad es que sí. Durante un tiempo en que viví en el abismo busqué literatura con la que pudiera convivir con la luz y con la sombra. Y encontré muchos buenos libros que prometían en sus fajas “destrozarme”, “arrasarme”, “dejarme en carne viva”… Pero resulta que yo ya estaba destrozada, arrasada y en carne viva. No quería leer psicología positiva barata, pero sí necesitaba saber cómo convive el dolor con un pulso narrativo que dependiera de la luz. Y como no encontré lo que buscaba, intenté escribirlo. Creo que a menudo empiezo así mis libros, cuando no encuentro escrito lo que necesito leer.
Sus textos ahondan con pulcritud en temas como la salud mental, el suicidio, el deseo, la memoria, la precariedad, como la violencia que no deja marcas estéticas, pero sí morales. El relato que abre el conjunto es espeluznante de principio a fin, pese al magnífico despliegue filosófico que hay en él. Las cavilaciones de su narradora componen metáforas de piel dura y eterna. Pequeños impactos que destrozan la mirada de quien lee: “Ninguna mujer desea convertirse en una hiena, pero todas escondemos animales salvajes debajo del abrigo”. Esa insistencia suya en la belleza, esa pelea contra la impostura en el relato, ¿de dónde parten?, ¿de un simple afán renovador o de una necesidad de costumbrismo como materia de defensa y de cohesión con la realidad?
No es costumbrismo, espero, no me gusta el costumbrismo. Pero sí es la creencia de que existe una relación entre belleza y verdad. Durante mucho tiempo hemos permitido a los creadores ser monstruos que maquillaban su maldad con el arte. Y hemos celebrado el arte, venga de donde venga, lo cual comprendo, pero confieso que no me interesan esas obras que nos parecen buenas y maquillan el mal. Me interesan más los creadores que muestras sus monstruos y conviven con ellos a través de la verdad que esa impostura que consiste en instrumentalizar la literatura (el cine, la música o incluso la política) para maquillar toda clase de bajezas sociales y personales. Creo que en literatura hay una forma de honestidad que forma parte de la belleza exigible a un buen texto literario.
En sus cuentos hay una arrolladora subversión. Huye del buenismo, de ese afán por empoderar a las mujeres que tan flaco favor les hace. Sus protagonistas son guerreras cotidianas. Usted se entrega a través de estos relatos a un feminismo autoexigente y sustancioso. No hay en su narración ni medias tintas, ni medias verdades y mucho menos postureo; la franqueza es una exigente arma de construcción en ‘No se van a ordenar solas las cosas’: “A todas las niñas se nos permite convertirnos en sirenas amables y domesticadas, pero nunca en bestias o pérfidas. El autocontrol es importante y exige entrenamiento y disciplina. Por eso cada vez que asoma una pezuña o una pluma animal en el cuerpo de una mujer, hay alguien dispuesto a extirparle su oscuridad o a encerrarla con ella”. ¿Es consciente de que todos los párrafos de su libro son minuciosas metamorfosis para quien los lee?
En este momento de la entrevista estoy derretida. No podría soñar con nada mejor, la verdad. Yo leo para eso, para alcanzar esa metamorfosis minuciosa, para cambiar. Para poder cambiar; mejor dicho, para ser consciente de que puedo cambiar. Por lo demás, las mujeres feministas hemos de ser conscientes también de nuestros privilegios, cada una de los suyos… Entender a las mujeres solo como víctimas potenciales es determinista y además siempre que un colectivo se ha creído tener el monopolio de la palabra víctima ha terminado por convertirse en verdugo.
En ‘Dios solo entiende palabras esdrújulas’, el primer cuento de ‘No se van a ordenar solas las cosas’, usted toma como mediadora para la fantasía sanadora de su protagonista a Leonora Carrington. Al introducirla, dota al relato de una plasticidad esclarecedora que otorga una completa verosimilitud al discurso de la narradora. Le doy la enhorabuena por ese logro y aprovecho para preguntarle cómo supo que debía usar la locura como cordón umbilical para lograr esa verosimilitud.
Este relato fue el primero que escribí del volumen y es además el que finalmente coloqué en primer lugar, y la verdad es que le tengo especial cariño. Nace de la visita a la exposición de Leonora Carrington en la Fundación Mapfre de Madrid. Me pasaron muchas cosas allí, visité varias veces la exposición, hablé mucho con Leonora, volví a leerla, paseé después por el sanatorio donde la ingresaron en Santander (mi ciudad natal), convertido hoy en un parque que lleva el nombre del doctor Madrazo (que le sometió a durísimos tratamientos, incluidos electroshocks) en vez del de Leonora Carrington… En fin… De sus hienas y sus bestias nace la necesidad de buscar algunas de las mías y de algunas de sus visiones esos pies de jaguar que fue, en realidad, lo primero que vi de ese cuento. Después todo es trabajo y ajuste, pero el primer relámpago fue Leonora.
Tras haber leído el libro, me da la sensación de que el orden de los relatos no era el que ha llegado hasta los lectores, que ese orden ha sido convenientemente manipulado y consensuado con sus protagonistas. Que le debe a esa recolocación el éxito estructural y emocional de ‘No se van a ordenar solas las cosas’. ¿Me equivoco?
¡No te equivocas! Solo han quedado en su lugar el primero y el último, que sí son el primero y el último que escribí. Es un libro circular porque empieza y termina en una cocina y porque hay una conexión entre el inicio y el cierre que pasa por la construcción de una visión del mundo y de un carácter individual al mismo tiempo. La última frase del último relato es, además, la última frase del libro y tiene esa conciencia, no está cerrando únicamente un cuento, sino un libro. La recolocación del resto tiene que ver con el proceso de edición y la alquimia de Juan Casamayor. Fue muy bonito escuchar la nota que aportaba cada uno y colocarla en su lugar para que la melodía final fuera la mejor posible. También eliminar algunos cuentos inéditos que dejamos fuera porque rompían la armonía. Me he sentido feliz editando estos cuentos para Páginas de Espuma; viven y entienden los cuentos de una forma muy cercana a la mía.
Los párrafos de sus historias se extienden como poderosos tratados filosóficos, como vidas inventadas para huir de Dios, de sus pobres milagros, de su podrida e impuesta sabiduría. Como si el presente de sus protagonistas necesitara una nueva complicidad, como si con sus renuncias y sus quebrantos tuvieran como objetivo contribuir a la necesaria y cómplice transexualidad del Altísimo para obtener el lenguaje capaz de auspiciar una nueva justicia, extensiva e intensiva a partes iguales. Sé que hago un análisis muy alejado del ruido general y de la altivez generalizada de la crítica, pero veo una ética tan rompedora en sus cuentos que me siento en la obligación de preguntarle si es consciente de que sus cuentos proporcionan al lector una liberación transversal.
Guau. Ojalá sea así. Me quedo para mí con la cómplice transexualidad del Altísimo y en algún lugar la usaré, estoy segura. En todo caso sí me importa la ética en relación con la literatura, aunque desprecio en cambio la moral o el dogma en relación con cualquier clase de creación.
En su libro la rutina vibra como lo hace el infierno en la mente de un niño que va a cometer su primera fechoría. Hay una pragmática elegía que marca con precisión los horrores y las prisiones cotidianas. En sus cuentos los personajes viven y sueñan dentro de universos incómodos en los que paradójicamente se mantienen firmes. Su cuento ‘Como si te hubieras olvidado de vivir’ pone sobre la mesa temas durísimos y, sin embargo, laten desde una conmovedora efervescencia, desde ese tipo de inocencia que paradójicamente segrega bilis. Hay párrafos que parten en dos la serenidad de quien lee: “Todo tipo de personas son mujeres. Las tías son las únicas con derecho a la enfermedad mental en el instituto. Ningún tío en los pósteres de prevención. Si un tío necesita ayuda más le vale ser trans”. No hay nada liviano en la composición de sus historias y, sin embargo, calan desde la sutileza más extrema. Se nota que no tomó ninguna precaución al escribir ningún cuento, que tenía clarísimo que iba a darle duro a las perversiones sociales. ¿Releyó los cuentos una vez ordenados? ¿Qué sintió al ver el resultado, vértigo o satisfacción?
No tomé precauciones, nunca lo hago y me puse en riesgo en muchos sentidos, creo que es algo que también me pasa cuando escribo. Es un riesgo que creo que es honesto asumir, aunque no siempre sea placentero o satisfactorio. Mi escritura me lleva siempre a lugares socialmente incómodos y que incomodan. Al terminarlos, por supuesto releí y edité y taché y taché y volví a tachar. En el cuento me obsesiona que no sobre nada, que cada impacto tenga un sentido y un propósito. Después, cuando por fin terminé el libro, llegó un punto en que no sabía lo que había hecho y dudaba de todo. Y es ahora, cuando el libro se encuentra con los lectores, cuando sucede una magia imprevista, como estas preguntas, como esta lectura que me regalas.
Sus cuentos son férreos, suprarrealistas y están afianzados sobre el lenguaje que necesita cada dolor, cada dependencia, cada abismo, cada individuo liberado. Sus cuentos están completamente apegados a esa máxima ‘gaitiana’ de otorgar el lenguaje exacto a cada personaje. Sus diálogos verbalizan casi todos los males que golpean el mundo y, a pesar de ello, hay un cuidado máximo en no caer en lo evidente. Todos están heridos, pero no se dejan deformar por el peso de las heridas. ¿A quién le costó más sostener lingüísticamente hablando, a las mujeres o a los hombres de su libro?
Me costó especialmente sostener al adolescente, pues era un reto lingüístico importante, sobre todo porque la forma en que el lenguaje que articula su voz tiene que ver con la forma con que el personaje siente el mundo. No se trataba solo de reproducir una jerga, sino de que esa forma de interpretar y sentir el mundo pudiera contarse a través del lenguaje. Y lo mismo con el protagonista mayor, el octogenario homosexual del último relato. En este caso, el tiempo debía atravesar cada palabra, es la única huella de la experiencia del mundo y de la vida. Los más difíciles son dos de los hombres que aparecen en el volumen, creo. Aunque no es por una cuestión de género, sino porque estos dos personajes (el adolescente vigoréxico y el octogenario homosexual) encarnan cuerpos cuya existencia ha sido borrada precisamente a través del lenguaje, a través de no escuchar sus voces ni atender a su experiencia del mundo. Un telón de silencio cae sobre la intimidad de las personas mayores y de los hombres más jóvenes, los adolescentes de este mundo.
Sus cuentos hacen con la memoria de quien lee lo que les da la gana. La retan, la enriquecen, la iluminan, la despabilan y la vuelven tan hirviente como ese verano en el que por primera vez el amor llama a nuestra puerta. Su libro es maravilloso, desafiante, inconformista y tremendamente humano. Habiendo saboreado la honesta perfección de sus textos, la imagino en la soledad de su habitación conviviendo con experimentados fantasmas y, sobre todo, con la aplastante superioridad con que a veces castiga a la honestidad el silencio. ¿Ha sido duro sobrevivir a ese pérfido concubinato?
Para nada. Tengo demasiado poco tiempo para mí y para esa clase de soledad. Siempre escribo rodeada de gente, de ruido, de prisa, de hijas, de perros, de alguna otra entrega urgente, de una maleta a punto de cerrarse… Y cuando tengo por fin tiempo y soledad, entonces tengo que refugiarme en cafeterías, que creo que sigue siendo mi lugar preferido para escribir (a poder ser, en chaflán con ventana a la calle…). Sin embargo, hay otra clase de soledad que me acompaña todo el rato, incluso entre la gente. Supongo que por eso escribo y que es la que has detectado en estos cuentos. Quizá la escritura sea un espacio de honestidad (y soledad) donde algunos corazones nos encontramos, por fin.
Otra de las novedades más deslumbrantes de sus cuentos es la perseverancia con que ha conseguido que cualquier mentira se quede sin escondites sociales o humanos. Todos ellos poseen una maestría emocional basada, como le decía más arriba, en la constancia de la verosimilitud, cuentos como el que da título al conjunto lo demuestran. Un cuento en el que el deseo es un exquisito elemento transformador, un púlpito desde el que la verdad pierde todos sus vicios: “En la calle las mujeres blancas de mi edad y de mi país nos juzgan con desprecio. Podría ser su madre es su cuchicheo preferido. Ella ve el incesto entre nosotros, como si nuestro deseo estuviera enfermo cuando son ellas quienes están mirando”. Es, sin duda el cuento más poético de todo el libro. El que se convierte en el eje principal de su grandeza. Y en él, el lector tiene la sensación de que alguien o algo sobrenatural hubiese decidido vetar su acceso al territorio del silencio y, al mismo tiempo, le hubiese otorgado el título de biógrafa de lo invisible. ¿Abrazó en todo momento esa riquísima dualidad o le procuró momentos de controversia?
Biografía de lo invisible. Me lo quedo para siempre esto. Es mejor título para este relato que el que yo elegí. La dualidad, como la ambivalencia, procuro abrazarla siempre, pero por supuesto que hay controversia, que hay roces, que hay cuchilladas a veces. Es un poco como caminar por el filo de una navaja o por el de un acantilado. Está la belleza y también el vértigo, el miedo. Para escribir según qué cosas hay que deshacerse de los miedos. Y al mismo tiempo, los miedos son imprescindibles para esa misma escritura que aspira a reconocer el miedo, a nombrarlo, a desterrarlo quizá.
‘No se van a ordenar solas las cosas’ es una hermosísima y centrípeta trampa de la que no se quiere salir, una prisión que reinserta, que cuida, que engrandece al cautivo y que se hace evidente en el magistral segundo párrafo de la página 69 o en esta sentencia de la página 29: “La locura consiste a veces en un fonema”. ¿De qué lugar ha exportado tanta belleza, de la herida o de la cicatriz con que ha construido a sus distintos protagonistas?
Hay algo entre las heridas y las cicatrices que es la experiencia del mundo desde el dolor, pero con la capacidad de soportarlo. Lo peor de la herida son todos esos miedos que viven dentro. Y esos mismos fantasmas acostumbran a alojarse en las cicatrices, que pueden estar más frescas que la sangre caliente. A veces creo que necesito la ficción para soportar la realidad, no para conocerla ni para entenderla ni para interpretarla siquiera, sino para sentir, simplemente, que voy a poder tratar con la vida, que voy a poder vivir con lo que hay, con todo lo que hay… El reto en el mundo que nos toca no es menor, por eso creo que la literatura es un asunto de vital importancia. Y no es un decir.
Hay una fuerza arrolladora en las imágenes con las que ha venido a sacudir el abuso y las miserias de los abusadores: “El sol castigaba la piel de los vivos, implacable como una sentencia divina. Estaba claro que unos arderíamos antes que otros”. Ha sido un hallazgo enfrentarse a la poesía con que aniquila los vicios de unos pocos en el cuento ‘Nunca te fíes de mí’. Un cuento desconcertante que, a la vez, forma una trepidante rosa de los vientos que da acceso a una cartografía que muestra las desigualdades con la firmeza con que el diablo le muestra el infierno a un recién llegado. Hay frases en él que provocan magulladuras, que nos hablan de la mezquindad humana, de la globalización y de esa forma cruenta y degenerada en que mastica a animales y seres humanos. En todos sus cuentos prima la necesidad de denunciar, pero también tiene un peso importantísimo cómo se abstrae de la nociva lacra del enjuiciamiento. Usted lo nombra todo y hace hablar a los verdugos de una forma tan clara que sirve como revulsivo para que casi todos sus protagonistas se vuelvan lenguaraces, pero sin perder la idiosincrasia de su rumbo. Me gustaría saber cómo ha logrado que, pese al durísimo núcleo de sus argumentos, sus textos no pierdan su tan equilibrada serenidad.
Creo que es una cuestión el propósito narrativo. Cada personaje, cada argumento y cada frase tienen que servir al propósito de cada relato. Creo que por eso la edición es tan importante después, no es solo lo que dicen los personajes, sino que es fundamental lo que no dicen. Un cuento encierra siempre un secreto y desvelarlo sería estropearlo todo.
Para mi última pregunta quiero detenerme en ‘No soy un alter kaker’, el último cuento del libro. Y volver a redundar en que hay un impagable sesgo ‘gaitiano’ en él. Su comienzo parece dictado por la autora salmantina: “¿Está en garantía? Debería. No duran las cosas ahora, cada vez duran menos”. Convendrá conmigo en que en este comienzo que traduce con tanta naturalidad el mundo que habitamos late el pulso de Carmiña. Y que también lo hace en esta otra reflexión: “El lenguaje es también un rastro de vida, puede que el único fiable”. ¿Quiso cerrar este trabajo bajo los buenos augurios del hada de pelo blanco que ella fue?
Me hace ilusión que me digas esto porque últimamente siento que la escritora Carmen Martín Gaite me acompaña y me la encuentro en lugares insospechados, incluida su propia casa. Hace poco participé en un taller que impartió la escritora María Folguera, donde nos invitó a entrar en su cuarto de atrás, pero también en su propia casa. Así que pude visitar su intimidad, su casa de El Boalo, su habitación, paseé por los bordes de su piscina, también por su textos, claro; encontré allí tesoros y sorpresas, y también esa forma gaitiana de entender el mundo y la palabra. Fue una inmersión en la que me zambullí unos meses y de la que aún no he salido. No sé si es por el centenario o por qué, pero Carmen Martín Gaite me va dejando rastros, piedrecitas blancas que diría María Folguera, para seguir el camino de su/mi escritura. De hecho, lo próximo que estoy escribiendo parte también o late también dentro de algo que leí hace poco de Carmiña. “Mantener despierto el interés del otro, no tanto por su vida como por su palabra, lograr que lo escuche sin pensar en otra cosa. La traición amorosa es, sobre todo, rechazo de la narración”. Nos hablamos unas a otras, unas escrituras a otras, a través del tiempo. La ficción (más que la física cuántica) es lo único capaz de rasgar el tiempo.
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