‘Océano plástico’, un libro que nos lleva ‘mal adentro’
El fotógrafo Carlos de Paz y el poeta Fernando Beltrán han compuesto el libro ‘Océano Plástico’, una denuncia cargada de metáforas y simbolismo sobre cómo estamos llenando de basura nuestros mares. Hoy, 22 de marzo, Día Mundial del Agua, nos sumergimos en él para que nunca se nos olvide que agua limpia es sinónimo de vida. No hay que darle más vueltas ni explicaciones.
Carlos de Paz es madrileño de nacimiento (1953) y almeriense por decisión (1992). “En el año 1965 una cámara de fotos se pegó a mi mano y desde entonces vive conmigo. Me hice profesional independiente en 1977 y siempre he intentado compaginar la fotografía personal y la profesional, lo que nunca ha sido fácil. La fotografía humanista –que sigo practicando en la actualidad– forma parte de mis intereses más arraigados; procuro captar momentos que puedan ser reconocidos por los demás como parte del imaginario colectivo”. Actualmente es director y diseñador de Revista-D, publicación en papel sobre fotografía, editada por el Colectivo Fotográfico Desencuadre, en Almería.
Su último proyecto, plasmado en un libro de reciente publicación, es Océano Plástico (Sonámbulos Ediciones). Las simbólicas e impactantes imágenes de Carlos de Paz van acompañadas con los versos escritos para este libro por el poeta Fernando Beltrán, muy conocido por su actividad de naming de empresas o productos desde El nombre de las cosas (también es responsable del título del libro; quien mejor que él, que ha hecho bautizos tan sonados como Faunia, OpenCor, La Casa Encendida o Suma de Letras): «El mar era un silencio que se salvó con olas».
“Me inicié”, nos cuenta Carlos de Paz, “en la práctica de la natación en aguas abiertas hace pocos años, aunque mi relación con el agua (en piscina) viene de mucho más atrás, cuando me saqué el carnet de socorrista (1973), con el que obtuve mis primeros ingresos trabajando los veranos en diferentes piscinas para ayudarme a pagar los estudios de Educación Física en el INEF, donde hice un estudio sobre natación para bebés de 0 a 2 años. Por esa época dejé los estudios para dedicarme a la fotografía profesional a tiempo completo. Actualmente, nadar en el mar se ha convertido en una práctica diaria que no solo me ejercita el cuerpo, también me pone en sintonía con la naturaleza y con mi yo más reflexivo”.
¿Qué es y qué busca ‘Océano plástico’?
Es básicamente un trabajo fotográfico metafórico que pretende poner al espectador frente a uno de los muchos problemas que son consecuencia de nuestro modelo de sociedad, que parece no querer entender que no hay Planeta B, que erramos cuando decimos que nos estamos cargando la naturaleza con nuestra voracidad consumista, cuando la realidad es que somos nosotros los mayores perjudicados, porque estamos limitando nuestras propias posibilidades de seguir disfrutando de la generosidad que nos ofrece este maravilloso Planeta Azul con nuestro egoísmo y prepotencia. En definitiva, la Tierra puede seguir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella.
Recogiendo restos de basura –que me encuentro a diario en el mar y que tiro en un contenedor cuando salgo del agua– surgieron varias preguntas: ¿Podría fotografiar esos restos sin limitarme a mostrar lo obvio de una manera descriptiva?, ¿cuál debería ser el enfoque que debería dar al tema?, ¿cómo conseguir atraer la atención del espectador sobre un tema tan feo y desagradable? Así, poco a poco, se fue definiendo el estilo metafórico de este trabajo.
¿Cómo se ha gestado?
Ha sido un proceso de casi cinco años, para hacer las tomas fotográficas y efectuar una primera selección de las imágenes. He tenido que empezar de cero en muchas cuestiones, porque cuando fotografías en el mar nada está estático, todo se mueve, y las tareas más sencillas en tierra se vuelven muy complicadas en el agua, donde además tienes que cuidar tu propia seguridad estando muy pendiente de olas y corrientes. Una vez que di por terminada la fase de las tomas fotográficas, empezó la selección y edición final, que suele ser compleja y muy delicada. Han sido casi otros dos años de preparación del libro, mano a mano con la editorial.
La contaminación de los mares es un problema terriblemente complejo y transversal, que nos atañe a todos: ciudadanos, instituciones, países, y el plástico no es el único elemento contaminante. Nadie –ni nada– se libra de esta lacra. Hemos convertido este maravilloso planeta en nuestro particular vertedero y mucha de esa basura termina en el océano, que con sus corrientes la reparte por todo el mundo, eliminando fronteras, triturando esos restos hasta convertirlos en microplásticos que han entrado en la cadena trófica de todo tipo de animales, incluido el ser humano. Y esto solo es una mínima parte del problema.
Pero no me podía imaginar un libro lleno de fotos documentales que se limitasen a mostrar la basura en su cruda realidad, entre otras cosas porque desde mi percepción fotográfica no tiene mucho sentido mostrar algo que está a la vista de quien quiera ver; me parece mucho más interesante y enriquecedor mostrar una mirada personal que busca la complicidad y sorpresa del espectador para compartir así una reflexión sobre el tema que se muestra y que siempre va a resultar más fácil encontrar desde la belleza de lo inesperado. Como bien dice el poeta José Luis López Bretones en el prólogo del libro: “En esta ocasión su mirada anfibia aparca por un momento la opción figurativa y parece adentrarse por el sendero de la abstracción y el informalismo.
¿Cómo ves los retos ambientales a los que nos enfrentamos? ¿Cuáles te parecen los más preocupantes?
Por desgracia, no soy muy optimista en cuanto a los retos ambientales, aunque me alegraría profundamente si estuviera equivocado. Avanzamos a ritmos muy diferentes. Generamos nuevos problemas muchísimo más rápido que la implantación de soluciones a lo que previamente hemos provocado con esa loca carrera de lo que hemos dado en llamar progreso. Muchas veces nos conformamos con ponerle palabras a las soluciones urgentes que necesitan esos retos que nosotros mismos creamos. Hablar de desarrollo sostenible, economía circular y otros eufemismos similares no tiene mucho sentido si no existe una verdadera implementación de esos conceptos en nuestros sistemas productivos y de consumo; es decir, si no cambiamos el modelo de sociedad. Los avances en protección ambiental en el seno de las organizaciones supranacionales y los estados siguen siendo muy lentos. Las sociedades más desarrolladas económicamente envían con frecuencia sus desechos industriales más contaminantes a países pobres, como si pasarles el marrón a otros fuese una solución, sin entender que la naturaleza no entiende de fronteras ni de estructuras administrativas o económicas. Y no entender esto es no comprender cual es la realidad del problema.
¿Cómo avanzar en la concienciación ambiental de la sociedad?
Viendo la cuestión con la perspectiva que da el paso de los años, el avance en concienciación ambiental ha sido enorme, espectacular, pero el crecimiento del problema ha sido exponencialmente mayor; hoy se produce muchísimo más de todo –y a un ritmo cada vez más rápido– que hace 50 años, y no parece que vayamos por delante en esta estúpida carrera de producción descontrolada vs. concienciación para ponerle solución al problema.
Antes has desarrollado otros proyectos relacionados con el agua, como ‘Entre olas’ y el dedicado a la marea negra del Prestige en Galicia.
Siempre he procurado tener un contacto estrecho con la naturaleza y el interés por los problemas medioambientales me viene de lejos, cuando a ojos de la mayoría social de la época la ecología solo era patrimonio de unos pocos hippies un tanto desnortados.
Cuando sucedió el desastre del Prestige, hace ya 20 años, sentí la necesidad de hacer algo para no ser un simple espectador y me organicé un viaje a Galicia para fotografiar lo que estaba sucediendo desde una perspectiva personal e independiente de los medios de comunicación que estaban cubriendo el suceso. Ha sido uno de los trabajos más duros que he realizado, tanto física como emocionalmente. No contaba con algunos aspectos que me conmocionaron nada más llegar: uno era el olor nauseabundo, profundo e irritante, que impregnaba toda la atmósfera y que los vientos marinos se encargaban de mandar a tierra; el otro fue el sonido del mar negro del chapapote, que en sucesivas oleadas chocaba contra las rocas o invadía los arenales. Ya no era el agradable murmullo del mar sino un blup, blup, blup desconcertante porque nunca antes había escuchado ese sonido y nunca se me olvidará.
Meterse dentro del chapapote, para fotografiar de cerca a esos voluntarios que vinieron desde todos los rincones del país y del mundo, no fue fácil y supuso un doble reto: físico y logístico. Físico, porque trabajar con máscara anti gases (que no mascarilla), chubasquero y botas de pescador hasta las rodillas, teniendo sumo cuidado de no resbalar y caerte en medio de aquellos lodazales viscosos y pestilentes, resultó agotador. Y logístico porque elegí para el trabajo una cámara de medio formato, lo que me obligaba a cambiar de rollo de película cada diez tomas. Además, no había alojamientos disponibles y tuve que vivir durante casi dos meses en la furgoneta que tenía entonces y que pronto se impregnó de aquel fétido olor. Para comer y asearme recurría a los polideportivos que se pusieron a disposición de los voluntarios y a la generosidad de tantos gallegos que ayudaron agradecidos a esa marea blanca de voluntarios, que dejando la comodidad de sus casas se organizaron para ayudar a limpiar las costas de las consecuencias de uno de los desastres ecológicos más graves sucedidos nunca. Allí conocí también la historia de Manfred Gnädinger, el artista anacoreta que perdió la vida como consecuencia del chapapote que invadió su casa–museo, aunque nunca se reconoció su muerte como víctima oficial de este desastre. El resultado de este trabajo fue la exposición A Costa da Morte.
Entre olas es muy diferente. Es un trabajo intimista, que intenta mostrar la soledad del náufrago que se deja arrullar y consolar por el mar y sus criaturas en medio de una pandemia que nos puso a todos a prueba. Como escribió la periodista Marta Rodríguez para la presentación de la exposición: “Todos somos náufragos. Remamos contra la inmensidad. Soñamos con recibir un mensaje en una botella que no llega. Echamos la caña al mar y simplemente esperamos. Buscamos unos rayos de sol bajo los que refugiarnos. Admiramos la línea del horizonte hasta que se hace difusa…”.
Carlos, ¿nos adelantas tus nuevos proyectos?
Como nadar y andar son casi la misma palabra, con el orden de las dos primeras vocales cambiadas, estoy empezando a trabajar en dos proyectos en paralelo: uno, acuático y el otro, terrestre. El primero tiene que ver con un planteamiento relacionado con la mitología griega, que está en las raíces de nuestra cultura mediterránea. El segundo tiene que ver con un planteamiento paisajístico un tanto apocalíptico, más propio de nuestra época. Con el tiempo me tendré que enfrentar al problema de relacionar, o no, ambos temas. Pero para eso aún falta tiempo. Mientras, procuro disfrutar del proceso”.
Terminamos con las palabras con que abríamos para nombrar este artículo: dos sencillos versos de Fernando Beltrán que no pueden decir más en menos, hasta casi convertirse en un triste eslogan: “Océano plástico / Mal adentro”.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
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