Octavia E. Butler, “nena, los negros no pueden ser escritores”
Y menos las negras. Y menos si quieren escribir ciencia ficción. Pero en esto que llegó Octavia E. Butler (1947-2006) para romper con tanto molde injusto. Afrofuturismo, feminismo y ciencia ficción (casi nada) se dan la mano en los siete estremecedores relatos de ‘Hija de sangre’, escritos por Butler hace décadas y traducidos ahora por primera vez al castellano.
Un libro de ciencia ficción sirve para hacernos pensar, dice la escritora Octavia E. Butler en las páginas de Hija de sangre y otros relatos, publicado ahora en España por Consonni. Y lo consigue. Sus estremecedores cuentos -escritos ya hace décadas-, traducidos ahora por primera vez al castellano y traídos en tiempos de pandemia cuando el mundo parece que pueda acabar, ponen los pelos de punta. “De qué sirve la reflexión sobre el presente, el futuro y el pasado que ofrece la ciencia ficción? ¿De qué sirve su tendencia a advertir de peligros o a considerar formas alternativas de pensar y hacer? ¿De qué sirve su análisis de los posibles efectos de la ciencia y de la tecnología, o de la organización social y la dirección política…”, apunta la autora.
Para empezar, Octavia E. Butler arranca poniendo literalmente a parir a los hombres. Lo hace en el relato que da nombre al libro para hacernos entender el riesgo del parto y el amor materno, y al que siguen seis cuentos más y dos breves ensayos. Y por si alguien se despista entre las utopías y distopías que plantea la escritora entre el pasado al futuro y que parten de sus propios miedos a, por ejemplo, los bichos extraños que alterarían las reglas del planeta (nada que ver con el coronavirus), una de las virtudes del volumen son los epílogos que siguen a cada texto. Son unas líneas, pocas, que sirven para dialogar de algún modo con la autora y entender por qué deja sin habla a la humanidad, por decir algo.
Su prosa descoloca por varios motivos. Uno, por su actualidad; porque hoy, cuando todo se desbarata, cualquier humano perdería el sentido si es citado ante un Dios o digamos mandatario –por supuesto, blanco y hombre, subraya la autora– que juega con la especie para ver cómo arreglar un mundo impregnado de racismo, desigualdad, machismo, colonialismo, falta de libertades o la mezcla de todo ello. Dos, porque nos pone en el extremo de un mundo que se acaba y sitúa a hombres y mujeres (y aquí es importante la presencia de ellas en papeles protagonistas y no consortes) ante el precipicio. En sus textos, sus protagonistas deben elegir entre empujar al otro y así, quizás, salvar el pellejo, o lo que sea que tengamos. De algún modo, los siete relatos del libro recuerdan a las tesituras a las que nos llevó el magnífico Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. ¿Y si lo que yo hago me salva a mí y nada más que a mí?, parece preguntar la autora. El tercer motivo sería la propia autora, el hecho de que el libro esté escrito en clave feminista y empapado de afrofuturismo, esa corriente literaria y de cultura que combina elementos de ciencia ficción, fantasía y realismo mágico con cosmogenias no occidentales por una mujer negra entre los años setenta y noventa. Porque a pesar de que la ciencia ficción ha sido siempre un territorio claramente masculino, en los 60, 70 y 80, hubo una serie de autoras que incursionaron en este campo, pero eran blancas, siempre blancas.
Aparte, la autora, nacida en Estados Unidos en 1947 y conocida hoy como “la gran dama de la ciencia ficción”, brinda en este libro dos breves textos escritos a modo de ensayos. En el primero, Obsesión positiva, cuenta su empeño por escribir, incluso siendo niña, negra y pobre, todo en contra. Su manía le viene, explica en el texto, por una madre que le leyó cuentos antes de dormir hasta que cumplió los seis años. Años más tarde, siendo una cría todavía entró en una librería preguntando si podían entrar los niños: quería comprarse un libro. Realmente preguntaba si podían entrar los niños negros. Afortunadamente la dejaron. Picada por el “bicho” de la lectura, poco después, con 13 años, le confesó a su tía que querría ser escritora. Le respondió que sí, pero que debería buscarse otro trabajo complementario. También le advirtió: “Nena… los negros no pueden ser escritores”.
Butler se empeñó, y a pesar de las negativas decidió aceptar que una nota de rechazo era como si te dijeran que tu hijo o hija eran feos. “Te cabreas y no te creías ni una palabra”, apunta. El segundo, Furor scribendi, muy relacionado también con el pulso y necesidad por escribir, es una deliciosa y práctica guía para todo aquel que quiera escribir. Ella lo hizo y rompió los moldes de la realidad que decían que las chicas negras no eran autoras. Y menos si imaginaban mundos de ficción. Avalan su calidad los muchos méritos y premios que recibió (Hugo, Nébula, PEN Lifetime Achievement Award). “Es increíble lo que podemos hacer si sencillamente nos negamos a rendirnos”, afirma en Furor scribendi.
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