Olivos y naranjos de Palestina: los matan, como a sus dueños
He visto horrorizada imágenes destruyendo olivares palestinos con excavadoras israelíes, y aplausos de júbilo de fondo por parte de colonos cercanos. ¿Cómo puede alguien sentir felicidad en el momento de machacar unos árboles tan imponentes y legendarios, iconos en el Mediterráneo de la vida, DE LA VIDA, y del respeto la Tierra, la cultura, el pasado, la memoria, los pueblos y las familias que los cuidan?
Hace algunos años planté tres olivos algo crecidos en el pequeño y escarpado jardín que admiro cada día. Me encanta observar el vaivén de sus ramas y los diferentes tonos de verde que dan sus hojas según la intensidad de sol que las ilumina. Puedo contar fácilmente hasta siete tonos de verde en sus copas. Quizá más. Los admiro, los necesito y valoro su majestuosidad y su vida.
En el centro de las ramas del más grande situé un cuenco de barro, nunca falta el agua. Es el bebedero favorito de todo tipo de pájaros y eso le da un encanto todavía mayor. Pero el mejor momento de diálogo es en otoño, durante la recogida de sus frutos, esas aceitunas que aprendo luego a conservar y que saco al verano siguiente en los aperitivos con los amigos.
No soportaría que les pasara algo malo a esos olivos. Vivirán más que yo y los cuido para que así sea. Por eso entiendo la frustración de quienes se ven impedidos para recolectar el fruto de los árboles que ellos mismos plantaron. Entiendo la impotencia en Qusra, en Cisjordania, de campesinos y campesinas que se juegan ahora la vida para aliviar a los olivos del peso de sus aceitunas, que recolectan porque es su bien de subsistencia más preciado, junto a las naranjas. En tiempo de guerra y ocupación resumen su situación con una frase: Sólo queremos recoger aceitunas.
Desde el pasado 10 de octubre en ese pequeño pueblo palestino de Qusra, cerca de Nablús, recolectar aceitunas vuelve a ser un acto de resistencia. Son atacados por colonos israelíes bajo la pasividad cómplice del Ejército. Por eso los mismos campesinos crearon el movimiento Faz3a, grupos de voluntarios internacionales que se han organizado para llegar hasta el lugar y acompañar a la gente que va a trabajar al campo o a llevar a los niños a la escuela. La presencia internacional disuade un poco las agresiones a palestinos y, si un cooperante es atacado, daña todavía más la imagen del Ejército. Esta iniciativa ha tenido sus frutos, se ha podido reabrir un parque infantil, se han recuperado algunas instalaciones quemadas, se han reabierto pequeños negocios y se han retomado las asambleas de propietarios y mujeres que han asumido un papel activo. Porque al final se trata de conseguir llevar una vida lo más normal posible, viviendo en un territorio ocupado.
He visto horrorizada imágenes destruyendo esos olivares con excavadoras, y aplausos de júbilo de fondo por parte de colonos cercanos. ¿Cómo puede alguien sentir felicidad en el momento de machacar unos árboles tan imponentes y legendarios, por no hablar de la vida de las familias que los cuidan?
Con los naranjos ha pasado algo parecido. Gente de más edad y vinculada a la cultura palestina todavía recuerdan el olor de las naranjas de Yaffa, flotando en la ciudad durante el inicio de temporada cada mes de octubre. Eran tan preciadas que cada año la cosecha movilizaba a trabajadores de países vecinos como Siria, Líbano e incluso Yemen. Luego los marineros transportaban las frutas en pequeñas barcas hasta llegar a un navío más grande que los llevaría a los mercados del Mediterráneo.
Y no es solo poder recoger las aceitunas o las naranjas, es poder comer, poder alimentarse. Yasmeen El-Hasan es portavoz de la Unión de Comités de Trabajo Agrícola de Palestina, la UAWC que forma parte de la Vía Campesina Internacional. Dice que hay niveles terribles de inseguridad alimentaria, especialmente en la zona sur de Cisjordania, sin olvidar Gaza, donde hace tiempo que no se puede cultivar y no entra el alimento.
Si las personas no se pueden autoabastecer, es muy difícil sobrevivir. Esta es una parte fundamental del colonialismo de la ocupación. Israel está utilizando el hambre como arma de guerra. El colonialismo se centra en la tierra y los sistemas alimentarios están enraizados en la tierra. En Cisjordania hay más de 700.000 colonos israelíes que viven en 300 colonias y que rodean campos de cultivo, de olivos y naranjos palestinos. En Gaza ya no hay comida disponible, ni acceso a la comida, y esto –lo afirma Yasmeen– se denomina hambruna. Ya son centenares de niños los que han muerto por malnutrición y se podría haber evitado. Este otoño la revista Soberanía Alimentaria dedica su último número al campesinado palestino y por extensión a la Cultura Àrabe, a su memoria y a nuestros vínculos mediterráneos. Porque ¿qué será de nuestro otoño mediterráneo sin naranjas y aceitunas? Comencemos a preguntarnos cómo mantener ese vínculo que significa también respetar la vida, toda la vida, no solo la humana.
Quiero terminar este artículo con un fragmento del poeta palestino Mosab Abu Toha, que acaba de publicar Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído. Poemas desde Gaza (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo):
“Mi hija se llama Yaffa. Me acerco a escuchar las palabras de su boca cuando habla, y oigo el mar de Yaffa, las olas acariciando la orilla. La miro a los ojos, y veo las pisadas de mis abuelos marcadas todavía en la arena.
¿Como te fuiste de Gaza? ¿Piensas volver? Debes quedarte en EE UU. No debes pensar en volver a Gaza. Cosas que me dice la gente”.
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