Olvidar la COVID19 gracias a ‘Un ballo in maschera’ en el Teatro Real
El Teatro Real abrió anoche su nueva temporada con una producción escenificada de Un ballo in maschera, adaptada por Gianmaria Aliverta, su propio director de escena, para cumplir con las medidas de seguridad por la COVID19. La velada fue un éxito gracias a la entrega tanto de los solistas como del coro y la orquesta, que pusieron en pie algo que hasta hace bien poco parecía imposible. Una velada, además, marcada por un alegato antirracista que está de plena actualidad
El director de escena Gianmaria Aliverta aseguró durante la rueda de prensa de presentación de este Un Ballo in maschera, primer título de la nueva temporada de ópera del Teatro Real, que trataría de lograr que el público se olvidase durante unas horas de la existencia de la pandemia. Precisamente ha sido el coronavirus el que le ha obligado a actualizar a la nueva realidad esta producción que estrenó en la Fenice de Venecia en 2017 y más tarde llevó a China. Tras asistir anoche a la primera función oficial de las 16 que se ofrecerán en el coliseo madrileño se puede decir que Aliverta, y por extensión todo el equipo del Teatro Real, se han salido con la suya.
Tras las 27 representaciones de La Traviata -que en versión de concierto semiescenificada- cerraron en julio la temporada pasada, anoche se notaba que había muchas ganas de ópera representada. Ganas por parte del público, pero también muchas ganas por parte de todos los implicados en el terreno artístico. Los solistas salieron a arriesgar y a divertirse. Nicola Luisotti, director musical, condujo a una orquesta que traspasó el foso con emoción y brío; el coro del Teatro Real no solo cantó con la calidad de siempre, también supo ponerse en manos de Aliverta para convertirse, en ocasiones, en un elemento más de la escenografía.
Aliverta asegura que ha tratado de abordar las limitaciones que impone la COVID19 “como una oportunidad”, desde las mascarillas que reproducen los rasgos de las caras de los 14 bailarines en escena, “hasta llegar al dueto de amor más esperado de la ópera entre Riccardo y Amelia, cuya lectura, a causa de la obligación de distanciamiento, será aún más pura y casta”. Sobre este momento del segundo acto, Luisotti había asegurado que la música sería capaz de abrazar a los dos protagonistas. Y así fue. El tenor Michael Fabiano y la soprano Anna Pirozzi se cantaron el uno a la otra con ternura y precisión, mientras la orquesta los llevaba en volandas a la cima de un amor tan inocente como imposible.
El barítono Artur Rucinski, en el papel de Renato, fue uno de los más aplaudidos de la noche, sobre todo tras su aria Eri tu. La mezzosoprano Daniela Barcellona brilló en el papel de la hechicera Ulrica, poseedora en ocasiones de unos graves como de otra dimensión, y Elena Sancho convenció como Oscar. Los dos quintetos de la ópera fueron vibrantes y el dúo protagonista logró grandes momentos de emoción en los dos números finales. Fabiano murió anoche con tanta verdad que fue el remate perfecto para una gran velada.
Originalmente, Verdi y su libretista, Antonio Somma, ambientaron la ópera en la corte del rey Gustavo III de Suecia, pero se dieron de bruces con la censura. Eso de ver a un rey asesinado en escena no era, digamos, lo más comercial para un teatro privado, pero tampoco lo más adecuado para las objeciones de los censores estatales. Así que ambos se vieron obligados a cambiar el escenario al Boston del siglo XVIII y con ello sacrificar la trama política que subyacía en el original: un rey que abraza las teorías de la Ilustración y que es visto con odio y recelo por una clase que acaba de perder sus privilegios. No le tocó esta vez al rey Felipe VI y su mujer, la reina Doña Letizia, que asistieron a la representación en apoyo de la Cultura en España, tener que presenciar regicidios en escena.
La trama, pues, acaba sustentándose tan solo en el típico triángulo amoroso. En una pasión imposible, en un funesto malentendido y en una camarilla de peligrosos pusilánimes cuyo odio se alimenta exclusivamente por un rosario de agravios personales. Renato asesinará durante el baile de máscaras a su amigo Riccardo, gobernador de Boston, por algo en principio tan superficial como la creencia de haber sido traicionado. Porque cree que le han puesto los cuernos.
Gianmaria Aliverta consigue, con mucha perspicacia y sabiduría, devolverle el subtexto político a la trama situando el asunto en el periodo de composición de la propia ópera. Saltamos casi un siglo para situarnos en los Estados Unidos de la década de 1860 a 1870. En palabras del propio Aliverta, “en el periodo en que Abraham Lincoln aprueba la 13ª enmienda que consagra el final de la esclavitud”. “Riccardo encarna la herencia política de uno de los muchos nobles de Boston que fueron promotores de la enmienda, así como de la construcción de la estatua de la Libertad”.
El Boston del siglo XIX en los años inmediatamente posteriores al final de la Guerra Civil estadounidense proporciona un entorno político perfecto para lograr que Renato utilice al “lado oscuro” para lograr su venganza. Se abraza a los intolerantes, abusivos y violentos que piensan que es aberrante siquiera pensar en los derechos de seres inferiores. Una casta abyecta que ha sido derrotada y que ha visto cómo la esclavitud ha sido abolida. Una caterva que cree ciegamente que es todo un delito contra la propiedad haberlos dejado sin su mano de obra gratuita nacida para ser explotada, vejada y subyugada. Hombres y mujeres dispuestos a llegar incluso hasta el asesinato para evitar el final de su mundo de privilegios y torturas.
A lo largo de la ópera vemos varios episodios de abuso e intimidación contra los negros. Tortura y asesinato en el segundo acto, en claro contraste con uno de los momentos más memorables musicalmente de la obra: el dueto de amor que transcurre con la presencia del cadáver de un negro que el público ha observado cómo es perseguido y asesinado. Hasta llegar a la impactante reunión de un grupo del Ku Klux Klan que no ofrece ninguna duda de lo que se está guisando en segundo plano en esta tragedia. Un juez que hemos visto en el primer acto se quita su capucha y acerca su tea llameante al cuerpo sin vida del negro mientras ríe con satisfacción.
La transformación que ha tenido que realizar Aliverta de su propia propuesta para adecuarla al protocolo de seguridad se basa en utilizar toda una artillería de elementos que dinamizan lo que a priori debería ser un espectáculo estático por culpa de la distancia de seguridad. Hay efectos de profundidad, elementos de escenario giratorio, el coro es utilizado casi como un elemento escenográfico más. El regista italiano exprime al máximo las capacidades técnicas del Teatro Real para suplir las carencias que le impone la distancia. Y lo que no puede hacer la escenografía se encarga de hacerlo la música. Teatro, música y canto lograron anoche el prodigio. La maravilla de volver a asistir a una ópera escenificada en tiempos de pandemia y el milagro de que, por unas horas, desaparecieran el temor y la incertidumbre. Ojalá esa magia dure mucho tiempo dentro de este teatro. Dentro de todos los teatros.
Puedes consultar aquí las próximas funciones de ‘Un ballo in maschera’ en el Teatro Real
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