Otra vuelta de tuerca y de pensamiento cínico de Anne Carson
Los poemas de Anne Carson (Toronto, 1950) son jeroglíficos que nos definen. Ella misma ha dejado de ser una mujer para convertirse en la Gran Metáfora. En ‘Agua Corriente. Poesía y ensayos’, un libro de un eclecticismo deslumbrante, la escritora canadiense nos vuelve a sorprender con su genialidad. Su pensamiento aniquila la rutina, lo establecido, aquello que sin razón nos embelesa mientras habitamos un día cualquiera. No hay límites para el pensamiento y el cinismo de Carson; para su erudición al interrelacionar lo actual con lo clásico, lo cotidiano con lo mitológico.
Cuando Carson toca una palabra, el lector tiene garantizada su polisemia, aunque esa palabra solo tenga un significado y una acepción en los diccionarios.
Cuando Carson toca una palabra interrelaciona culturas, tiempos verbales, literatura y vida. Historia e intrahistoria. Y todo esto hace de sus libros caudalosos manantiales semánticos y emocionales. Profundos lagos en los que todos los movimientos son posibles.
Desde que comencé a leer a Carson, desde que la descubrí leyendo La belleza del marido, he tenido la certeza de estar ante la escritora más completa del siglo XX y del siglo XXI. Ante una mujer que sale de su cuerpo para meterse en el cuerpo de cada uno de sus lectores, en cada una de las palabras que escoge y sobre todo en el cuerpo de los protagonistas que viven en sus libros. Carson es una resucitadora, la mujer capaz de traer de vuelta a Aristóteles o Helena de Troya y a tantos héroes y tantas otras heroínas de la cultura clásica sin que se note que han traspasado la barrera del tiempo.
Carson es la erudita que acorta su biografía en la contra de sus libros y alarga hasta el infinito la biografía de los muertos dentro de ellos. Carson es naturalidad y verdad en estado puro, y lo es más que nunca en Agua corriente, un libro de un eclecticismo deslumbrante en el que de manera paradójica amalgama un orden estricto de narración. Carson no improvisa, no, y le adjudica a su imaginación potentes vehículos narrativos para llegar al lugar que quiere.
Por eso la narración de esta pentalogía que ofrece Agua corriente comienza siendo un reto despiadado con el lector, comienza siendo como ese abismo al que no se llega solo, y al que hay que decidir asomarse. Porque no voy a engañarles, en el primer instante este valioso libro ofrece un horizonte infranqueable. Las primeras reflexiones, las primeras certezas, las primeras conversaciones que la autora mantiene con sus personajes ya le hablan al lector de que está ante un texto al que ha de prestarle toda la atención. Un texto que está perlado de intencionalidad y de generosidad.
Hay un juego exigente entre imágenes y significados en Agua corriente. Anne Carson vive instalada en la transgresión más erudita que existe a día de hoy en la literatura y al mismo tiempo más jubilosa. Deshace la mitología clásica y se queda con su piel para cubrir con ella las partes de la vida que son necesarias para no caer en el aburrimiento, para medrar en el lento camino de la inteligencia, pero nunca desde la racionalidad, sino más allá de ella:
“Ninguno semejante:
entre los toros que embisten ninguno semejante al de las orillas mortales del Hermo.
Ninguno.
Aquellos ancianos que lo vieron, vieron las puntas de la fuente.
Empitonó a Dios.
Dicen que de su espina dorsal salía directamente el sol”.
De una reflexión mínima nace la mejor poesía, la del cuerpo más denso y, a la vez, la que ejecuta las traslaciones más naturales:
“Una media luna entre los pinos al amanecer
angulosa como la caja torácica de una joven”.
Carson es la dueña absoluta de la mezcolanza, pero desde la conexión más pletórica entre sus reflexiones. En Agua corriente hace concurrir una miscelánea parecida a esas visiones que ofrece solo el sueño, enérgicos flashes emocionales que arrinconan con su luz lo banal, que hacen replegarse a la inercia como la muerte hace replegarse a un soldado que no cree en el poder de la guerra, que se anticipan a todo:
“El hombre que cojea conoce el acto sexual mejor que nadie…”.
Convierte en pensamiento lo que sin su intervención no formaría parte jamás de nuestra cotidianidad. Hay un sinpar dramatismo en las reflexiones de la poeta canadiense, todo es celebración pese a la transcendencia de cada paralelismo, de cada entronización de la palabra. Hay un trono de lucidez esperando a sus venturosas temeridades asociativas. Cuando habla de Mimnermo, abre en nuestra memoria una brecha, una herida en la que borbotean descubrimientos vitales para romper con la monotonía de cada una de las vidas que recoge. Carson conoce las deficiencias y las necesidades de quien no se conforma:
“La muerte, la vejez, la pobreza, la ceguera, las habitaciones vacías, la mente anulada. Es como si la oscuridad se inventara esos males, que se presentan sin más razón que el que la luz haya desaparecido. Al pasar del sol a la sombra en sus poemas, sentimos cómo el contraste nos recorre la nuca como si fuera agua helada. Y entonces morir cuanto antes es mejor que vivir”.
Carson nos involucra con extrema inteligencia en su necesidad de conocimiento y de sentimiento. Hace que importe lo que a priori seria descartado por alejado de nuestra productividad emocional diaria.
Carson busca sin tregua a su interlocutor idéntico y, mientras lo hace, le da un vuelco a la vida de quien lee sus libros.
Carson nos vuelve osados, voluntariosos, analíticos, vehementes, pero, sobre todo, le confiere a nuestra mirada el deseo de profundidad. Su pensamiento aniquila la rutina, lo establecido, aquello que sin razón nos embelesa mientras habitamos un día cualquiera. Carson construye un mapa inasequible si se observase lejos de su análisis, lejos de su perseverancia cognitiva respecto al mundo clásico y al discurso poético con que interrumpe e irrumpe en el mundo actual. Lo dice muy claramente el magnífico texto escrito por Margaret Christakos y recogido en este volumen y cuyo título no podría definir mejor el universo de Carson: Cristal, escoria: Unas pocas palabras sobre las corrientes talladas de Anne Carson. Y en párrafos como estos, párrafos de un ímpetu pragmático:
“El invierno es el tiempo de la mente. No te vanaglories demasiado de tu propia autoridad sobre las cosas”.
“En las últimas décadas Carson nos ha mostrado cómo empujar la antigua poesía a través de la corteza de la nueva poesía”.
Agua corriente es un libro de una caudalosa riqueza conceptual, un libro que acoge sus maravillosas y didácticas short talks, demoledoras y enriquecedoras, poli-emocionales y poli-académicas en un equilibrio que maravilla a quien las lee. En ellas no le importa reflexionar, porque es consciente de que de cada una de las reflexiones vertidas en ellas el lector debe quedarse con una ínfima parte de lo enunciado, porque el cómputo de la indagación se expresa desde lo mínimo. Agua corriente es un testamento de una incontrolable humanidad, un testamento de contumaz falibilidad en el que Carson halla la clave de su existencia y de la de todos:
“La vida es aprender”.
En él Carson volatiliza la normalidad del lirismo con sus transgresoras imágenes, con su necesidad de vapulear los contenidos puramente poéticos. Carson escribe filosofía lírica, poesía pragmática de una relevancia descomunal:
“Nos pilló escabulléndonos como adúlteros entre las frescas sombras de color verde. El río abría y cerraba sus labios pedregosos. El río apretaba a Seurat contra sus labios”.
El sofisticado y brutal engranaje de los textos que recoge este volumen deslumbra. La autora enriquece el contexto hasta hacerlo explotar, y lo abre en canal para extraer de sus restos la más exacta de las metáforas.
No hay límites para el pensamiento de Carson. Recorre de punta a punta todas las opciones posibles. Sus pensamientos no se mueven en una sola dirección, se asemejan a esas lagartijas que pelean por que haya coherencia en el juego de esos niños que las someten sin piedad a la mutilación y, pese a eso, no dejan de buscar su lugar bajo el sol sin avergonzarse de lo que les falta.
Carson siempre usa el sarcasmo como avanzadilla al exponer las verdades ocultas o falsamente olvidadas que sobreviven en un día cualquiera en la vida de cualquiera. El cinismo útil es su púlpito. Impresiona el hábito reflexivo y desmenuzador que posee Carson. Su erudición al interrelacionar lo cotidiano con la base de todas las culturas. Ella no se olvida de la mitología y le da una utilidad para la que ya no estaba ni preparada ni dispuesta:
“Las cosas importantes son el viento, la maldad, un buen caballo de combate, las preposiciones, el amor inextinguible, la manera en que los pueblos eligen a su rey. Entre las cosas triviales está la tierra, los nombres de las escuelas de filosofía, el estado de ánimo, la hora exacta. Hay más cosas importantes que triviales en términos generales, aunque haya más cosas triviales de las que he escrito aquí, pero resulta desalentador ponerlas en una lista. Cuando pienso en ti leyendo esto no quiero que quedes cautivada, separada de tu vida por una malla metálica revestida de cristal, como una Electra cualquiera.”
Las metáforas de Carson van más allá del futuro de la propia poesía. Impresiona la movilidad con que piensa, con que distribuye la belleza, ya sea desde su apego a lo clásico o desde su desapego a la realidad viciada por los estereotipos poéticos:
“Día tras día pienso en ti nada más despertarme. Alguien ha colgado del aire gritos de pájaros como si fueran joyas”
Los poemas de Anne Carson son jeroglíficos que nos definen. Ella misma ha dejado de ser una mujer para convertirse en la Gran Metáfora. Es una diosa descreída que zarandea el mundo en busca de un orden heterodoxo que nos pertenezca:
“Mi labor consiste en transportar las cargas secretas de mundo. También transporto ideas prematuras y pecados en general”.
Mientras se adentra el lector en la lectura de Agua corriente le parece imposible que exista todo lo que existe en este libro. Las tipologías emocionales que incluye, la transgresión naturalista y naturalizada con que hechiza a quien participa de este triple hechizo. Carson se percibe como una dueña/habitante de una ensoñación inalcanzable para el resto; pareciera que su cerebro es un laberinto que va siendo abandonado a través de los mejores versos y de las mejores analogías:
“Las historias se acaban, pero tú tienes que proseguir con tu día. Tienes que cambiar de posición, alzar los ojos, volver a darte cuenta del ruido del tráfico, quizás ir a por tabaco”.
“Es ya muy tarde cuando te despiertas dentro de una pregunta”.
“Vivimos gracias a aguas que escapan del corazón”.
¡Qué importante es esta crónica multivital que hace a través de los capítulos de este libro! Qué importante es cómo profundiza en la realidad de la naturaleza humana y cómo vive a través de sus distintas y libertinas naturalezas y cómo atravesando sus indómitos cuerpos encuentra la plenitud y el sentido de su discurso. Su sinceridad traspasa la carne como si la carne de nuestros cuerpos no fuese una coraza que se engrosa un poco cada día con un barniz delgado, pero perseverante.
Sin duda si hay una palabra que define a este libro es profundidad, profundidad y profundidad. La que la beneficia a ella, pero, sobre todo, nos beneficia al resto.
Agua corriente es una aventura excepcional, exigente e inolvidable, el libro que más compromete a la siempre comprometida Carson. Un libro compacto y a la vez orgulloso de sus grietas, del sabor de sus agridulces sentencias, un libro nada condescendiente con el lector. Un libro que lo atrapa como ese anzuelo que desafía la inteligencia de un pez milenario. A través de él Carson entra en nuestra mente con muchos anhelos, sabe que Agua corriente es el libro que, leído con lentitud, va a darle a cada lector las respuestas que necesite, sabe que Agua corriente es magia blanca en la extenuada boca del sediento.
Imprescindible.
‘Agua corriente’. Anne Carson. Cielo eléctrico. Edición bilingüe. Traducción de Andrés Catalán. 406 páginas.
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