Paco Inclán sale en busca de las anécdotas más remotas
¿Cómo es ese viaje en busca del último hablante de una lengua que vive dentro de tus fronteras? ¿O atravesar la Habana con el fin de encontrar el chiste que mató a un escritor? ¿Un viaje al país del esperanto, pero encerrado en un museo? Las respuestas a estas preguntas hilarantes descansan en la última obra del escritor valenciano Paco Inclán, ‘Dadas las circunstancias’ (Jekyll & Jill).
En ella, el escritor valenciano narra en ocho cuentos ocho mapas territoriales de manera poco convencional, ya que es la anécdota la que da esa fuerza narrativa al lugar. De esta forma, Inclán sale al mundo como si lo pudiera inventar para demostrarnos que, como reza la contraportada del libro, “cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia”.
‘Dadas las circunstancias’ es un viaje por diferentes ciudades a la búsqueda de una anécdota, de una curiosidad.
Es un cúmulo de calamidades que puestas todas juntas dan un resultado paródico. También es una salida a ver el mundo como si pudiera inventármelo.
¿Cómo te topas con esas calamidades? ¿Y por qué llevarlas a tu literatura?
El punto de partida es la curiosidad, me interesan mucho los asuntos periféricos, tangenciales. Qué sucede cuando aparentemente no sucede nada o cuando el foco informativo desaparece. También me interesa contar ciertos lugares desde perspectivas no convencionales. Por ejemplo, el relato sobre Cuba es una forma de narrar la isla desde una óptica a la que no estamos acostumbrados; en este caso, a través de la historia de un poeta decimonónico que se murió mientras le contaban un chiste. Buscar el contenido de ese chiste es solo un pretexto para empezar a caminar por La Habana. Son anécdotas que funcionan como arranque para narrar determinados contextos desde otros puntos de vista.
Al igual que la anécdota tiene mucho peso dentro del cuento, la ciudad donde ocurre también. ¿La ciudad donde buscas la anécdota está ligada con ella?
Sí, totalmente. Primero localizo la historia que quiero narrar y después me desplazo al lugar donde puedo encontrarla. Para mí todos los lugares son susceptibles de ser narrados. Para la cuestión de la felicidad, por ejemplo, tendré que ir a Bután a buscarla. Allí hay un Ministerio de la Felicidad, el concepto de Felicidad Interior Bruta… Hay lugares que inevitablemente ligo a determinados temas.
Antes decías que sales a inventarte el mundo con estos cuentos, pero también que es una narración del mundo. ¿Cómo encajas esto?
Esta es la pregunta de cuánto de verdad y cuánto de ficción hay en las historias. Digamos que abro una grieta entre realidad y ficción. En mis cuentos hay un narrador que no tengo por qué ser yo, aunque a veces se me parezca. Me interesa compartir historias con el lector y poner todos los medios a mi alcance para que sean lo más atractivas posibles. Por ello, empleo el tipo de género que necesito en cada momento.
Cuando empecé a escribir, sí que tenía una conciencia más periodística, pero luego encontré mi voz en un terreno en el que realidad y ficción se diluyen. Lo que me interesa es contar historias, sean veraces, verificables o verosímiles. Busco que el conjunto en general mantenga una línea de credibilidad. Eso me interesa mucho. Cuando empiezo a investigar, me apoyo en fechas y datos reales. Al igual que los lugares; necesito haberlos pisado para poder inventármelos después. Ahí está el juego.
La relación con la anécdota y la ciudad hace que los cuentos tengan mucha carga simbólica. La anécdota también describe el sitio.
Sí. Lo que narro en los relatos son también los procesos de construcción de las historias. Inevitablemente voy a contar el lugar, las personas que me encuentro, las circunstancias… y al final el motivo por el que hago el viaje es casi secundario. Me interesa mucho el concepto de psicogeografía: cómo influye un lugar en el comportamiento psicológico de las personas, la carga subjetiva que tiene la cartografía a través de cómo ocupamos el espacio. Por eso la idea de meter mapas en el libro, para fijar las historias en los territorios donde ocurren.
Otra de las herramientas que utilizas mucho en los cuentos es la metalingüística.
El lenguaje me fascina, le dedico mucho tiempo. Doy clases de español a personas migrantes y refugiadas; explicar el funcionamiento de una lengua es también una manera de comprenderla. Me interesan mucho las lenguas universales, las lenguas extinguidas… quizá no tanto para aprenderlas como para investigar todo lo que las rodea a nivel cultural, social… Eso lo encontré con la lengua erromintxela, una mezcla entre el vasco y el romaní. Cuando me di cuenta de que era una historia sobre la extinción de una lengua que tenía cerca, fui a buscarla a través del encuentro con su supuesto último hablante. Trabajo mucho el lenguaje en los relatos. Por ejemplo, puedo pasar varios días decidiendo si es mejor poner impedir o evitar en una frase; parecen sinónimos pero no lo son. Las cuestiones lingüísticas me interesan mucho y cuando escribo intento llegar a la máxima precisión posible.
Esa obsesión de la que hablas con las anécdotas, ¿de dónde crees que viene?
De la curiosidad extrema por lo que sucede en el mundo. Me encanta escribir y viajar, y creo que he encontrado la forma de juntar ambas dedicaciones. Esa necesidad de salir en busca de algo y apropiarme del lugar donde estoy a través del lenguaje. Para mí el viaje no es tanto el trayecto como el hecho de permanecer en un sitio. Cuando llego a una ciudad, me gusta hacerla mía, encontrar mi bar de la esquina, conocer los detalles del barrio donde estoy, conocer sus historias, sus rincones… Necesito de mucha información que luego emplearé en los relatos.
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