Paco Tomás y su #DiscoDeVersiones
Nuestro columnista Paco Tomás se tira a la piscina y tras un fin de semana de resaca imagina cuál sería su disco ideal de versiones. Esas recopilaciones terapéuticas que hacen a veces los artistas para sacarse la espina de no haber sido capaces de componer determinadas canciones. Lo que podríamos llamar los Lp’s de la neurosis.
Les propongo un entretenimiento. Con ello no quiero dar a entender que ustedes no tengan ya sus distracciones propias. Estoy seguro de que existen y además son muy satisfactorias. Simplemente comparto algo que me entretuvo el pasado fin de semana –todos hemos vestido de gris un sábado y amanecido con la misma ropa un domingo- y creo que puede contribuir a conocerse mejor a uno mismo. Parece que estuviera justificando una grandiosa chorrada con el argumento manido y televisivo del experimento sociológico. No es eso, pero sí pienso que la mayoría no nos conocemos tan bien como se supone que deberíamos. Lógica pura. Creo que conocemos mejor al individuo social que somos, a la proyección de nosotros mismos, a la persona que los demás esperan ver en nosotros, que al individuo que realmente somos. Pero, vamos, que tampoco es necesario dotar de un postureo trascendental lo que solo fue un divertimento con el que superar un mal fin de semana.
Imaginé que tenía la oportunidad de crear mi propio disco de versiones. Como los artistas o grupos que reinterpretan aquellos temas importantes en su vida, que lo hacen a modo de tributo terapéutico, que ocupan un espacio y unos sentimientos que ya existían, que ya habían sido expresados por otros, para que sean aún mucho más suyos. Porque una canción, en el momento en que se edita, deja de pertenecer emocionalmente a su autor y forma parte de la banda sonora de cada una de las personas que conecta con esa letra y esa música. Incluso alterando su mensaje original y adaptándolo a lo que ellos quieren escuchar. Buscar la identificación. Pero si la versionas, si simplemente le aportas tu voz, esa historia pasa a ser tuya, entra en tu repertorio, te completa. Por la razón que sea. Y como estaba muy cansado de Rajoy, de Mas, de la suciedad intolerable de las calles de Madrid, de Volkswagen y de las vacaciones del ministro Soria, diseñé qué temas formarían parte de mi personal álbum de versiones. Pura evasión con aliño de terapia.
Lo primero fue decidir cuántos temas incluía en mi álbum. Valorando la situación de la industria discográfica, opté por diez. Formato LP. Luego vino el idioma. De un modo natural, la mayor parte de las canciones que fueron apareciendo estaban interpretadas en español, pero intentando buscar un equilibrio entre lo que soy y lo que aparento ser, me adentré en otras lenguas menos asiduas pero igual de emocionales. Y le busqué un título: Mientras tanto, las hienas se ríen de mí. Lo sé. Es un spoiler.
Al final salió este disco de versiones que hoy, en un ejercicio de ausencia de pudor del que espero no arrepentirme, comparto con ustedes, lectoras y lectores de El Asombrario. Por qué optas por una canción y no por otra, con cual de ellas abres el álbum y cuál es la elegida para cerrarlo, todo eso que puede parecer algo aleatorio, nunca lo es. Y en este juego, en el fondo, te enfrentas a una parcela de ti mismo que puede resultar muy interesante, siempre y cuando estés dispuesto a afrontar ese ejercicio de contemplación externa. No les aburro más con los preámbulos. Mi disco de versiones sería más o menos así:
CORTE 1. ‘AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS’ (1971)
Versionar a Joan Manuel Serrat no tiene nada de novedoso. De entrada, soy menos singular de lo que he llegado a creerme. Tal vez eso me convierta en alguien más universal. No lo sé. Pero esta canción siempre aparece en mi mente cuando busco mi banda sonora. Es breve –cada vez valoro más la brevedad (no precisamente en este artículo)- y sencillamente perfecta. Es una canción sobre la memoria, sobre el tiempo, sobre el paso del tiempo. Y ese tema sospecho que está instalado en mi inteligencia emocional a perpetuidad. Es tan evocadora que me asusta. Porque mi mayor peligro reside en mi espontánea tendencia a abandonarme a la nostalgia. Conservo detalles, recortes, objetos en apariencia inútiles porque veo en ellos resortes de la memoria. Esa que explota en tu cabeza cuando abres una caja de la adolescencia. Y te abandonas a su merced, como hojas muertas. Y lloras. Procurando que sea cuando nadie nos ve.
CORTE 2. ‘IN BETWEEN DAYS’ (1986)
Cambio de registro. Supongo que me gusta sorprender. Precisamente eso sucede con esta canción. Su ritmo es pop, amable, cuando en realidad está hablando de miedos, de pérdidas. Me gustan las historias que esconden historias dentro, como matrioskas. Los universos en los que nada es lo que parece. Es un tema que tengo relacionado a la juventud, una época de mi vida en la que lo único que me interesaba era de color negro. Ausencia de color. The Cure fueron, en aquel momento, algo más que un grupo; eran una estética. Y en esos años de reconocimiento de uno mismo, en las tardes de barrio, aceptamos que uno podía ser lo que aparentase ser. Y ser “normal” era absolutamente detestable.
CORTE 3. ‘SLEEPING BY MYSELF’ (2011)
Sí, no puedo seguir ocultándolo. Llevo dentro una drama queen luchando por ser aceptada en público. Y este tema es perfecto para revolcarse en el trono. Es el más reciente de todo el álbum y con él situé a Eddie Vedder en un lugar en el que nunca le hubiera colocado con Pearl Jam, su banda, aunque dos años después interpretase este tema con ellos. La canción forma parte del segundo disco que sacó Eddie Vedder en solitario, titulado Ukelele Songs, y crea, en dos acordes y con su primera estrofa –“I should have know there was someone else”- la atmósfera perfecta que necesita una classic victim song. Es breve pero implacable. La infidelidad, el abandono, un perfecto espinar donde revolcarse. Porque uno de los grandes atractivos del dolor es que genera adicción y cuando nos sentimos abandonados recurrimos a él para que, como el cemento que la mafia ataba a los pies del delator, nos ayude a hundirnos lo antes posible. Pocas sensaciones hay tan desoladoras como la de una cama que acogió a dos y que, de repente, solo sirve para dormir contigo mismo. Esa sensación.
CORTE 4. ‘ALGO CONTIGO’ (1976)
Adoro este tema incluso desde antes de que pudiera confesar que lo adoraba. En una tribu urbana siniestra, donde todo lo que nos interesaba era negro, donde nuestros referentes eran The Cure, Siouxsie y Bauhaus, asumí que no se vería con buenos ojos que yo explicase que la canción con la que más identificado me sentía era una de Los Panchos con María Martha Serra Lima. Pero ese prejuicio también lo rompió el cine de Pedro Almodóvar. Es la única canción de este disco fantasma que está directamente asociada con mi familia, con la influencia musical de mis padres. No tengo hermanos mayores y mi primer contacto con la música estaba asociado a los gustos musicales de mi padre y mi madre, o sea, zarzuela, copla y boleros. Bueno, y el Dúo Dinámico.
La primera vez que me detuve a escuchar la letra caí seducido ante esa perfecta declaración de intenciones. ¿Quién no ha estado alguna vez enamorado de alguien a quien no sabía cómo explicarle lo que sentía? ¿A quien no le han ofrecido amistad cuando lo que estaba demandando era amor? Elegir este tema demuestra que sigo teniendo la fea costumbre de enamorarme de quien no debiera, de quien no suele albergar sentimientos recíprocos, para acabar empleando demasiado tiempo en inventarme inocentes excusas para pasar por su casa o, en su defecto, enviarle un whatssap.
CORTE 5. ‘SE TELEFONANDO’ (1966)
Decir que adoro a Mina Mazzini tampoco me hace especial. Tengo buen gusto, eso sí. Y de los cientos de canciones que esta mujer, casi diosa, ha grabado opté por esta. Primero porque tiene arreglos de festival de la canción –la música es del mismísimo Ennio Morricone-, porque es de lucimiento vocal –que eso para un fan de los karaokes ya es un tanto- y porque resulta absolutamente analgésica –prueben a cantarla en la ducha y olvídense del hidromasaje-. Sin embargo, no es una canción en la que canta la víctima, la persona abandonada, el despechado. Aquí interpreta su sentimiento el que deja, el que pretende poner punto final a una historia de amor pero con esa insolencia de la canción italiana que reconoce que si pudiera dejar a la otra persona por teléfono, lo haría. En esto del amor y las relaciones nadie asume un mismo rol toda la vida. Supongo que mi parte razonable eligió el tema. Mi yo social.
CORTE 6. ‘NEVER LET ME DOWN AGAIN’ (1987)
Pocas canciones tienen un arranque tan efectivo y envolvente como esta. Esos acordes de guitarra eléctrica distorsionada rotos por un contundente y premonitorio golpe de percusión. Perfecto para inaugurar la cara B si piensas en vinilo. En un disco lleno de canciones dedicadas al amor y al desamor, necesitaba rendir homenaje a la amistad. A estas alturas del disco empiezo a pensar que el amor, la amistad y la memoria son los tres conceptos más importantes de mi vida. En el tema de los Depeche Mode, una de mis bandas favoritas, se habla de la amistad, de las segundas oportunidades, incluso hay quien hace lecturas relacionadas con las drogas, pero sobre todo me interesa que alude a uno de los sentimientos más antipáticos que existe: la decepción. Es igualmente molesto para el que lo provoca, casi siempre de manera involuntaria, que para el que lo sufre. Todo eso en una atmósfera sonora muy onírica, que ayuda a despegar los pies del suelo y a recordar que, independientemente de nuestro umbral de tolerancia al dolor, necesitamos alguien a nuestro lado que, mirando las estrellas, nos diga que todo va a salir bien esta noche.
CORTE 7. ‘SOUND AND VISION’ (1977)
Una canción de Bowie. Sigo sin añadir innovación a mi receta. Aunque si me paro a pensar que lo lógico hubiese sido elegir Space Oddity, Heroes, Life on Mars?, Rock’ n’ roll Suicide, Golden Years,… lo mismo sí hay algo diferente en todo esto. Me gusta Sound and Vision porque tiene poca letra y una música estupenda para bailar. Me gusta bailar. Y sin embargo acabo de darme cuenta de que hace mucho que no lo hago. Y cuando hablo de bailar no me refiero a seguir el compás con los pies y la cabeza, como hace la mayoría de las personas en los clubes y sesiones de moda.
Es una canción de dormitorio. De encerrarse en la habitación y construir paraísos artificiales basados en el sonido y la imagen. Por eso la tengo también asociada a una época de descubrimientos, de reconocimientos y confirmaciones. Una época en la que había mucha calle pero también, por extraño que parezca, mucha soledad y mucho dormitorio. Y allí dentro, todo era un experimento. Imagino una banda espectacular dando cuerpo a esa melodía y yo, moviendo mucho las caderas, bailando a su alrededor, cerrando los ojos y dejándome llevar. Ese es un deseo que nunca cumpliré porque me aterra perder el control. Quizá por eso sueño con perderlo.
CORTE 8. ‘AMOR PARTICULAR’ (1984)
Descubrí este tema de Lluís Llach bastante después de que se editase. De hecho, me lo descubrió un amor pasajero. Apenas estuvo unas horas en mi vida pero, por esos giros de guión del destino, aquí está, en mi álbum de versiones.
Durante décadas entendí esta canción como una declaración de amor particular. Fue culpa de esa especie de habilidad detectivesca que todos los que habitamos una emoción afectivo-sexual distinta a la heterosexual hemos desarrollado con los años, esa que nos permitía leer entre líneas, descifrar, identificarnos con Natalie Wood en Esplendor en la hierba y convertir, en nuestra imaginación, esa película de Elia Kazan en nuestro primer Brokeback Mountain. Cuando me enteré que realmente era una canción que el cantautor había dedicado a su público, me decepcioné tanto que dejé de escucharlo. Por suerte, el tiempo se ha encargado de confirmar que las canciones, al visibilizarse, dejan de pertenecer emocionalmente a su creador y pasan a ser nuestras. O sea, que son lo que uno quiere que sean. Y para mí, a pesar de Lluís Llach, es mi canción de amor particular.
Uno de mis temas favoritos de aquel EP de Gabinete Caligari que fue mi disco preferido del grupo porque incluía tres de las mejores canciones que se hicieron en España en los años ochenta: Cuatro rosas, Más dura será la caída y este Caray! El día que decidí añadir el ‘señor’ a mi imagen virtual no estaba haciendo otra cosa que manifestar mi orgullo ante el hecho de hacerme mayor. O como decía Shirley Bassey, hacerme mejor. Supongo que la elección del tema tiene que ver con otro rasgo de mi personalidad al que le he dado poca baza en este juego: mi sentido del humor. Porque, en los ochenta, muchos entendieron la canción de Gabinete como una apología de una masculinidad trasnochada. Escucharla hoy demuestra que tenía tanto de certeza como de sentido del humor. Para mí es una especie de versión cañí del Amarraditos de María Dolores Pradera. Es un tema que un señor como yo, en una distinguida edad madura, debe cantar en algún momento para reivindicar el dandismo, la buena educación y la elegancia. Y para eso está este juego, para satisfacer mis deseos más lunáticos.
CORTE 9. ‘CARAY!’ (1985)
Uno de mis temas favoritos de aquel EP de Gabinete Caligari que fue mi disco preferido del grupo porque incluía tres de las mejores canciones que se hicieron en España en los años ochenta: Cuatro rosas, Más dura será la caída y este Caray! El día que decidí añadir el señor a mi imagen virtual no estaba haciendo otra cosa que manifestar mi orgullo ante el hecho de hacerme mayor. O como decía Shirley Bassey, hacerme mejor. Supongo que la elección del tema tiene que ver con otro rasgo de mi personalidad al que le he dado poca baza en este juego: mi sentido del humor. Porque, en los ochenta, muchos entendieron la canción de Gabinete como una apología de una masculinidad trasnochada. Escucharla hoy demuestra que tenía tanto de certeza como de sentido del humor. Para mí es una especie de versión cañí del Amarraditos de María Dolores Pradera. Es un tema que un señor como yo, en una distinguida edad madura, debe cantar en algún momento para reivindicar el dandismo, la buena educación y la elegancia. Y para eso está este juego, para satisfacer mis deseos más lunáticos.
CORTE 10. ‘LLEGANDO HASTA EL FINAL’ (1982)
Es la última canción de mi álbum de versiones. También era la última canción del Grandes éxitos de Alaska y los Pegamoides. Llegando hasta el final, como Aquellas pequeñas cosas, es una canción breve en la que cada una de las estrofas está perfectamente enlazada con el álbum de las vivencias. Supongo que eso las hace indispensables. Es un tema que no importa el tiempo que transcurra, no importa si me paso años sin escucharlo, basta presentir sus primeros acordes para que la letra venga a primer plano de la memoria. Posiblemente sea una de las letras más bellas que ha escrito el tándem Canut-Berlanga. Y lo maravilloso es que ha llegado a la madurez muy bien. Porque, 33 años después, sigo teniendo ganas de que me lleves al río, de verte en el agua sumergido, de volverlo a intentar, de sentarnos de nuevo en el bar, de escucharte hablar de esas cosas que nadie puede comprobar, de que me saques de quicio, de no seguir tus consejos, de dejarme llevar aunque sea para llegar hasta el final.
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