Padres recientes, menos hambrientos de sexo 

Foto: Pixabay.

El libro ‘El padre en escena’ aborda, desde el punto de vista científico, el compromiso de los hombres en la crianza de los bebés y cómo esa cercanía provoca cambios neuroendocrinológicos. El comportamiento cultural de los hombres, en ciertas condiciones, altera la biología, y los guerreros se vuelven dóciles, menos competitivos y menos hambrientos de sexo. Es decir, padres recientes, eróticamente reticentes. 

“Las sociedades en las que los hombres se mantenían más distantes de sus esposas” eran aquellas en las que los hombres valoraban más la ferocidad y la ‘gloria militar’, y donde los niños crecían para ser ‘hiperagresivos”, según dejaban constancia, hace medio siglo, los antropólogos del comportamiento John y Beatrice Whiting.

Habían analizado comunidades como la iatmul o enga de Nueva Guinea y la masái de África Oriental, “famosas por la fiereza de sus guerreros”, que “eran aquellas en las que los hombres solían dormir juntos con otros, apartados de las mujeres, en las casas de hombres, o entre otros hombres guerreros”, narra Sarah Blaffer Hrdy en El padre en escena. Una historia natural de hombres y bebés (Capitán Swing), libro recientemente publicado en español.

Habían analizado 186 culturas representativas de todo el mundo, y, a grandes rasgos, podían dividir a sus miembros entre los que “dormían en la misma habitación con sus esposas, conversaban y comían con sus familias”, e incluso ayudaban a las esposas en el parto, y los hombres que se desentendían absolutamente del cuidado y la cercanía con sus hijos. 

Estos expertos apenas empezaban a vislumbrar cómo cambiaban los comportamientos masculinos, mucho antes de que conocieran “las transformaciones neuroendocrinológicas en hombres íntimamente expuestos a los bebés”. Se trata de “cambios como la disminución de los niveles de testosterona o el aumento de la oxitocina”. Recordemos que la oxitocina es la hormona “promotora de las emociones afiliativas” y que los niveles de oxitocina aumentan cuando una mujer establece un vínculo con su bebé, le da el pecho o goza de un orgasmo. 

Esta hormona contribuye a la sensación de seguridad y bienestar, a la vez que promueve la intimidad entre quienes están interactuando. Resulta, por supuesto, vital para la crianza.

Y, lo mejor: no es algo exclusivamente femenino… De esto va este libro, recientemente aparecido en español (con traducción de Patricia Teixidor), que explica cómo se altera la biología de los hombres cuando cuidan de bebés. 

Hrdy –antropóloga evolutiva y primatóloga– recorre la historia de la crianza masculina para detenerse en los casos que se alejan de la norma de la madre amamantando y el padre, cazando o destacándose en la esfera pública. 

Esta transformación de padres en cuidadores que dejan de lado por un tiempo su faceta de conquistadores no es solo cultural, viene a decir la autora. “Los hombres, en contacto íntimo prolongado con bebés, muestran respuestas casi idénticas a las de los cuerpos y cerebros de las madres”… O de cómo la cultura puede moldear un organismo biológico. 

Las investigaciones de todos los rincones del mundo que la primatóloga aborda extensa y detalladamente nos demuestran dos cosas: 1. Los hombres están perfectamente capacitados para atender los llantos nocturnos de sus hijos, en igualdad de condiciones con las madres (por lo que no existe razón alguna para que no se levanten ellos). 2. Es muy probable que los padres recientes tengan muchíiisimas menos ganas de sexo, incluso si les rozan las más apetecibles presas de la humanidad. 

Así, en el capítulo Cerebro de papá, la primatóloga nacida en Dallas (EE UU) en 1946, admite que, aunque todavía queda mucho por indagar en los “complejos procesos neurofisiológicos implicados”, la información que hay de sociedades de pastores recolectores y de los padres urbanitas contemporáneos indica que, en determinadas condiciones, “las respuestas de los hombres se vuelven notablemente maternales”. 

Al principio, explica, “fue la caída en picado de la testosterona en los nuevos padres lo que atrajo más la atención”, con lo que ello implica en cuanto a la asociación entre testosterona, virilidad, deseo sexual y competitividad. Pone como ejemplo “los estudios sobre veteranos del Ejército y las Fuerzas Aéreas de EE UU, que documentan unos niveles de testosterona más bajos en los hombres casados que en los solteros o divorciados recientemente”. Estos resultados, añade, se repitieron en estudiantes universitarios que mantenían o no “relaciones románticas consolidadas”. Ahora, la especialista se hace varias preguntas: “¿Y si los hombres con niveles más bajos de testosterona fueran simplemente más propensos a sentar cabeza y formar una familia? (…) ¿Y si el hecho de mantener una relación sexual estable permitiera que los impulsos competitivos disminuyeran, o suprimiera de algún modo la producción de testosterona?”.

El caso es que los científicos podían comprobar que “la inminente paternidad, especialmente si iba seguida de un contacto prolongado e íntimo con los bebés, se correlacionaba con niveles más bajos de testosterona”. Se han observado, por ejemplo, cambios endocrinológicos similares en padres humanos primerizos y futuros padres, “en particular niveles elevados de prolactina, una hormona asociada con el embarazo y la lactancia en las madres”. 

En el apartado en el que Hrdy describe Un nuevo tipo de padre, habla, asimismo, de “los padres homosexuales que han tomado conscientemente la decisión de asumir la responsabilidad del cuidado del bebé 24 horas al día, siete días a la semana, con todo lo que ello conlleva: cogerlo en brazos, mecerlo, cambiarle los pañales, etcétera”. Entonces, “sin haber pasado por la preparación hormonal típica de la gestación y el parto, ni haber comenzado a lactar y amamantar al bebé, algunos hombres –tanto los genéticamente relacionados con los bebés como los que no están– estaban asumiendo roles maternales como cuidadores principales”. 

¿A que ya no hay excusas?

Los potenciales lectores tendrán curiosidad por saber si hay cambios estructurales en el cerebro o cuánto tiempo duran estas transformaciones, incluso por qué se ha propagado de semejante manera la mentalidad patriarcal. La primatóloga no esquiva las respuestas, recopilando los estudios que se han ido dando a conocer en el último siglo. Mientras tanto, podemos tener pistas de lo que podría estar pasando por el cerebro de los hombres eróticamente esquivos… O aprovechar su instinto para la crianza, dependiendo de en qué lado de la cama nos encuentren.

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