Patricia Rivadeneira, ‘contadora de películas’ y de luchas por la libertad
Cuando la mano del fascismo recorre la silueta de casi todo el planeta, es indispensable mirarse en ese espejo de carne y vida que es Patricia Rivadeneira; es indispensable aprender de la utilidad de todos su combates, de su arrojo, de su respiración, de su manera de enarbolar la bandera de las causas justas. Esta actriz y gestora cultural ha sido la musa de muchas batallas por la libertad en Chile. Y a muchos y muchas en el planeta nos gusta mirarnos en ella y comprobar que no es un espejismo. (Nota: La autora del artículo, Sonia Fides, nos pide a los editores de ‘El Asombrario’ que destaquemos que Patricia Rivadeneira y ella comparten dos cosas: signo del Zodiaco, Leo, y la misma animadversión a lo ‘políticamente incorrecto’. Dicho está).
El verano nos devuelve siempre lo fundamental. Sus horas lentas extienden con fervor nuestra memoria y de entre sus pliegues surge inexorablemente la caricia lenta e inextinguible que supone revisar la biografía de aquellas mujeres a las que admiramos. Una biografía que nos hunde la carne con esa contundencia con que lo haría el peso de ese tesoro pantagruélico con el que nuestras extremidades superiores jamás pensaron toparse. Septiembre recorre con codicia un Madrid todavía lejos de la rutina y de la inercia. Desde mi iphone una notificación me pone sobre la pista del estreno de una película con nombre de solidaria niña bíblica, La Verónica, de Leonardo Medel. Sin saber el porqué, pulso sobre el aviso e inicio el visionado.
Comienza un filme perturbador en el que una influencer parece enjugar plano a plano todos los vicios de un siglo XXI cada vez más atroz, cada vez más podrido, cada vez más mecido por la mentira, la connivencia, el regateo humano, el exceso y la locura sin camisas de fuerza que nos señalen. La historia de una triunfadora cuya realidad es un laberinto en el que todos morimos un poco y que de manera sorpresiva me devuelve a través del personaje de Andrea, la conveniente biógrafa que convive con ese monstruo que jamás será mostrado en la redes sociales, primero una voz, después un rostro y más tarde el nombre de una mujer, de una actriz, Patricia Rivadeneira, a la que le había perdido el rastro casi un lustro antes durante una heladora noche otoñal sobre las tablas de un teatro madrileño.
Aquel 5 de noviembre de 2016 fue mi devoción por la literatura quien me llevó hasta ese teatro, quería encontrarme con María Margarita, la sustanciosa y mágica protagonista de la Contadora de Películas, la novela de Hernán Rivera Letelier, y la encontré y la vi vivir dentro del cuerpo de una adulta de mirada prodigiosa como la niña invencible que todos esperábamos ver.
Pero aquella noche la envergadura emocional de una mujer cuyas huellas están siempre supervisadas por la presencia de la lucidez, la coherencia y la trasgresión útil acabó fragmentando en insignificantes pedazos aquel hilo de Ariadna que me había llevado a salir de casa. En el viaje de vuelta inicié una investigación exhaustiva sobre aquel nombre inesperado, efervescente y valioso que me había regalado la noche. Y al hacerlo descubrí que nunca antes de aquel 27 de febrero de 1992, cuando Patricia Rivadeneira enarboló desnudando su cuerpo la silueta de las patrias tóxicas en el Museo de Bellas artes de Santiago, una crucifixión había contradicho y aniquilado a tantos dioses, que nunca antes de esa fecha y de esa inclusiva y valiente performance una crucifixión había congelado el aliento de tantos sátrapas.
Ella entendió a la perfección que las banderas deben salvar a los seres humanos y no servir para arropar sus ataúdes cuando la larga mano de los dictadores, de la pobreza, del olvido, del estigma y de la injusticia los aniquila. Hablar de Patricia Rivadeneira es hablar por tanto de compromiso, de la desbordante radicalidad de su coherencia, del incontestables ritmo fijo de su inteligencia. Es ver en ella el titán político y cultural que necesita el mundo para que su equilibrio social no sea una quimera que juega al escondite con más de la mitad de los habitantes del mundo. Es embelesarse con la investigadora audaz y rompedora, con la activista adelantada que no descansa porque posee esa heterodoxia incorregible que solo poseen los audaces.
Y es que a veces pelear por persona interpuesta es una hermosa manera de construir nuestro porvenir, de salir de la molicie, de escapar de esa nociva jauría que son los días idénticos.
Y más ahora, cuando la mano del fascismo recorre la silueta de casi todo el planeta, con esa caprichosa insensatez con que recorre el dedo de un bebé la silueta de una letra que no conseguirá aprender, es indispensable mirarse en ese espejo de carne y vida que es Patricia Rivadeneira, es indispensable aprender de la utilidad de todos su combates, de su arrojo, de su respiración, de su manera de ser libérrima sin incurrir nunca en el pernicioso libertinaje porque hay victorias que salvan a quien las contempla.
La noche cae, pero hoy se convierte en un trámite inútil, hoy me resulta imposible rendirme ante el poder de sus sombras. La noche aún no sabe que a veces nuestro oxígeno no le pertenece, que a veces nuestro oxígeno pernocta en los pulmones y en los movimientos de aquellos a quienes admiramos, en el eco insurgente de su elegancia emocional. La noche aún no sabe que a veces hay personas en cuya proyección te sientes tan a salvo que parece que hubieran inventado nuestra piel.
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