Patrick Hamilton: La dignidad en un whisky ‘on the rocks’
El escritor británico fue un ‘best-seller’ en los años veinte y treinta, aunque hoy casi se le haya olvidado. Ahora regresa a las librerías con ‘Última resaca’, editado por el sello argentino Manantial. En ella retrata la degradación moral de una sociedad alcoholizada y fascista en los preludios de la II Guerra Mundial. Es también la historia de un amor obsesivo que, como todas las grandes pasiones, solo puede acabar en tragedia.
Casi nadie conoce hoy a Patrick Hamilton. El escritor británico, nacido en 1904 y fallecido en 1962 con el hígado destrozado por décadas de consumo alcohólico compulsivo, se encuentra hoy en la cuneta de los miserables. Nadie recuerda que fue el autor de La soga o Luz de gas, convertidos después en películas con éxito espectacular. Nadie sabe que fue uno de los grandes best-sellers de los años veinte y treinta. Que, a pesar de vivir los oropeles del espectáculo del periodo de entreguerras, conoció como pocos las penurias de los barrios londinenses más pobres, más borrachos, más prostituidos y más decadentes. Y que todo eso lo llevó a sus novelas, entre trago y trago, obsesiones amorosas y depresiones.
Y nadie conoce a Hamilton porque apenas está editado en español. De hecho, en España solo Galaxia Gutenberg publicó hace años Los esclavos de la soledad, una novela –considerada obra maestra por Doris Lessing y Nick Hornby- que retrata el año 1943 en un Londres asediado por los bombardeos y vulgar refugio de gentes con pocos recursos, desesperadas ante la guerra y el hambre y resguardadas en alcohol.
Ahora se puede encontrar (si se busca un poco) la traducción de Hangover square realizada por la editorial argentina Manantial. Fue publicada originalmente en 1941 y acaba de regresar a las librerías bajo el título de Última resaca. En ella se horada la degradación moral de unos ciudadanos londinenses que pululan por las calles de Earls’ Court, que no tienen donde caerse muertos y que dilapidan sus pocas libras en los pubs entre pintas de cerveza. Actividad que comienza a primeras horas de la mañana y que termina al final del día. Y mientras beben, comentan sobre la llegada de la guerra, sobre ese Adolf Hitler al que algunos ven como el gran salvador de Europa –sí, muchos en los años treinta se declaraban fascistas sin pudor- y sobre un Neville Chamberlain (predecesor de Churchill) al que califican de papanatas. Muchos quieren la guerra y pronto: su futuro es poco halagador, solo más miseria y putrefacción.
Última resaca está escrita a golpe de tecla dura, corta y sombría, con un estilo muy Hemingway. Una obra que rezuma alcohol –como en Bajo en volcán de Malcolm Lowry- y que, como sucede con casi toda su obra, posee numerosos tintes autobiográficos. En ella está este Hamilton, hijo de un alcohólico mujeriego y una mujer que acabó suicidándose, que empezó una carrera como actor para después dedicarse plenamente a la escritura. Los éxitos poco tardaron en llegarle gracias a La soga, llevada al cine por Hitchcock, y Luz de gas, que adaptó George Cukor a la gran pantalla. Sin embargo, Hamilton tenía demasiadas inquietudes como para dejarse arrastrar por las luces de neón. Y posiblemente se encontraba mucho mejor ante una barra de bar que en un espectáculo.
Fe en el marxismo
Al escritor lo que le atraían eran las mujeres y la política. De hecho, abrazó la fe del marxismo en los años treinta, defendió a Stalin y aunque nunca llegó a militar en el Partido Comunista sí reflejó en sus obras la alienación de los trabajadores, la soledad y el sufrimiento. Sobre los personajes femeninos, Última resaca podría ser un instrumento catártico. En ella aparece una chica, Netta, pobretona, pero demasiado orgullosa para mostrar su pobreza, que, atractiva como es, se pasa los días galanteando entre otros como ella para sacarles unas libras, beberse unos buenos lingotazos de whisky y ginebra, y dejarse querer. El protagonista masculino es George, un tipo amable, bueno hasta decir basta, que pierde la razón por ella hasta el punto de dejarse manipular y robar hasta el último centavo. El amor se torna obsesivo, lo que deviene en estados depresivos y en desgarros del corazón al saber que a fin de cuentas eso no va ninguna parte, porque cualquier charla con ella siempre será “un bla, bla, bla alcohólico”, como escribe Hamilton.
El dolor que transmite la novela –querríamos acabar con esa Netta arrogante o darle un buen bofetón al idiota de George- está plasmado en párrafos que perforan las entrañas y que nacen de la propia historia del escritor, que también se había obsesionado con una prostituta de Londres en los años veinte (¡y a la que dedicó una trilogía!): “Se preguntó si algún hombre, en la historia del mundo, había sido tratado como esta chica, Netta, lo había tratado a él. ¿Había otras mujeres que dijeran que se iban a ir con un hombre, que les sacaran dinero y se comprometieran con él, y después, con desparpajo, dejaran notas en la puerta y se fueran con el mejor amigo? ¿Había otros hombres en Londres ese noche a los que los habían dejado de una pieza, desolados, sus esperanzas de amor y amistad borradas de un plumazo?”, escribe.
La fuerza del desengaño
Por supuesto, pasar del desengaño a la ira es bastante fácil, y es esta la que se va acumulando página tras página. Es como si Hamilton encontrara en la escritura la forma de desasirse de sus tormentos. A pesar de las recaídas, del atontamiento zombi que te produce la resaca, siempre hay una que es la última. El amor desaforado no aguanta después de todo, aunque se le estire como un chicle. Ni tampoco es posible claudicar todo el tiempo con esa pandilla de borrachos adoradores de Hitler. Al menos para el escritor y su personaje protagonista. La salida es la tragedia.
Y esa es la que encontró el propio Hamilton en el final de sus días después de haber pasado por una operación que le obligó a la cirugía estética tras un accidente, después de haber jugado al triángulo amoroso (e imposible) entre su mujer (de la que se divorciaría en 1953) y una escritora, después de la guerra y después de beberse todo lo que encontró en los pubs londinenses.
Nick Hornby ha dicho de él que es una especie de Thomas Hardy y que como historiador social no tiene parangón. A la altura de un Dickens contemporáneo, no se anda con estupideces. Retrata sin imposturas hasta dónde puede caer el ser humano, nuestros egoísmos y bajas pasiones. La sordidez más miserable amparada por una sociedad- e incluso una política- que deja machacar a los perdedores. Pero Hamilton se reserva un hálito de dignidad. Porque al ser humano, como dijo Sartre, siempre le queda decir no, hasta aquí hemos llegado. Recupérenle porque en este marasmo de novelas sin sentido, merece la pena.
Comentarios
Por Ruben, el 30 julio 2021
Muy bueno su artículo, una buena panorámica de los desvelos de este autor del que solo conocía Los esclavos de la soledad. Y para bien o para mal, según quien, me dio sed y ganas de darme un lingotazo en homenaje al hombre. saludos.