Paul Auster en el diván
Cada fin de año comparto con uno de mis mejores amigos dos regalos muy especiales: la llegada de una nueva película de Woody Allen y otro libro de Paul Auster. Como las aves migratorias, estos dos genios nunca faltan a la cita y la seguridad de que en el otoño siguiente volveré a encontrarme con sus obras a mí me da aliento para seguir adelante.
A sus 75 años, después de algunas películas menores (algo grande en cualquier caso cuando hablamos del creador de Manhattan, Delitos y faltas, Balas sobre Brooklyn o Match Point), Woody Allen ha vuelto a sorprendernos con Blue Jasmine. La exmujer de un tiburón de Wall Street (con una interpretación soberbia de Cate Blanchett) le sirve a Allen para dibujar un retrato ácido, amargo y cómico a la vez de la burbuja financiera que nos ha empobrecido y a la que tantos corruptos se auparon con ardor y no poco cinismo. Saben de qué hablo.
Auster regresa al diván con Informe del interior (Anagrama), un relato autobiográfico con la infancia y la juventud como telón de fondo que completa el reciente Diario de invierno y obras anteriores como A salto de mata o La invención de la soledad. Digo que completa porque la obra de Auster está hecha de vasos comunicantes entre la ficción y el ensayo, la poesía y los guiones cinematográficos.
Dividido en cuatro partes (la última es un álbum de fotos), Informe del interior quizá no alcance la intensidad, la contención y la perspicacia de Diario de invierno, pero de nuevo contamos con su entusiasmo, con su capacidad para enganchar al lector más exigente y atraparlo en su mundo. Da igual que Auster nos hable de su afición al béisbol, de su despertar al sexo, del matrimonio fallido de su padres, de las dos películas que marcaron su vida (El increíble hombre menguante y Soy un fugitivo) o del nacimiento de su vocación como escritor. Como un mago, Auster nos hipnotiza desde la primera página.
La tercera parte, La cápsula del tiempo, es la más sabrosa para todos los austerianos. Incluye una selección de las cartas que Paul Auster envió a su primera mujer, Lydia Davis (de Davis, una excelente narradora y traductora, no se pierdan sus Cuentos completos, Seix Barral), escritas entre 1966 y 1969, cuando aún no se habían casado. Seguimos el rastro del autor en París. Las cartas devuelven al escritor maduro y de éxito en el que se ha convertido la imagen de un joven confuso y atribulado, en busca de una identidad, como muchos de sus personajes, aferrado a la escritura como una paradójica tabla de salvación que lo une y lo aísla del mundo. En esa batalla entre la escritura y el mundo, dirá el Auster sexagenario, siempre es más importante la vida que el arte. Una vida que consigue transmitir a sus lectores.
Creo que Auster es alguien que ha conocido el dolor, pero no ha sucumbido al aburrimiento ni a la autocompasión, y que desde muy pronto ha sido capaz de crear un mundo propio. Lo explica muy bien el poeta y traductor Jordi Doce en la introducción a la Poesía Completa (Seix Barral) del autor neoyorkino: “Auster, sin duda, ha cumplido largamente con el lema ineludible de Pound: ‘Lo esencial de un poeta es que nos construya su mundo’. Su nombre ya pertenece a ese diccionario secreto que todo buen lector lleva dentro para entender la vida: existe un mundo austeriano como existen personajes y sucesos típicamente austerianos, que reconocemos al instante pues se han hecho nuestros con el tiempo. Existe, en fin, una mirada austeriana, porque la escritura es ante todo mirada: no solo una forma de mirar, sino un lugar desde el cual seguir el mundo: una esquina, una torre, una cueva. Hay escritores insustituibles porque hay miradas insustituibles: nos hemos acostumbrado de tal modo a ver el mundo a través de sus ojos que sin ellos no podemos empezar a comprenderlo. Se ha dicho que al leer un libro dejamos que su autor nos habite y se asome a nuestros ojos, que es otra forma de decir que nos los presta”.
Poesía como banco de pruebas para su ficción, que nos deja versos como estos, escritos entre 1971-1975:
“Otoño: una sola hoja
comida por la luz: y el verde
mirar del verde sobre nosotros.
Allí donde la tierra no se para,
allí también nosotros seremos esa luz,
incluso mientras la luz
muere
en la silueta de una hoja”.
(Trad. Jordi Doce)
Me alegra que en el prólogo a la poesía de Auster, Doce rescate el guion de Smoke y se detenga en una escena que he visto decenas de veces. Es de noche y Auggie Wren (Harvey Keitel) está a punto de cerrar su estanco cuando aparece Paul Benjamin (William Hurt), un escritor hundido tras la muerte de su mujer en un tiroteo. Con cierto pudor, le pregunta a su amigo si puede servirle un paquete de sus queridos y necesitados puritos. Por supuesto, responde Auggie, no tengo que ir a la ópera ni nada por el estilo. Una vez dentro, a Paul Benjamin le llama la atención una cámara fotográfica que, quizás, alguien ha olvidado encima del mostrador. La cámara es de Auggie y Benjamin descubre en ese momento que su amigo no es solo un estanquero, también es fotógrafo. Se ven a diario pero hasta ahora no había sido capaz de mirar más allá. En la trastienda del estanco, acompañados de un par de cervezas, Wren le cuenta a Benjamin que todos los días, a la misma hora, pase lo que pase, sitúa su cámara en la Calle 3 con la Séptima Avenida. Es una esquina como otra cualquiera, pero es su esquina, su pequeño mundo, donde también suceden cosas. Le enseña sus álbumes, su proyecto, la obra de su vida. Paul pasa las hojas, muestra interés, pero no encuentra un sentido a lo que ve. Nunca lo entenderás si no pasas las hojas lentamente, le explica Auggie. Pero son todas iguales, insiste Paul. Auggie da una calada a su cigarrillo, suelta el humo, pensativo, y dice: “Son todas iguales, pero cada una es diferente de todas las demás. Tienes mañanas luminosas y mañanas sombrías. Tienes luz de verano y luz de otoño. Tienes días laborables y fines de semana. Tienes gente con abrigo y botas impermeables y gente con pantalones cortos y camiseta. A veces son las mismas personas, otras veces son diferentes. Y a veces las personas diferentes se convierten en las mismas y las mismas desaparecen. La tierra da vueltas alrededor del sol y cada día la luz del sol da en la tierra en un ángulo diferente”. Toda una poética sobre el arte y la vida.
¿Autor prolífico? Sin duda Paul Auster es un autor que escribe y que además publica. “No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor si no lo hago”, contó hace tiempo en una entrevista. Aunque a mí me da la impresión de que escribir le gusta más de lo que reconoce. En su Diario de invierno anotó: “Con objeto de hacer lo que haces, necesitas caminar. Andando es como te vienen las palabras, lo que te permite oír su ritmo mientras las escribes en tu cabeza. Un pie hacia delante, y luego el otro, el doble tamborileo de tu corazón. Dos ojos, dos brazos, dos piernas, dos pies. Éste, y luego el otro. Ése, y luego éste. El acto de escribir empieza en el cuerpo, es música corporal, aunque las palabras tienen un significado, pueden a veces tener significado, es la música de las palabras donde arrancan los significados. Te sientas al escritorio con objeto de apuntar las palabras, pero en tu cabeza sigues andando, siempre andando, y lo que escuchas es el ritmo de tu corazón, el latido de tu corazón”.
Entrevista con Paul Auster en World Book Club de la BBC
Comentarios
Por Jeeves, el 12 enero 2014
La primera noticia que tengo de que las aves migratorias publiquen un libro cada año, según afirma el titular.
Por Joaquín, el 18 enero 2014
Hace muchos años, cuando todas las nuevas películas de Woody Allen me parecían geniales, escribí un perfil de Auster, que primero se emitió en radio y luego se hizo más y más amplio. Quizá demasiado. Con tu permiso, Javier, me gustaría invitar a tus lectores a leerlo (y escucharlo):
http://despuesdelhipopotamo.com/2012/03/31/el-mundo-segun-auster/
Un saludo cordial.
Por Javier Morales, el 19 enero 2014
Joaquín, estupendo artículo, gracias por compartirlo en este espacio. Saludos