‘Pelo malo’: Caracas urgente
Entrevistamos a Mariana Rondón, directora de ‘Pelo malo‘, la película ganadora de la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián. Una cinta sobre la violencia venezolana, en la que no hay tiros pero sí mucha intolerancia y agresividad.
No presenta la cara más amable de Caracas. Tampoco tiene una mirada compasiva ni exaltada hacia sus personajes, un puñado de seres insignificantes y anónimos, a veces incluso abominables, que viven al límite bajo el manto sucio de una urbe caótica y especialmente despiadada con sus habitantes, un lugar imposible pero real donde las pasiones aparecen comprimidas, compartimentadas y hacinadas en súper-bloques habitacionales aterradores donde se concentra la miseria. No la miseria del que es pobre y marginal, que también, sino la miseria humana del que ha crecido y vivido en una ciudad donde impera la intolerancia hacia todo el que se salga de las absurdas normas impuestas. No es Pelo malo una película de buenos y malos. En las notas de producción, su realizadora, la venezolana Mariana Rondón se refiere a Junior, su niño protagonista con un conflicto de identidad social, racial y sexual, como un personaje herido que está aprendiendo a herir en una ciudad donde lo habitual es hacerse daño los unos a los otros. Con verdadera habilidad, Rondón sabe mantenerse al margen de sus personajes, sin juzgarlos, aunque al mismo tiempo no se distancie de ellos ni de su problemática. “Uno de los ejercicios más importantes fue buscar un lugar de equilibrio, no quería imponer una manera de entender a estos personajes ni emitir un juicio”, asegura esta hija de guerrilleros que pertenece a la primera promoción de cineastas salidos de la Escuela de San Antonio de los Baños, de Cuba. “La ambigüedad la veo como una virtud, quería que resultara fundamental para cada espectador decidir en qué lugar se colocaba para abordarlos”.
El éxito de su propósito, la verificación de que ha llegado al otro extremo de esa cuerda de equilibrista sin red de seguridad que supone su película, se la han dado las reacciones hacia su producción, que tiene su estreno mundial en Madrid esta semana, después de haber pasado por numerosos festivales y haber conseguido, entre otros galardones, la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián. “Además del premio principal”, dice refiriéndose al encuentro donostiarra, “obtuvimos dos menciones: una del colectivo gay y la otra del grupo católico, y el contraste entre estas dos menciones me da la razón sobre lo que quería conseguir con la película, que hablara no de un contexto específico sino de la problemática de la violencia y del respeto por los que son diferentes. Para un grupo de negros, la película va sobre racismo y no sobre homosexualidad, pero para las organizaciones gay habla de ellos. Durante un foro en Estambul un espectador lanzó un discurso acerca de religión y política, y en muchos países latinoamericanos, se le considera una película política y punto, no le encuentran otra lectura, ven que lo sexual o lo íntimo son simples pretextos para hablar de la situación política. Y eso me gusta porque trabajé desde el equilibrio, sin juzgar ni posicionarme”.
Pelo malo, pelo liso
Marta (Samantha Castillo) es una madre sin trabajo que ha perdido a su marido, otra víctima de la violencia caraqueña. Vive en un barrio difícil y mira con preocupación, a ratos con desprecio, a Junior (espléndido Samuel Lange), su hijo adolescente que no quiere tener el pelo rizado de los negros sino liso como el de los cantantes de éxito. Junior tiene un conflicto con su sexualidad que su madre no entiende. Ella no sabe cómo afrontar el problema y reacciona con violencia ante el chico que, más que tener el pelo liso, lo que desea es ser aceptado, sobre todo por su madre. Pero Marta también se muestra reacia a entenderle y, desde su perspectiva, lo único que sabe es que ser homosexual no es bueno. En medio de esta situación tirante, está una abuela manipuladora y una niña, amiga del protagonista, estigmatizada y obsesionada con ser una miss de concurso de belleza, el sueño dorado de las niñas en un país negro que ha exportado al mundo belleza y noticias terribles sobre la violencia de sus calles.
De esa violencia habla usualmente el cine venezolano pero por lo general lo hace desde el estruendo del cine comercial de policías y ladrones de toda la vida y casi nunca desde la violencia cotidiana que supone vivir con odio. “Mi primer trabajo fue coleccionar gestos violentos en la ciudad, hice una lista de gestos y con eso comencé a trabajar”, confiesa Mariana Rondón. “He intentado hablar sobre la violencia desde un lugar que el cine venezolano no suele abordar. He querido hablar de la violencia desde el pequeño gesto, desde la mirada, esas acciones que no por pequeñas son menos violentas o menos hirientes. Quería profundizar en este asunto sin gritar ni imponer, ubicar dónde estaba esa violencia y dónde estamos en este terreno. No tanto echar la culpa sino revisar”. Aunque se mueve en los escenarios más consonantes con la violencia caraqueña, no hay tiros ni pistolas en Pelo malo. Pero hay agresividad. Mucha. Y como protagonista mudo, una ciudad en estado de emergencia perenne.
Mariana Rondón sabe que su película llega en un momento especialmente crispado para Venezuela. Su estreno español coincide con un estallido de violencia que su filme ha querido evitar. Rodada en los dominios del chavismo, en barrios donde mandan los tristemente célebres colectivos, la película no va directa a ese asunto pero tampoco lo elude. “He buscado ser justa y equilibrada”, insiste la cineasta, “dejando que cada quién juzgue. Yo lo que intento decir es que la polarización que vive el país nos ha llevado a este lugar. Esa es mi postura política en relación a lo que ocurre en el país actualmente. Yo, como artista, tengo la necesidad imperiosa de abrir estos espacios de reflexión para que esto no se convierta en una guerra, es más una luz de alerta porque esta violencia ha llegado a lo íntimo, al interior de cada casa, donde el asunto político deja familias disgregadas, parejas divididas, padres enemistados con sus hijos”.
La tensa situación actual del país es un plus añadido a su película en Europa pero es un tanto negativo para una Venezuela dividida radical y violentamente entre chavistas y opositores. Ambas partes han cultivado el odio, probablemente el mismo odio furioso que emana de cada personaje de Pelo malo, la historia de este niño aprendiendo a herir. “Lo que ocurre en Venezuela es perturbador. Aunque estoy viajando mucho por la película, estaba en Caracas el 12 de febrero, cuando empezaron los disturbios y días después cuando ocurrieron las primeras muertes y lo verdaderamente espantoso fue el blackout a la información, nadie transmitía nada, la televisión y los diarios no hablaban de lo que estaba pasando y lo que sabíamos era a través de las redes sociales, que es un lugar más para el desahogo que para la información, y aunque lo que dicen los medios siempre son verdades relativas, impresionaba que ni siquiera tuviésemos eso. No había ningún medio que nos dijese que había una manifestación o lo que estaba ocurriendo. Fue alarmante porque suponía un cambio en la política informativa, el punto de partida de algo nuevo, el anuncio de un comportamiento”.
Comentarios
Por poliket, el 15 marzo 2014
No sé porqué se centra el artículo tanto en la Venezuela de ahora, con sus disturbios, cuando la película rodada en Caracas y con anterioridad a esos episodios, habla también de nosotros. De la Barcelona de extrarradio, o de Madrid.
¿Que los códigos aquí serían diferentes?Puede, que en vez del pelo fuera el cuerpo y que hubiera algún proceso anoréxico asociado. Pero esa violencia que ya ha filtrado a lo íntimo, a lo familiar, sería exactamente la misma.
Si la película era la excusa para hablar en este artículo de otra cosa, bien probado. A ver cuándo hacen esa otra película y ya hablaremos en un artículo de todo (¡que no es poco!) lo que trata ésta.